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Internacionales

26 de enero de 2002
Autor de “La miseria del mundo”
Víctima del cáncer, murió el combativo
sociólogo francés Pierre Bourdieu

Sabine Glaubitz/France Press

Fue un enfant terrible del pensamiento académico francés, en la línea de Jean Paul Sartre en los 60. Como él, salió de los ámbitos intelectuales para dar batalla en las calles, acompañando buena parte de los nuevos movimientos sociales. Pierre Bourdieu fue un intelectual atípico, pero al mismo tiempo un típico intelectual francés. Una parte de su pensamiento fue definido por el cruce entre los postulados de Marx y los de Foucault

Como tenía una respuesta a todas las preguntas, en Francia le decían el "más claro de los intelectuales de izquierda". Y porque se inmiscuía en todo, los políticos solían llamarle "enfant terrible". El sociólogo Pierre Bourdieu, nacido en un hogar pobre en una aldea de los Pirineos, murió a los 71 años en un hospital de París como consecuencia de un cáncer. Desde hace décadas era considerado el sociólogo francés más reconocido a nivel internacional. Bourdieu, desde 1981 profesor titular de sociología en el famoso College de France, daba mucho que hablar y en todas partes. Para él, la sociedad planteaba a los individuos una competencia feroz cuyo premio es el prestigio. El francés documentó sus estudios con minuciosos trabajos de campo. En sus libros, centrados en las estructuras de poder, analizó casi todos los aspectos de la cultura francesa, desde las universidades hasta los "opinadores" de los noticieros, intentando demostrar cómo la mayoría de las instituciones y convenciones sirven para mantener el "statu quo" y sus desigualdades. Fue, en buena medida, un faro para los contestarios, que veían en él un pensamiento de síntesis entre la academia y las luchas sociales. "Era el gurú de la lucha contra la globalización", definió ayer un diario vespertino francés.
En gesto que parecía imitar los de Jean Paul Sartre en los 60, Bourdieu comenzó a relacionarse a partir de los 90 con sindicatos, movimientos de desocupados, desamparados y grupos de mujeres que luchaban contra el neoliberalismo y su influencia en la política actual. "Los movimientos sociales deben presionar a Estados y gobiernos y garantizar el control de los mercados financieros y la distribución justa de la riqueza de las naciones", advertía. La filosofía histórica y social de Bourdieu se nutre en parte, consideraron sus estudiosos, en los postulados de Marx y de Foucault. Si el best seller La miseria del mundo, retrató la miseria de los desamparados y desheredados de la modernización, a la pregunta sobre quién es responsable de esa situación respondía sin dudar: el neoliberalismo.
Bourdieu ya se había convertido en "profeta de la sociología comprometida" cuando en 1998 publicó en Le Monde el manifiesto "Por una izquierda a la izquierda de los izquierdistas", en el que acusó al gobierno izquierdista de llevar a cabo una política derechista. Con la asociación fundada por él "Raisons d'agir" (Razones para actuar) y la revista Liber ponía, según postuló, "el saber de sociólogos, psicólogos e historiadores al servicio del movimiento social". Pero ni siquiera sus colegas se libraron de sus críticas. Bajo el título Los intelectuales y el poder (1991) colocó a los pensadores en el mismo cajón que a la clase dominante. En su opinión, los intelectuales que se resignaban a la ideología del neoliberalismo reforzaban la idea de que el conocimiento pertenece exclusivamente a una elite.
Bourdieu se dio a conocer en 1964 al publicar junto con Jean-Claude Passeron Les Héritiers (Los herederos), obra que, cuatro años antes de mayo del '68, formulaba una crítica fundamental a la enseñanza superior francesa. Por muchos años no tuvo enemigos. Pero cuando se hizo famoso con La miseria del mundo en 1993, numerosos intelectuales lo tacharon de populismo. "Sartre murió, Aron murió, pero Bourdieu está en plena forma", resumía en 1998 el semanario l'Evenement du Jeudi a propósito del eco que tenían en los medios de comunicación y en el mundo político sus tomas de posición.
"Para mí es como si hubiera perdido un padre o un miembro de la familia. Tenía una vitalidad extraordinaria. Hasta el fin, en el hospital, seguía corrigiendo los trabajos de sus colaboradores", declaró ayer el sociólogo Patrick Champagne, uno de sus principales colaboradores. Nacido el 1º de agosto de 1930 en Denguin (al sudoeste de Francia), Bourdieu fue de 1964 a 1980 director de estudios de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París mientras paralelamente dirigía la revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales. Entre otros libros, publicó Sociologie de l'Algérie (Socilogía de Argelia, 1958), Le Déracinement (El desarraigo, 1964), Ce que parler veut dire (Lo que hablar significa 1982), La Noblesse d'Etat (La nobleza de Estado, 1989), Les règles de l'Art (Las reglas del arte, 1992), Sur la télévision (Sobre la Televisión, 1997) y La Domination masculine (La dominación masculina, 1998).



El notable efecto de su libro "La miseria del mundo": El pensador en la encrucijada

Por Martine Veron*


En 1993, el nombre de Pierre Bourdieu saltó las barreras del mundo del pensamiento hasta convertirse en popular en Francia, por el éxito de ventas del La miseria del mundo, que terminó siendo un impensado best-seller. Fue ese sorpresivo éxito el que terminó propulsando al pensador al terreno del compromiso militante. En esa época, en las sociedades desarrolladas europeas, se hablaba mucho de los "nuevos pobres" y aparecían diversas asociaciones de ayuda a los desocupados y a los sin techo. "Era la primera vez que un intelectual, un gran científico, trataba de teorizar sobre la exclusión", recuerda Jean-Baptiste Eyraud, presidente de la Asociación francesa Droit au logement (Derecho a la vivienda). "El ayudó a llevar el problema al primer plano, hubo otros intelectuales que lo siguieron, y después llegaron los políticos."
"Todo mi libro es un esfuerzo para reencontrar la espesura de la realidad social y hacer resurgir los dolores que se ocultan en ella", dijo Bourdieu al ser editada la obra, invitando a los políticos a "salir de su estrecha visión" y a incorporar a sus preocupaciones "todas las esperanzas difusas". Con esa investigación rigurosa, el sociólogo tenía la preocupación de comprender también el avance del racismo y los votos en favor de la extrema derecha, así como interpelar a los políticos, tanto de izquierda como de derecha, a los que reprochaba haber cedido "al culto de la empresa privada y del lucro". El libro es, en rigor, una recopilación de testimonios de obreros, profesores, periodistas, policías, trabajadores temporarios y jóvenes habitantes de los suburbios pobres, precedidos de un texto de Bourdieu destinado a explicar el contexto y lo que la transcripción de esos testimonios deja forzosamente a un lado, "el lenguaje del cuerpo, los silencios...".
No todos los testimoniantes proceden de un medio desfavorecido, pero todos tienen en común el vivir mal, sentirse rechazados, desclasados, abandonados a su suerte. Una "miseria" que expresan de manera dolorosa, ya que –recalcaba Bourdieu— el sufrimiento social es más visible en los más menesterosos, pero existe también en las otras capas de la sociedad. Abogando en favor del compromiso de los intelectuales, el sociólogo participaría después cada vez más en las diferentes luchas sociales, dando su apoyo a los inmigrantes indocumentados, a los desocupados o a los sin techo. Bourdieu fue también uno de los fundadores del movimiento Attac, la asociación antiglobalización, a través de la editorial Liber/Raisons d'agir, que publicó libros militantes, también en este caso con éxito entre el gran público.
France Presse, especial para Página/12.


Un delito

Martín Granovsky


Sentado frente a un largo escritorio de laca oscura en su oficina de la Sorbona, detrás de montañas de libros y tesis, iluminado por la luz natural de una ventana que permitía ver los arces del jardín, Pierre Bourdieu no parecía un setentón. O en todo caso ese día de primavera del 2001 en que atendió a Página/12 trataba de disimularlo con su uniforme usado desde los '60: saco de tweed, camisa de jean sin corbata, pantalón sport. Bien distinto de la escenografía de Alain Minc, el otro monstruo de la sociología francesa, cómodo en su petit hotel de la avenida George V, en un barrio caro de París.
Los dos se mostraron enciclopédicos pero distintos. Minc criticó con ingenio a los que dicen que todo va mal. Bourdieu eligió explicar, con ejemplos, qué cosas van mal. Dijo que el trabajo no desaparece sino que la gente cada vez trabaja más. Criticó la globalización como un modo de quitar el gusto de lo distinto, desde la cultura a la comida. Alertó contra una educación de dos velocidades, una con matriz en las escuelas de negocios de los Estados Unidos y otra con el resto.
Y confesó estar interesado en los nuevos movimientos sociales, que en Europa nuclean a los sin techo, a los desempleados, a las agrupaciones feministas, y terminan planteando reivindicaciones más afines al viejo anarcosindicalismo, opinó, que a las de la antigua izquierda. Frase para la Argentina: "Las acciones (de los nuevos movimientos) son cada vez más espectaculares, los protagonistas suelen tener más instrucción que los militantes sindicales tradicionales y emplean un compromiso físico cada vez mayor".
Pero lo más jugoso fue la definición sobre su propio trabajo como intelectual. "A veces temo que la gente se despierte cuando sea demasiado tarde", dijo. Y planteó que se sentía moralmente obligado a parecer excéntrico al discurso dominante, porque éste tiene pretensiones universales. "Fui pasando de una actitud profesional a una pública", dijo. "Si sé que ocurrirá una catástrofe y no lo aviso, estoy cometiendo algo parecido al delito de no asistir a una persona en peligro." Sonaba arrogante, claro, pero con tanto fanfarrón idiota dando vueltas por ahí era un gusto escuchar a un tipo obsesionado por no perder el espíritu crítico.
Página 12

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