24 de agosto del 2002
Necesidad de empresas transnacionales latinoamericanas
Heinz Dieterich Steffan
En las políticas gubernamentales, partidistas y académicas
sobre la economía latinoamericana existe un asombroso vacío: el
debate sobre la necesidad de empresas transnacionales latinoamericanas (ETN)
para salir de la miseria. Del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) al Banco
Mundial, desde las universidades hasta los medios de comunicación, el
silencio cómplice sobre el imperativo de las ETN es total.
Lo absurdo de esta situación es obvio. Excluir del debate sobre la ingeniería
económica del progreso tal tópico, es como excluir de la discusión
sobre la ingeniería mecánica de un automóvil el tema de
su fuente de energía y dinámica, el motor. Diseñar un medio
de desplazamiento sin considerar su propulsión, sería tal desatino
que nadie se atrevería a hacerlo. En el debate de los partidos políticos,
de los gobiernos y de los economistas académicos, sin embargo, sucede
exactamente esto. Quieren desplazarse económicamente, pero con un vehículo
sin máquina ni energía.
Dentro de estos genuinos new age economics -donde se mezclan los dogmas
de la economía neoclásica con la lucrativa esotérica mercantil
del Dalai Lama (Spirit in Business) y el neocolonialismo intelectual-
que pretenden discutir la mecánica del sistema solar abstrayendo del
sol, la verdad de la economía global desaparece. Y la verdad de la economía
mundial es que nada tiene que ver con el modelo, intuitivamente cibernético,
de Adam Smith, en el cual un infinito número de pequeñas empresas
en pleno laissez faire determinan el comportamiento del sistema.
Hoy día, la economía global está organizada en un sistema
de cuatro anillos. El primer anillo o centro estratégico de este macrosistema,
que determina su direccionalidad y velocidad de evolución, lo forman
las quinientas corporaciones transnacionales más importantes de la elite
global, del grupo G-7. El segundo anillo lo constituyen las restantes treinta
y siete mil empresas transnacionales que, en su abrumadora mayoría, también
pertenecen al G-7. El tercer anillo son las millones de pequeñas y medianas
empresas y el último que prácticamente no decide nada y está
siendo arrastrado como una cola de cometa, son las decenas de millones de microempresas
en todo el mundo.
La función de las corporaciones transnacionales en la aldea global es
tan evidente como lo fue en su tiempo la función de los galeones españoles.
Eran los vehículos que permitían acceder al plusproducto mundial.
Quién no disponía de esos vehículos, estaba separado del
surplus mundial y, por lo tanto, tenía que vivir en la miseria
y la dependencia.
En la economía contemporánea las ETN acceden al surplus
mundial a través de su poder económico-político-cultural
y de las tecnologías de punta, los cuales, a su vez, se nutren de la
ciencia de excelencia; de tal manera que empresas transnacionales, tecnología
de punta y excelencia científica forman una unidad indisoluble que determina
la sustentabilidad y las condiciones de vida de una nación. La nación
que no tiene ETNs, tampoco necesita tecnología ni ciencia avanzada, porque
está condenada al subdesarrollo. El desmantelamiento de las universidades
públicas y el tabú de las transnacionales latinoamericanas encuentran
ahí su raíz común: el destino colonial de la Patria Grande.
Sin embargo, a diferencia de África, América Latina dispone de
todos los elementos necesarios para desarrollar sus propias empresas transnacionales
o Complejos de Investigación-Producción-Comercialización
(CIPC), capaces de enfrentar a las transnacionales del Primer Mundo; actuando
dentro de un bloque regional de capitalismo proteccionista, el Mercosur ampliado,
profundizado y democratizado, y sosteniéndose sobre cuatro polos de crecimiento:
1. las pequeñas y medianas empresas (PYMES); 2. las corporaciones transnacionales
nacionales (CTN); 3. las cooperativas y, 4. las empresas estratégicas
del Estado.
Las empresas transnacionales latinoamericanas pueden tener diferentes regímenes
de propiedad, desde el capital privado y cooperativista hasta empresas mixtas
(privadas-estatales) y estatales y, de hecho, existen ya en todas esas formas.
Pero, donde más sistemáticamente se ha avanzado en esa estrategia
de desarrollo por vía de los Complejos de Investigación, Producción
y Comercialización global (CIPC), es en Cuba, en el área de las
ciencias bio-médicas. El complejo biotecnológico-farmacéutico-medico
de Cuba es, hoy día, en todos sus aspectos, comparable a una de las grandes
transnacionales de Occidente. Si se uniera en una o dos grandes holdings
con la respectiva industria brasileña y argentina, podría ocupar
exitosamente una parte considerable del surplus mundial en este segmento
de mercado que alcanza los trescientos mil millones de dólares.
La empresa aeronáutica brasileña Embraer, a su vez, tiene todo
el potencial para compartir en partes iguales con Airbus y Boeing el mercado
mundial de la aviación y, más temprano que tarde, de la industria
espacial, aprovechándose al Ecuador como el lugar geográfico de
mayor ventaja comparativa para el lanzamiento de cohetes al espacio. Varias
líneas aéreas latinoamericanas podrían fusionarse y garantizar
no sólo un mercado natural para la industria aeroespacial criolla, sino
que competiría en condiciones iguales con los europeos y estadounidenses.
Las gigantescas exportaciones de materia prima -petróleo, minerales,
granos, madera, etc.- garantizarían, por otra parte, varias grandes industrias
navales en el subcontinente. En el sector energético se ofrece un CIPC
latinoamericano, creado a través de la unión entre PdVSA de Venezuela,
Petrobras de Brasil y la reestatizada YPF de Argentina. La física nuclear
argentina y la brasileña mantienen todavía, pese a los sabotajes
de los gobiernos neoliberales, un alto nivel de competencia y podrían
ser el germen de un CIPC capaz de competir con las transnacionales Westinghouse
y Siemens en energía nuclear. Y así, ad infinitum.
Sin embargo, en lugar de operar dentro de esta lógica, concentrando los
grandes recursos nacionales en Complejos de Investigación-Producción-Comercialización,
para recapitalizar a América Latina y darle trabajo y educación,
los discípulos de Adam Smith siguen enajenándolos. Privatizan
hacia el exterior el potencial del mañana, para equilibrar sus cuentas
fiscales de hoy y quedar bien con el capital financiero internacional, en la
quimérica esperanza de escapar al inexorable fin de Argentina y Brasil.
Adam Smith, quien vivía de los ingresos transnacionales britanicos, must
be smiling in hell.