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18 de mayo del 2002
Habría sido necesario matar a Hitler?
Jérôme Collette
Lunes 6 de Mayo, Holanda (y con ella toda Europa) esta sobresaltada. El candidato
Pim Fortuyn acaba de ser tiroteado en plena campaña electoral, y fallecerá
poco después. Qué pasó en este pequeño país
considerado desde hace siglos como una nación hospitalaria y tolerante,
muchas veces observada como un ejemplo libertario frente a los problemas morales
de la sociedad? Después del terremoto electoral francés, este
asesinato echa más leña al fuego de los debates sobre el ascenso
de las ideologías de ultraderecha en Europa Occidental y del Norte.
Un Dandy populista
Desconocido en el escenario político internacional hasta hace
algunos meses, Pim Fortuyn había logrado el 6 de Marzo pasado seducir
a una parte considerable del electorado neerlandés, decepcionado por
una clase política átona y amarrada en su coalición violeta.
Con más de 34% de los votos en su ciudad de Rotterdam, ese hombre locuaz
y teatral ponía término a más de medio siglo de hegemonía
socialdemócrata en una de las tres ciudades más importantes de
los Países Bajos, ciudad porteña con un 40% de inmigrantes. Fortuyn
repetía a menudo y con gusto que "Los socialdemócratas se preocupan
de la humanidad, no de los hombres!".
Su partido, con leitmotiv: "Los Países Bajos están llenos", era
uno de los favoritos para las elecciones legislativas del 15 de Mayo, teniendo
como principal tema la inseguridad ciudadana, asociándola como de costumbre
en Europa y en otras partes con la inmigración. Él presentaba
como soluciones la regularización del flujo inmigrante por rechazo de
demanda de asilo y control en las fronteras.
Dandy exuberante, con gustos refinados de lujo, él estaba descrito
por el politólogo de la Universidad de Rotterdam, Henri Beunders, como
una suerte de cruce entre el Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi, y
el ex-alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Del segundo, tenía el
discurso sobre el orden y la ley, y con el primero compartía el desprecio
al Islam y el odio a la burocracia.
La amenaza de una islamización de la sociedad holandesa era uno
de sus argumentos predominantes, y recientemente había tenido que explicarse
públicamente sobre sus declaraciones definiendo el Islam como una cultura
retrasada. Él prefería hablar desde entonces de una cultura
atrasada por vejar a las mujeres y reprimir la homosexualidad.
Fortuyn había comenzado una cruzada agresiva en contra del establishment
holandés pero también europeo y preconizaba la disolución
del Parlamento Europeo así como de los Acuerdos de Schengen, a favor
de un regreso a los controles aduaneros en la zona Euro. Su programa político
preveía entre otros, controles policiales reforzados, pero reprimir menos
las infracciones al código del transito, establecer un servicio militar
o social obligatorio para los jóvenes, disminuir las obligaciones empresariales
(pero se negaba a privatizar las empresas de bienes públicos), la instalación
de profesionales en los ministerios (empresarios, directores de bancos, arquitectos,
etc.) más en condiciones de sanear y reorganizar la economía y
la sociedad.
Quería una reestructuración profunda de los servicios públicos,
suprimir todo subsidio dependiente del salario (como la subvención para
familias con bajos ingresos), suprimir los contratos de duración determinada
en favor de los contratos de duración indeterminada. Las personas mayores
debían, según él, trabajar más tiempo y soportar
los gastos que su edad significa a la sociedad. Examinaba la posibilidad de
suprimir una ley prohibiendo la ganadería de animales para la venta de
pieles y también retirar las computadoras de las escuelas. Pequeños
ejemplos de un programa por el cual no escondía su pretensión
de alcanzar el cargo de Primer Ministro próximamente, "no me interesa
un ministerio, soy un capitán y en un barco no hay espacio para dos capitanes!".
Pero más que todo, él había sabido adoptar un discurso
que llegaba directamente a la gente, llevar la política a la calle.
Las democracias podridas de Europa
Los partidos políticos fascistas, xenófobos o populistas con
lideres carismáticos se convirtieron en un ingrediente banal de las democracias
parlamentarias de Europa, esos partidos están desde hace décadas
agrupados bajo la apelación de ultraderecha. Algunos participan ya activamente
en los gobiernos de sus países como el FPÖ de Jorge Haider en Austria
(Partido por la Libertad, 27% en los legislativas de 1999), el DV de Pia Kjaersgaard
en Dinamarca (Partido del Pueblo Danés, 12% en las legislativas de 2001)
o igualmente la Liga Norte de Umberto Bossi en Italia. Otros de esos partidos
están en la oposición a sus gobiernos como el Vlaams Blok en Bélgica
(Bloque Flamenco, 15% en las legislativas de 1999) o poseen municipalidades
como el FN de Francia (Frente Nacional, 17% en las presidenciales de 2002).
Se destacan también la aparición "ruidosa" de partidos como el
BNP en Inglaterra (Partido Nacional Británico), el FrP en Noruega (Partido
del Progreso), la UDC en Suiza (Unión Demócrata del Centro) o
el PP de Portugal (Partido Popular) así como el DVU en Alemania (Unión
del Pueblo Alemán).
La proliferación de estos partidos de ultraderecha puede a veces esconder
sus diferencias, por poco significantes que sean, y crear amalgamas. Si la mayoridad
de ellos son abiertamente fascistas y racistas, otros (muchas veces los más
nuevos) son en la superficie más moderados y adoptan un discurso "matizado"
y ambiguo. Sin embargo, a modo de hilo ideológico común: son económicamente
liberales, y hostiles a Europa. Su denominador común parece ser la "preferencia
nacional", es decir la atribución exclusiva de los bienes del Estado
a los nativos. Además profesan la misma aversión hacía
la sociedad multicultural, descrita como la fuente de todos los disfuncionamientos
del cuerpo social. En consecuencia, tienden a limitar la inmigración,
y aún a invertir el flujo migratorio.
La inseguridad creciente en las grandes ciudades europeas permanece
como el caballo de batalla electoral contemporáneo más útil
de los partidos de todas las tendencias, aunque alimenta particularmente las
urnas de partidos extremistas como ocurrió en Francia en las últimas
elecciones presidenciales.
Los eventos políticos de esas últimas semanas en Francia y Holanda
no son más que los ecos más mediáticos que reflejan la
crisis existencial que habita la política europea y debilita sus democracias.
Esa crisis atañe a los partidos políticos tradicionales y tiene
por responsables a su representantes mismos.
Libertad, Igualdad...
En la noche de la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas,
el país y una gran parte de Europa ven aparecer con incredibilidad en
sus pantallas los dos candidatos electos para disputar la segunda ronda. Jean-Marie
Le Pen, presidente fundador del FN, dejó atrás al candidato socialista,
Lionel Jospin. Gritos, llantos invaden las calles, se emprende una búsqueda
de los responsables de este sismo político en el país de los Derechos
Humanos. Los abstencionistas (27%) son directamente apuntados con el dedo, seguidos
por los votantes que fueron a "perder" sus votos en la nebulosa de partidos-satélites
de la izquierda, incluso se olvidará mencionar a ese 17% que votó
por el candidato ultraderechista.
¿Así los franceses serian culpables de ese fiasco político? Los
mismos a los que los candidatos, durante semanas, rogaron cumplir sus derechos
de ciudadano y así participar en su democracia. Los electores, una vez
su derecho cumplido, se ven apuntados como responsables del resultado... No
busquemos los responsables en la población francesa que votó con
sus convicciones (el abstencionista dejando un mensaje tan claro como el voto)
como se le pedía. La responsabilidad la compartirán los partidos
tradicionales. Responsables de no haber podido convencer y juntar su electorado
durante una campaña insípida y centrada en su candidatos respectivos.
¿Es útil recordar que el programa de Le Pen no fue contestado por ninguno
de los dos favoritos? Chirac prefiriendo orientar su campaña hacia la
inseguridad urbana que no pudo contener el gobierno socialista, y Jospin por
su parte demasiado ocupado en denigrar los programas de los partidos disidentes
de izquierda. Los dos mirando ya a la segunda vuelta no juzgaron necesario considerar
la amenaza Le Pen. Simplemente, no existía.
Más que eso, llevarán la responsabilidad de no haber sabido durante
su gestión política responder a lo que sus ciudadanos esperaban,
desgastando poco a poco su confianza en una ideología y su representación
política. Y la victoria por 82% de Chirac en la segunda ronda no parrará
la hemorragia.
La gente, y no es solamente una realidad francesa, se siente cada día
menos concernida por la política, no se siente ni escuchada ni representada
por una casta que no comparte sus intereses y representa siempre más
la impotencia de los poderes políticos en las decisiones internacionales,
impotencia frente a la Santa economía mundial. Los pueblos europeos están
desestabilizados por la falta de diferencias entre la izquierda y la derecha,
acentuadas más aún por coaliciones gubernamentales antagónicas.
Era de la globalización, hegemonía de los EE.UU, unificación
europea, pérdida de identidad nacional, desaparición de las monedas
y de las fronteras, sumándose a los miedos y las dudas crean un terreno
fértil a los nacimientos (o renacimientos) de ideologías menos
consensuales y abren la vía a personalidades carismáticas y partidos
del "cambio".
Xenofobia o Populismo
Holanda no escapaba a esos problemas de la sociedad y a ese rechazo del
político. La inmigración está creciendo y si, efectivamente,
el nivel de vida es en este país bastante elevado y las libertades numerosas,
los holandeses viven las mismas angustias comunes a toda Europa. Están
desencantados, agotado por esta democracia demasiado poca representativa en
la cual no pueden elegir directamente ni el Primer Ministro, ni los diputados,
ni los ministros... ni su alcalde.
Todo eso, Pim Fortuyn lo había entendido muy bien, él canalizaba
ese desencanto y rechazo, y prometía devolver a los ciudadanos poder
sobre el curso de las cosas. Sus soluciones radicales y su personalidad imponente
habían sido recibidas por muchos como una liberación porque abordaba
temas que no se debatían en el mundo político, porque él
ponía de relieve, de manifiesto los verdaderos males escondidos de Holanda.
La novedad del personaje resultaba en su negación de ser asimilado a
las corrientes tradicionales del ultraderechismo, él mismo no se definía
como antidemócrata o xenófobo sino como un populista de derecha,
lejos de las doctrinas racistas y homofóbicas de Le Pen o del antisemitismo
notorio de Haider. De hecho, si es claro que un partido como el FPÖ tiene
sus raíces en el Nacional Socialismo de la segunda guerra mundial, o
que el Vlaams Blok y el FN prolongan la herencia de la colaboración,
Holanda no conoció más partidos políticos extremistas después
de esta misma guerra.
Fortuyn se adjudicaba una juventud marxista y profesaba una admiración
sin condiciones a J. F. Kennedy. Era un hombre respetable.
En eso estaba su fuerza, una fuerza que le permitía reunir electores
de todos sectores y de todos los niveles económicos de vida... o de raza.
Era percibido como un hombre nuevo y limpio, quebrando tabúes, pero no
como un ultraderechista. Los partidos tradicionales neerlandeses se decían
además listos a formar una coalición con él si la estrategia
política lo necesitaba, contrastando aquí con otros gobiernos
europeos que habían instaurado un llamado "cordón sanitario" alrededor
de sus partidos ultraderechistas.
Muchos politólogos tampoco lo consideraban como un hombre de los extremos
de la derecha, sino más bien como un demócrata. Él se situaba
para ellos entre las dos definiciones. Difícil sin embargo no ver xenofobia
en los discursos de un hombre que afirmaba que el 99% de los delitos están
cometidos por los inmigrantes, y que si los toxicómanos quieren
morir, que el Estado les ayude: aquí esta su sobredosis! Difícil
no encontrar resabios de fascismo en un político nostálgico de
las conquistas coloniales, que ponía en duda la igualdad entre el hombre
y la mujer y sobre todo que proyectaba, como primer acto fuerte de su próximo
gobierno, modificar el articulo 1º de la Constitución neerlandesa, el
mismo que prohibe todas las formas de discriminación.
Dispararon a la Democracia
Apenas la noticia del asesinato de Pim Fortuyn anunciada, una misma pregunta
se escuchaba en todas las bocas: "¿Cómo había podido ocurrir eso
aquí, en una Democracia estable? ¡Eso ocurre en Africa, en Sudamérica,
no aquí!" Muestra inocente pero fiel de la prepotencia latente en los
gobiernos europeos, y en sus sociedades.
Una vez la noticia difundida, la acompañó una exclamación,
exclamación que se difundió en las calles, en los canales de televisión,
en toda parte de manera general: La Democracia había sido tocada en su
alma. Hasta hoy siguen las manifestaciones para condenar este acto antidemocrático.
La amplitud de las reacciones de fervor popular en los Países Bajos así
como el hecho de que tanta gente, en los medios de comunicación, en el
mundo político, saludan su memoria excusando largamente sus declaraciones,
resulta sorprendente. Su muerte lo glorifica y lo eleva al rango de mártir
contemporáneo, presentando sus discursos y sus ideas, muchas veces inaceptables,
como simples excesos del lenguaje. Pim Fortuyn encarnaba la metamorfosis de
la ultraderecha en Europa, ideologías fascistoides envueltas en un populismo
decente y respetable en cual se reconocen las distintas franjas de la sociedad.
A la pregunta de si matar a Hitler hubiese sido un crimen, la respuesta es sí.
A la pregunta de si habría sido un acto antidemocrático, sin duda,
no.