Persiste aún el horror entre víctimas de Hiroshima y Nagasaki
por Manuel Navarro Escobedo
/CUBAWEB
Como es tradicional, una nueva lista con nombres de los fallecidos en el último
año será depositada en el imponente cenotafio negro erigido en
el centro del Parque de la Paz de Hiroshima, en el quincuagésimo séptimo
aniversario del primero y mayor genocidio atómico registrado en la historia.
Esa ceremonia forma parte del homenaje nacional a los centenares de miles de
víctimas del injustificado ataque nuclear de Estados Unidos del 6 y 9
de agosto de 1945 contra un Japón militarista derrotado en todos los
frentes de batallas durante la Segunda Guerra Mundial, en el siglo pasado.
Las tropas estadounidenses en sus avances por el Pacífico estaban a las
puertas de Tokio, tras la ocupación de Okinawa en abril del mismo año,
y las soviéticas tenían liberadas todas las Manchuria (norte de
China), Corea, y el Archipiélago de las Kuriles, donde aniquilaron o
capturaron al millón de soldados de los poderosos ejércitos nipones
de la Agrupación Norte.
De ahí que científicos, estadísticas, militares e historiadores
coinciden en afirmar que los lanzamientos de los artefactos sobre las ciudades
mártires de Hiroshima y Nagasaki formaron parte inseparable de la política
de chantaje nuclear inaugurada por la administración del presidente Harry
Truman, en la llamada era de la Guerra Fría.
Truman confirmó esas apreciaciones durante una entrevista televisiva
el 3 de febrero de 1958 cuando dijo: "Admito que la guerra estaba casi terminada,
pero habría sido tonto no usar la nueva arma mortal".
Así tenemos que en la fatídica mañana del 6 a las 8:15
(hora local) el Enola Gay apareció en el cielo a unos 12 mil metros de
altura sobre la ciudad de Hiroshima, en la isla de Honshu, escoltado por otros
dos bombarderos B-29 y lanzó su carga mortífera, bautizada jocosamente
"el muchachito" (the little boy), que estalló en el aire encima del Hospital
Shima.
La bomba medía tres metros de largo, pesaba cuatro toneladas y almacenaba
un simple kilo de uranio-235, que con un costo de dos mil millones de dólares,
descendió en paracaídas y explotó a unos 600 metros de
altura.
Humo, niebla y negrura (el hongo atómico) flotaron durante más
de seis hora sobre los más de 400 mil aterrorizados habitantes, incluidos
ciudadanos chinos, coreanos, malasios e indonesios arrancados de sus países
en trabajos forzados, antecedidos por elevadas temperaturas de un millón
de grados centígrados. En tres kilómetros todo se volatizó
y de las personas sólo quedó su sombra.
Más de 65 mil edificios, viviendas y hospitales y 70 mil personas se
volatilizaron instantáneamente. Había 300 médicos, de los
cuales 60 murieron y otros 210 resultaron lesionados. Los puestos asistenciales,
y urgencias, así como los 18 hospitales desaparecieron.
Otras 110 mil mujeres, hombres y niños fallecían pocos después
carbonizadas o mutiladas. Hiroshima quedaba borrada del mapa.
Tres días más tarde, el 9, a las 11:02 (hora local) las escenas
se repiten, esta vez en Nagasaki.
Otra superfortaleza volante B-29 arrojó una bomba de mayor potencia (uranio-239)
denominada el Hombre Gordo (Fat Man) que aniquiló de inmediato a 25 mil
de las 280 mil personas que se encontraban en esa pequeña ciudad portuaria
de la isla de Kiushu.
Con posterioridad esa cifra se fijó en 90 mil muertos y más de
100 mil mutilados y quemados, incluidos niños ciegos o inválidos.
Todo arrasados, gente, animales y plantas.
Tenía 50 mil edificios de los cuales un 25 por ciento quedó completamente
destruido y otros 11 por ciento sufrió importantes danos.
Los dos artefactos nucleares mataron en total unos 300 mil habitantes, la mitad
de ellos expuestos a las radiaciones.
Las ciudades figuran hoy entre las más modernas y prósperas de
Japón, aunque las cicatrices del genocidio aún no están
cerradas.
Miles de sobrevivientes (Hibakusha) y sus descendientes mueren anualmente de
los 350 mil que padecen diversas enfermedades producidas por las radiaciones
nucleares.
Existen dos grandes hospitales para el tratamiento de la leucemia, fragilidad
de sus huesos, tuberculosis y otras dolencias.
Por eso, cuando el 6 y 9 se guarden un minuto de silencio, suenen las sirenas,
oren los asistentes, suelten cientos de palomas en los Parques de la Paz y los
familiares de las víctimas depositen las listas con los nombres de los
fallecidos solo se cumple con el ritual de homenaje a los muertos.
Sin embargo, para los cientos de miles de Hibakusha de Hiroshima y Nagasaki
persiste aún el horror experimentado en carne propia o transmitido a
sus descendientes sobre el día que a Estados Unidos se le ocurrió
chantajear al mundo.
Esto se corrobora con el razonamiento de historiadores japoneses cuando afirman
que "el empleo de la bomba atómica fue para Estados Unidos, más
que la última operación militar en la II Guerra Mundial, la primera
seria batalla en la guerra fría que sostendrían contra Rusia".