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30 de abril del 2002
Francia, el fascismo y la Pax americana
Miguel Ángel Ferrari
Hipótesis, LT8 Radio Rosario
"La historia nos enseña que toda civilización dimana de
la raza blanca, que ninguna de las demás puede existir sin la cooperación
de esta raza y que una sociedad será grande y brillante sólo en
la proporción en que sabrá conservar por un período prolongado
al grupo noble que la creó."
¿Se trata, quizás, de un párrafo de un discurso de Adolf Hitler,
pronunciado ante un público fanático en los años de la
preguerra? No. Estas palabras pertenecen al conde francés Arthur de Gobineau
y constituyen el núcleo de su pensamiento racista expresado en su libro
titulado "Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas", escrito en el siglo
XIX.
La ideología racista del conde de Gobineau fue compartida por el británico
Houston Stewart Chamberlain y los pensadores franceses Gustave Le Bon, Maurice
Barrés, Paul Bourget, Vacher de Lapouge, Antoine de Lagarde y Charles
Maurras. Todos ellos predecesores y maestros de Alfred Rosenberg, el filósofo
y político alemán, autor del "Mito del siglo XX", quien fue condenado
a muerte por actos de genocidio por el Tribunal de Nuremberg, muriendo en la
horca en 1946.
Estos teóricos de la supremacía de la raza blanca, aria o caucásica,
fueron anteriores al nazifascismo. Sus ideas dieron fundamento al colonialismo
y calmaron la conciencia de los empresarios y militares europeos mientras se
dedicaban a la consolidación del capitalismo a expensas de sus propios
pueblos y --fundamentalmente-- de los pueblos de la periferia del planeta.
Luego, entrado el siglo XX, hizo su aparición el fascismo que exhibió
como suyas aquellas ideas totalitarias de los siglos anteriores. Las secuelas
de la Primera Guerra Mundial, las cargas económicas impuestas por el
Tratado de Versalles a la Alemania derrotada, la demagogia populista de Hitler
y Mussolini, desataron un trágico fenómeno que costó la
vida de decenas de millones de personas. Una de las atrocidades más grandes
de la historia de la humanidad tuvo como escenario a países con uno de
los más altos grados de desarrollo capitalista del mundo.
Desde hace un tiempo recorre Europa un fantasma, que no es el que Carlos Marx
describía en su "Manifiesto Comunista". Este fantasma se corporizó
el domingo pasado, en Francia, en la figura del ex paracaidista y legionario
colonialista, devenido en dirigente político, Jean-Marie Le Pen. El resultado
de las elecciones del domingo pasado causaron estupor. La costumbre de varias
décadas, que consistía en dar por sentado que en la segunda vuelta
se decidía la presidencia entre la derecha y la socialdemocracia, fue
alterada con la irrupción en el segundo lugar del Frente Nacional, la
formación fascista liderada por Le Pen.
En realidad, su ascenso tuvo más que ver con el desprestigio y el consiguiente
descenso electoral de sus contrincantes, que por mérito propio. El actual
presidente derechista Jacques Chirac, acusado por múltiples actos de
corrupción, de los que se defiende con su investidura, obtuvo un escaso
20 % de los votos. Un millón menos que en 1995... ¡la cifra más
baja lograda por un candidato presidencial desde la existencia de la Quinta
República, fundada por el general Charles De Gaulle en 1958! Los socialistas,
liderados por el actual primer ministro Lionel Jospin, comprometidos en las
políticas neoliberales de ajuste y en la agresión de la OTAN a
Yugoslavia, disminuyeron casi tres millones de votos desde aquellas elecciones.
El partido Comunista, que actualmente integra el gobierno francés y que
para ello emprendió un proceso de socialdemocratización vertiginoso,
perdió un millón y medio de sufragios respecto de 1995. La explicación
numérica más importante para comprender este descenso, tiene que
ver con la creciente abstención del electorado francés: casi un
28 % de los ciudadanos habilitados para votar no lo hicieron. Sólo los
partidos de la izquierda radicalizada crecieron de un modo considerable, alcanzando
la suma de dos ellos --Lucha Obrera y Liga Comunista Revolucioaria-- algo más
del 10 %, el doble de lo obtenido en la última compulsa electoral.
Que este resultado cause conmoción por el lugar al que logró ascender
el xenófobo Frente Nacional, es absolutamente lógico y habla de
las profundas reservas democráticas de la sociedad francesa. A propósito
del rechazo provocado por la perfomance electoral del fascista Le Pen, digamos
que hoy se reallizaron multitudinarias manifestaciones en Paris y en distintas
ciudades de toda Francia. También digamos que el resultado electoral
de la segunda vuelta, no es una incógnita para nadie. Se estima que el
presidente Chirac obtendrá un 75 % de los sufragios, con lo cual podrá
continuar la implementación de un programa abiertamente neoliberal. La
irrupción de Le Pen le maquilló --por ahora-- las manchas de la
corrupción y le permitirá, con sólo un 20 % del electorado
a su favor-- continuar siete años más en la primera magistratura.
Pero, en razón del muy especial sistema electoral francés, este
año --en junio-- también habrá elecciones parlamentarias.
Y es allí donde se librará una batalla decisiva, por cuanto si
el lugar alcanzado por el Frente Nacional en las presidenciales, logra expresarse
también en las parlamentarias, esta fuerza reaccionaria podría
convertirse en fiel de la balanza legislativa, con los peligros que ello implica.
Si nos sobreelevamos un poco de la situación francesa, podemos apreciar
que este avance de las formaciones fascistas, neonazis y populistas de extrema
derecha, que ya abarcan numerosos países de Eruopa, está expresando
--en el peor de los modos-- un profundo descontento con las políticas
neoliberales y pronorteamericanas, aplicadas por gobiernos supuestamente socialistas.
Claro, que en Europa también se manifiesta un crecimiento de las corrientes
que enfrentan a la globalización neoliberal, crecimento que todavía
no se expresa en toda su dimensión en los resutados electorales.
El fascismo, que luego de la Segunda Guerra Mundial dejó de ser una mera
ideología para transformarse en un delito de lesa humanidad, debe ser
combatido con tenacidad desde sus estados embrionarios. Debe ser aplastado,
erradicado, a fin de evitar sus tentaciones genocidas. Pero... ¡cuidado con
el cinismo de muchos aparentes demócratas! En una nota fechada en París
y publicada en el día de hoy por el diario La Capital de Rosario, se
señala "Jean-Marie Le Pen recrudeció sus comentarios sobre la
inmigración, al tiempo que afirmó que no es más racista
que el primer ministro británico, Tony Blair".
Lamentablemente el premier británico le ha dado múltiples argumentos
al dirigente racista francés. ¿Qué es, sino racismo --o cualquier
otra forma perversa de expresar superioridad-- la conducta imperialista seguida
por el supuesto laborista Blair en las brutales agresiones a los pueblos de
Irak, Yugoslavia y Afganistán, acompañando en estos atropellos
a los Estados Unidos, para citar sólo los casos más aberrantes?
¿Qué es, sino racismo aplicar una política exterior que cuenta
con el asesoramiento de su consejero personal Robert Cooper?
Robet Cooper es un alto funcionario británico que acaba de publicar un
ensayo en el que afirma "que una nueva idea de imperio puede ser decisiva para
la consecusión y mantenimiento de la paz en el mundo de la posguerra
fría". Es quien también dijo --y esto lo difundimos en un programa
anterior-- "al tratar con estados retrasados, fuera del mundo posmoderno, debemos
retomar los métodos más recios de tiempos pasados: uso de la fuerza,
ataques preventivos, engaño, todo lo que haga falta para manejarse con
quienes aún viven en el siglo XIX".
Pero Robert Cooper no es el único demócrata criptofascista. También
merodean discípulos del conde de Gobineau por la Casa Blanca de Washington.
Richard Haass, director de planificación política del secretario
de Estado de EEUU, Colin Powell, manifestó a la revista New Yorker "si
un gobierno no puede cumplir sus obligaciones contra el terrorismo, otros gobiernos,
incluido el norteamericano, se ganan el derecho a intervenir". Si se tratara
de una obra de teatro podríamos decir "toda semejanza con al invasión
nazi a Polonia el 1 de setiembre de 1939 es mera coincidencia".
Aunque Cooper y Haass, tampoco son los únicos. Max Boot, emblemático
editorialista del conservador The Wall Street Journal, no les va en zaga. En
su habitual columna manifestó "somos un imperio atractivo, y ésta
es la razón para empeñarse en una Pax Americana. En un mundo anárquico,
con estados delincuentes y células terroristas, unos Estados Unidos globalmente
dominantes son la mejor esperanza para la paz y la estabilidad". La Pax Americana,
nos recuerda la Pax Romana y la Pax Romana nos recuerda los estandartes con
el águila y la esvástica en las concentraciones realizadas al
pie de la puerta de Brandeburgo.
En el frontispicio de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario hay una
leyenda que dice "Los romanos construyen un cementerio y lo llaman paz. Tácito.
Siglo I".