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18 de mayo del 2002
Estalló la primera guerra global entra las corporaciones financieras
Víctor Ego Ducrot
La Otra Aldea
Pocos días después de los atentados del 11 de septiembre y en
un artículo inquietante y polémico, el periodista y escritor argentino
Víctor Ego Ducrot analizó los episodios que conmovieron al mundo
desde una óptica no abordada por los grandes medios periodísticos
del planeta. En ese artículo, publicado por El Corresponsal de Medio
Oriente y Africa (www.elcorresponsal.com) y que hoy vuelve a distribuir La Otra
Aldea, su autor señaló y demostró que dentro del stablishment
corporativo financiero globalizado había quienes sabían que estaba
por suceder lo que sucedió y que hubo sectores beneficiados. Ocho meses
después, la prensa norteamericano reveló que la Casa Blanca fue
informada por los servicios de inteligencia respecto de la posibilidad de atentados
similares a los que efectivamente sucedieron. Ello demuestra que el artículo
de Ducrot fue anticipatorio. A partir de ese artículo, su autor publicó,
en noviembre pasado, el libro Bush & ben Laden S.A (Grupo Editorial Norma,
Buenos Aires, 2001), en el que desmenuza las relaciones económicas y
corporativas existentes en las familias Bush y ben Laden. Ese libro es , a su
vez , el texto a partir del cual Ducrot comenzó a desarrollar una nueva
categoría de análisis para abordar el fenómeno del imperialismo
en el siglo XXI: el Imperio Global Privatizado (IPG), tema que viene abordando
periódicamente en las entregas del boletín electrónico
de La Otra Aldea.
-Le aseguro que sé lo suficiente. Quizá más de los que
debiera.
-Me encantaría saber más de lo que debiera- le dije con enorme
calma.
Sarmento me sonrió. Era la sonrisa torcida y mal formada de un hombre
para quien el humor no era algo que resultase natural.
-No creo que le convenga. ¿Sabe usted lo que yo creo, señor Weaver? Creo
que tiene usted ambiciones que están muy por encima de sus habilidades.
Es probable que todos aquellos que queramos analizar con seriedad lo que está
sucediendo en el mundo a partir de los ataques terroristas a las Torres Gemelas
y al Pentágono, nos sintamos un poco parecidos al señor Weaver,
el personaje principal de la novela A conspirancy of paper, del norteamericano
David Liss.
Editada en español en junio de este año, el libro de Liss cuenta
las alternativas protagonizadas por un investigador privado de la Londres de
fines del siglo XVIII. El señor Weaver se propone aclarar dos crímenes
que parecen inconexos entre si pero que resultan ser ambos consecuencia de una
de las primeras especulaciones bursátiles que acontecieron en la capital
del imperio británico.
Es muy probable que la tarea esté por encima de nuestras habilidades.
Sin embargo, existen datos a partir de los cuales es posible comenzar a trabajar.
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Los atentados del 11 de septiembre pasado obligan a dos preguntas: ¿Quién?
y ¿Por qué?
Allí están las claves de tanta hojarasca comunicacional, de tanto
simplismo interpretativo, de tantos intentos de respuestas fáciles, de
tanta pirotecnia política y de tantos aprestos bélicos, cometiéndose
entonces un acto de amoralidad tan o más grave que el que se dice querer
combatir. Porque las dudas y reflexiones que se leerán a continuación
hablan de eso sobre lo que nadie quiere hablar: dicen que, aunque se declame
y jure lo contrario, las muertes del 11 de septiembre, así como las otras
tantas muertes que vienen multiplicándose a lo largo de los años,
no le quitan el sueño a los dueños del poder mundial.
Las víctimas de los atentados del 11 de septiembre aun desgarraban con
sus gritos de espanto, cuando el stablishment político y mediático
ya tenían elaborado su juicio y condena: fue un ataque islámico,
decían; fue obra del terrorista Osama ben Laden, y no tenían ni
tienen, al día 20 de septiembre, ninguna prueba fehaciente de que ello
haya sido así. Por supuesto que Israel no demoró en sumarse al
coro, comenzó con sus ataques a los territorios palestinos y su jefe
político no escatimó en provocaciones. Israel tiene a su propio
ben Laden y se llama Yasser Arafat, largó muy suelto de cuerpo.
Con el correr de las horas, el simplismo fundamentalista del presidente George
W. Bush fue resquebrajándose y Tel Aviv tuvo que dar marcha atrás:
aceptó el cese del fuego propuesto por Arafat.
Sin incurrir en teorías conspirativas ni mucho menos en engendros tales
como que los atentados fueron obras de una facción interna de los Estados
Unidos -política, militar o económica- que lucha por el poder,
¿por qué no ponderar la posibilidad de que estos hechos se inscriban
en un marco mucho más complejo que el que se pretende presentar, signado
por disputas en torno al dominio de áreas estratégicas en materia
energética, y muy especialmente por un nuevo tipo de guerra entre las
distintas facciones del corporativismo financiero global, todos fenómenos
de compleja comprensión?
El 26 de febrero de 1998, convocado para analizar la situación de entonces
en el Golfo Pérsico, cuando la ONU salió a hacer gestiones para
frenar un bombardeo norteamericano sobre Irak, quien esto escribe publicó
un artículo en el diario La Nación, de Buenos Aires, en el que
decía: Patrick Howie, de la organización especializada (en asuntos
energéticos) The Dismal Scientist, de los Estados Unidos, reveló
que, para Washington, la mejor opción consiste en que Irak siga fuera
del mercado mundial de proveedores (de petróleo) porque la cuota que
le correspondía a ese país antes de la Guerra del Golfo, en 1991,
pasó a manos de Arabia Saudita y de Kuwait, los dos principales aliados
de la Casa Blanca y de Gran Bretaña en la región. Según
datos de la OPEP más del 82 por ciento del petróleo que importan
los Estados Unidos proviene de Arabia Saudita (...) Detrás del escenario
visible se mueve los hilos de la puja petrolera. En octubre del año último,
las empresas francesas Total y Elf tuvieron conversaciones adelantadas con las
autoridades de Bagdad, tendientes a concretar suculentas inversiones en dos
centros estratégicos. (...) Cuando Washington amenazó a París
con sanciones y litigios por los acuerdos de inversión que las mismas
ELF y Total habían hecho en Irán -país vetado por Estados
Unidos por sus supuestas actividades terroristas- los diplomáticos de
Jacques Chirac respondieron con su oposición a la salida militar que
Clinton propone para Irak.
Respecto de Rusia, la cuestión corre por carriles parecidos. La empresa
estatal Gazprom está asociada a los emprendimientos de Total y de Elf
en Irán. Pero lo que más molesta a los norteamericanos es como
las autoridades de Moscú intentan utilizar sus alianzas con Teherán
y Bagdad para cerrar sus pinzas petroleras sobre un territorio que incluye las
regiones productoras del Cáucaso y de Asia Central.
En septiembre del 2001, aquellas mismas empresas integran el conglomerado de
intereses corporativos enfrentados e torno a la apropiación y explotación
de las principales reservas gasíferas del planeta y a la construcción
del gasoducto que podrá proveer de energía barata al mercado de
la Unión Europea. El escenario de esos intereses es nada menos que el
territorio de Afganistán.
Arabia Saudita sigue siendo el principal aliado de Estados Unidos en el mundo
del Islam. Una de las familias más ricas de ese país del Golfo
participa en las propiedades accionarias de seis empresas radicadas en los Estados
Unidos y que aparecen en los registros de proveedores del Pentágono;
una de esas empresas es Iridium, especializada en telefonía satelital;
Iridium es proveedora también de la red de aeropuertos norteamericanos.
Los principales accionistas de Iridium son miembros de la familia ben Laden;
su presidente es hermano del terrorista más buscado por el gobierno de
los Estados Unidos, y su directorio contó con el apoyo de Washington
cuando intentó ganar, en Brasil, una licitación para la compra
de sistemas de radar y monitoreo informático del Amazonas.
A principios de la década del ´90 las autoridades financieras norteamericanas
lanzaron una operación en profundidad para que buena parte de los capitales
de origen saudí que habían ingresado en la titularidad compartida
de bancos estadounidenses tradicionales fuesen adquiridos por accionistas norteamericanos.
La operación llegó a "buen puerto" pero en la Reserva Federal
es vox populi que muchos de esos compradores no árabes no son más
que simples testaferros.
Se sabe, porque los norteamericanos lo ha reconocido, que la organización
Talibán y el propio Osama ben Laden fueron creaciones de Washington durante
los últimos años de la Guerra Fría. Pero lo que no se sabe
tanto, aunque la inteligencia francesa se encarga de difundirlo cada vez que
puede -porque París terminó perdiendo influencia en Africa- que
la mayor parte de las organizaciones armadas del fundamentalismo islámico
fueron también creaciones de los Estados Unidos, con el soporte financiero
de Arabia Saudita. Así sucedió en Argelia, en Sudán, en
Egipto e incluso entre los palestinos, para socavar, en este último caso,
el poder de representación de la OLP y de Yasser Arafat.
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¿No aparecen acaso elementos suficientes para comenzar a pensar que el conflicto
de Medio Oriente y las relaciones aparentemente conflictivas de Estados Unidos
con el Islam corren más por los sordidos caminos secretos de la pujas
financieras y económicas internacionales que por las pistas de los enfrentamientos
nacionales y sociales conforme se conocieron a lo largo de toda la modernidad?
Si se recuerda, en la década del '30 del siglo XX, en su afán
por dominar lo que consideraban entonces como principal reserva petrolera de
América Latina, las empresas norteamericanas mas representativas del
sector, con la familia Rockfeller a la cabeza, no dudaron en fogonear y financiar
la llamada Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. ¿Por qué hoy los
intereses de cualquier corporación multinacional no podrían contemplar
aquello que desde la modernidad suena a imposible, es decir por qué no
podrían recurrir a un atentado como el 11 de septiembre último,
sobre todo si lo que está en juego es el dominio de buena parte de la
economía del siglo XXI?
Debe tenerse en cuenta, entre otras cosas, que entre los principales asesores
de las empresas norteamericanas que pujan contra sus colegas rusas y de la Unión
Europea por los gasoductos de Afganistan figuran George Bush padre y Henry Kissinger.
Este último es uno de los principales teóricos de la nueva doctrina
militar de los Estados Unidos, para la cual el enfrentamiento entre Occidente
y el Islam es la principal hipótesis de conflicto bélico para
las primeras décadas de este siglo.
A esta altura de los acontecimientos es lícito decir que los atentados
de Nueva York y Washington podrían formar parte de una guerra que parece
no ser otra cosa que un enfrentamiento intercorporativo financiero y económico
global.
Como ilustración del párrafo anterior baste la cita de un artículo
aparecido el 18 de septiembre último en el diario La Nación de
Buenos Aires: (...) Las autoridades financieras alemanas, japonesas y norteamericanas
confirmaron ayer que investigan una serie de extrañas operaciones bursátiles
concretadas días antes de los ataques que conmocionaron al mundo.(...)
La voz de alarma fue dada en Frankfurt, donde los operadores recordaron con
sospecha la caída en hasta un 15 % del valor de las acciones de Munich-Re,
la compañía aseguradora más grande del mundo, la semana
anterior a la tragedia. (...) Uno de los datos que más intrigan a las
autoridades es que la reaseguradora suiza Swiss Re y la francesa Axa también
hayan experimentado bruscas caídas en las jornadas previas a los atentados.
Esto es algo rarísimo, ya que su sector es lo que se considera un "título
defensivo", es decir que suele mantenerse firme cuando los mercados entran en
un período de baja. (...) De acuerdo con el diario Corriere della Sera,
el multimillonario Osama ben Laden está acostumbrado a especular en los
mercados bursátiles e incluso trató hace unos años a un
agente de negocios de Milán para que concretara sus transacciones. Gracias
a él es que habría realizado inversiones en Luxemburgo, Zurich,
Montecarlo y en Chipre. (...).
Informaciones procedentes de Nueva York dos días después de los
atentados sostenían que los montos totales de seguros a pagar como consecuencia
de los ataques a los Torres Gemelas podrían llegar a los 30 mil millones
de dólares, lo que significaría un verdadero crash para el sector.
Por consiguiente, cualquier inversor en papeles del rubro seguros hubiese querido
retirarse antes de los ataques del 11 de septiembre, y si las acciones de la
aseguradora y de las reaseguradoras más grande cayeron, como dice La
Nación, en un 15 por ciento como promedio, ello sólo pudo ser
posible si alguna fuente calificada avisó con tiempo suficiente, para
poner a los inversores en guardia, que algo catastrófico estaba por suceder.
Y esas filtraciones de información solamente pueden tener lugar en los
escritorios más importantes del mercado bursátil internacional,
es decir entre las grandes agencias especializadas y entre los grandes bancos
de inversión, los mismos que manejan la suerte de las economías
de los países subdesarrollados, eufemísticamente llamados mercados
emergentes.
La humanidad esta siendo testigo de un nuevo tipo de guerra, en la que los verdaderos
protagonistas son los principales agentes del capitalismo corporativo financiero
del siglo XXI, lo que equivale a decir que son los dueños del poder mundial
que trabajan en las penumbra de grandes discursos políticos e ideológicos.
Mientras las acciones de las aseguradoras bajaban "inexplicablemente", la de
las petroleras trepaban en una misma proporción, y siguen trepando a
una semana de los atentados. En ese mismo sentido cabe recordar que a los pocos
minutos de ser golpeadas la Torres Gemelas, el precio del barril de crudo llegaba
a un precio impensable veinticuatro horas antes: a los 30 dólares por
unidad.
A la vez que recomendaban vender papeles del sector seguros, los mismos agentes
bursátiles y los bancos de inversión sugerían comprara
acciones del sector petrolero. Así, "todo el mundo" contento, los inversores
porque ganaron millones en cuestión de días y los asesores (es
decir los agentes bursátiles y la banca de inversión) porque vieron
aumentar sus comisiones. Y todo porque en las mesas del gran poder financiero
global sabían lo que iba a suceder; y si sabían lo que iba a suceder
por qué no pensar que también pueden ser capaces de hacer que
ello suceda. El paso de la complicidad necesaria a la autoría es muy
breve, muy estrecho.
Cuando los informantes desde el Wall Street anunciaron el lunes 17 que la bolsa
de Nueva York reabrió con la peor caída de su historia, no estaban
haciendo otra cosa que mentir o por lo menos tergiversando lo hechos, pues cayeron
todas las acciones no pertenecientes a los sectores que integran la economía
del complejo industrial-militar de los Estados Unidos. En el resto de las grandes
bolsas del mundo sucedió algo parecido; repuntaron los papeles de la
empresas directa o indirectamente vinculadas al negocio de la guerra.
Llegaríamos así a una conclusión aterradora: los salvajes
atentados del 11 de septiembre último pudieron haber sido sólo
simples aunque macabras operaciones de los mercados financieros y bursátiles
internacionales. Los aviones de pasajeros como misiles estratégicos son
la nuevas armas creadas a la perfección para este nuevo tipo de guerra
terrorista. Las conflagraciones mundiales que se registraron en el siglo XX
eran visibles, se trataban de ocupaciones y defensas de territorios y de recursos
tangibles; esta nueva guerra que más que generales necesita de expertos
en finanzas, requiere asimismo del sigilo y del disimulo del terrorismo como
técnica militar, con tropas no identificadas, escurridizas y mimetizables
entre la población civil. Por eso, en vez de misiles, en esta guerra
se usan aviones de pasajeros en pleno vuelo.
Si aceptamos lo dicho hasta aquí, aunque sea como hipótesis, resulta
comprensible la confusión que se produjo cuando el Congreso de los Estados
Unidos, la Casa Blanca y el Consejo de se Seguridad de la ONU aparecieron convalidando
una guerra que no tenía enemigo identificado. Sucedió que le stablishment
mundial reaccionó con las herramientas del pasado inmediato -en el que
los contenciosos políticos y militares funcionaban a partir de naciones-estados-
sin darse cuenta que el "enemigo" estaba en casa, que el enemigo es el mismo
poder económico y financiero que lo sustenta, que le paga y que, hasta
ahora, lo necesitaba para vivir.
Todo indica que el corporativismo financiero global decidió hacerse cargo
de la situación, sin la intermediación de instituciones políticas
del pasado. La consigna de estos tiempos de principios de siglo parece ser todo
el poder a los bancos, aunque al viejo stablishment le resulto más fácil
no pensar y, gracias a la CNN, crear nuevas brujas y nuevas Inquisiciones. Resulta
más fácil echarle la culpa al mundo islámico, al nuevo
Satán, que pensar hacia donde ha derivado este orden internacional injusto;
y todo porque si se animan a pensar en ello no verán otra alternativa
que modificarlo, y eso no les conviene. Los que braman contra el terrorismo,
son los que viven de los verdaderos terroristas.
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En su libro El color del dinero (un ensayo periodístico sobre el lavado
de dinero y sus consecuencias), publicado por el Grupo Editorial Norma, en Buenos
Aires, en 1999, el autor de este artículo demuestra que los paraísos
fiscales y las complejas operaciones que se esconden detrás de la denominación
lavado de dinero, no son otra cosa que creaciones del modelo capitalista mundial,
concebidas durante los orígenes mismos del sistema y perfeccionadas a
lo largo del tiempo. En ese libro queda demostrado también que sin la
coexistencia de los dos tipos de riquezas -la blanca o legal y la negra o ilegal-
el desarrollo capitalista no hubiera sido posible y que las grandes lavadoras
de dinero se encuentran en el corazón mismo del sistema financiero legal.
Ahora bien, siguiendo el razonamiento y las pruebas de carácter periodístico
que ofrece ese libro, es que se puede afirmar que este nuevo tipo de guerra
terrorista -que poco tiene que ver con la lucha armada de las organizaciones
revolucionarias de los años '60 y '70- servirá como la más
perfecta lavadora de dinero negro de toda la historia. Al menos eso es lo que
parecen demostrar los atentados del 11 de septiembre pasado.
Es altamente probable que la economía norteamericana y por consiguiente
la economía global capitalista vivan un breve período signado
por la recesión y tal vez por la falta de liquidez inmediata en los circuitos
financieros.
En primer lugar, la Reserva Federal y el conjunto de bancos centrales del G-7
se verán obligados a liberar los 40 mil millones de dólares que
el Congreso norteamericano puso a disposición de la Casa Blanca, y los
120 mil millones con que se comprometió el G-7.
Hay que tener en cuenta también que a los costos y a las pérdidas
inmediatas ocasionadas por los atentados habrá que sumar el valor global
de la parálisis temporal y de la desacelaración que sufrirán
algunos sectores de la economía, por no recordar otra vez el crash financiero
del área seguros. La fábricas de aviones civiles norteamericanas
ya anunciaron despidos; las empresas aéreas reconocieron caídas
promedio de un 50 % en sus ventas, lo que las llevó a pedirles al gobierno
federal una ayuda estimada en los 24 mil millones de dólares, e importantes
sectores de los servicios, como hotelería y gastronomía, han anunciado
disminuciones en los puestos de trabajo.
Todas estas cuentas en rojo se recuperaran a corto plazo con el auge de otros
sectores, como el petrolero, el de las telecomunicaciones y el del complejo
bélico industrial de Occidente. Sin embargo, a corto plazo, la banca
mundial no cuenta con esas sumas en efectivo en sus circuitos legales; en ese
sentido hay que tener presente que, según los servicios de inteligencia
de la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos, sólo el 8 por
ciento de la masa dineraria que circula por el mundo es contante y sonante;
el resto son asientos electrónicos y en microchips.
Los bancos -y sus clientes, por supuesto, entre ellos los tenedores de dineros
provenientes de todo tipo de ilícitos, como la evasión fiscal,
el contrabando y el narcotráfico- tiene la oportunidad de su historia
para movilizar los fondos que necesitan desde sus sucursales off shore de los
paraísos fiscales hacia sus casas centrales, concretando así la
operación de lavado mas gigantesca de todos los tiempos, pues la Reserva
Federal y la Secretaria del Tesoro de los Estados Unidos están obligadas
a hacer la vista gorda.
Aunque la CNN y toda las usinas comunicacionales y de inteligencia del stablishment
digan otra cosa, el mundo se encuentra ante un fenómeno de nuevo tipo:
para asegurar y multiplicar el funcionamiento del capitalismo global, las corporaciones
financieras no han tenido otro remedio que recurrir a la guerra, por supuesto
a una nueva forma de guerra, que es la del terrorismo que convierte en posible
lo que parecía imposible.
Los principales responsables e instigadores de los ataques terroristas del 11
de septiembre pasado serían entonces los mismos que controlan las deudas
externas de los países en desarrollo, serían los mismos que día
a día difunden los índices de riesgo país (un argumento
de manipulación política de neto corte terrorista), serían
los mismos que, en América Latina por lo menos, han instalado a sus empleados
de categoría (casi todos economistas formados en Estados Unidos) en los
ministerios de economía, desde donde pretenden reemplazar el concepto
de ciudadanía por el de mercado.
Hasta los episodios más trágicos siempre dejan una enseñanza.
Que las muertes del 11 de septiembre pasado sirvan entonces para reflexionar
sobre lo siguiente: los tan nombrados mercados -es decir el capitalismo corporativo
del siglo XXI, esa nueva forma de fascismo- son capaces de hacer cualquier cosa,
incluso volar las Torres Gemelas y parte del Pentágono, pues lo único
que les importa es la consolidación y el incremento de la renta financiera
global.
****
Más allá de lo dicho hasta ahora, los hechos del 11 de septiembre
pasado provocaron dos fenómenos de análisis teórico absolutamente
novedosos.
El primero tiene que ver con Estados Unidos en si mismo y se refiere al quiebre
definitivo del sentimiento de invulnerabilidad que reinaba en la sociedad norteamericana;
y el segundo es de carácter global y de imprevisibles consecuencias:
estalló por los aires uno de los conceptos políticos y militares
más importantes de la modernidad, el que clasificaba a algunos hechos
como posibles y a otros como imposibles.
Si la sociedad norteamericana se sabe ahora vulnerable quizá se ponga
a pensar más seriamente -y sería lo deseable- en torno a su papel
en el mundo durante todo el siglo XX y lo poco que va del XXI. En ese sentido,
los norteamericanos están encerrados en una alternativa de hierro: oyen
al pensador Noam Chomsky cuando dice que es hora de que Washington revea su
política exterior y al ex presidente Bill Clinton cuando afirma que Estados
Unidos es un "acumulador de odios", o se dejan llevar por el actual jefe de
estado, George W. Bush cuando vocifera que se trata de una guerra entre el bien
y el mal y que él es, por supuesto, el jefe de los buenos.
Si los norteamericanos optan por la primera posibilidad quizá se de un
paso adelante en el camino que necesita recorrer el mundo para construir un
orden internacional más justo. En cambio, si optan por la segunda, no
estarán haciendo otra cosa que darle una vuelta de tuerca al pensamiento
talibán, porque en realidad no se ve mucha diferencia metodológica
entre los dichos de Bush y las proclamas que surgen de una lectura extremista
y por cierto tergiversada de la guerra santa del Corán.
Respecto de la desarticulación de los conceptos de lo posible y lo imposible,
quizá sea útil recordar que lo sucedido el 11 de septiembre último
no estuvo presente ni en la mente más calenturienta del antiyanquismo
tradicional, pues, y ateniéndonos a las primeras informaciones que dieron
los servicios de inteligencia y de seguridad norteamericanos, el presidente
de la primera potencia del orbe y comandante en jefe de las fuerzas armadas
mas poderosas de la historia fue puesto en fuga por un grupo de sujetos armados
con cuchillos y cortaplumas.
Desde el punto de vista militar, quedo demostrado que hubo quienes fueron capaces
de desarrollar la técnica kamikaze hasta límites hasta ahora insospechados,
pues la carencia de misiles estratégicos fue suplida por la utilización
de aviones de pasajeros en vuelos de cabotaje dentro del territorio elegido
como objetivo del ataque. Impensable, imposible, pero fue posible.
Ese estallido conceptual debería alarmar no solo al poder norteamericano
sino también a todos los poderes que se construyen y sustentan a partir
de la exclusión de países en el concierto internacional y de grupos
sociales mayoritarios en los respectivos ordenes domésticos. Y ese sentido
de alarma debería ser racional y razonable, a favor de una revisión
del orden internacional y social injusto y no sólo para ver como se refuerza
la seguridad del orden establecido; de lo contrario, la espiral de violencia
terrorista ira en aumento. Y es Estados Unidos el que primero debe apelar a
la razón y la razonabilidad, porque es Estados Unidos, según palabras
de su anterior presidente, la más grande máquina acumuladora de
odios.
Ese estallido conceptual debe ser considerado con seriedad en los países
en desarrollo. ¿Qué sucedería en el mundo, por ejemplo, si esas
naciones endeudadas y ancladas en el imposibilismo fatalista que se cacarea
desde los centros del poder financiero mundial se diesen cuenta que hay otras
formar posibles de desarrollo, independiente y que desconozca una deuda externa
global que sólo fue buen negocio para la banca acreedora? ¿Por qué
no? Si lo que parecía imposible resulta que sí es posible.
Por supuesto que el mundo acaba de sufrir una escalada de amoralidad -no hay
causa que justifique ni siquiera una muerte-, pero esa amoralidad hace mucho
que marca a fuego al que hacer de la política internacional, al ejercicio
del poder político, económico y militar. La ONU informo que el
bloqueo impuesto a Irak hace diez años provocó la muerte de medio
millón de niños de ese país, y, como todos saben, la cuenta
de inmoralidades cometidas por Estados Unidos contra los pueblos de Africa,
de Asia y de América Latina, siempre en ejercicio de ideales democráticos
y en defensa de la libertad de mercados, sería sencillamente interminable.
Lo dicho hasta aquí no debe ser entendido como justificación de
los atentados del 11 de septiembre pasado, pero si como alerta ante las tantas
declamaciones de indignación moral, que, hechas en nombre de una ética
parcial, han inundado los medios de comunicación para evitar la reflexión.
Los atentados contra Nueva York y Washington deber ser considerados como lo
que fueron, como ataques a los símbolos del poder financiero y militar
del imperio.
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Pocas horas después del atentando y ante la sorpresa de cualquier ser
inteligente, el presidente Bush dijo que las fuerzas armadas y de seguridad
garantizan la vida de los norteamericanos. Acababan de atacar el Pentágono
y la Torres Gemelas en un acto terrorista que arrojó varios miles de
víctimas mortales.
El complejo de inteligencia, seguridad y defensa más caro y extenso del
orbe no pudo prever ni evitar lo ocurrido el 11 de septiembre pero sí
estuvo en condiciones, en menos de 24 horas, de determinar un sospechoso principal
-al saudí Osama ben Laden- y de decir, como lo hizo el FBI, que contaba
ya con incontables pistas para la investigación. Desde el principio se
trató de afirmaciones poco creíblea y si algo faltaba para concluir
que Washington comenzaba a tomarle el pelo al planeta a través de la
CNN, ello apareció cuando las policías de Alemania y de la Unión
Europea informaron que sus investigaciones en torno a la llamada pista alemana
estaban cada vez más lejos de Osama ben Laden.
La CNN es una cadena privada que comparte satélites con el Pentágono
y que a mediados de la década del '90 coordinó horarios con las
fuerzas norteamericanas de invasión a Somalía para que los marines
tocasen tierra africana a la hora del principal telediario de la jornada.
La CNN tuvo la casi exclusividad de la Guerra de Golfo porque compartió
sus canales de transmisión con el alto mando de la tropas aliadas. Para
desacreditar a los palestinos en el conflicto de Medio Oriente, y, sometiéndose
a una operación de la Mosad, fraguó las imágenes televisivas
que mostraban a un grupo de palestinos festejando en las calles los atentados
contra Nueva York y Washington.
El gobierno norteamericano califica a ben Laden de "principal sospechoso", no
ofrece pruebas, pero moviliza a la ONU y a la OTAN con la intención -lograda
por cierto- de obtener un paraguas político para el lanzamiento de su
maquinaria militar contra individuos y estados que no identifica. También
logra que el Congreso le otorgue las mismas facultades que la Casa Blanca obtuvo
cuando se involucró directamente en la Segunda Guerra Mundial, pero esta
vez sin enemigos determinados.
Para combatir a un grupo de fanáticos asesinos, el presidente Bush dice
que se trata de una lucha entre el bien y el mal; que todo aquel que no esté
con Estados Unidos está contra los Estados Unidos y que, por consiguiente,
será pasible de persecución y castigo. Pocos días después
afirma que la respuesta será devastadora para que el mundo comprenda
que Estados Unidos sigue siendo la primera potencia del planeta.
Los diarios The New York Times y Washington Post publican columnas de análisis
en las que no se descartan que Estados Unidos deba recurrir a métodos
de terrorismo de estado, como los son conspiraciones en terceros países
y asesinatos de lideres políticos. A la vez que la CIA informa que volverá
a reclutar delincuentes para que se encarguen de "tareas especiales", encuestas
publicadas en los principales diarios del país demuestran que la campaña
propagandística de Washington logró su cometido: cerca del 70
por ciento de los norteamericanos estaría de acuerdo con el asesinato
político en defensa de su seguridad.
En ese sentido debería recordarse que Washington tiene mucha experiencia
en ese tipo de prácticas: el derrocamiento de Salvador Allende en Chile,
la creación de los Contras nicaraguenses, la invasión a Panama,
a Granada y a Santo Domingo, el golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala, la
frustrada invasión a Cuba en Playa Girón, las decenas de atentados
que planificó contra Fidel Castro y los incontables sabotajes contra
intereses cubanos, cometidos dentro y fuera del territorio de ese país.
Y acaban de ser citados sólo algunos de los ejemplos que tuvieron escenarios
latinoamericanos.
Es muy probable, por no decir casi seguro, que Estados Unidos termine lanzando
sus armas contra Afganistan o contra algún otro país calificado
de enemigo o de sospechoso, pero a la hora del cierre de este artículo
-el jueves 20 de septiembre-, a una semana de los atentados, Washington comienza
a tener síntomas de aislamiento: la solidaridad manifestada por la casi
totalidad de los países del mundo difícilmente pueda traducirse
en apoyo incondicional si la salida adoptada por los norteamericanos es la anunciada
hasta este momento. En declaraciones reservadas -y no tan reservadas también,
como fue la del presidente francés Jacques Chirac- sus principales socios
de la OTAN guardan al menos preocupación por el tono que eligió
darle la administración Bush al conflicto.
Fue Chirac el encargado de decirle a Bush, en su cara y en Washington, que Francia
es un país soberano y como tal analizará cuales son los mejores
métodos para enfrentar al terrorismo. Y fue Tony Blair, primer ministro
del principal aliado estratégico de los Estados Unidos, quien le recomendó
al actual ocupante de la Casa Blanca que hace falta mesura y prudencia.
Al momento de redactarse este artículo el presidente Bush ya le había
puesto nombre al ataque que se aprestaría a lanzar contra Afganistan;
la bautizó con un nombre fundamentalista: Justicia Infinita, aunque bien
pudo haberse llamado Guerra Santa.
¿Triunfará a caso la versión western del mundo, muy al gusto de
los Estados Unidos? Mientras tanto la verdadera guerra terrorista, la que libran
las distintas facciones del corporativismo global financiero ya está
en marcha y sus primeras grandes batallas fueron libradas en Nueva York y en
Washington.
laotraaldea@hotmail.com