De vuelta a las catacumbas
Retorno a Jesús el no-violento
Robert M. Bowman
Counterpunch Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Mientras el mundo se tambalea de una crisis a otra y de una guerra a otra, tendemos a responsabilizar a fuerzas poderosas –los gobiernos y las corporaciones multinacionales. Pero, los que estamos en la Iglesia, debemos examinar nuestra propia culpabilidad. Demasiado a menudo hemos cooperado y nos hemos coludido con esas fuerzas, no hemos cumplido con nuestro deber hacia nuestros feligreses al diluir y deformar el mensaje de Jesús que debemos predicar.
El último grito entre los cristianos en estos días es WWJD (What Would Jesus Do? -- ¿Qué haría Jesús?). Llevan brazaletes, collares, de todo. El problema es que muchos de ellos no tienen idea de qué es lo que realmente haría Jesús, porque sus iglesias no les enseñan sobre Jesús. Jesús está casi completamente ausente de gran parte de la Cristiandad. Las iglesias rinden culto a un Cristo etéreo, pero ignoran al Jesús de carne y hueso. Jesús fue un judío del siglo I en Palestina ocupada por los romanos. Con sus parábolas, advirtió de la futilidad de la revolución violenta. En el sermón de la montaña dio a la gente formas prácticas de emplear la resistencia no-violenta. Le enseñó a ponerse de pie y a "volver la otra mejilla" con una actitud desafiante, en lugar de arrastrarse por el polvo. Le aconsejó, "vé con él dos [millas]," sabiendo que era ilegal que los soldados romanos obligaran a alguien a cargar sus mochilas más de una milla. E invirtió las viejas reglas con su consejo de "amad a vuestros enemigos" y "orad por los que os ultrajan y persiguen".
Pero Jesús no sólo predicó la no-violencia. La vivió, totalmente, hasta la cruz. Nos mostró un Dios no-violento, lleno de amor, infinitamente misericordioso –un Dios que no es el Dios celoso, rencoroso, vengativo, que a menudo es retratado en las escrituras judías. Sí, Jesús fue un revolucionario –pero su revolución no fue contra el dominio romano, sino contra la imagen deformada de Dios que tenía la gente. También alteró drásticamente nuestro entendimiento de cómo Dios quiere que actuemos. El resultado es que Dios quiere que actuemos como Jesús. Quiere que nos pronunciemos contra y que resistamos de manera no-violenta los poderes explotadores, imperiales, de nuestra época. (Es decir las compañías petroleras y otros inescrupulosos capitalistas globales, así como sus mercenarios en el gobierno de EE.UU.) Quiere que apoyemos la causa de las viudas y los huérfanos, de los pobres y de los marginados, de los alienados y de las víctimas de la discriminación Nos quiere junto a las madres solteras, a los gays, a los árabes –a todos los recaudadores de impuestos, leprosos y buenos samaritanos de nuestros días. Sobre todo, Él quiere que renunciemos a la violencia aun en propia defensa.
La Iglesia de los primeros cristianos lo veía así. A los cristianos se les prohibía que estuvieran en el Ejército, que tuvieran parte en la pena de muerte, incluso que testimoniaran contra alguien acusado de una ofensa sancionada con la pena de muerte. Su no-cooperación no-violenta con César resultó en que fueran perseguidos e ilegalizados. Las raíces de la Iglesia de los primeros cristianos fueron regadas con la sangre de sus mártires.
Y luego vino Constantino. Los cristianos salieron de las catacumbas e ingresaron a los palacios. Al hacerlo, renunciaron a la no-violencia, a su independencia, y a su camino. En lugar de seguir a Jesús, comenzaron a seguir a César. Claro, presentaron minuciosas racionalizaciones de sus acciones. Inventaron la "Teoría de la guerra justa" para justificar la toma de la espada a favor del emperador. Y durante los últimos 1600 años, o algo así, la mayor parte de las iglesias cristianas y sus jerarquías han aconsejado a los jóvenes cristianos que vayan a la guerra por cualquiera que sea la última aventura de César, llámese Napoléon, Adolf Hitler, Bill Clinton, o George Bush (la inicial del medio a gusto de cada cual). Decenas de millones de cristianos han muerto en esas guerras. Lo que es peor, decenas de millones han sido asesinados. Capellanes cristianos bendijeron a tripulaciones cristianas que partían a lanzar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. ¿Es lo que hubiera hecho Jesús? ¡Claro que no!
Como católico romano confuso pero obediente, volé 101 misiones de combate en Vietnam. Sabiendo lo que sé ahora, no volvería a hacerlo. ¿Por qué no había un capellán que me preguntara lo que haría Jesús? ¿Por qué no hubo una conferencia de obispos para protestar contra la guerra? ¿Por qué no hubo un Papa que declarara que participar en toda guerra es un pecado? ¿Por qué hasta hoy hay en todo el país sólo un puñado de católicos que verdaderamente siguen a Jesús, en Pax Christi y en las casas del Trabajador Católico? ¿Por qué no se manifiesta la Iglesia contra la falsa Guerra Contra el Terror y las guerras que se aproximan contra Colombia e Irak?
En Estados Unidos, sólo las tradicionales iglesias por la paz se oponen a César, y son suficientemente pequeñas como para ser ignoradas. ¿Pero qué sucedería si una iglesia verdaderamente grande e influyente se convirtiera en una iglesia por la paz? ¿Si la Iglesia Católica Romana lo hiciera? ¿Se quedarían muy atrás los episcopalianos, luteranos, y metodistas? (Tal vez los baptistas se demoren un poco más.) ¿Y si los cristianos en todas las fuerzas armadas exigieran un servicio sin combate? ¿Y si ningún cristiano se presentara de voluntario o se registrara para el servicio militar?
Lo que sucedería es que se acabarían las guerras. Después de todo, ¿cuántas guerras pueden ser libradas sin cristianos? Claro, podríamos perder nuestros beneficios fiscales y nuestro tratamiento preferencial. Podríamos incluso volver a ser perseguidos. Y si es así, que así sea. Es mejor que sigamos a Jesús en las catacumbas, que traicionarlo en los salones del poder.
Lo que también podría suceder es que nuestro gobierno no podría proteger nuestra propiedad y conservar la brecha del bienestar económico entre nosotros y el mundo en desarrollo. Podría no ser capaz de defender nuestro derecho como estadounidenses de consumir ocho veces lo que nos corresponde de los recursos del mundo. La renuncia a la violencia significa la renuncia a los frutos de la violencia. Tenemos que estar preparados para eso. (¿Qué haría Jesús?)
A principios de los años 80, un obispo católico romano dijo, "¿Guerra justa? ¿Qué guerra justa? Algo así no existe. Pero no hay que decírselo a la gente." El difunto John L. McKenzie dijo, "La declaración de la renuncia a la violencia es suficientemente clara. Los cristianos jamás han puesto en duda que Jesús lo haya dicho o que no permite reserva alguna. Los cristianos simplemente han decidido que no pueden vivir según esos dichos de Jesús... Si la Iglesia Católica Romana fuera a decidir que se va a unir a los menonitas en el rechazo de la violencia, dudo que nuestras armoniosas relaciones con el gobierno durarían hasta el día después de tomar la decisión."
En uno de sus numerosos ensayos contra el apoyo de la Iglesia a la guerra, Emmanuel Charles McCarthy dijo, "Hay sólo algunas actividades en las que no hay forma de hacer las cosas como Cristo. Un prostíbulo puede estar repleto de estatus, iconos, incienso, campanas, cánticos gregorianos ambientales, una biblioteca teológica y una capilla, pero eso no conduce a que la prostitución sea un acto acorde con las enseñanzas de Jesucristo. Tampoco lo haría la presencia de un capellán... La suprema norma de la vida cristiana tiene que ser Jesús, Sus palabras y hechos –y si Él no es el modelo... ¿quién o qué lo será? ¿Platón? ¿Aristóteles? ¿Hugh Hefner? ¿NBC? ¿FOX? Continuó para concluir, "Todos los actuales intentos por justificar la violencia basándose en la vida de Jesús o en Sus enseñanzas, carecen de mérito espiritual e intelectual... Si una persona no desea relatar sinceramente la historia de Jesús, ¿para qué la ordenan? ¿Son tan magnéticos los atractivos de un ingreso seguro, de estatus, de poder, y aceptación social, como para llegar a seducir a un dirigente cristiano para que falsifique una enseñanza de Jesús para lograrlos o retenerlos?"
La conclusión a la que tenemos que llegar es que cuando emergimos de las catacumbas y abrazamos la oferta de Constantino de obtener poder secular, prestigio, y protección, nosotros, los cristianos, nos prostituimos. Afortunadamente, ¡todavía podemos echar marcha atrás! Podemos rescatar de la oscuridad al Jesús no-violento y restaurar el legado de la Iglesia de los primeros cristianos –la Iglesia Católica Romana de antes de los romanos, si se quiere. Podemos difundir el auténtico mensaje del verdadero Jesús por el equivalente actual de las catacumbas –Internet y NCR. Llamo a los pastores de todas las denominaciones a declarar que sus parroquias son "iglesias de la paz" y a firmar en . Basta hacer un clic en "catacumbas". Llamo a los obispos a comenzar a predicar el Jesús no-violento y a hacer lo mismo en sus diócesis. Apelo a las conferencias de obispos a que tengan la fibra necesaria para oponerse a César. Y rezo para que el Papa, que ha hablado tan valerosamente sobre la paz, haga ese último paso para terminar con la dependencia de la Iglesia de los poderes seculares. ¡De vuelta a las catacumbas! 23 de septiembre de 2002
Robert M. Bowman es arzobispo presidente y primado de la Iglesia Católica Unida, un brote de la Vieja Iglesia Católica de Utrecht, Países Bajos. Vive en Melbourne, Florida. Su correo es: catholic@rmbowman.com