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Internacional

26 de septiembre del 2002

El día del contraataque del Imperio

James Laxer
Toronto Globe & Mail
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Hay que estigmatizar el 20 de septiembre de 2002 en el calendario. Los historiadores lo considerarán seguramente como un momento trascendental en nuestro nuevo siglo. En esa fecha, finalizó un antiguo debate y comenzó uno nuevo.
Durante la pasada década, los analistas han estado discutiendo si Estados Unidos seguiría el curso de los antiguos poderosos estados como Gran Bretaña y Roma y se proclamaría imperio. En la Estrategia Nacional de Seguridad de George W. Bush, sometida al Congreso de EE.UU. el 20 de septiembre, la Casa Blanca esposa una doctrina que es explícitamente imperialista.
El documento prevé un mundo en el que Estados Unidos contará con una dominación militar permanente sobre todos los países, aliados y enemigos potenciales por igual. Por cierto, en su aplastante declaración de que EE.UU. "no tiene la intención de permitir que ninguna potencia extranjera alcance la inmensa ventaja que EE.UU. ha obtenido desde la caída de la Unión Soviética," la distinción entre amigos y enemigos se hace mucho menos importante de lo que ha sido en el pasado.
Estados Unidos gasta ahora tanto en sus militares como todos los demás países del mundo juntos gastan en sus ejércitos. Según el documento de Bush, las fuerzas armadas de EE.UU. serán "suficientemente fuertes" para disuadir a cualquier contendiente potencial de "impulsar un desarrollo militar con la esperanza de sobrepasar, o igualar, el poder de Estados Unidos."
El significado de la doctrina es claro. Hace añicos las aspiraciones de los que habían esperado que el mundo se moviera hacia un sistema de derecho internacional que permitiese la solución pacífica de los conflictos, mediante acuerdos y tribunales. En lugar de esto, un solo poder, que rechaza los acuerdos y los tribunales, ha proclamado que tiene la intención de dominar militarmente el mundo, interviniendo preventivamente cuando sea necesario para conjurar las amenazas.
Durante toda la Guerra Fría, Estados Unidos se presentó como primero entre iguales, el líder del mundo libre. Su doctrina se apoyaba en el presupuesto de que, mediante la contención y la disuasión, EE.UU. y sus aliados impedirían la agresión por estados hostiles. La nueva doctrina envía la contención y la disuasión al tarro de la basura, y con ellos la noción de que Estados Unidos sea primero entre iguales. Por primera vez, en una declaración formal de política de EE.UU., Estados Unidos se presenta superior a todos los demás estados. Su papel, como guardián de un sistema global en cuyo centro está EE.UU., es conceptualizado como de un orden superior al de los roles de todos los demás estados. Esta característica de la doctrina la hace tan explícitamente imperialista.
A través de toda su historia, EE.UU. ha tratado de influenciar a otros mediante sus valores y su cultura. Los estadounidenses no se han visto nunca como un pueblo militarista. Ahora, sin embargo, el gobierno de EE.UU. basa su derecho al poder global en su poder militar, y esto coloca a los estadounidenses en la compañía de los emperadores romanos y sus legiones. Por cierto, el documento de Bush muestra un fino toque orwelliano cuando proclama que Washington no utilizará su poder para buscar "ventajas unilaterales". Se trata de engatusar al 95 por ciento de la humanidad que no es estadounidense para que acepte los beneficios de un "internacionalismo inconfundiblemente estadounidense". Los que no se apacigüen tendrán que enfrentarse a las legiones estadounidenses que atacarán preventivamente, mucho antes de que se permita que se desarrolle una amenaza a los intereses de EE.UU.
El próximo ataque de EE.UU. contra Irak será el primer caso en el que se ejecutará la nueva doctrina de EE.UU. Los que han sugerido que la aventura iraquí se halla en una categoría extraordinaria, que tiene que ver con la extraordinaria maldad de Sadam Hussein, tienen que echarle una mirada a la nueva doctrina Bush. Ahí está todo, negro sobre blanco.
Puede, efectivamente, ser verdad que no haya gran cosa que el resto del mundo pueda hacer respecto a la potencia militar de EE.UU. Pero los antiguos poderes imperiales que proclamaron su derecho a dominar a otros, terminaron por crear adversarios que se multiplicaron más rápido que los medios para controlarlos. Por confortable que sea el yugo, la gente no lo aceptará a la larga. Los que desean un mundo en el que ningún poder sea supremo y en el que las leyes y los acuerdos sean utilizados para solucionar los conflictos, comenzarán una nueva discusión –sobre cómo enfrentar al EE.UU. imperial.
Puede llegar el día en que los estadounidenses se arrepientan del 20 de septiembre de 2002, el día en el que entregaron la antigua república a cambio de un nuevo imperio global.
James Laxer es profesor de ciencias políticas en la Universidad York.
CommonDreams
24 de septiembre de 2002