siempre habrá el miedo de otras voces Alejandra Pizarnik
Resuenan tambores de guerra y los conflictos bélicos, sin sangre aparente, ya no impresionan a la apática y amorfa ciudadanía occidental. Hoy en día, las múltiples guerras de la globalización -el imperialismo castrense en su fase más atroz y definitiva- se promueven y ejecutan desde decorados despachos de televisión calculando con geométrica precisión contable la hora de máxima audiencia con sus consabidos y estudiados cortes publicitarios -minuciosos ejercicios de cínico estilo de los realizadores- mientras bombas inteligentes arrojadas desde el cielo de los justicieros caen como lluvia de muerte y desolación sobre las cabezas de los niños en cualquier rincón (pobre) de la tierra. Bush, el hijo de Bush, el último cowboy de la industria del armamento amenaza con una nueva cruzada integrista -el fanatismo latente en EEUU reaparece cada vez con más determinación- contra el terrorismo mundial (concepto nunca definido), contra todo lo que represente una amenaza (virtual o real) para los intereses políticos y económicos de los EEUU en el mundo, contra cualquier forma de protesta organizada o espontánea, contra Irak, contra lo que sea menester y proceda.
Al hilo de la caída (derrumbe) de las Torres -un extraño asunto del cual conoceremos toda la verdad algún día-, el Imperio se ha lanzado a una campaña universal de represión y de reordenación del espacio físico y las fronteras. El caso es dar gusto (obedecer, en realidad) a los diferentes empresarios del sector de la pistola y el misil, ideólogos de lo público y lo privado, traficantes de miseria y crímenes sin castigo, los mismos gerifaltes de siempre que auparon electoralmente a su fiel perro de presa y a su corte de militares/mercenarios estrellados. Queda feo y quizá algo anticuado decir que las llamadas elecciones libres las ha ganado siempre el capital (para eso se convocan) y sus legitimadores sociales, bien sea bajo la forma clásica de partidos -nada- políticos de corte nacional-conservador o bien bajo la fórmula, mucho más perversa y sutil, de la socialdemocracia agonizante y vergonzosa. El caso es que entre unos y otros, lacayos todos de los intereses creados y de la mentira institucional como forma de difusión cultural, están alimentando y extendiendo (por acción u omisión) una nueva guerra contra Irak, una más, con el deseo final de controlar el petróleo en la zona y derrocar al sátrapa. Así de sencillo, así de simple. Primero fue asunto de la reivindicación sobre Kuwait, después, tras el fracaso real de la guerra del Golfo -que terminó casi como empezó- extendieron la idea de la amenaza que representaba para la paz mundial –la armonía de los cementerios civiles- la capacidad del régimen iraquí para producir armas de destrucción masiva.
Ahora se destaca la negativa del dictador Sadam Hussein ante su inminente destino final (todo, como siempre, burdo, elemental y cinematográfico). Apoyados en la inmensa maquinaria propagandística de los medios de transmisión de la ideología dominante, en la capacidad de penetración del discurso del amigo/enemigo, conveniente/no conveniente, bueno/malo, el Imperio juega sus bazas, mueve los peones, alimenta el caos general, extiende el miedo. La pobreza aumenta en el mundo a ritmo de marcha militar, la injusticia y la desigualdad corren descalzas por cualquier rincón, la aniquilación de la capacidad de respuesta crítica se instala en nuestra vida cotidiana con aires de normalidad democrática. Todo envuelto con papel de color y lazos, regalos envenenados que forman, al final del mosaico, una verbena de despropósitos que, por familiar y repetido, resulta incuestionable. El nuevo caos/orden mundial -la forma Imperio en su versión más sofisticada- impuesto por los EEUU con el consentimiento y la aprobación de los diferentes cancerberos está llevando a la población mundial a una situación insostenible, al descrédito universal de las alternativas, a la realidad impuesta desde la mercadotecnia y la dominación. Ya no se trata de tal o cual población sometida. El Imperio agrede y esclaviza. Entre nosotros, Aznar proclama su fidelidad absoluta a los principios rectores de la política USA. A estos rancios católicos siempre les acaba saliendo el sacrosanto matrimonio. Y a las amantes, con piso propio, que las pague la ONU.