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26 de julio de 2002
La catástrofe del posmodernismo
John Zerzan
Pimienta negra, 7 de julio de 2002
Título original: "The Catastrophe of Postmodernism" Traducción:
Round Desk
Madonna, "¿Nos estamos divirtiendo aún?", periódicos de supermercado,
Milli Vanilli/1, realidad virtual, "shop 'till you drop [compra hasta caer rendido],
la Gran Aventura de PeeWee/2, el "empowerment" [lo que permite hacer algo lo
mejor posible] del New Age/Computer/3, mega-tiendas, Talking Heads/4, películas
basadas en tiras cómicas, consumo "verde". Una construcción de
lo resueltamente superficial y cínico. Anuncio de Toyota: "Nuevos valores:
ahorro, cuidado personal... todas esas cosas". Almacén al por menor:
"Contenidos de Estilo"; "Why ask Why? Try Bud Dry" [¿Por qué preguntar
por qué? Prueba Bud Dry]; mirar la televisión interminablemente
mientras nos burlamos de ella. Incoherencia, fragmentación, relativismo
?hasta e incluyendo el desmantelamiento de la propia noción de significado
(¿porque el récord de la racionalidad ha sido tan pobre?); adopción
de lo marginal, mientras se ignora cuán fácilmente los márgenes
se han puesto de moda. "La muerte del sujeto" y "la crisis de la representación".
Posmodernismo. Originariamente un tema de la estética, ha colonizado
"áreas cada vez más amplias", según Ernesto Laclau, "hasta
convertirse en el nuevo horizonte de nuestra experiencia cultural, filosófica
y política". "La creciente convicción", como la tiene Richard
Kearney, "de que la cultura humana tal como la hemos conocido... ha llegado
ahora a su fin". Especialmente en los EE.UU., es la intersección de la
filosofía postestructuralista con la cada vez más amplia condición
de la sociedad: un ethos especializado y, mucho más importante, la llegada
de lo que la sociedad industrial moderna había anticipado. El posmodernismo
es la contemporaneidad, un embrollo de soluciones a plazos en todos los niveles,
donde destacan la ambigüedad, la negativa a examinar los orígenes
o los fines, tanto como el rechazo de los planteamientos de oposición,
"el nuevo realismo". Al no significar nada y no ir a parte alguna, el pm [posmodernismo]
es un milenarismo invertido, una realización de conjunto del sistema
de "vida" tecnológico del capital universal. No resulta accidental que
la Universidad de Carnegie-Mellon, que en los años 80 fue la primera
en exigir que todos los estudiantes estuvieran equipados con ordenadores, estableciera
"el primer programa de estudios postestructuralista del país".
El narcisismo del consumidor y un "¿qué más da?" universal señalan
el fin de la filosofía como tal y el esbozo de un paisaje, de acuerdo
con Kroker y Cook, de "desintegración y decadencia sobre la irradiación
de fondo de la parodia, el kitsch y el agotamiento". Henry Kariel concluye que
"para el posmodernismo, es sencillamente demasiado tarde para oponerse al impulso
de la sociedad industrial". Superficie, novedad, contingencia: no hay ningún
fundamento a mano para criticar nuestra crisis. Si el posmodernismo típico
se resiste a conclusiones generalizables, en favor de un supuesto pluralismo
y de una perspectiva abierta, también es razonable (si se nos permite
utilizar tal palabra) predecir que si y mientras vivimos en una cultura completamente
pm, ya no sabremos cómo formular eso.
La primacía del lenguaje y el fin del sujeto
Desde el punto de vista del pensamiento sistemático, la creciente preocupación
por el lenguaje es un factor clave explicable por el clima pm de enfoques estrechos
y de retroceso. El llamado "descenso al lenguaje", o "giro lingüístico",
ha impuesto la presunción posmodernista-postestructuralista de que el
lenguaje constituye el mundo humano y el mundo humano la totalidad del mundo.
Principalmente en este siglo [el siglo XX], el lenguaje fue ocupando la parte
central de la filosofía, entre figuras tan diversas como Wittgenstein,
Quine, Heidegger o Gadamer, en tanto crecía la atención hacia
la teoría de la comunicación, la lingüística y la
cibernética, y los lenguajes informáticos demostraban un énfasis
similar durante décadas en la ciencia y la tecnología. Este bien
pronunciado giro hacia el lenguaje fue adoptado por Foucault como un "salto
decisivo hacia una forma de pensamiento completamente nueva". De una manera
menos positiva, se lo puede explicar al menos parcialmente desde la perspectiva
del pesimismo que siguió al declive del impulso de oposición de
los años 60. La década del 70 fue testigo de un alarmante repliegue
dentro de lo que Edward Said llamó el "laberinto de la textualidad",
como opuesto a la ocasional actividad intelectual rebelde del período
anterior.
Quizá no sea paradójico que el "fetiche de lo textual", como señaló
Ben Agger, "desplegara su atracción en una época en que los intelectuales
eran despojados de sus palabras". El lenguaje se degrada cada vez más,
vaciado de sentido, sobre todo en su uso público. Ya no se puede confiar
en las palabras, y esto forma parte de una amplia corriente antiteórica,
detrás de la cual se oculta una derrota mucho mayor que la de los ´60:
la de la herencia completa de la racionalidad de la Ilustración. Hemos
dependido del lenguaje como de la doncella supuestamente fiel y transparente
de la razón, ¿y adónde nos ha llevado? Auschwitz, Hiroshima, miseria
psíquica de las masas, destrucción inminente del planeta, por
mencionar sólo unas pocas cosas. Abrazamos el posmodernismo, con sus
vueltas evidentemente extravagantes y fragmentadas. Saints and Postmodernism
(1990), de Edith Wyschograd, no sólo da testimonio de la ubicuidad del
"enfoque" pm ?no hay, en apariencia, ningún campo fuera de su alcance-,
sino que además reflexiona convincentemente sobre la nueva orientación:
"El posmodernismo, como estilo discursivo ?filosófico? y ?literario?,
no puede apelar francamente a las técnicas de la razón, instrumentos
ellas mismas de la teoría, sino que debe forjar nuevos y necesariamente
misteriosos medios para socavar los fervores de la razón".
El antecedente inmediato del posmodernismo/postestructuralismo, imperante en
los años 50 y buena parte de los 60, se organizó en torno a la
centralidad que otorgaba al modelo lingüístico. El estructuralismo
aportó la premisa de que el lenguaje constituye nuestro único
medio para acceder al mundo de los objetos y de la experiencia y su ensanche;
de que el significado surge completamente del juego de las diferencias dentro
de sistemas de signos culturales. Levi-Strauss, por ejemplo, explicó
que la clave de la antropología yace en el descubrimiento de leyes sociales
inconscientes (por ejemplo, aquellas que regulan los vínculos matrimoniales
y de parentesco), que están estructuradas como el lenguaje. Fue el lingüista
suizo Saussure quien subrayó, en un paso muy influyente para el posmodernismo,
que el significado no reside en una relación entre una proposición
y aquello a lo que se refiere, sino en la relación de unos signos con
otros. La creencia saussuriana en la naturaleza cerrada, autorreferencial del
lenguaje, implica que todo está determinado dentro de éste, llevando
al abandono de nociones extrañas como alienación, ideología,
represión, etc., y concluyendo que lenguaje y conciencia son prácticamente
lo mismo.
Dentro de esta trayectoria, que rechaza la concepción del lenguaje como
un medio externo desplegado por la conciencia, aparece el también muy
influyente neofreudiano Jacques Lacan. Para él, no sólo la conciencia
está impregnada completamente por el lenguaje y no existe por sí
misma aparte del lenguaje; incluso "el inconsciente está estructurado
como un lenguaje".
Pensadores anteriores, Nietzsche y Heidegger especialmente, ya habían
sugerido que un lenguaje diferente o una relación modificada con el lenguaje
podía traer de algún modo nuevas e importantes intuiciones. Con
el giro lingüístico de los tiempos más recientes, hasta el
concepto de un individuo que piensa como base del conocimiento llegó
a ser dudoso. Saussure descubrió que "el lenguaje no es una función
del sujeto hablante", sino que por el contrario es el que le da voz a éste,
ocupando así la primacía. Roland Barthes, cuya carrera se desarrolla
en los períodos estructuralista y postestructuralista, decidió
que "es el lenguaje el que habla, no el autor", observación a la que
se equipara la de Althusser de que la historia es "un proceso sin sujeto". Si
el sujeto es visto esencialmente como una función del lenguaje, la sofocante
mediación de éste y la del orden simbólico en general ascienden
al primer lugar de la agenda. Así, el posmodernismo se flagela tratando
de comunicar lo que se encuentra más allá del lenguaje, "para
mostrar lo inmostrable". Mientras tanto, dada la duda radical introducida en
cuanto a la disponibilidad para nosotros de un referente en el mundo exterior
al lenguaje, lo real desaparece de la reflexión. Jacques Derrida, la
figura central del ethos posmodernista, procede como si la conexión entre
las palabras y el mundo fuera arbitraria. El objeto mundo no desempeña
ningún papel para él. El agotamiento del modernismo y la aparición
del posmodernismo requieren, antes de volver a Derrida, unos pocos comentarios
más sobre los precursores y el cambio más amplio en la cultura.
El posmodernismo plantea cuestiones sobre la comunicación y el significado,
de manera que la categoría de la estética, al menos, se convierte
en problemática. Para el modernismo, con su feliz creencia en la representación,
el arte y la literatura mantienen como mínimo cierta promesa de aportar
una visión de realización y armonía. Hasta el fin del modernismo,
la "alta cultura" fue considerada como un depósito de sabiduría
moral y espiritual. Ahora no parece existir tal creencia, al revelar quizá
la ubicuidad de la cuestión del lenguaje el vacío dejado por el
fracaso de los otros candidatos a unos comienzos promisorios para la imaginación
humana. En los años 60 el modernismo pareció haber alcanzado el
fin de su desarrollo, abriendo paso el canon austero de su pintura (por ejemplo,
Rothko o Reinhardt) a los esponsales del acrítico pop art con la cultura
de consumo comercial vernácula. El posmodernismo, y no sólo en
las artes, es el modernismo sin las esperanzas y sueños que hicieron
soportable la modernidad.
En las artes visuales, se verifica una extendida tendencia "fast food", en la
dirección de un entretenimiento fácilmente consumible. Howard
Fox observa que "tal vez la artificiosidad sea la principal cualidad del arte
posmoderno". Una decadencia o agotamiento del desarrollo se observa también
en las sombrías pinturas de Eric Fischl, donde a menudo cierto horror
parece acechar bajo la superficie. Esta cualidad vincula a Fischl, pintor pm
esencial de Norteamérica, a la igualmente siniestra Twin Peaks y a la
figura pm esencial de la televisión, David Lynch. La imagen, desde Warhol,
es autoconscientemente una mercancía reproducible mecánicamente
y ésta es la razón de fondo tanto de la superficialidad como de
la nota común espectral y ominosa. El eclecticismo tan frecuentemente
notado del posmodernismo es un reciclaje arbitrario de fragmentos de aquí
y de allá, especialmente del pasado, que a menudo asume la forma de la
parodia y del kitsch. Desmoralizado, desrealizado, deshistorizado, el arte ya
no puede tomarse a sí mismo en serio. La imagen no se refiere ya en primer
lugar a algún "original", situado en alguna parte del mundo "real"; se
refiere, y de manera creciente, sólo a otras imágenes. Así,
refleja lo perdidos que estamos, cuán separados de la naturaleza, en
el mundo cada vez más mediado del capitalismo tecnológico. El
término posmodernismo se aplicó por primera vez, en los años
70, a la arquitectura. Christopher Jencks escribió sobre una propuesta
antiprograma y propluralista, el abandono del sueño modernista de la
forma pura en favor de la escucha de "los múltiples lenguajes de la gente".
Más honestas son la celebración de Las Vegas de Robert Venturi
y la admisión por parte de Piers Gough de que la arquitectura pm no se
interesa más por la gente de lo que lo hizo la arquitectura modernista.
Los arcos y columnas puestos en los compartimientos modernistas son una frágil
fachada de la travesura y la individualidad, que ciertamente no transforma las
concentraciones anónimas de riqueza y poder por debajo. Los escritores
posmodernistas cuestionan los fundamentos mismos de la literatura, en vez de
seguir creando la ilusión de un mundo externo. La novela reorienta su
atención sobre sí misma. Donald Barthelme, por ejemplo, escribe
historias que parecen recordarle siempre al lector que son artificios. Al protestar
contra la exposición, el punto de vista y otros patrones de la representación,
la literatura pm exhibe su incomodidad con las formas suavizadas y domesticadas
por los productos culturales. Mientras el distante mundo se vuelve más
artificial y su sentido menos sujeto a nuestro control, el nuevo planteamiento
revelaría más bien la ilusión aun a costa de no decir ya
nada. Aquí y en todas partes el arte lucha contra sí mismo, y
sus anteriores exigencias de ayudarnos a comprender el mundo se desvanecen,
en tanto el concepto de imaginación incluso pierde su fuerza.
Para algunos, la pérdida de la voz narrativa o el punto de vista es equivalente
a la pérdida de nuestra capacidad para situarnos a nosotros mismos históricamente.
Para los posmodernistas esta pérdida representa cierta liberación.
Raymond Federman, por ejemplo, ensalza en la ficción venidera el hecho
de que "estará en apariencia libre de cualquier significado... deliberadamente
ilógica, irracional, irrealista, no deductiva e incoherente". La fantasía,
en ascenso durante décadas, es una forma común del posmodernismo,
que lleva consigo el recordatorio de que lo fantástico enfrenta a la
civilización con las propias fuerzas que ésta debe reprimir para
sobrevivir. Pero es una fantasía que, igualando a la desconstrucción
y a los elevados niveles de cinismo y resignación en la sociedad, no
cree en sí misma hasta el punto de una gran comprensión o comunicación.
Los escritores pm parecen ahogarse en los pliegues del lenguaje, transmitiendo
poca cosa más que su actitud irónica respecto a las más
tradicionales exigencias de verdad y sentido de la literatura. Quizá
sea característica la novela de Laurie Moore, Like Life [Como la vida]
(1990), cuyo título y contenido ponen de manifiesto una retirada de la
vida y una inversión del Sueño Americano, en el que las cosas
sólo pueden ir a peor. La celebración de la impotencia El posmodernismo
subvierte dos de los principios centrales del humanismo de la Ilustración:
el poder del lenguaje para configurar el mundo y el poder de la conciencia para
dar forma a un yo. De este modo nos encontramos con el vacío posmodernista,
la noción general de que el anhelo de emancipación y libertad
prometidos por los principios humanistas de la subjetividad no puede ser satisfecho.
El pm considera al yo como una convención lingüística. Como
señaló William Burroughs: "Nuestro ?yo? es un concepto completamente
ilusorio". Resulta obvio que el alabado ideal de la individualidad ha estado
bajo presión durante mucho tiempo. El capitalismo, en realidad, ha hecho
una profesión de fe de la exaltación del individuo mientras lo
destruía (a él y a ella). Y las obras de Marx y Freud han hecho
mucho por mostrar como descaminada e ingenua la creencia en el yo kantiano racional
y soberano a cargo de la realidad, junto a sus intérpretes estructuralistas
más recientes, Althusser y Lacan, que han contribuido a la empresa y
la han actualizado. Pero en esta época la presión es tan extrema
que el término "individuo" se ha vuelto obsoleto, siendo reemplazado
por el de "sujeto", que incluye siempre el aspecto de estar sujetado (como,
por ejemplo, en el término más antiguo "súbdito del rey/5).
Incluso ciertos radicales libertarios, como el grupo Interrogaciones en Francia,
se suman al coro posmodernista para rechazar al individuo como un juicio de
valor, debido a la degradación de la categoría por la ideología
y la historia.
Así, el pm revela que la autonomía ha sido mayormente un mito
y que los acariciados ideales de dominio y voluntad son similarmente engañosos.
Pero si junto con esto se nos prometió un nuevo y serio intento de desmistificar
la autoridad, oculta detrás de las máscaras de una "libertad"
humanista burguesa, lo que en realidad se consiguió fue una dispersión
del sujeto tan radical como para volverlo impotente, incluso no existente, como
cualquier clase de agente. ¿Quién o qué queda para lograr la liberación,
o es ésta una idea fantástica más? La actitud posmoderna
necesita esto: borrar a la persona, en tanto que la existencia misma de su propia
crítica depende de ideas desacreditadas como la de subjetividad. Fred
Dallmayr, al reconocer el extendido atractivo del antihumanismo contemporáneo,
advierte que las primeras víctimas son la reflexión y el sentido
de los valores. Afirmar que somos en primer lugar instancias del lenguaje significa
obviamente despojarnos de nuestra capacidad para comprender el todo, en una
época que nos convoca urgentemente a hacerlo. No es de extrañar
que para algunos el pm sea igual, en la práctica, a un mero liberalismo
sin sujeto, mientras que las feministas que intentan definir o reclamar una
identidad femenina autónoma serán también, probablemente,
disuadidas.
El sujeto posmoderno, lo que presumiblemente ha quedado de la máscara
del sujeto, parece ser sobre todo la personalidad construida por y para el capital
tecnológico, descrita por el teórico de la literatura marxista
Terry Eagleton como "la red dispersa, descentrada, de vínculos libidinales,
vaciada de sustancia ética e interioridad psíquica, la función
efímera de este o aquel acto de consumo, experiencia mediática,
relación sexual o tendencia de la moda". Si la definición de Eagleton
del no-sujeto actual tal como fue anunciado por el pm es infiel al punto de
vista de éste, resulta difícil encontrar fundamentos para distanciarse
de su acerbo resumen. Con el posmodernismo, incluso la alienación se
disuelve, ¡puesto que ya no hay sujeto para ser alienado! La fragmentación
y la impotencia contemporáneas difícilmente podrían ser
anunciadas más completamente, o la ira existente y el desamor más
plenamente ignorados.
Derrida: desconstrucción y "différance"/6 Por ahora, es suficiente
lo dicho sobre el trasfondo y los rasgos generales. El planteamiento posmoderno
específico más influyente ha sido el de Jacques Derrida, planteamiento
que se conoce desde los años 60 como desconstrucción. En filosofía,
el posmodernismo significa sobre todo los escritos de Derrida, y esta perspectiva,
la más temprana y la más extrema, ha encontrado una resonancia
mucho más allá de la filosofía, en la cultura popular y
su entorno.
Ciertamente, el "giro lingüístico" se relaciona con la aparición
de Derrida, lo que hace que David Wood llame desconstrucción al "cambio
absolutamente inevitable de la filosofía actual", no obstante plantear
una ineludible dificultad como lenguaje escrito. Este lenguaje no es inocente
o neutral, sino que lleva consigo un considerable número de supuestos
que han sido el impulso de su desarrollo, y muestra lo que Derrida ve como la
naturaleza fundamentalmente autocontradictoria del discurso humano. El Teorema
de Incompletitud del matemático Kurt Gödel afirma que cualquier
sistema formal puede ser, o bien consistente o bien completo, pero no ambas
cosas. De una manera bastante parecida, Derrida declara que el lenguaje se vuelve
constantemente contra sí mismo, de modo tal que, analizado de cerca,
nunca decimos lo que queremos decir, o nunca queremos decir lo que decimos.
Pero como los semiólogos antes de él, también sugiere al
mismo tiempo que un método desconstructivo podría desmitificar
los contenidos ideológicos de todos los textos, interpretando todas las
actividades humanas esencialmente como textos. La contradicción básica
y la estrategia de encubrimiento inherente a la metafísica del lenguaje
en su más amplio sentido se podrían poner al descubierto, de lo
que resultaría un tipo de conocimiento más profundo. Lo que opera
contra esta última exigencia, con su promesa política insinuada
permanentemente por Derrida, es precisamente el contenido de la desconstrucción;
ésta considera el lenguaje como una fuerza independiente en movimiento
constante, que no permite una estabilización del significado o una comunicación
precisa, como se ha dicho más arriba. A este flujo generado internamente,
lo llamó "différance", y esto es lo que lleva a la idea misma
de significado a la destrucción, junto a la naturaleza autorreferencial
del lenguaje, que, como se observó anteriormente, sostiene que no hay
ningún espacio más allá del lenguaje, ningún "ahí
fuera" para el significado que exista de algún modo. La intención
y el sujeto son aplastados, y lo que se revela no son cualesquiera "verdades
internas", sino una proliferación infinita de significados posibles generados
por la différance, el principio que caracteriza a la lengua. El significado
dentro del lenguaje también se hace elusivo por la insistencia de Derrida
en que éste es metafórico y, por tanto, no puede transmitir directamente
la verdad, una noción tomada de Nietzsche y que borra la distinción
entre filosofía y literatura. Todas estas intuiciones contribuyen supuestamente
a la naturaleza audaz y subversiva de la desconstrucción, pero también
plantean con seguridad algunas preguntas básicas. Si el significado es
impreciso, ¿cómo el razonamiento y los términos de Derrida no
son también imprecisos, imposibles de fijar? Éste ha replicado
a sus críticos, por ejemplo, que no tienen claro su significado, mientras
que su "significado" es que no puede haber ningún significado definible,
claro. Y aunque su entero proyecto se dirige, en un sentido importante, a subvertir
todas las pretensiones del sistema a cualquier clase de verdad trascendente,
eleva la différance al estatus trascendente de cualquier primer principio
filosófico.
Para Derrida, ha sido la valorización del habla por encima de la escritura
lo que ha llevado al pensamiento occidental a pasar por alto la ruina que el
lenguaje en sí mismo provoca en la filosofía. Al privilegiar la
palabra hablada, se produce un falso sentido de inmediatez, la noción
inválida de que en el habla se presenta la cosa misma y la representación
triunfa. Pero el habla no es más "auténtica" que la palabra escrita,
no es en absoluto inmune al fracaso del lenguaje para entregarnos exacta o definitivamente
los bienes (de la representación). Es el deseo extraviado de presencia
lo que caracteriza a la metafísica de Occidente, un deseo irreflexivo
de éxito de la representación. Es importante notar que a causa
de que Derrida rechaza la posibilidad de una existencia inmediata, ataca la
eficacia de la representación, pero no la categoría en sí
misma. Se burla del juego, pero igual lo juega. La différance (más
tarde, simplemente "différence") pasa a ser indiferencia, debido a la
inaccesibilidad de la verdad o el significado, y desemboca absolutamente en
el cinismo.
Muy temprano discutió Derrida los pasos falsos de la filosofía
en el área de la presencia, en relación a la búsqueda atormentada
de ésta por Husserl. Luego desarrolló su teoría de la "gramatología",
donde devolvió a la escritura su propia primacía, en contraste
con el sesgo fonocéntrico de Occidente, o su valorización del
habla. Lo hizo, sobre todo, criticando a aquellas figuras mayores que cometieron
el pecado de fonocentrismo, incluidos Rousseau, Heidegger, Saussure y Levy-Strauss,
lo cual no significa que no reconociera su deuda con los tres últimos.
Como si recordara las implicaciones obvias de su planteamiento desconstructivo,
los escritos de Derrida se alejaron en los años 70 de las discusiones
filosóficas directas precedentes. Glas (1974) [extractos en castellano,
revista Anthropos, Barcelona, suplemento 32, mayo 1992, trad.de C. de Peretti
y L. Ferrero] es una mezcolanza de Hegel y Genet, en la que la argumentación
es reemplazada por la libre asociación y los malos juegos de palabras.
Aunque desconcertante incluso para sus más fervientes admiradores, Glas
está ciertamente en consonancia con el principio de la ambigüedad
inevitable del lenguaje y busca subvertir las pretensiones del discurso metódico.
Spurs (1978) [Espolones. Los estilos de Nietzsche, trad. de M. Arranz, Valencia,
Pre-textos, l98l] es un extenso estudio sobre Nietzche que finalmente se centra
no en lo publicado por éste, sino en la nota manuscrita en el margen
de uno de sus cuadernos: "He olvidado mi paraguas". Existen posibilidades infinitas,
y sobre las cuales no se puede tomar decisión alguna, en cuanto al significado
o importancia ?si alguna tiene- de este comentario garabateado. Ésta,
por supuesto, es la manera de Derrida de sugerir que lo mismo se puede decir
de todo lo que escribió Nietzsche. El lugar que ocupa el pensamiento,
según la desconstrucción, está claramente (digamos mejor,
oscuramente) al lado de lo relativo, de lo fragmentado, de lo marginal.
Indudablemente, el significado no es algo que se pueda atribuir, si es que siquiera
existe. Al comentar el Fedro, de Platón, el maestro de la descomposición
llega tan lejos como para afirmar que "como cualquier otro texto, [éste]
no puede ser abarcado, al menos de una manera virtual, dinámica, lateral,
por la totalidad de las palabras que componen el sistema del lenguaje griego".
Ligado a esto, tenemos la oposición de Derrida a las oposiciones binarias,
como literal/metafórico, serio/divertido, profundo/superficial, naturaleza/cultura,
ad infinitum. Las considera como jerarquías conceptuales básicas,
pasadas de contrabando principalmente por el propio lenguaje, el cual crea la
ilusión de nitidez u orientación. Declara además que la
obra desconstructiva de derrocamiento de estos pares, que valorizan a uno de
los dos términos por encima del otro, lleva a un derrocamiento político
y social de las jerarquías reales, no conceptuales. Pero rechazar automáticamente
todas las oposiciones binarias es una propuesta metafísica en sí
misma; de hecho, pasa por alto la política y la historia, más
allá del fallo de ver en los opuestos, con todo lo impreciso que éstos
puedan ser, nada más que una realidad lingüística. En el
desmantelamiento de todos los binarismos, la desconstrucción apunta a
"concebir la diferencia sin oposición". Lo que en pequeñas dosis
podría parecer un intento saludable, el escepticismo sobre lo nítido,
sobre las caracterizaciones de lo uno/o lo otro, procede a la muy cuestionable
prescripción de rechazar todo lo que sea inequívoco. Decir que
no puede haber ninguna postura de sí o no, es equivalente a la parálisis
del relativismo, en el que la "impotencia" se convierte en la estimada compañera
de la "oposición".
Quizás el caso de Paul De Man, quien extendió y profundizó
las posiciones desconstructivas seminales de Derrida (y en opinión de
muchos, superándolo), sea instructivo. Poco después de la muerte
de De Man, en 1985, se descubrió que de joven había escrito varios
artículos periodísticos antisemitas y pro-nazis en la Bélgica
ocupada. La categoría de este brillante desconstructor de Yale, y en
realidad, para algunos, el valor filosófico y moral de la desconstrucción
misma, fue puesta en cuestión por la sensacional revelación. De
Man, como Derrida, había subrayado "la duplicidad, la confusión,
la falsedad que damos por supuestas en el uso del lenguaje". A mi entender,
coherente con esto, a pesar de su descrédito, fue el tortuoso comentario
de Derrida sobre el período colaboracionista de De Man: en resumen, "¿cómo
podemos juzgar, quién tiene derecho a decir?" Un testimonio ruin de la
desconstrucción, considerada hasta cierto punto como una etapa entre
los antiautoritarios.
Derrida anunció que la desconstrucción "instigaba a la subversión
de todo reino". En realidad, él mismo se ha mantenido dentro del académicamente
seguro reino de la invención de cada vez más ingeniosas complicaciones
textuales, para seguir en actividad y evitar reflexionar sobre su propia situación
política. Uno de los conceptos centrales de Derrida, la diseminación,
describe el lenguaje, bajo el principio de la diferencia, no tanto como una
rica cosecha de significados sino como una especie de pérdida y derramamiento
infinitos, con el significado que aparece en todas partes y se evapora prácticamente
a la vez. Este flujo del lenguaje, incesante e insatisfactorio, es el paralelo
más perfecto de aquello en que consiste el meollo del crédito
al consumo y su circulación infinita de no-significación. Así,
Derrida, inconscientemente, eterniza y universaliza la vida sometida, convirtiendo
a la comunicación humana en su imagen. El "todo reino" que deseaba ver
subvertido por la desconstrucción ha sido, en su lugar, extendido y considerado
como absoluto. Derrida representa tanto la muy trillada tradición francesa
de la explicación de textos, como la reacción contra la veneración
igualmente francesa por el lenguaje clasicista cartesiano, con sus ideales de
claridad y equilibrio. La desconstrucción emergió también,
en cierta medida, como parte del elemento original de la cercana revolución
de 1968, especialmente la revuelta estudiantil contra la esclerosada educación
superior en Francia. Algunos de sus términos clave (por ejemplo, diseminación)
fueron tomados de las lecturas heideggerianas de Blanchot, con lo cual no se
le pretende negar al pensamiento de Derrida una significativa originalidad.
Presencia y representación se ponen permanentemente una a otra en tela
de juicio, mostrando al sistema subyacente como infinitamente agrietado, y esto
en sí mismo es una contribución importante.
Desgraciadamente, la transformación de la metafísica en una cuestión
de escritura, en la que los significados se escogen prácticamente a sí
mismos y no pudiéndose demostrar así que un discurso (y por consiguiente
un modo de acción) sea mejor que otro, parece menos que radical. La desconstrucción
es abrazada ahora por los titulares de los departamentos de inglés, las
asociaciones profesionales y otros cuerpos de importancia porque plantea el
tema de la representación tan débilmente. La desconstrucción
de la filosofía de Derrida admite que debe dejar intacto el propio concepto
cuya falta de fundamentos revela. En la medida en que encuentra insostenible
la noción de una realidad independiente del lenguaje, la desconstrucción
no puede prometer la liberación de la famosa "casa-prisión del
lenguaje". La esencia del lenguaje y la primacía de lo simbólico
no son abordados realmente, pero se los muestra tan ineludibles como inadecuados
son para la satisfacción. Ninguna salida; como declaró Derrida:
"No se trata de lanzarse a un nuevo orden no represivo (no hay ninguno)". La
crisis de la representación Si la contribución de la desconstrucción
es una erosión de nuestra certidumbre en la realidad, ella olvida que
la realidad ?la publicidad y la cultura de masas, para mencionar sólo
dos ejemplos superficiales- ya ha consumado esto. Así, el punto de vista
esencialmente posmoderno expresa el movimiento del pensamiento desde la decadencia
hasta su elegía, o fase pos-pensamiento, o como lo sintetizó John
Fekete, "la crisis más profunda del espíritu occidental, la pérdida
de vigor más honda". La sobrecarga de representación de hoy sirve
para subrayar el empobrecimiento radical de la vida en la sociedad de clases
tecnológica ?la tecnología es privación. La teoría
clásica de la representación sostenía que el significado
o verdad antecedía y ordenaba las representaciones que transmitía.
Pero ahora podemos vivir en una cultura posmoderna donde la imagen ha llegado
a ser menos la expresión de algo individual que el producto de una tecnología
consumista anónima. Cada vez más mediada, la vida en la Era de
la Información está controlada crecientemente por la manipulación
de los signos, los símbolos, el marketing y las encuestas. Nuestra época,
dice Derrida, es "una época sin naturaleza".
Todas las formulaciones de lo posmoderno concuerdan en percibir una crisis de
la representación. Derrida, como se observó, empezó a cuestionar
la naturaleza misma del proyecto filosófico en cuanto fundado en la representación,
planteando ciertas cuestiones insolubles sobre la relación entre representación
y pensamiento. La desconstrucción socava las exigencias epistemológicas
de la representación, al mostrar que el lenguaje, por ejemplo, resulta
inadecuado para la tarea de la representación. Pero este socavamiento
elude abordar la naturaleza represiva de su objeto, insistiendo, otra vez, en
que la presencia pura, el espacio más allá de la representación,
sólo puede ser un sueño utópico. No puede haber un contacto
no mediado o comunicación, sólo signos y representaciones; la
desconstrucción es una búsqueda de la presencia y la plenitud
interminable y necesariamente pospuesta.
Jacques Lacan, compartiendo la misma resignación que Derrida, por lo
menos muestra algo más en lo que se refiere a la esencia maligna de la
representación. Ampliando a Freud, determinó que el sujeto está
constituido y alienado a la vez por su entrada en el orden simbólico,
especialmente el lenguaje. Mientras rechaza la posibilidad del retorno a un
estado de pre-lenguaje en el que la promesa rota de la presencia se podría
cumplir, al menos puede captar la apoplejía fundamental en que consiste
la sumisión de los libres deseos al mundo simbólico, la capitulación
de la singularidad ante el lenguaje. Lacan llamó indecible al gozo porque
éste sólo puede darse propiamente fuera del lenguaje: esa felicidad
que es el deseo de un mundo sin la fractura del dinero o la escritura, una sociedad
sin representación. La incapacidad para generar significados simbólicos
es, irónicamente en cierto modo, el problema básico del posmodernismo.
Éste culmina su actitud en la frontera entre lo que puede ser representado
y lo que no puede serlo, una solución a medio camino (en el mejor de
los casos) que se niega a negar la representación. (En lugar de ofrecer
aquí argumentos en favor del punto de vista que considera lo simbólico
como represivo y alienante, remito al lector a los primeros cinco ensayos de
mi Elements of Refusal [Left Bank Books, 1988], que tratan sobre el tiempo,
el lenguaje, el número, el arte y la agricultura como extrañamientos
culturales debidos a la simbolización.) Mientras tanto, un público
alejado y exhausto pierde interés en el presunto solaz de la cultura,
y con la profundización y espesamiento de la mediación surge el
descubrimiento de que quizás éste haya sido siempre el significado
de la cultura. Sin embargo, no es ciertamente insólito hallar que el
posmodernismo no admita que la reflexión está en los orígenes
de la representación, insistiendo en la imposibilidad de una existencia
no mediada.
En respuesta a la añoranza de la totalidad perdida de la precivilización,
el posmodernismo dice que la cultura ha llegado a ser tan fundamental para la
existencia humana que no hay posibilidad de ahondar debajo de ella. Esto, por
supuesto, recuerda a Freud, quien reconoció la esencia de la civilización
como supresión de la libertad y la totalidad, aunque decidiese que el
trabajo y la cultura eran más importantes. Freud fue lo suficientemente
honesto como para admitir la contradicción o no-reconciliación
implícita en la opción a favor de la naturaleza mutilante de la
civilización, mientras que el posmodernismo no lo es.
Floyd Merrell señala que "una clave, tal vez la principal del pensamiento
de Derrida", fue su decisión de colocar la cuestión de los orígenes
fuera de discusión. Y así, mientras aludía en toda su obra
a una complicidad entre los supuestos fundamentales del pensamiento de Occidente
y la violencia y la represión que han caracterizado a la civilización
occidental, rechazó, principalmente y de manera muy influyente, cualquier
noción de origen. Después de todo, el pensamiento causal es uno
de los objetos de burla del posmodernismo. La "Naturaleza" es una ilusión,
de manera que ¿qué podría significar "antinatural"? En lugar del
espléndido "Bajo el pavimento está la playa" de los situacionistas,
tenemos el rechazo famoso de Foucault, en Las palabras y las cosas, a la noción
completa de la "hipótesis represiva". Freud nos dio la comprensión
de la cultura como inhibidora y generadora de neurosis; el pm nos dice que la
cultura es todo lo que podemos tener, y que sus fundamentos, si es que existen,
no son asequibles a nuestro entendimiento. El posmodernismo es aparentemente
lo que nos queda cuando se completa el proceso de modernización y la
naturaleza ha desaparecido para siempre.
No sólo el pm repite la frase de Beckett en Final de partida, "no hay
más naturaleza", sino que también rechaza que alguna vez haya
habido algún espacio reconocible fuera del lenguaje y la cultura. La
"naturaleza", declaró Derrida discutiendo a Rousseau, "nunca ha existido".
Una vez más, se descarta la alienación; este concepto implica
necesariamente una idea de autenticidad que el posmodernismo considera ininteligible.
En esa línea, Derrida se refirió a "la pérdida de lo que
nunca ha tenido lugar, de una autopresencia que nunca ha sido dada, sino sólo
soñada..." A pesar de las limitaciones del estructuralismo, por otra
parte, el sentimiento de comunión con Rousseau de Levi-Strauss dio testimonio
de su búsqueda de los orígenes. Negándose a dejar de lado
la liberación, ni desde la perspectiva de los comienzos ni desde la de
las metas, Levi-Strauss no dejó de anhelar nunca una sociedad "intacta",
un mundo no fracturado donde la inmediatez no ha sido rota aún. En este
punto, Derrida, peyorativamente con seguridad, presenta a Rousseau como un utópico
y a Levi-Strauss como un anarquista, advirtiendo contra un "paso más
allá hacia una especie de anarquía original ", que sólo
sería una peligrosa ilusión. El peligro real consiste en no cuestionar,
en el nivel más básico, la alienación y la dominación
que amenazan con derrotar completamente a la naturaleza, lo que queda de natural
en el mundo y en nosotros mismos. Marcuse comprendió que "el recuerdo
de la gratificación está en el origen de todo pensamiento, y el
impulso por recuperar la gratificación pasada es el motor oculto detrás
del proceso del pensar". La cuestión de los orígenes abarca también
la cuestión total del nacimiento de la abstracción y, de hecho,
de la conceptualidad filosófica como tal, y Marcuse se acercó,
en su búsqueda de lo que tendría que constituir unas condiciones
de la existencia sin represión, a una confrontación con la propia
cultura. Ciertamente nunca escapó completamente de la impresión
"de que algo esencial ha sido olvidado" por la humanidad. Similar es el breve
pronunciamiento de Novalis: "La filosofía es nostalgia". Por comparación,
Kroker y Cook aciertan indudablemente cuando concluyen que "la cultura posmoderna
es un olvido, el olvido de los orígenes y de los fines". Barthes, Foucault
y Lyotard Volviéndonos hacia otras figuras del postestructuralismo/posmodernismo,
merece ser mencionado ahora Roland Barthes, quien muy pronto a lo largo de su
carrera se convirtió en un pensador estructuralista de primer orden.
Su Grado cero de la escritura expresaba la esperanza de que el lenguaje pudiera
ser empleado de una manera utópica, y que hay códigos de control
en la cultura que se pueden destruir. Sin embargo, a principios de los años
70, se alineó con Derrida, al considerar el lenguaje como una ciénaga
metafórica, cuya metaforicidad no se admite. La filosofía se encuentra
confundida por su propio lenguaje, y el lenguaje en general no puede reclamar
el dominio de lo que discute. Con El imperio de los signos (1970), Barthes ya
había renunciado a cualquier intención crítica y analítica.
Aparentemente dedicado a Japón, este libro es presentado "sin la pretensión
de describir o analizar ninguna realidad, sea cual fuere". Varios fragmentos
tratan de formas culturales tan diversas como el haiku [poema breve japonés]
o las tragaperras, como partes de una especie de paisaje antiutópico
en el que dichas formas no poseen ningún significado y todo es superficie.
El Imperio puede ser calificado como el primer intento completamente posmoderno
de ofrecer, y en la primera mitad de los años 70, la noción de
su autor del placer del texto, encarado de la misma manera que el desdén
de Derrida por la creencia en la validez del discurso público. La escritura
se ha convertido en un fin en sí mismo; la estética meramente
personal, en la consideración dominante. Antes de su muerte en 1980,
Barthes había denunciado explícitamente "cualquier modo intelectual
de escritura", en especial cualquier cosa que oliese a política. Hacia
la época de su última obra, Barthes por Barthes, el hedonismo
de las palabras, equiparándose a un dandysmo de la vida real, consideraba
los conceptos no desde el punto de vista de su validez o invalidez, sino únicamente
en cuanto a su eficacia como tácticas de la escritura.
En 1985, el sida se llevó a la influencia más ampliamente conocida
del posmodernismo, Michel Foucault. Llamado a veces "el filósofo de la
muerte del hombre" y considerado por muchos como el mayor de los discípulos
modernos de Nietzsche, sus amplios estudios históricos (por ejemplo,
sobre la locura, las practicas penales o la sexualidad), lo hicieron bien conocido,
aparte de que éstos por sí mismos sugieren diferencias entre Foucault
y el relativamente más abstracto y ahistórico Derrida. Como hemos
dicho, el estructuralismo había devaluado con energía al individuo
a partir de fundamentos mayormente lingüísticos, en tanto que Foucault
caracterizaba al "hombre (como) sólo una invención reciente, una
forma que no ha cumplido aún los doscientos años, un simple pliegue
de nuestro conocimiento que pronto desaparecerá". Su énfasis está
puesto en la explicación del "hombre" como aquello que se representa
y se produce como un objeto, específicamente como una invención
implícita de las modernas ciencias humanas. A pesar de su estilo personal,
las obras de Foucault se hicieron mucho más populares que las de Horkheimer
y Adorno (por ejemplo, la Dialéctica de la Ilustración) o las
de Erving Goffman/7, en la misma línea de descubrir el programa secreto
de la racionalidad burguesa. Foucault señaló que fueron las tácticas
"individualizadoras" puestas en juego por las instituciones clave a comienzos
del siglo XIX (la familia, el trabajo, la medicina, la psiquiatría, la
educación), con sus roles disciplinarios y normalizadores dentro de la
modernidad capitalista emergente, las que crearon al "individuo" por y para
el orden dominante.
Típicamente pm, Foucault rechaza el pensamiento originario y la noción
de que hay una "realidad" detrás o por debajo del discurso prevaleciente
de una época. Además, el sujeto es una ilusión creada esencialmente
por el discurso, un "yo" contituido más allá de los usos lingüísticos
imperantes. Y así, ofrece sus detalladas narraciones históricas,
llamadas "arqueologías" del saber, en lugar de concepciones teóricas,
como si ellas no llevaran consigo ninguna ideología o supuestos filosóficos.
Para Foucault no hay fundamentos de lo social que puedan ser aprehendidos más
allá del contexto de los variados períodos, o epistemes, como
los denomina; los fundamentos cambian de una episteme a otra. El discurso dominante,
que constituye a sus sujetos, aparentemente se da forma a sí mismo; es
éste un planteamiento bastante inútil para la historia, que resulta
sobre todo del hecho de que Foucault no hace referencia alguna a los grupos
sociales, sino que se centra por completo en sistemas de pensamiento. Otro problema
surge de su concepción de que la episteme de una época no puede
ser conocida por aquellos que actúan dentro de ella. Si la conciencia
es precisamente la que, según el propio Foucault, no logra ser consciente
de su relativismo, o saber lo que podría tener en común con epistemes
precedentes, entonces la propia conciencia elevada y abarcadora de Foucault
resulta imposible. Esta dificultad es reconocida al final de La arqueología
del saber (1972), pero permanece sin respuesta, como un problema inocultable
y obvio. El dilema del posmodernismo es este: ¿cómo es posible afirmar
la categoría y validez de sus enfoques teóricos, si no se admiten
ni la verdad ni los fundamentos del conocimiento? Si eliminamos la posibilidad
de fundamentos o modelos racionales, ¿sobre qué base podemos operar?
¿Cómo podemos entender qué clase de sociedad es aquella a la que
nos oponemos y, menos aún, llegar a compartir semejante entendimiento?
La insistencia de Foucault en el perpectivismo nietzscheano nos traslada al
pluralismo irreductible de la interpretación. Sin embargo, Foucault relativizó
el conocimiento y la verdad sólo en cuanto estas nociones se vinculan
a sistemas de pensamiento distintos a los suyos. Cuando se lo presionaba sobre
este punto, admitía que era incapaz de justificar racionalmente sus propias
opciones. De tal modo, el liberal Habermas declara que los pensadores modernos
como Foucault, Deleuze o Lyotard son "neoconservadores", al no ofrecer ninguna
argumentación coherente para orientarnos en una dirección social
antes que en otra. La adopción pm del relativismo (o "pluralismo") significa
también que no hay nada que pueda impedir la perspectiva de que una tendencia
social reclame el derecho a imponerse sobre otra, ante la imposibilidad de determinar
los modelos.
El tema del poder, de hecho, fue central para Foucault y los modos en que lo
trató son reveladores. Escribió sobre las instituciones significativas
de la sociedad moderna como unidas por una intencionalidad de control, un "continuum
carcelario" que expresa la lógica final del capitalismo, de la cual no
hay escape. Pero el poder en sí mismo, determinó, es una red o
campo de relaciones donde los sujetos son constituidos como los productos y
los agentes de aquél. Todo participa así del poder, y de tal forma
nada se obtiene intentando descubrir un poder opresivo, "fundamental", para
luchar en contra de él. El poder moderno es insidioso y "viene de todas
partes". Como Dios, está en todos los sitios y en ninguno a la vez.
Foucault no encuentra ninguna playa debajo de los adoquines, ningún orden
"natural" en absoluto. Sólo existe la certeza de regímenes de
poder sucesivos, a cada uno de los cuales se debe resistir de algún modo.
Pero la aversión típicamente pm de Foucault a la entera noción
de sujeto humano hace muy difícil ver de dónde podría provenir
esa resistencia, no obstante su concepción de que no hay resistencia
al poder que no sea una variante del poder mismo. Respecto al último
punto, Foucault alcanzó un callejón sin salida adicional, al considerar
la relación del poder con el conocimiento. Llegó a verlos como
inextricable y ubicuamente ligados, implicándose directamente el uno
al otro. Las dificultades para seguir diciendo algo sustancial a la luz de esta
interrelación hizo que renunciara a la larga a una teoría del
poder. El determinismo implícito significó, en primer lugar, que
su compromiso político se hiciera cada vez más superficial. No
resulta difícil entender por qué el foucaltismo fue enormemente
promovido por los medios, mientras que el situacionismo, por ejemplo, era ignorado.
Castoriadis se refirió una vez a las ideas de Foucault sobre el poder
y la oposición a éste, como "Resistid si eso os divierte, pero
sin una estrategia, porque entonces ya no seréis más proletarios,
sino poder". El propio activismo de Foucault ha intentado encarnar el sueño
empirista de una teoría -y una ideología- libre de teoría,
la del "intelectual específico" que participa en luchas limitadas, particulares.
Esta táctica considera a la teoría sólo en su uso concreto,
como un maletín de herramientas ad hoc para campañas específicas.
Sin embargo, a despecho de sus buenas intenciones, la circunscripción
de la teoría a una serie de "herramientas" inconexas y perecederas no
sólo rechaza una concepción general explícita de la sociedad,
sino que también acepta la división general del trabajo que está
en el corazón de la alienación y la dominación. El deseo
de respetar las diferencias, el saber particular y demás rechaza la sobrevaluada
tendencia totalitaria y reductiva de la teoría, pero sólo para
aceptar la atomización del capitalismo avanzado con su fragmentación
de la vida en las estrechas especialidades que son el ámbito de tantos
expertos. Si "estamos atrapados entre la arrogancia de analizar el todo y la
timidez de inspeccionar sus partes", como señalara adecuadamente Rebecca
Comay, ¿de qué modo la segunda alternativa (la de Foucault) representa
un avance sobre el reformismo liberal en general? Esta parece ser una cuestión
especialmente pertinente cuando se recuerda hasta qué punto la empresa
total de Foucault estuvo orientada a desengañarnos de las ilusiones de
los reformadores humanistas a lo largo de la historia. De hecho, el "intelectual
específico" viene a ser un intelectual más experto, un intelectual
más liberal que ataca problemas específicos antes que la raíz
de éstos. Y al contemplar el contenido de su activismo, que se desarrolló
principalmente en el campo de la reforma penal, la orientación es casi
demasiado tibia como para calificarla incluso de liberal. En los años
80, Foucault "intentó reunir, bajo la égida de su cátedra
del Colegio de Francia, a historiadores, abogados, jueces, psiquíatras
y médicos relacionados con la ley y el castigo", de acuerdo con Keith
Gandal. A todos los policías. "El trabajo que hice sobre la relatividad
histórica de la forma prisión", dijo Foucault, "fue una incitación
para tratar de pensar en otras formas de castigo". Obviamente, aceptaba la legitimidad
de esta sociedad y la del castigo; no más sorprendente fue su descalificación
final de los anarquistas como seres infantiles por sus esperanzas en el futuro
y su fe en las posibilidades humanas.
Las obras de Jean-François Lyotard [1924-1998] son significativamente
contradictorias unas con otras ?algo que en sí mismo es un rasgo pm?,
pero también expresan un tema posmoderno central: que la sociedad no
puede y no debe ser entendida como un todo. Lyotard es el primer ejemplo del
pensamiento antitotalizador hasta el punto de que él mismo ha resumido
el posmodernismo como "incredulidad hacia las metanarraciones" o concepciones
generales. La idea de que es nocivo tanto como imposible captar el todo, forma
parte de una enorme reacción en Francia contra las influencias del marxismo
y del comunismo. Mientras que el principal objetivo de Lyotard es la tradición
marxista, alguna vez muy fuerte en la política francesa y la vida intelectual,
da un paso más y rechaza la teoría social in toto. Por ejemplo,
ha llegado a creer que cualquier concepto de alienación ?la idea de que
una unidad originaria, totalidad o inocencia, está fracturada por la
fragmentación y la indiferencia del capitalismo? desemboca en un totalitarismo
que intenta unificar la sociedad coercitivamente. De un modo característico,
su Economía libidinal, de mitad de los años 80, denuncia la teoría
como terror. Se podría decir que esta reacción extrema sería
improbable fuera de una cultura tan dominada por la izquierda marxista, pero
una mirada más atenta nos señala que ella concuerda perfectamente
con la más amplia y desilusionada condición posmoderna. El rechazo
en masa por Lyotard de los valores de la Ilustración poskantiana incluye,
después de todo, la comprensión de que la crítica racional,
al menos en la forma de los confiados valores de las teorías metanarrativas
kantiana, hegeliana y marxista, ha sido bajada del pedestal por la depresiva
realidad histórica. De acuerdo con Lyotard, la era pm significa que todos
los mitos consoladores de supremacía intelectual y verdad han llegado
a su fin, reemplazados por una pluralidad de "juegos del lenguaje", la noción
wittgensteiniana de "verdad" en cuanto algo que se comparte y circula con carácter
provisional, sin ninguna clase de garantía epistemológica o fundamento
filosófico. Los juegos del lenguaje son una base tentativa, limitada
y pragmática, para el conocimiento; a diferencia de los conceptos comprehensivos
de la teoría o la interpretación histórica, dependen del
acuerdo de los participantes para su valor-uso. El ideal de Lyotard es así
una multitud de "pequeñas narraciones" en lugar del "dogmatismo inherente"
a las metanarraciones o grandes ideas. Desgraciadamente, semejante planteamiento
pragmático tiene que adaptarse a las cosas como son, y depende de que
se impida el consenso prácticamente por definición. De tal modo,
el enfoque de Lyotard es de limitado valor para crear una ruptura a partir de
las normas cotidianas. Aunque su saludable escepticismo antiautoritario considera
la totalización como opresiva o coercitiva, lo que pasa por alto es que
el relativismo foucaltiano de los juegos del lenguaje, con su acuerdo libremente
contraído en cuanto al significado, tiende a sostener que todo tiene
la misma validez. Como concluyó Gerard Raulet, el rechazo resultante
a la concepción general obedece realmente a la lógica existente
de la homogeneidad antes que al propósito de ofrecer, de algún
modo, un refugio para la heterogeneidad.
Descubrir que el progreso es sospechoso es, por supuesto, prerrequisito de cualquier
enfoque crítico, pero la búsqueda de la heterogeneidad debe incluir
la conciencia de su desaparición y la investigación de las razones
de por qué desapareció. El pensamiento posmoderno se comporta
por lo general como si ignorara completamente la noticia de que la división
del trabajo y la mercantilización están eliminando las bases de
la heterogeneidad social o cultural. El pm pretende preservar lo que prácticamente
no existe y rechaza el pensamiento más amplio necesario para habérselas
con la empobrecida realidad. En este área es de interés examinar
la relación entre el pm y la tecnología, que resulta ser de decisiva
importancia para Lyotard.
Adorno descubrió que el camino hacia el totalitarismo contemporáneo
fue preparado por el ideal de la Ilustración del triunfo sobre la naturaleza,
también conocido como razón instrumental. Lyotard ve la fragmentación
del conocimiento como esencial para combatir la dominación, lo cual niega
la concepción general necesaria para comprender que, por el contrario,
el aislamiento que es el conocimiento fragmentado olvida la determinación
social y el propósito de este aislamiento. La celebrada "heterogeneidad"
no es mucho más que el efecto fragmentador de una totalidad dictatorial
que él quisiera ignorar. La crítica nunca ha estado más
descartada que en el positivismo posmoderno de Lyotard, que parece descansar
sobre la aceptación de la racionalidad técnica que desiste de
la crítica. De manera nada sorprendente, en la era de la descomposición
del significado y de la renuncia a ver lo que la totalidad de los meros "datos"
quiere decir realmente, Lyotard abraza la informatización de la sociedad.
Un poco a la manera del nietzscheano Foucault, Lyotard cree que el poder es
cada vez más el criterio de la verdad. Encuentra a su socio en el pragmatista
posmoderno Richard Rorty, quien asimismo da la bienvenida a la tecnología
moderna y está profundamente adherido a los valores hegemónicos
de la sociedad industrial actual.
En 1985, Lyotard montó una espectacular exposición high-tech en
el Centro Pompidou de París, presentando las realidades artificiales
y la obra por ordenador de artistas tales como Myron Krueger. En la inauguración,
su organizador declaró: "Queríamos... señalar que el mundo
no está evolucionando hacia una mayor claridad y simplicidad, sino más
bien hacia un grado de complejidad en el que el individuo se puede sentir muy
abandonado, pero en el que realmente puede llegar a ser más libre". Evidentemente,
las concepciones generales están permitidas si coinciden con los planes
de nuestros amos para nosotros y para la naturaleza. Pero el punto más
específico yace en la "inmaterialidad", el título de la exposición
y un término lyotardiano que él asocia con la erosión de
la identidad, la caída de las barreras estables entre el yo y el mundo
producida por nuestra implicación en los laberínticos sistemas
social y tecnológico. No es necesario decir que Lyotard aprueba estas
condiciones, celebrando, por ejemplo, el potencial "pluralizador" de las nuevas
tecnologías de la comunicación ?del tipo de las que desensualizan
la vida, aplanan la experiencia y extirpan el mundo natural. Escribe Lyotard:
"Todo el mundo tiene derecho a la ciencia", como si poseyera la más mínima
comprensión de lo que significa la ciencia. Preceptúa el "libre
acceso público a los bancos de memoria y de datos". Una espantosa visión
de la liberación, de algún modo resumida en esto: "Los bancos
de datos son la enciclopedia del mañana; son la ?naturaleza? para los
hombres y mujeres posmodernos". Frank Lentricchia llamó al proyecto desconstruccionista
de Derrida "una elegante e imponente concepción del mundo sólo
igualada en la historia de la filosofía por Hegel". Es una ironía
obvia que los posmodernistas necesiten una teoría general para apoyar
su afirmación en lo tocante a por qué no puede y no debe haber
teorías generales o metanarraciones. Sartre, los teóricos de la
gestalt y el sentido común nos dicen que lo que el pm descarta como "razón
totalizante" es en realidad inherente a la percepción misma: como norma,
vemos un todo, no fragmentos aislados. Otra ironía la aporta la observación
de Charles Altieri sobre Lyotard, de que "este pensador tan agudamente consciente
de los peligros inherentes a las narraciones dominantes, está, sin embargo,
completamente comprometido con la autoridad de la abstracción generalizada".
El posmodernismo anuncia un sesgo antigeneralista, pero sus practicantes, quizás
Lyotard especialmente, mantienen un muy elevado nivel de abstracción
al discutir la cultura, la modernidad y otros temas por el estilo, los cuales
ya son, desde luego, vastas generalizaciones.
"Una humanidad liberada", escribió Adorno, "no sería de ninguna
manera una totalidad". No obstante, estamos anclados en el presente a un mundo
que es uno y que nos totaliza hasta el extremo. El posmodernismo, con su celebrada
fragmentación y heterogeneidad, puede elegir olvidarse de la totalidad,
pero la totalidad no se olvida de nosotros.
Deleuze, Guattari y Baudrillard La "esquizo-política" de Deleuze surge,
al menos en parte, del prevaleciente rechazo pm a una concepción global,
a un punto de partida. Llamado también "nomadología", y utilizando
una "escritura rizomática", el método de Deleuze aboga por la
desterritorialización y la descodificación de las estructuras
de dominación, mediante los cuales el capitalismo será desalojado
a través de su propia dinámica. Con su ocasional colega Felix
Guattari, con quien comparte/8 una especialización en psicoanálisis,
tiene la esperanza de ver la tendencia esquizofrénica del sistema intensificada
hasta el punto de fractura. Deleuze parece compartir, o al menos se halla muy
cerca de hacerlo, las absurdas convicciones de Yoshimoto Takai de que el consumo
constituye una nueva forma de resistencia.
Esta ignominia de negar la totalidad por la estrategia radical de impulsarla
a desembarazarse de sí misma, recuerda también el impotente estilo
pm de oponerse a la representación: los significados no penetran en un
centro, no representan nada más allá de su alcance. "Pensamiento
sin representación", es la descripción que hace Charles Scott
del enfoque de Deleuze. La esquizo-política celebra las superficies y
las discontinuidades; la nomadología es lo opuesto a la historia.
Deleuze incluye asimismo el tema posmoderno de "la muerte del sujeto" en la
bien conocida obra suya y de Guattari, El Antiedipo, y en las que le siguen.
Las "máquinas deseantes", formadas por el acoplamiento de partes, humanas
y no humanas, sin ninguna distinción entre ellas, intentan reemplazar
a los seres humanos como foco de su teoría social. En oposición
a la ilusión de un sujeto individual en la sociedad, Deleuze traza el
retrato de un sujeto que ya no es más reconociblemente antropocéntrico.
A pesar de su intención supuestamente radical, uno no puede evitar la
sensación de una aceptación de la alienación e incluso
de un regodearse en el extrañamiento y la decadencia.
A principios de los años 70, Jean Baudrillard reveló los fundamentos
burgueses del marxismo, sobre todo su veneración por la producción
y el trabajo, en su Espejo de la producción (1972). Esta contribución
aceleró el declive del marxismo y del Partido Comunista en Francia, ya
en estado de confusión después del papel reaccionario jugado por
la izquierda en los levantamientos de mayo del 68. Desde entonces, sin embargo,
Baudrillard ha llegado a representar las tendencias más oscuras del posmodernismo
y ha emergido, especialmente en los EE.UU., como una estrella pop para ultrahastiados,
famoso por sus desencantados puntos de vista acerca del mundo contemporáneo.
Aparte de la desdichada sintonía entre la morbosidad casi alucinatoria
de Baudrillard y una cultura en descomposición, también es verdad
que éste (junto con Lyotard) ha sido magnificado a causa del espacio
vacío que se esperaba llenase siguiendo los pasos, en la década
de los 80, de pensadores relativamente profundos como Barthes o Foucault.
La descripción desconstructiva de Derrida de la imposibilidad de un referente
fuera de la representación llega a ser, para Baudrillard, una metafísica
negativa en la que la realidad es transformada por el capitalismo en simulaciones
que no cuentan con ningún respaldo. Baudrillard cree que la cultura del
capital ha llegado, más allá de sus fisuras y contradicciones,
a una posición de autosuficiencia que él interpreta como una representación
casi de ciencia-ficción de la sociedad totalmente administrada de Adorno.
Y no puede haber ninguna resistencia, ninguna "marcha atrás", en parte
porque la alternativa sería esa nostalgia por lo natural, por los orígenes,
tan obstinadamente excluida por el posmodernismo. "Lo real es aquello de lo
cual es posible ofrecer una reproducción equivalente." La naturaleza
ha sido dejada tan atrás que la cultura determina la materialidad; más
específicamente, la simulación mediática configura la realidad.
"El simulacro no es nunca lo que oculta la verdad... es la verdad la que oculta
que no hay nada. La simulación es verdadera." La "sociedad del espectáculo"
de Debord... pero en un estadio de implosión del yo, de la acción
y de la historia dentro de un vacío de simulaciones tales que el espectáculo
sólo está al servicio de sí mismo.
Es obvio que en nuestra "Era de la Información" las tecnologías
de los medios electrónicos han llegado ser crecientemente dominantes,
pero la exageración de la negra visión de Baudrillard es igualmente
obvia. Subrayar el poder de las imágenes no debe oscurecer las causas
materiales subyacentes ni los objetivos, a saber, el beneficio y la expansión.
La afirmación de que el poder mediático significa que lo real
ya no existe, está relacionada con su declaración de que el poder
"ya no puede estar fundado en ninguna parte"; y ambas son falsas. Una retórica
embriagante no puede borrar el hecho de que la información esencial de
la Era de la Información tiene que lidiar con las duras realidades de
la eficiencia, la contabilidad, la productividad y otras cosas por el estilo.
La producción no ha sido reemplazada por la simulación, a menos
que se pueda decir que el planeta está siendo asolado por meras imágenes,
lo cual no significa que una aceptación progresiva de lo artificial no
ayude enormemente a la destrucción de lo que queda de natural.
Baudrillard sostiene que la diferencia entre realidad y representación
se ha derrumbado, arrojándonos a una "hiperrealidad" que es siempre y
solamente un simulacro. Curiosamente, parece no sólo reconocer la inevitabilidad
de este desarrollo, sino también celebrarlo. Lo cultural, en su sentido
más amplio, ha alcanzado una fase cualitativamente nueva en la cual el
propio reino del significado y la significación ha desaparecido. Vivimos
en "la era de los acontecimientos sin consecuencias", donde lo "real" sólo
sobrevive como categoría formal, y esto, supone, es bienvenido. "¿Por
qué tendríamos que pensar que la gente desea repudiar su vida
cotidiana para buscar una alternativa? Por el contrario, desean hacer de ello
un destino... ratificar la monotonía mediante una monotonía mayor."
Si debiera haber alguna "resistencia", su receta para ello es similar a la de
Deleuze, quien pretendía incitar a la sociedad a convertirse en más
esquizofrénica. Es decir, consiste por completo en aquello que es permitido
por el sistema: "Ellos quieren que consumamos... Muy bien, consumamos cada vez
más, y lo que sea; con cualquier propósito inútil y absurdo".
Ésta es la estrategia radical a la que llama "hiperconformidad". En muchos
puntos, uno sólo puede adivinar a qué fenómenos remiten
las hipérboles de Baudrillard, si es que remiten a alguno. El movimiento
de la sociedad de consumo tanto hacia la uniformidad como hacia la dispersión
quizás sea visto fugazmente en algún pasaje... pero, ¡ay!, sólo
cuando la afirmación parece, y demasiado a menudo, infinitamente ampulosa
y ridícula. Este radical mayor de los teóricos posmodernos, convertido
ahora él mismo en un objeto cultural de máxima venta, se ha referido
al "siniestro vacío de todo discurso", sin tener conciencia evidentemente
de que la frase era una adecuada referencia a sus propias vacuidades.
El Japón puede no ser calificado de "hiperrealidad", pero es digno de
mención que su cultura parezca estar incluso más enajenada y ser
más posmoderna que la de los EE.UU. A juicio de Masao Miyoshi, "la dispersión
y muerte de la subjetividad moderna, de la que hablaron Barthes, Foucault y
muchos otros, es manifiesta desde hace tiempo en Japón, donde los intelectuales
se han quejado crónicamente de la ausencia de individualidad". Un torrente
de información ampliamente especializada, provista por expertos de todas
clases, echa luz sobre el ethos consumista japonés de alta tecnología,
en el que la indeterminación del significado y una alta valorización
de la novedad incesante se dan la mano. Yoshimoto Takai es tal vez el crítico
cultural nacional más prolífico; en cierto modo no parece tener
nada de extravagante para muchos que también sea modelo de moda maculina,
que ensalza las virtudes y los valores de la compra.
El autor de la extraordinariamente popular Somehow, Crystal (1980), Yasuo Tanaka,
fue cuestionablemente el fenómeno cultural japonés de los años
80, en los que esta descocada novela consumista, repleta de nombres de marcas
(un poco como American Psycho, 1991, de Bret Easton Ellis), dominó la
década. Pero es el cinismo, incluso más que la superficialidad,
lo que parece marcar ese amanecer total del posmodernismo en el que aparentemente
se encuentra Japón: cómo se podría explicar, si no, que
los análisis más incisivos del pm que se han hecho allí
?Now is the Meta-Mass Age [Ahora es la Era de la Meta-masa], por ejemplo? estén
publicados por la Parco Corporation, la principal empresa de venta minorista
y marketing del país. Shigesatu Itoi es una estrella de los medios, con
su propio programa de televisión, numerosas publicaciones y una aparición
permanente en las revistas. Sucede simplemente que redactó una serie
de spots sobre el estado de las artes (chillones, fragmentados, etc.) para Seibu,
la cadena de grandes almacenes más grande e innovadora del Japón.
Donde el capitalismo existe en su forma más avanzada, posmoderna, el
conocimiento es consumido exactamente de la misma forma en que uno se compra
ropa. El significado es neutro, irrelevante; el estilo y la apariencia lo son
todo. Estamos llegando rápidamente a un sitio triste y vacío,
que el espíritu del posmodernismo encarna demasiado bien. "Nunca en ninguna
civilización anterior la gran preocupación metafísica,
las preguntas fundamentales por el ser y el significado de la vida han parecido
tan completamente remotas e inútiles", según Frederic Jameson.
Peter Sloterdijk encuentra que "el malestar en la cultura ha asumido una nueva
cualidad: aparece como un cinismo difuso y universal". La erosión del
significado, impulsada por una reificación y una fragmentación
intensificadas, hace que el cínico aparezca por todos lados. Psicológicamente
un "melancólico fronterizo", ahora es "una figura de masas".
La capitulación posmoderna ante el perspectivismo y la decadencia no
tiende a ver el presente como alienado ?seguramente un concepto pasado de moda?,
sino más bien como normal y hasta placentero. Robert Rauschenberg: "Me
siento realmente apenado por las personas que piensan que cosas como las jaboneras,
los espejos o las botellas de Coca-cola son feas, porque están rodeadas
de cosas como ésas todo el día, y esto debe hacerlos desgraciados".
No es sólo ese "todo es cultura", la cultura de la mercancía,
lo que es ofensivo; también lo es la definición pm de lo que es
por su negativa a formular distinciones cualitativas y juicios. Si el posmoderno
nos hiciera al menos el favor, inconscientemente, de registrar la descomposición
e incluso la depravación de un mundo cultural que acompaña y apoya
el terrorífico empobrecimiento actual de la vida, esa podría ser
su única "contribución".
Todos somos conscientes de las posibilidades que podemos tener de tolerar, hasta
su autodestrucción y la nuestra, un mundo fatalmente fuera de foco. "Obviamente,
la cultura no se disuelve simplemente porque las personas estén alienadas",
escribió John Murphy, y añadió: "Hay que inventar un extraño
tipo de sociedad, sin embargo, para que la alienación sea considerada
la norma".
Mientras tanto, ¿dónde hay vitalidad, denegación, la posibilidad
de crear un mundo no-mutilado? Barthes proclamaba un nietzscheano "hedonismo
del discurso"; Lyotard aconsejaba: "Seamos paganos". ¡Semejantes bárbaros
salvajes! Por supuesto, su asunto real es vago y carente de energía,
una esterilidad académica completamente relativizada. El posmodernismo
nos deja desesperanzados en un corredor interminable; sin una crítica
viva; en ninguna parte.
Fuente: www.primitivism.com Notas del traductor
1 Grupo musical
2 Serie de TV.
3 Tienda de informática.
4 Grupo musical.
5 En inglés, subject es "sujeto" (en su doble acepción de individuo
y de sujeto del conocimiento) y también "súbdito".
6 "Différance" proviene del verbo francés différer, que
significa al mismo tiempo "posponer" y "ser diferente de". Es un neologismo
de Derrida. En francés, diferencia es "différence".
7 Erving Goffman (1922-1982), sociólogo y antropólogo canadiense,
autor, entre otras obras, de Forms of Talk, Gender Advertisements, Presentation
of Self in Everyday Life y Asylums: Essays on the Social Situation of Mental
Patients and Other Inmates.
8 Deleuze (1925) murió en 1995.