VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Internacional

11 de mayo de 2002

"EEUU permitió una resolución de NNUU en la que se hablaba de una 'visión' de un Estado palestino"

"Este gesto de bienvenida, que fue muy bien acogido, ni siquiera llega a la altura de la Suráfrica de hace 40 años, cuando el régimen del apartheid puso en práctica su 'visión' de Estados gobernados por negros que eran, como mínimo, tan legítimos y viables como la dependencia neocolonial que EEUU e Israel han venido planeando para los Territorios Ocupados"

Noam Chomsky
Texto publicado en Red Pepper, mayo de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 10 de mayo de 2002

Hace un año, Baruch Kimmerling, sociólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, observaba que "nuestros temores se han hecho realidad". Judíos y palestinos "han dado un paso atrás hacia un tribalismo supersticioso. La guerra aparece como destino inevitable". Una guerra "colonial y llena de maldad". Después de la invasión por parte israelí de los campamentos de refugiados, su colega ZeŽev Sternhell escribía que "en el Israel colonial (...) la vida humana vale muy poco". Los líderes "ya no se avergüenzan a la hora de hablar de la guerra, porque realmente lo que ocurre es que están inmersos en una política colonial que nos recuerda a la época en que la policía blanca tomaba las barriadas pobres de negros en Suráfrica durante la época del apartheid". Ambos señalaban algo que es obvio: en esta vuelta al tribalismo, no existe simetría de ningún tipo entre los "grupos étnico-nacionales". En el centro del conflicto están unos territorios que durante 35 años han sufrido una ocupación durísima. El conquistador es una potencia militar importante que actúa con el apoyo militar, económico y diplomático absoluto del único superpoder global. Quienes sufren la ocupación están solos y no pueden defenderse; la mayoría apenas sobrevive en campamentos miserables y en la actualidad es víctima de un terrorismo aún más brutal, un terrorismo que ya conocemos por otras "malvadas guerras coloniales"; sujetos que ahora ejecutan sus propias y terribles atrocidades como venganza...

El proceso de Oslo

El "proceso de paz" de Oslo cambió la modalidad de la ocupación, pero no transformó su concepción básica. Poco antes de unirse al gobierno de Euhd Barak, el historiador Shlomo Ben Ami escribía que "los acuerdos de Oslo se fundamentaron sobre una base neo-colonial, sobre una vida en la que uno habría de depender del otro para siempre". Muy pronto, Ben Ami se convirtió en el arquitecto de las propuestas norteamericano-israelíes de Camp David en el verano de 2000, propuestas que respondían al mencionado principio y que fueron muy alabadas en los medios norteamericanos. La culpa la tuvieron los palestinos y su malvado líder, por haber fracasado y por la violencia que siguió. Pero, tal y como afirmaba Kimmerling junto con otros respetados comentaristas, esta postura no es sino un "fraude". Cierto: Clinton y Barak dieron algunos pasos en la dirección de un arreglo al estilo bantustán. Justo antes de Camp David, los palestinos de Cisjordania habían quedado confinados en 200 zonas repartidas discontinuamente, y tanto Clinton como Barak ofrecieron una mejora de la situación: consolidar las zonas en tres cantones bajo control israelí, virtualmente separados entre sí (y a su vez separados del cuarto enclave, una pequeña zona de Jerusalén Este centro de la vida palestina y centro de comunicaciones en la región). En Gaza, el quinto cantón, el resultado no se veía tan claro; salvo el hecho de que la población permanecería virtualmente encarcelada. Es comprensible que no encontremos ningún mapa en los medios de comunicación de EEUU, ni tampoco detalles de las propuestas.

Nadie puede albergarse ninguna duda de que el papel de EEUU seguirá siendo decisivo. Es por tanto de crucial importancia entender cuál es el papel que ha venido jugando EEUU y cómo se percibe internamente. La versión que nos ofrecen las "palomas" nos la presentaban los editores del New York Times el pasado 7 de abril al alabar el "novedoso discurso" del Presidente y la "visión emergente" por él articulada. Un discurso cuyo primer elemento era el de "acabar con el terrorismo palestino" de manera inmediata. Algo después se habla de "congelar y posteriormente desmantelar los asentamientos judíos y negociar nuevas fronteras" para poner fin a la ocupación y permitir el establecimiento de un Estado palestino. Si se pone fin al terrorismo palestino, se animará a Israel a que "se tome más en serio la histórica oferta hecha por la Liga Árabe para una paz y reconocimiento totales a cambio de una retirada israelí completa". Pero antes, los líderes palestinos deben demostrar que son unos "socios legítimos en la esfera diplomática".

El mundo real se parece muy poco a este autocomplaciente panorama, virtualmente copiado de los ochenta, cuando tanto EEUU como Israel buscaban desesperadamente el modo de eludir las ofertas para negociar y alcanzar un acuerdo político que les lanzaba la OLP, al tiempo que se intentaba mantener la exigencia de que no habría negociaciones con la OLP, que no habría "otro Estado palestino" (teniendo en cuenta que Jordania ya era ese Estado palestino), y que "no habría ningún cambio en el estatus de Judea, Samaria, y Gaza más allá de las disposiciones básicas del gobierno israelí" (según el plan de la coalición Peres-Shamir de mayo de 1989 que recibió el apoyo de Bush I a través del Plan Baker de diciembre de 1989). La prensa norteamericana, como siempre había hecho con anterioridad, no publicó nada de lo anterior, al tiempo que la opinión generalizada denunciaba a los palestinos por su firme compromiso con el terrorismo y la amenaza que suponía frente a los humanitarios esfuerzos de EEUU y sus aliados.

En el mundo real, la principal barrera que impide que esa visión "emerja" ha sido y siendo la postura de rechazo constante de parte de EEUU. No hay nada nuevo en esa "oferta histórica de la Liga Árabe". Es una oferta que repite los términos esenciales contenidos en la resolución de enero de 1976 del Consejo de Seguridad de NNUU y que recibió el apoyo de prácticamente todo el mundo, incluyendo a los Estados árabes más importantes, la OLP, Europa, el bloque soviético... de hecho, todos los importantes. La resolución pedía un acuerdo político con el establecimiento de fronteras internacionalmente reconocidas "y con los arreglos necesarios (...) para garantizar (...) la soberanía, integridad territorial, e independencia política de todos los Estados de la zona así como su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas". Se trataba de hecho de una modificación de la resolución de NNUU 242 (como era oficialmente interpretada incluso por EEUU), ampliada hasta el punto de incluir un Estado palestino. Desde entonces, EEUU ha bloqueado iniciativas similares procedentes de los Estados árabes, la OLP y Europa, y ha suprimido o negado casi en su totalidad la discusión pública de dichas iniciativas.

La postura norteamericana de rechazo se remonta a cinco años antes, cuando en febrero de 1971 el presidente egipcio Sadat ofreció a Israel un tratado de paz total a cambio de una retirada completa israelí de territorio egipcio, sin que se hiciera mención de los derechos nacionales palestinos ni del destino de los Territorios Ocupados. El gobierno laborista reconoció en esta propuesta una oferta de paz sincera, pero la rechazó con la intención de extender sus asentamientos en el noreste del Sinaí. El inicio de la expansión, que adoptó una brutalidad extrema, fue la principal causa que condujo a la guerra de 1973. Israel y EEUU comprendían que era posible alcanzar la paz según la política oficial norteamericana. Pero tal y como explicó Ezer Weizmann, líder del Partido Laborista y más tarde Presidente de Israel, el resultado no habría permitido a Israel "existir con el espíritu y las cualidades que ahora posee". Amos Elon, un ensayista israelí, escribió entonces que Sadat había causado el "pánico" entre los líderes políticos de Israel al anunciar su disposición a "firmar la paz con Israel, respetar su independencia y soberanía dentro de unas fronteras seguras y reconocidas".

Kissinger bloqueó con éxito la iniciativa de paz y logró instituir su preferencia por una situación de "ahogar al adversario": nada de negociaciones; solamente, la fuerza. Igualmente se rechazaron las ofertas de paz jordanas. Desde entonces, la política oficial norteamericana ha cumplido con el consenso internacional sobre la retirada israelí hasta la era Clinton, que en la práctica anuló las resoluciones de NNUU y las estipulaciones del derecho internacional. Pero en la práctica, la política norteamericana ha seguido la línea marcada por Kissinger: aceptar las negociaciones solamente cuando no quedase más remedio (como le ocurrió a Kissinger tras la cuasi-debacle de la guerra de 1973 de la que él fue en gran parte responsable), y en las condiciones articuladas por Ben Ami.

Los planes para los palestinos seguían las directrices marcadas por Moshe Dayan, uno de los líderes laboristas que más compasivos se mostraba con la situación palestina. Dayan aconsejó al gabinete de gobierno que Israel debería dejar muy claro a los refugiados lo siguiente: "nosotros no tenemos ninguna solución; seguiréis viviendo como perros... El que quiera puede marcharse, y ya veremos adónde conduce este proceso". Retado, Dayan respondió citando a Ben Gurion, que "dijo que quien enfoque el problema sionista desde postulados morales no es sionista". Podría haber citado también a Chaim Weizmann, que consideraba que el destino de los "varios cientos de miles de negratas" que habitaban en el hogar nacional judío era "un problema sin importancia".

No sorprende, entonces, que el principio que ha guiado la ocupación haya sido el de la humillación incesante y degradante, junto con la práctica de la tortura, el terrorismo, la destrucción de la propiedad, la expulsión y los asentamientos, y la apropiación de recursos esenciales, principalmente el agua. Todo ello ha necesitado, evidentemente, del firme apoyo estadounidense hasta la era Clinton-Barak incluida. "El gobierno de Barak ha dejado al ejecutivo de Sharon un legado sorprendente", afirmaba la prensa israelí en el momento de la transición: "la cifra más elevada de proyectos de construcción en los territorios desde que Ariel Sharon ocupara el cargo de Ministro de la Construcción y Asentamientos en 1992, antes de los acuerdos de Oslo". La financiación corría a cargo de los contribuyentes norteamericanos, engañados por cuentos fantásticos sobre las "visiones" y la "magnanimidad" de los líderes norteamericanos, frustrados por terroristas como Arafat que han perdido "nuestra confianza" y quizás por algún que otro extremista israelí que ha reaccionado con algún exceso a los crímenes de los primeros.

'Su futuro y su destino, en manos de EEUU'

Edward Walker, responsable para la región designado por el Departamento de Estado durante la era Clinton, nos explica sucintamente cómo debe actuar Arafat para ganarse de nuevo nuestra confianza. El taimado Arafat debe anunciar sin ningún tipo de ambigüedad que pondrá "su futuro y su destino en manos de EEUU", país que ha liderado la campaña para socavar los derechos palestinos durante más de 30 años. Otros comentaristas más serios reconocen que la "histórica oferta" no ha venido sino a retomar el Plan Fahd saudí de 1981, plan que, según se decía insistentemente entonces, fue socavado por la negativa árabe a aceptar a Israel. Pero los hechos son, una vez más, bastante diferentes. El plan de 1981 se vino abajo por la reacción israelí, que llegó a ser incluso condenada en los principales medios de comunicación del país y calificada de "histérica". Simón Peres avisó que el plan Fahd "amenazaba la propia existencia de Israel". El Presidente Haim Herzog señalaba acusadoramente a la OLP como la "autora real" del plan Fahd, denunciando la iniciativa como más extremista aún que la resolución de enero de 1976 del Consejo de Seguridad que había sido "preparada" por la OLP cuando el propio Herzog era Embajador de Israel ante NNUU. Ninguna de estas alegaciones puede ser cierta (a pesar de que la OLP anunció públicamente su apoyo a ambas iniciativas), pero son indicativas del desesperado temor que albergan las palomas israelíes ante un acuerdo político, eso sí, con el decisivo e incesante apoyo de EEUU.

El principal problema nos lleva nuevamente a Washington, que de manera persistente ha apoyado el rechazo israelí a cualquier acuerdo político sobre las bases de un amplio consenso internacional, que una vez más quedó puesto de manifiesto en la "histórica oferta de la Liga Árabe":

El terrorismo israelí promocionado por EEUU

Las modificaciones que actualmente se producen en la postura de rechazo de EEUU son de carácter táctico y menor. Una vez puestos en peligro sus planes para atacar Iraq, EEUU permitió que NNUU aprobase una resolución exigiendo la retirada israelí de los territorios que había invadido "sin retraso", es decir, "lo antes posible", como explicó a renglón seguido el actual Secretario de Estado Colin Powell. El terrorismo palestino tiene que acabarse "de manera inmediata", pero el terrorismo israelí, muchísimo más extremo y que dura ya 35 años, puede tomarse su tiempo. Israel intensificó su ofensiva y Powell dijo que "se alegraba de que el Primer Ministro diga que está acelerando las operaciones". Se sospecha que el retraso de Powell a la hora de llegar a Israel se deba a que de ese modo las operaciones podrían "acelerarse" aún más. Por razones tácticas, la postura de EEUU podría volver a cambiar.

EEUU permitió también una resolución de NNUU en la que se hablaba de una "visión" de un Estado palestino. Este gesto de bienvenida, que fue muy bien acogido, ni siquiera le llega a la altura a la Suráfrica de hace 40 años, cuando el régimen del apartheid puso en práctica su "visión" de Estados gobernados por negros que eran, como mínimo, tan legítimos y viables como la dependencia neocolonial que EEUU e Israel han venido planeando para los TTOO.

Entretanto, EEUU sigue "promocionando el terror", por retomar las palabras del Presidente, proporcionando a Israel los medios para proseguir con el terror y la destrucción, incluido un nuevo cargamento de helicópteros recién sacados del arsenal de EEUU, según informaba Robert Fisk en The Independent el 7 de abril. Es una reacción normal ante las atrocidades perpetradas por un régimen clientelar. Por citar tan sólo un ejemplo, en los primeros días de la actual Intifada, Israel utilizó helicópteros estadounidenses para atacar objetivos civiles, asesinando a 10 palestinos e hiriendo a 35, acción que es difícil calificar de "autodefensa". Clinton respondió con un acuerdo para la "mayor compra de helicópteros militares por parte del Ejército israelí en esta década" (HaŽaretz, 3 de octubre de 2001), junto con la compra de componentes de helicópteros Apache. La prensa ayudó al negarse a informar sobre estas cuestiones. Algunas semanas más tarde, Israel empezó a utilizar estos helicópteros en los asesinatos selectivos. Una de las primeras medidas adoptadas por la Administración Bush fue enviar helicópteros Apache Longbow, los más mortíferos que existen. Medidas que recibieron algunas líneas de atención marginales en las noticias de la sección de economía.

El compromiso de Washington con la "promoción del terror" quedó ilustrado nuevamente en septiembre, cuando vetó una resolución del Consejo de Seguridad que exigía la puesta en práctica del Plan Mitchell y el envío de observadores internacionales que certificasen la reducción de la violencia (reconocido por consenso general como el medio más eficaz, con la oposición de Israel y el bloqueo regular de Washington). El veto se produjo en un periodo de calma que había durado 21 días ­ claro que fue un periodo calma en el que solamente fue asesinado un soldado israelí... junto con 21 palestinos, incluyendo 11 menores, y en el que se produjeron 16 incursiones israelíes en áreas bajo control palestino (Graham Usher, Middle East International, 25 de enero de 2002). Diez días antes, EEUU boicoteó (y por tanto hizo fracasar) una conferencia internacional en Ginebra que nuevamente concluyó que la Cuarta Convención de Ginebra es aplicable en los Territorios Ocupados. De manera que prácticamente todas las acciones de EEUU e Israel en los mismos constituyen una "violación grave" de la convención; en términos más simples, hablamos de "crímenes de guerra". La conferencia declaró, de manera específica, que los asentamientos israelíes financiados por EEUU son ilegales, y condenó la práctica de los "asesinatos, torturas, deportaciones ilegales, privación de derechos elementales y del derecho a juicio, la destrucción masiva y robo de propiedades... que se llevan a cabo de manera ilegal y desenfrenada". Como país firmante de la convención, EEUU tiene la obligación en virtud de su compromiso solemne de perseguir a los responsables de estos crímenes, incluyendo a sus propios líderes. Pero de todo esto no se dice nada.

Oficialmente, EEUU no ha retirado su reconocimiento sobre la aplicabilidad de las Convenciones de Ginebra en los Territorios Ocupados, ni tampoco ha dejado de referirse a las violaciones israelíes como las de un "poder ocupante" (tal y como, por ejemplo, afirmó George Bush I cuando era embajador ante NNUU). En octubre de 2000, el Consejo de Seguridad de NNUU reafirmó el consenso existente sobre la cuestión, "exigiendo a Israel, como potencia ocupante, que cumpla escrupulosamente con sus obligaciones legales según lo dispuesto en la Cuarta Convención de Ginebra". La resolución fue aprobada por 14 votos a 0. Clinton se abstuvo, supuestamente porque no quería vetar uno de los principios básicos del derecho humanitario internacional, especialmente si se tienen en cuenta las circunstancias en que se aprobaron: el objetivo era tratar como crímenes en el sentido formal del término las atrocidades perpetradas por los Nazis. Pero todo esto se fue, una vez más, por el sumidero de la amnesia... una contribución más a la "promoción del terror".

Hasta que no se puedan discutir todas estas cuestiones y se comprendan las implicaciones de las mismas, no tiene ningún sentido pedir que "EEUU se comprometa con el proceso de paz", y las perspectivas de que puedan adoptarse acciones constructivas seguirán siendo bastante negras.