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El integrismo en Estados Unidos
Alberto Piris / Centro de Colaboraciones Solidarias.
España, julio del 2002.
Al oír hablar de integrismo estos días, instintivamente la atención se orienta hacia el mundo musulmán. Terrorismo, mulás, palestinos o talibanes son evocados a la vez en un confuso magma que provoca pánico, odio o desconfianza en amplios sectores del mundo occidental.
Sin embargo, es preciso no ignorar que también en EE.UU, el presunto faro de todas las libertades democráticas ("nos odian porque somos libres", dijo el actual presidente al querer explicar torpemente los motivos de los atentados del 11-S), crece y se desarrolla un integrismo de raíz religiosa y con acusados ribetes de fanatismo, que produce bastante inquietud.
Un juez estadounidense, quizá no demasiado avisado respecto a los vientos integristas que soplan en la metrópoli imperial, se permitió hace unos días afirmar que, considerada a la luz de una Constitución que mantiene la separación entre Iglesia y Estado, "la expresión somos una nación bajo Dios es tan rechazable como la frase somos una nación bajo Jesús o bajo Visnú o bajo Zeus, porque ninguna de estas declaraciones es neutral con respecto a la religión".
Todo esto ocurrió al hilo de la querella de un ciudadano californiano que, consecuente con sus ideas no religiosas, protestaba porque su hija tenía que jurar por Dios lealtad a la bandera nacional al comenzar las clases de cada día, como es costumbre en muchos colegios de EEUU. En cualquier país europeo, incluida España, su reclamación hubiera sido aceptada sin dificultad, dada la irrebatible solidez constitucional de su argumentación.
Pero en un caldo de cultivo de fanáticos, como el que se extiende hoy por EE.UU, la cuestión se ha complicado y la sentencia del juez ha puesto en efervescencia el integrismo estadounidense, que se alimenta con una irracional mitificación de Dios, la patria y la bandera de las barras y estrellas. El propio presidente Bush participó en las andanadas disparadas contra el juez, calificando la decisión del tribunal de "ridiculez", en una insólita muestra de desprecio del poder ejecutivo hacia el judicial. Desde su habitual embrollo intelectual, amplió así el razonamiento: "Los jueces no se dan cuenta de que nuestro respeto a la bandera y a la patria y nuestros derechos provienen directamente de Dios", frase que cualquier islamista le hubiera tomado prestada con mucho gusto, poniendo a Alá en vez de Dios.
Ese extremismo fanático no es exclusivo de los republicanos, por tradición siempre más conservadores. Un destacado senador demócrata se rasgó las vestiduras afirmando: "No voy a permitir que mi patria esté gobernada por una banda de ateos. Esta nación es de gente creyente, y el que no quiera quedarse en ella, que se marche". Los inquisidores y los nazis del pasado, los halcones de Sharon y los fanáticos de todo pelaje de hoy y de mañana se identificarán sin duda alguna con ese deseo de alejar, expulsar o suprimir a los que no piensan del mismo modo. Toda una exhibición de mentalidad totalitaria en el Senado de un país que nació como ejemplo de democracia. Las amenazas de muerte y los anónimos agresivos, recibidos por el juez en cuestión, revelan una sociedad propensa al linchamiento moral, cuando no físico.
Una prueba más del vigor creciente del integrismo estadounidense es la estrecha vinculación que se aprecia entre la llamada "derecha cristiana" y los círculos islámicos. De común acuerdo, junto con el Vaticano, han cerrado filas en la ONU para oponerse conjuntamente a todo lo que signifique mejora de las libertades políticas y sexuales de las mujeres, niños y homosexuales, y a los esfuerzos de aquélla para combatir el sida y los embarazos no deseados.
Un diplomático marroquí, representante de la Organización de Conferencias Islámicas en la ONU, lo ha expresado así: "Lo que más nos une es la defensa de los valores familiares, de la familia natural. La Administración republicana defiende esos valores familiares". En boca de un marroquí islámico, es fácil imaginar lo que las expresiones "valores familiares" y "familia natural" pueden significar para la libertad individual de las mujeres y sus derechos básicos. Por su parte, el presidente del Instituto de la Familia Católica y los Derechos Humanos, de Nueva York, ha intentado explicar esa extraña alianza: "Los vemos como aliados, no necesariamente como amigos". Un matiz que no es fácil de entender, salvo advirtiendo que se trata del punto de encuentro lógico entre dos extremismos intransigentes, por muy enfrentados que puedan estar en otras cuestiones.
El temporal integrista arrecia. Desde Oriente y Occidente, somos apremiados con insistencia para tomar partido. El que no está conmigo, está contra mí; es la idea más repetida. Detrás siempre hay un Dios exigente que fulmina a unos y protege a los otros. Una reciente viñeta gráfica lo expresaba con ironía: "- Tú, żen nombre de qué Dios matas? - No mato en nombre de ninguno: soy ateo." En nombre de su Dios, los seguidores de Ben Laden ensangrentaron Nueva York y Washington. En nombre del que protege a Estados Unidos, Bush y el Pentágono arrasaron después Afganistán. En ambos casos han perecido miles de personas inocentes. Que las gentes se maten ferozmente en nombre de unos dioses de los que se asegura que sólo exigen amor y compasión es una paradoja cruel, pero muy de actualidad.