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16 de mayo del 2002
Razones para una huelga general
CAES
La propuesta del Gobierno del P.P. sobre la "Reforma de la protección
por desempleo y de la ley básica de empleo", constituye un paso más
en la flexibilización del mercado de trabajo. Esta propuesta obliga a
aceptar cualquier empleo en cualquier condición, so pena de perder la
prestación o el subsidio, exonera a las empresas del pago de los salarios
de tramitación, en caso de despido improcedente, a costa de la prestación
por desempleo que percibe la persona despedida, congela y dificulta la percepción
del subsidio agrario, buscando su progresiva eliminación, limita la protección
por desempleo de los fijos discontinuos y emigrantes retornados y compatibiliza
la prestación de desempleo con un salario.
Estamos ante el despliegue de las llamadas "políticas activas de empleo"
apoyadas por el Coro Unico.
La competitividad exige eliminar todas las barreras que protejan a las personas
de unas condiciones de trabajo despiadadas o degradantes. Quien intente protegerse
del trabajo basura desde una prestación o un subsidio de 60.000 pesetas
al mes, solo es un oportunista defraudador. Al legitimar así este nuevo
despojo de derechos políticos y sociales a millones de personas, el gobierno
solo demuestra que vacía de contenido real la democracia para millones
de personas y que proyecta sobre los otros su propia identidad.
Una huelga general es necesaria para expresar políticamente el
destrozo material y moral de la clase obrera. Podía suponer un punto
de inflexión en el deterioro sindical y social si fuera el resultado
de un intenso y generoso proceso de confluencia en la acción de múltiples
sujetos y movimiento sociales. Si se concibiera como un salto cualitativo en
un proceso de acumulación de fuerzas populares, que impidiera el avance
de esta lógica brutal llamada globalización, como el resultado
de un laborioso proceso previo de convergencia entre el movimiento obrero y
el resto de movimientos sociales integrantes de los Movimientos Antiglobalización.
Esta huelga no sólo recogería la fuerza de estos movimientos,
sino que, en un círculo virtuoso, contribuiría a potenciarla.
Una huelga general es oportuna. Tras quince años de integración
en Europa, el paro no baja, la precariedad crece. La estabilidad monetaria y
el cambio irrevocable de la moneda, exige trasladar a los salarios los desequilibrios
competitivos con otros países.
El Pacto de Estabilidad (déficit público cero) de los países
euro, impide las políticas de gasto social para proteger a l@s damnificad@s
por el mercado. El "progreso" basado en el libre comercio y el crecimiento,
pone la competitividad en el puesto de mando. Esto exige más producción
con menos costes.
Una espiral de violencia que impone condiciones degradadas, degradantes y homicidas
a la gente trabajadora, sobre todo a los sectores mas vulnerales: jóvenes,
mujeres, inmigrantes. Las "ventajas" de la flexibilización y las privatizaciones
se dejan notar a través de una inseguridad de masas sólo atenuada
por la anestesia televisiva y un consumismo irracional. Los perjudicados por
la globalización también somos cómplices de la misma. Por
eso, hasta ahora, la precariedad genera sumisión y no rebelión.
Una huelga general es proporcionada a la magnitud de los problemas sociales:
dependencia y frustración de los jóvenes, desigualdad y subordinación
de las mujeres sustentada en el beneficio de los hombres, violación de
los derechos humanos de presos e inmigrantes, contaminación, precariedad,
agobio, soledad, amenaza a las jubilaciones y a la protección social.
La economía global traslada a la mayoría de la población
todos los desequilibrios de una producción que no se planifica antes,
según las necesidades de la gente, sino después, según
las fuerzas ciegas del mercado.
Una huelga general es democrática. No sólo como expresión
de millones de perjudicad@s, sino también como rechazo a que el derecho
del capital a unos beneficios siempre insuficientes, tenga más fuerza
que el derecho a una alimentación suficiente y saludable, a un trabajo,
una vivienda y una jubilación dignas, o que el derecho a la integridad
física y a la vida, que pierden cada año miles de trabajadores,
sobre todo eventuales. Pedir el respeto a los derechos sociales desde dentro
de la moneda única es como pedir la cuadratura del círculo.
¿Qué huelga general? En los últimos dieciséis años
hemos conocido cuatro huelgas generales de dimensión estatal. El 20 de
junio de 1985 contra la Reforma de las Pensiones; el 14 de diciembre de 1988
contra el Plan de Empleo Juvenil; el 28 de mayo de 1992 contra el Decretazo,
que reducía la duración y la cuantía de las prestaciones
por desempleo; y el 27 de enero de 1994 contra la segunda gran Reforma Laboral.
Con toda su importancia, este modelo de huelga general basado en paralizar la
producción un día y sólo uno, no es válido. La prueba
está en que no ha conseguido detener la maquinaria precarizadora y privatizadora.
Una huelga general, para ser realmente útil, debería presentar
otro perfil.
Primero. No constituir un hecho extraordinario, aislado de un proceso
de acumulación de fuerza en torno a objetivos estratégicos. La
paralización de la producción a día fijo, con toda su importancia,
es tan fácil de asumir por la patronal como un día de fiesta,
con la ventaja de que se ahorra los salarios.
Segundo. No tener su centro de gravedad operativo únicamente en
las empresas y ramas. El capitalismo global no sólo es producción,
sino circulación y consumo de mercancías, no sólo es una
actividad económica, sino también una forma de relación
política y social. No sólo produce objetos para los sujetos, sino
también sujetos para los objetos. Es decir, no hay un espacio de la explotación
(las empresas) y un espacio de la democracia (la sociedad), sino un solo espacio
social dominado por la persecución del interés privado. Enfrentarse
al modo de producción capitalista globalizado supone movilizar trabajador@s
asalariad@s, pero también consumidor@s, ecologistas, inmigrantes, jubilad@s,
estudiantes de universidad y de enseñanza media, profesor@s, vecin@s,
pres@s, ... ... La huelga general no debe ser sólo del trabajo asalariado,
sino también del no asalariado, para visibilizar, como se pretende desde
el feminismo, el papel del trabajo doméstico y de cuidados como sostenedor
del capitalismo global y a las mujeres como perjudicadas por la falta de recursos
sociales y el desentendimiento de los hombres.
Tercero. Para demostrar quien tiene la representación de l@s asalariad@s
basta con un día de huelga organizada por los sindicatos. Pero si se
trata de confrontar miles de conflictos aislados con las políticas que
los originan, de incorporar decenas de miles de activistas sociales a la Política
en general, de mejorar la vida de la gente y regenerar la democracia, los objetivos
de una huelga general adquieren perfiles más complejos.
Cuarto. Una huelga general puede constituir el horizonte de una larga,
ancha y profunda campaña social. Si se consigue la cooperación
de la parte más activa de la sociedad, se despertará un deseo
compartido, por primera vez en muchos años de desencanto y nacionalsindicalismo,
que actuará como un poderoso multiplicador.
Quinto. Una huelga general debe rescatar del olvido el caudal de las
setecientas mil firmas por una ley de 35 horas, en cómputo semanal y
sin rebaja salarial, por el reparto del trabajo, de todo el trabajo y por una
renta básica como derecho ciudadano individual, incondicional y suficiente.