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13 de mayo del 2002
Mundialización y Globalización
Gustavo Bueno
El Catoblepas
Se intenta determinar un criterio objetivo que permita establecer una diferencia
entre los términos, usualmente confundidos, de Mundialización
y Globalización.
1. He aquí dos términos de máxima actualidad que en nuestros
días están en boca de todos, tanto en las bocas de los altos funcionarios,
políticos o banqueros que se reúnen en edificios bien protegidos
policialmente de ciudades como Seattle, Davos, Gotemburgo, Génova, como
en la boca de quienes acuden a esas ciudades a las manifestaciones «anti-globalización»
(o, por un modelo alternativo de globalización) o, sencillamente, se
reúnen en lugares elegidos por ellos (Portobello, por ejemplo).
«Todo el mundo» –puede decirse– tienen sus propios saberes y opiniones sobre
la «globalización», otras veces designada como «mundialización».
Pero ocurre que estos saberes y opiniones, ya sean técnicos, científicos
o ideológicos, son muy diversos. Un teólogo católico, un
teólogo protestante o un ortodoxo –por no decir un musulmán, un
hebreo o un confuciano– tendrá probablemente un concepto de la globalización
y de la mundialización muy distinto del que pueda tener un economista
tecnócrata, demócrata y agnóstico, un marxista, un «demócrata
participativo», un anarquista o un humanista-indigenista.
Tendría por ello poco sentido que, por mi parte, aprovechase esta solemne
ocasión para exponer mis propias opiniones sobre el particular, como
si los ilustres miembros de un auditorio tan distinguido como el presente, que
ya tiene sus propias opiniones formadas al respecto, necesitasen conocer con
urgencia una opinión más; una opinión que, ni ellos ni
yo, podríamos en ningún caso considerar como sabiduría
llovida del cielo, cuya importancia o novedad justificase o exigiese su inmediata
revelación.
2. Entonces ¿por qué he aceptado una tarea tan comprometida, por qué
me he decidido a enfrentarme, en general, con las ideas de mundialización
y de globalización? Sencillamente porque yo no voy a hablar propiamente
de la globalización, ni voy a hablar de la mundialización, en
sí mismas consideradas. No se alarmen. No voy, por ello a «salirme» del
tema anunciado: voy a hablar de las relaciones entre estas dos Ideas.
Es evidente que para hablar de las relaciones entre los términos de un
modo que no sea estrictamente algebraico es necesario tener en cuenta la materia,
significado o contenido de estos términos. Sin embargo, cuando nos mantenemos
estrictamente en la consideración de sus relaciones, la materia, significado
o contenido de los términos globalización y mundialización,
aunque no pueda ser eliminada, si puede ser «desviada» en nuestro tratamiento
de su posición frontal, de suerte que en lugar de ofrecérsenos
como materia directa se nos ofrezca como materia oblicua. No es
lo mismo tratar en directo del punto y de la recta como elementos de la Geometría
de Euclides que tratar de sus relaciones, de suerte que puedan quedar desviados,
en perspectiva oblicua (y acaso definitiva, según el formalismo de Hilbert)
sus supuestos contenidos absolutos.
3. Ahora bien, ocurre que tampoco existe unanimidad, consenso o acuerdo en el
momento de caracterizar la naturaleza de las relaciones que ligan a los términos
mundialización y globalización. Nuestra primera
tarea habrá de consistir, en consecuencia, en clasificar estas opiniones
(o teorías para algunos) sobre tales relaciones.
Y el criterio de clasificación más inmediato que conozco es el
que pone a un lado las relaciones de identidad (esencial, sin perjuicio
de diferencias accidentales o secundarias) y al otro las relaciones que dicen
diferencias. Podríamos entonces distinguir dos grandes familias
o grupos de opiniones o teorías al respecto.
4. En el primer grupo incluiremos a todas las opiniones o teorías que
defiendan de algún modo la tesis según la cual los términos
mundialización y globalización son equiparables porque dicen lo
mismo en esencia y porque sus diferencias no serían tanto reales (o conceptuales)
cuanto verbales («semánticas», decían ya, en casos como éste,
algunos procuradores en Cortes de hace treinta años y siguen diciendo
hoy algunos diputados del Parlamento democrático). Algunos teóricos
de este grupo precisarán el alcance de la expresión «diferencias
verbales», a través de las diferencias que puedan existir entre dos lenguas
reconocidas, como puedan serlo el inglés o el español. «Globalización»,
dirán algunos, sería término propio de la lengua inglesa
y su utilización en español, en competencia con el término
«mundialización», constituiría un anglicismo que muchos puristas
desearían ver borrado (así se expresó el señor Enrique
V. Iglesias, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo en una conversación
que mantuvimos en Oviedo el día en que fue nombrado «Hijo adoptivo» de
la ciudad). Decir «globalización» en lugar de decir «mundialización»,
sería como decir «oftalmólogo» en lugar de decir «oculista». Habrá
matices diferenciales, sin duda (no hay dos términos enteramente sinónimos),
pero estos matices serían considerados irrelevantes cuanto a las «esencias».
Ahora bien, las teorías u opiniones incluidas en este primer grupo no
nos parecen bien fundadas. Ni siquiera en virtud de las adscripciones lingüísticas
que se les atribuyen («globo» y «global» son términos del español
de origen tan latino como «mundo» o «mundial»). La identidad entre las ideas
de globalización y mundialización sólo puede mantenerse
en el supuesto (que constituye una petición de principio) de una definición
estipulativa de la mundialización por la globalización o recíprocamente.
Pero una tal equiparación estipulada tendría que saltar por encima
de las diferencias objetivas que cabe advertir y sobre las cuales se apoyan
las teorías u opiniones que incluimos en el segundo grupo.
Por tanto, si reconocemos los fundamentos como nosotros lo hacemos de las opiniones
o teorías del segundo grupo, la objeción fundamental que dirigimos
contra las teorías de la equiparación no puede ser otra sino la
de la ignorantia elenchi.
5. Nos atendremos, por tanto, a las teorías (u opiniones) del grupo segundo,
que comprende a todas aquellas que sostengan la diferencia esencial entre globalización
y mundialización. Ahora bien, los criterios para establecer y valorar
estas diferencias pueden ser de muy distinto orden. Tendremos pues, ante todo,
que clasificar estos diferentes «órdenes».
Acaso el criterio más profundo para establecer las diferencias entre
estos órdenes sea el que distinga los fundamentos que se atienen, o bien,
(A) a (supuestas) diferencias de orden material (categorial podríamos
decir), o bien (B) las que se atienen a diferencias de orden estructural, es
decir, que tengan que ver con ideas tan generales como las de todo y parte (lo
que será pertinente, en principio teniendo en cuenta que la globalización
implica operaciones de totalización).
En realidad, los criterios (A) vienen a presuponer que los procesos de mundialización
y los de globalización tienen la misma estructura lógico-material,
por lo que sus diferencias habría que tomarlas de los campos categoriales
a los cuales se aplican. De este modo, entre los criterios (A) citaríamos,
como los más utilizados, los dos siguientes:
(1) La mundialización y la globalización serían procesos
operatorios de la misma estructura, que se aplicarían a dos campos o
fases históricas, por ejemplo, diferentes (aunque formasen parte de una
misma categoría): la mundialización designaría a los procesos
de totalización (social, comercial, política...) que tuvieron
lugar en la era de los descubrimientos modernos (América, principalmente),
es decir, en la era de las tecnologías paleotécnicas (en el sentido
de Mumford) aunque tuvieran precedentes; mientras que la globalización
se utilizaría de hecho para designar a los procesos de totalización
vinculados a las neotecnologías, principalmente a las que implican la
energía eléctrica (telégrafo, teléfono, automóvil,
avión, televisión, Internet...).
Esta distinción, que nos es propuesta de vez en cuando, tiene sin duda
un fundamento cuanto a los conceptos asignados a cada término.
Lo que carece ya de todo fundamento es la asignación a los términos
de tales conceptos. Por la misma razón podríamos mudar esta asignación,
llamando globalización a la mundialización o recíprocamente.
Las diferencias en este orden parecen por tanto lingüísticamente
gratuitas o puramente convencionales. Pero sobre todo dejan escapar diferencias
de concepto efectivas que están envueltas, como mostraremos, en los términos
globalización y mundialización, y que no habría por qué
desaprovechar.
(2) Mundialización y globalización son procesos de similar estructura
pero aplicada a campos categoriales diferentes. Por ejemplo, el término
globalización se aplicaría a la categoría económica
(«globalización» designaría al proceso de totalización
económica e instrumental, llevado a cabo sobre todo a raíz del
hundimiento de la Unión Soviética y, con ella, la política
bilateral de bloques de la «guerra fría» y la consolidación de
un mercado mundial continuo, descolocación de las empresas multinacionales,
abaratamiento de costos, &c.); otros dirán sencillamente que la globalización
no es otra cosa sino la extensión planetaria del modo de producción
capitalista. Esta extensión alcanza a la antigua URSS y a China. En cambio,
el término mundialización, tendría que ver con categorías
no estrictamente económicas, sino por ejemplo, políticas, religiosas,
tecnológicas; mundialización equivaldría a «cosmopolitismo»,
si tenemos en cuenta que «mundo» traduce ya en los clásicos el termino
griego «cosmos».
También esta distinción es gratuita, no cuanto a los conceptos
desde luego, sino cuanto a la asignación de los nombres; puesto que si
no se dan otras razones, aunque se admita la distinción de los conceptos
correspondientes (lo que en cualquier caso no es muy claro: las categorías
económicas no son independientes de las tecnológicas o de las
políticas), tan gratuito sería llamar mundialización a
la globalización así entendida, como a lo contrario. Y también
quedarían eclipsados los conceptos obtenidos en ambos términos
y que obran en ellos siempre de un modo más o menos consciente.
6. Estas consideraciones nos advierten sobre la naturaleza de nuestro propósito:
lo que buscamos es una distinción conceptual, desde luego, pero tal que
la asignación de los nombres («globalización», «mundialización»)
no sea gratuita, sino que esté justificada, en virtud de que la diferenciación
de los términos corresponda a una diferenciación de los conceptos.
¿Cómo? De la única manera que cabe la justificación en
este terreno: en la propia historia etimológica de los términos,
pero en tanto que esta historia envuelve un proceso de desarrollo («noetológico»,
en algún sentido) de ideas holóticas, en este caso, y que suponemos
obrando en dicho proceso. No se trata de apoyarnos simplemente en argumentos
etimológico-históricos a fin de justificar, por así decir,
la distinción por la etimología. No somos gramáticos y
más bien al revés tratamos de justificar (o reinterpretar) la
etimología y la historia de los términos por la distinción
establecida en el terreno pertinente: aquel en el cual actuase (en los decursos
empíricos de la historia de los conceptos) una lógica capaz de
mantener «noetológicamente» el curso de ciertas relaciones vinculadas
a determinadas estructuras (aquí las holóticas). La situación
podría compararse con aquella en la cual el historiador de la Aritmética,
va constatando los primeros y sucesivos conatos de simbolización numérica
pero no como meros datos «empíricos», sino en la medida en la que la
sucesión de los diversos intentos puede ser interpretada, al menos, parcialmente,
como resultado de la «lógica interna» en virtud de la cual pueda decirse
que es la estructura de la teoría de los números la que está
guiando de algún modo, por razones objetivas, el curso empírico
de los «ensayos» de simbolización numérica.
En nuestro caso, tal es nuestra tesis, la estructura desde la cual nos disponemos
a reinterpretar los datos de la Filología, de la Etimología o
de la Lexicografía, es la estructura holótica, de la que se ocupa
la llamada «Teoría de los todos y las partes». Desde esta estructura
los propios datos etimológicos o históricos que arrastran los
términos de referencia se recomponen, al menos parcialmente. Sólo
aparentemente podrá parecer, por tanto, que estamos siendo reabsorbidos
por la Filología. La verdad es la contraria: intentamos reabsorber la
Filología en la lógica material y reexponerla desde ella. Dicho
de otro modo: de lo que tratamos es de establecer unas relaciones firmes entre
mundialización y globalización tales que estando objetivamente
establecidas de un modo riguroso, sean a la vez asignables a los términos
de referencia (lo que nos permitirá a su vez concluir que estos términos
envuelven ya de algún modo nuestras definiciones). Desde esta perspectiva
tratamos de desarrollar una «teoría formal» y establecer finalmente algunas
proposiciones desde las cuales sea posible reinterpretar algunos hechos.
7. Desde la perspectiva de la teoría holótica, las diferencias
entre globalización y mundialización pueden ser expuestas de modo
terminante –según diferencias, insistimos que habrían de quedar
reflejadas en la historia misma de los términos respectivos– de la siguiente
manera.
La globalización es una operación o conjunto de operaciones, realizadas
por un sujeto operatorio o por un grupo cooperativo de sujetos (teniendo en
cuenta que cooperación no implica siempre armonía, sino conflicto
entre los sujetos cooperantes). Y es una operación de totalización
cuyo resultado es la construcción de un «globo». Presuponemos, en esta
caracterización, que las operaciones de las que hablamos son manuales
(«quirúrgicas») y, por tanto, se aplican a cuerpos, sin olvidar que los
símbolos algebraicos o los mapas geográficos son también
cuerpos que referimos a otros cuerpos; por consiguiente, que una totalización,
en cuanto es resultado de operaciones «quirúrgicas» (manuales), ha de
entenderse como construcción o configuración de un cuerpo a partir
de partes suyas o de términos que una vez constituido el todo, puedan
figurar retrospectivamente como partes.
¿Y qué es un globo, desde una perspectiva operatoria? Genéticamente,
sin duda, es el resultado de una globalización, lo que significa (para
quien creyese que estamos moviéndonos en un terreno de tautologías)
que no cabe suponer dados «globos» previamente a las operaciones de globalización;
sin perjuicio de que, una vez cumplido el resultado de la operación podamos
segregar este resultado (el globo, en nuestro caso) de acuerdo con los principios
generales de los cursos que venimos denominando alfa-operatorios. Por lo demás,
las operaciones que se resuelven en la conformación de un globo pueden
proceder de muchas maneras, ya sean componiendo, ya sean segregando (el «globo
ocular» resulta sin duda de la disección de tejidos «adheridos» a él
en el continuo orgánico). Pero no ya genéticamente, sino estructuralmente
un globo es sencillamente una esfera (o un esferoide); al menos Cicerón
dice que globus, en latín, se corresponde con el término
sphairos, en griego. Estructuralmente por tanto, y cualquiera que haya
sido la vía que haya conducido hacia él, un globo es un cuerpo
esférico, de radio finito, cuyo contorno es la superficie esférica
y su dintorno es el conjunto de «partes englobadas» en ellas. Su entorno es
el conjunto de cuerpos (esféricos o no) capaces de incidir sobre el dintorno
del globo, susceptible de recibir su influencia.
Por este motivo, una esfera de radio infinito ya no será un globo, sino
un concepto geométrico límite, que no puede ser localizado
en ninguna región del mundo «porque su centro estaría en todas
las partes y su circunferencia en ninguna».
El concepto de «globo» no implica por tanto su unicidad y es compatible con
una pluralidad de globos, de globalizaciones. Esto no quiere decir que los diferentes
globos o esferas hayan de distribuirse siempre como una multiplicidad de partes
diversas. Pueden estar éstas en contigüidad y, sobre todo, intersectadas
y aun incluidas unas en otras, como si se tratase de estructuras o de capas
concéntricas. Esta es la situación más interesante para
nosotros porque en ella es donde aparece la distinción entre una esfera
englobante y otra esfera o esferas englobadas; relación
que en la Lógica de clases suele simbolizarse como relaciones de inclusión
entre clases.
En realidad, las relaciones posibles que cabría establecer entre las
esferas o globos son las consabidas relaciones que en la Lógica de clases
se conocen como relaciones de disyunción, de intersección (parcial)
o de inclusión; relaciones que Euler representó precisamente por
medio de círculos o esferas (sin perjuicio de que las clases lógicas
fuesen principalmente totalidades distributivas y los círculos o esferas
de Euler fuesen totalidades atributivas).
Sin embargo, a través de la representación de Euler podemos establecer
las conexiones entre las esferas englobantes (de otras esferas) y los
géneros de Aristóteles-Porfirio; y, por consiguiente podremos
redefinir el concepto aristotélico-porfiriano de Género supremo
o categoría como una esfera englobante que, a su vez, no está
englobada en otra de su materia, es decir, como una esfera englobante máxima.
Pero este es justamente el concepto lógico-material (topológico)
que preside la construcción del concepto de Civilización,
tal como lo expuso Arnold Toynbee; concepto cuyas conexiones con los debates
de nuestros días sobre la «globalización» económica y cultural
son evidentes. En efecto, según Toynbee, las civilizaciones, en las que
según él, se repartiría la integridad de la cultura humana,
son «globales», porque ninguna de las unidades que las constituyen puede ser
entendida plenamente sin hacer referencia a la civilización que las abarca.
Huntington subraya cómo las civilizaciones, para Toynbee, «engloban sin
ser englobadas». Y añade: una civilización es una «totalidad»
que posee un cierto grado de integración, en la que sus partes están
definidas (como dice Melk) por su relación recíproca con el todo.
Una civilización es un «todo complejo», había dicho, un siglo
antes, Tylor.
Sobre esta idea de las civilizaciones englobantes y no englobadas, y de la imposibilidad
de que una civilización incorpore a su ámbito a otras civilizaciones
englobantes, se apoya Samuel P. Huntington en el desarrollo de su teoría
sobre el Choque de civilizaciones, a la que los acontecimientos del 11
de septiembre de 2001 dieron una inesperada actualidad ideológica. La
teoría del choque de civilizaciones, en este caso el choque entre la
civilización occidental y la civilización islámica,
podía servir para «legitimar» y orientar la respuesta de los EEUU, de
acuerdo con la llamada Carta de América, de 14 de febrero de 2002,
suscrita también por Huntington.
8. La globalización dice, en resolución, multiplicidad de globalizaciones,
y posibilidades muy variadas de relaciones (de asimilación, de conflicto,
de intersección, &c.) entre ellas. Pero la Idea de Mundo,
tiene una estructura muy diferente. Ante todo, el Mundo no es un todo, y si
lo presentamos como tal, como complexio omnium sustantiarum, será
en virtud de meras operaciones intencionales, y no efectivas, de operaciones
metafísicas atribuidas a un Demiurgo divino.
Porque el Mundo es una pluralidad que propiamente, no tiene contorno ni, por
tanto, entorno. La Idea de Mundo puede utilizarse en plural, pero con la condición
de que esos mundos (otras veces llamados «universos») no queden «englobados»
en los demás, porque entonces se reducirían a un único
Mundo. Ni siquiera deben intersectarse: cada mundo «se vuelve sobre sí
mismo» y precisamente entonces empieza a constituirse como tal, como un universo.
No existe «comisario de exposición» de pintura, organizada en torno a
Picasso, Antonio López o a Saura que no hable del «universo de Picasso»,
del «universo de Antonio López» o del «universo de Saura»; lo que quiere
decir el señor comisario con ello es probablemente que fuera del conjunto
de cuadros que él controla, los demás cuadros existentes no le
interesan, que el conjunto de cuadros que él controla ha de considerarse
por sí mismo, en el recinto de la exposición, y en el cual los
visitantes deberían olvidarse de cualquier otra cosa y, si fuera posible,
no salir jamás del recinto. Un Mundo, cabría decir, no tiene (como
si fuese una mónada lebiniziana) «ventanas al exterior». Cuando Popper
habla de «los tres Mundos», también estaba subrayando su presunta incomunicación;
y cuando se habla de «pequeños mundos», «microcosmos», o en general de
los «mundos económicos» se está aludiendo a las supuestas leyes
autónomas que regirían para cada uno de ellos. El mundo es por
tanto «autista», único, porque aun cuando reconozcamos algo fuera de
él, no lo consideramos. «Cada persona es un mundo», se dice en este mismo
sentido. Pero con el globo no ocurre esto, porque, como hemos dicho, los globos
pueden estar encajados unos en otros, como en una caja china.
El autismo que es, según esto, constitutivo de la Idea de Mundo, cabe
sin embargo considerarlo como resultado de una operación meramente intencional,
puesto que no existe nada parecido a un «universo Picasso». La «mundialización
local», si cabe hablar así, es, por ello mismo una operación que
puede llegar a tener un signo opuesto a la operación globalización.
Pues la globalización, en cuanto englobante, dice incremento o ampliación
de materiales «exteriores» al conjunto inicial; pero la mundialización,
si es local, dice restricción, abstracción de materiales externos.
Solamente habría una posibilidad de que una mundialización no
fuese realmente restrictiva, a saber, cuando el mundo sea único, dotado
de unicidad. Y este es el caso del Mundo por antonomasia, el Mundo en cuanto
término de la tríada de la metafísica tradicional: Mundo,
Alma, Dios; el Mundo, como decía Mauthner, no admite plural, «por lo
que sería una insolencia hablar de mundos, como si existiera más
de uno».
Ahora bien, este Mundo único ha de carecer, como ya hemos dicho de exterioridad
y, por tanto, de contorno. Luego, según lo dicho, no puede considerarse
como resultado de una totalización efectiva. El Mundo, en cuanto se concibe
como un todo, resulta de una totalización imaginaria que sólo
puede llevarse a cabo «gracias a Dios». En efecto, «mundo» designaba originariamente
el cofre de la novia, todavía hoy llamamos mundo al baúl. Las
joyas y otros útiles heterogéneos, que constituían el ajuar
de la novia, se guardaban en un mundo, en un receptáculo, cerrado en
el entorno, acaso vacío. La metáfora que suponemos pudo dispararse
a partir de esta operación fue la siguiente: ampliar el mundo, el cofre,
a extremos infinitos; considerar al espacio vacío, al receptáculo
como un lugar en el que Dios fue depositando su obra de los seis días,
a la manera como la novia depositó sus joyas en el cofre o el emigrante
sus enseres en el baúl. Y con todo esto queremos decir que el Mundo sólo
alcanza su sentido como totalidad «a través de Dios»; pero esta totalidad
es imaginaria, porque el Mundo no tiene límites. Ni siquiera en el caso
en el que él se suponga finito: como es sabido Einstein recogió
estas ideas estableciendo que el Mundo es finito pero ilimitado. Y en tanto
que los globos o esferas pueden englobar a otras esferas, como ocurría
con las esferas homocéntricas de Eudoxio que, con el centro en el globo
terráqueo iban envolviéndose unas a otras y eran envueltas por
la última esfera englobante o cielo de las estrellas fijas, formaban
el Mundo, el cosmos, un sólo Mundo; porque si un Mundo mayor envolviese
al Mundo efectivo, lo refundiría en él formando un único
Mundo. No cabe hablar pues de mundo de mundos como tampoco cabe hablar de nación
de naciones.
La mundialización es, según esto, un proceso literalmente opuesto
al de la globalización. Y el único criterio de distinción
relativa será éste: el globo es cerrado en sí mismo, mientras
que el mundo desborda toda globalización. Por ello, si la globalización
se aplica a las categorías económicas, la mundialización
desbordará estas categorías y acogerá a otras diferentes,
de carácter social, político, religioso, cultura, &c.
9. De lo que precede deducimos que así como para hablar de mundialización
estricta no es preciso dar parámetros, porque sólo existe una
mundialización, para hablar en concreto de globalización, englobante
o englobada, hay que dar parámetros, porque sin ellos el concepto pierde
todo su sentido; además, un cambio de parámetros altera también
las relaciones de globalización que habíamos considerado.
Es obvio que en los debates de nuestros días sobre la globalización,
el parámetro es el Género humano como totalidad que vive precisamente
en el Globo terráqueo (en «el Globo», a secas, como se decía
a título de galicismo, en el siglo XVIII); es decir, en la Tierra anterior
a los viajes interplanetarios y a la «colonización de las galaxias»,
de las que ya se hablaba en el Viaje a la Luna de Cyrano de Bergerac.
En este terreno hablaríamos mejor de mundialización, en sentido
ampliativo. Pero la globalización, referida a Gea (que algunas escuelas,
como las de Lovelock y Margulis) han considerado como un todo orgánico
autoregulado) y a los hombres que viven en ella constituyen hoy por hoy la globalización
límite (englobante y no englobada) si dejamos de lado cualquier «contacto
en la tercera fase». Una globalización que ha de verse como resultado
de procesos de globalización ampliativa sucesiva, procesos cuyo límite
sólo tiene sentido positivo si van referidos a la esfericidad de la Tierra,
que puede ser compartida con otras globalizaciones de su ámbito. Como
esquema prototipo de globalización político geográfica
de la Humanidad terrestre podríamos citar el esquema que ofreció
Kelsen: un globo terráqueo cuya superficie esférica esté
dividida en círculos (proporcionales a las dimensiones territoriales
de cada Estado) y en círculos que no sean sino las bases de otros tantos
conos cuyos vértices confluyan en el centro de la Tierra.
Desde esta perspectiva el primer proyecto de globalización que podríamos
citar habría sido el del Imperio de Alejandro; y la primera globalización
efectiva habría tenido lugar en el siglo XVI, cuando Carlos I, pudo dar
a Juan Sebastián Elcano un «globo terráqueo» con la divisa: Primus
circumdedisti me. Por supuesto esta globalización no podría
considerarse como desarrollada en un terreno estrictamente económico,
implicaba también una intención de globalización política
y, por supuesto, cultural y religiosa.
10. Las ideas expuestas sobre la estructura lógico-holótica de
la globalización nos permiten formular tres proposiciones (referidas
a la globalización, relativa al parámetro «género humano
terrestre») con las que pondremos fin a nuestro análisis.
Proposición I. La globalización no se termina en la constitución
de alguna esfera sustantiva con «identidad propia». Una globalización,
como proceso operatorio es siempre una concatenación abstracta, morfodinámica,
que logra, a partir de una zona previamente configurada, extender un circuito
o torbellino cuya recurrencia o sostenibilidad ampliativa depende, no solamente
de las partes internas de la zona de origen, sino de la capacidad de absorción
de energías del medio o de otras zonas subordinadas.
Proposición II. La globalización, en cuanto totalización,
afecta al todo; pero no a la integridad de sus partes. En la globalización
se nos ofrece el todo pero no todas las partes: totum, sed non totaliter.
Aunque cabe advertir una tendencia entre quienes utilizan el término
globalización, sobre todo si lo utilizan críticamente, al suponer
que la globalización es totalitaria, en el sentido integral de
todas las partes, de suerte que pueda decirse que «todas ellas han de estar
en todas». Pero muchas de estas partes concatenadas por la globalización,
quedarán sin globalizar; más aún, la globalización
próxima a sus límites máximos, puede determinar un número
cada vez mayor de unidades políticas globalizadas (de «globos políticos
autónomos»: antes de la «globalización» de la que hoy hablamos
había 80 estados en la ONU; en nuestros días el número
asciende a 184). Todavía más: aun suponiendo que la globalización
de un campo material dado llegase a borrar a otras posibles líneas de
globalización, y actuase como globalización única, no por
ello el campo total quedaría «agotado» en el circuito de la globalización
de referencia, porque (en virtud del principio de symploké) muchas
partes permanecerían «deslocalizadas» de ese supuesto circuito globalizador
y totalizador.
Proposición III. La globalización del género humano terrestre
sobre la Tierra es una totalización operativa cuyo sujeto operatorio
no puede ser el propio Género humano como totalidad, puesto que este
Género humano es antes un resultado, a lo sumo, que un principio de la
operación. Por consiguiente la globalización, y aun las globalizaciones
máximas, han de correr a cargo de sujetos operatorios parciales. Pero
el nombre que mejor conviene a estas partes orientadas a globalizar a la Humanidad
de un modo real es el nombre de Imperio.
Ahora bien: como las globalizaciones máximas pueden partir de «centros
diferentes», los procesos «imperialistas» de globalización si son simultáneos
darán lugar necesariamente a conflictos que no tienen por qué
ser interpretados como «conflictos de civilizaciones», sino como conflictos
de proyectos de globalización, si es que a cada proyecto de globalización
dado puede corresponder uno alternativo, una antiglobalización, que casi
siempre incluye un proyecto de globalización alternativa. Una vez terminada
la II Guerra Mundial los dos proyectos de globalización enfrentados durante
los largos años de la Guerra Fría fueron el de la Unión
Soviética y el de los Estados Unidos. Derrumbada la Unión Soviética
el único proyecto de globalización efectivo que permanece es el
de los Estados Unidos, actuando en funciones de Imperio universal. Esta es la
razón por la cual la globalización por antonomasia puede situarse
a comienzos de los años noventa. Pero otros proyectos de globalización
se preparan en contra: algunos, sin adscripción estatal fija, aunque
sean internacionales (como ocurre con los movimientos «antiglobalización»);
otros con adscripciones políticas más o menos precisas, que podemos
llamar el Islam o China.
11. Concluiremos diciendo que una globalización, que tiene como radio
un círculo máximo, por mucha capacidad englobante de otras que
posea, siempre podrá ser englobada o intersectada por otras globalizaciones.
Es decir, jamás podemos considerar que, tras una globalización
máxima, habremos conseguido agotar la realidad y dar «fin a la historia».
Cualquier globalización podrá quedar siempre desbordada por otras
globalizaciones o por otros procesos que ni siquiera lo son: cualquier globalización
quedará siempre desbordada precisamente por la realidad misma del Mundo.
Intervención en el acto de recepción del premio Paul Harris,
concedido al autor por el Rotary Club de Oviedo,
ceremonia celebrada en el Auditorio de Oviedo
el sábado 6 de abril de 2002.