1 de agosto del 2002
"¿Quién arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima? Los rusos"
Muertos conocidos, criminal anónimo
Agustín Prieto
En un excelente artículo escrito por Mario Benedetti en 1985,
Maniobras y mecanismos de desinformación, éste se pregunta "¿Qué
es la desinformación sino una desfiguración de la historia, aunque
se trate de lo que está sucediendo en este instante?"
El poeta uruguayo ilustra la hipótesis recordando que al cumplirse aquel
1985 los 40 años del ataque atómico a Hiroshima, su intendente
pronunció un discurso muy emocionante en el que lamentó el sufrimiento
de los supervivientes e hizo un llamado a luchar por la paz. Benedetti señala
el curioso hecho de que el Nº 1 de la municipalidad de esa ciudad japonesa no
hizo la menor alusión al país responsable ni al presidente que
ordenó la matanza. "¿Será que Hiroshima -se pregunta el escritor-
se puso inadvertidamente debajo de una bomba de autor anónimo?"
Al cumplirse en 1995 el medio siglo del primer bombardeo atómico de la
historia, la Municipalidad de Montreal envió a los medios de difusión
un comunicado invitando a una conferencia de prensa, el 9 de agosto, en la que
se inauguró la exposición Hiroshima.
Aquel 7 de agosto, el diario La Presse reproduce un cable de la agencia Reuter,
en el que se refiere al aniversario. También Le Devoir publica un artículo
al respecto en su edición del 9 de agosto. Ambos diarios califican al
bombardeo de "catástrofe", y eluden nombrar o tan sólo sugerir
al misterioso bombardeador. El expediente de prensa entregado por la municipalidad
a los medios de difusión continúa con la ambigüedad, ya que
tampoco nombra al responsable e insiste en el carácter azaroso y hasta
accidental de la explosión, que en dicho expediente se le llama "tragedia"
en 3 oportunidades, "catástrofe" en 9, y una vez "hecatombe". Con la
misma escasa precisión hablaron los intendentes de Montreal y de Hiroshima,
Pierre Bourque y Takashi Hiraoka respectivamente.
Las fotografías exhibidas son de Hiromi Tsuchida, quien fue a tomarlas
a Hiroshima, según sus palabras "...para satisfacer mi curiosidad de
artista".
La muestra en la municipalidad presenta -además de las fotos del curioso
de Tsuchida- objetos quemados, deformados o fundidos por los aproximadamente
4.000 grados centígrados que liberó la detonación que aún
sigue matando a las personas expuestas a la radiación. Hay fotos de lo
único que quedó de personas ubicadas en el perímetro del
epicentro de la deflagración: una sombra sobre la pared.
Hay testimonios como el de Yukihisa Tokumitsu: "Me acuerdo claramente de las
últimas palabras de mi madre: "¡Viene el diablo! ¡Viene el diablo!" Hiroshima
era entonces verdaderamente un infierno." Nuriyuki Oe, quien murió 12
años después del bombardeo, declaró: "Yo estaba mirando
un libro de imágenes..." El ama de casa Yuriko Hayashi dijo: "El día
anterior, mamá me había hecho un vestido. La mañana del
6 de agosto, ella estaba cosiendo los botones al vestido para que yo pudiese
llevarlo a la escuela..."
Los testimonios son espontáneos, conmovedores, sí, las fotos y
los objetos también; pero a mí me parece que los supervivientes
deben haber dicho algo más. Algo que se omitió. Me parece que
la desinformación sigue desfigurando la historia. Porque Hiroshima continúa
siendo un misterio al seguir evitando nombrar al travieso de la bomba, al jodón
que estrenó su chiche aquel 6 de agosto de 1945. Es como si intentase
hacer creer que un fatalismo inevitable, sobrenatural -no alguien- descendió
sobre la ciudad japonesa, la convirtió en cenizas radioactivas, mató
a la mitad de sus 300.000 habitantes, mató y sigue matando al resto de
distintos tipos de cáncer, produjo las más espantosas y dolorosas
heridas jamás producidas por una explosión, y destruyó
la flora y fauna por obra y gracia de una accidental e involuntaria catástrofe-tragedia-hecatombe.
En el mismo artículo citado al principio, Benedetti agrega otra perla
que confirma cómo actúa la desinformación. Poco antes de
aquel 40 aniversario se realizó una encuesta en la que se preguntaba
a los escolares japoneses:
"¿Quién arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima?" La gran
mayoría de los niños respondió: "Los rusos".
No hay que ser un licenciado en psicología para saber que los recuerdos
de la infancia son los que quedan más profundamente grabados en la memoria.
No olvido, por ejemplo, que casi todos los días iba a mi casa el señor
Capello, un vecino del barrio. Capello se las sabía todas. Era un jubilado
que le gustaba mucho conversar y leer, y recuerdo que fue la primera persona
a quien escuché hablar sobre Hiroshima, un tema que le apasionaba tanto
como le atormentaba. Mi vecino citaba una frase que luego escuché en
una película de Akira Kurosawa: "Los vivos envidiaban a los muertos".
El hombre contaba que durante mucho tiempo no voló un pájaro sobre
Hiroshima; que la onda de choque se desplazó aproximadamente 3.700 metros
en unos 10 segundos; que la radiación, en un radio de 900 metros destruyó
huesos y vasos sanguíneos y daño gravemente hígados, riñones,
pulmones y otros órganos; que la ciudad estuvo en llamas todo un día
en un área de 2 kilómetros. En fin -decía-, fue una increíble
crueldad.
Capello sabía quién era el responsable. Por eso, cuando terminaba
de hablar de Hiroshima, hacía un silencio que todos acompañábamos
respetuosamente; la cara manchada por los años se le ensombrecía,
dejaba caer su cabeza, se pasaba una mano flaca por su infaltable corbata negra,
y decía muy despacito, acaso para sí mismo: "La puta que los parió".
Agosto de 1995
* Agustín Prieto es escritor y periodista.