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7 de mayo del 2002
La peste
Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
¿Cómo se explica que el pasado 21 de abril, en la primera vuelta
de las elecciones presidenciales, 5,5 millones de franceses votaran a dos partidos
de extrema derecha, xenófobos, antisemitas, racistas y ultra nacionalistas?
Limitarse a reprobar y a injuriar a estos electores no ayuda forzosamente a
comprender las razones y el significado de semejante elección. Los insultos
no pueden suplir, en el seno del conjunto de la clase política, a una
profunda, urgente e indispensable autocrítica.
Si consigue despertar a la sociedad, abrir los ojos de los dirigentes de los
partidos y relanzar el debate para construir, por fin, una Francia más
justa y solidaria, el revés del 21 de abril ha de ser bienvenido. Lo
que se hundió ese día es la confortable certeza de que mientras
que todo cambiaba en el mundo, en el plano político francés no
había que modificar nada, de modo que dos viejos partidos - gaullista
y socialista – podían seguir, como en los últimos 30 años,
repartiéndose tranquilamente el poder.
Sin embargo, el desgaste de estas dos fuerzas políticas era evidente
y su misión histórica parecía desde hace mucho agotada.
Daba la impresión de que, cada una a su manera, sufrían deterioros,
con aparatos decadentes, sin organización ni verdadero programa, sin
doctrina, sin dirección y sin identidad.
En anteriores elecciones, ya se había puesto de manifiesto que ninguno
de los dos partidos sabía dirigirse a esos millones de franceses a los
que horroriza la nueva realidad del mundo post-industrial nacido de la caída
del muro de Berlín y del final de la guerra fría. Esa masa de
obreros desechables, de desposeídos de los arrabales, de parados endémicos,
de excluidos, de jubilados en plenas facultades laborales, de jóvenes
viviendo en precario, de familias humildes al borde de la pobreza. Todas esas
personas angustiadas por los miedos y las amenazas de un periodo en el que las
referencias habituales parecen definitivamente pérdidas...
El Partido Socialista, que ya no cuenta prácticamente con cargos salidos
de las capas populares y en el que muchos de sus dirigentes están sujetos
al impuesto sobre las grandes fortunas, parece estar en otro planeta social,
a años luz del pueblo llano, y muestra muy poca sensibilidad ante el
"sufrimiento de esta sub-Francia", retomando la expresión de Daniel
Mermet.
Por lo que respecta a la derecha, si algunos responsables consideran a la extrema
derecha non-grata, hay otros que no han dudado en llegar a acuerdos con ella.
¿No afirmaba el antiguo dirigente liberal Michel Poniatowski que era "más
inmoral aceptar los votos de los comunistas, que asesinaron a millones de personas
en Europa, que los del Frente Nacional (1)"? Un argumento perverso que llevó
a los dirigentes democristianos de la Unión por la Democracia Francesa
(UDF) a aceptar, el 20 de marzo de 1998, los votos de los candidatos electos
del Frente Nacional para acceder a la presidencia de cinco regiones francesas.
Mientras que la peste se propagaba así, sigilosamente, por los engranajes
de las instituciones políticas francesas, no era ilusorio pensar que
el país se mantendría al margen de una plaga que trastocaba la
vida política de sus vecinos más próximos.
No era posible que se diera una excepción francesa, cuando al igual que
en otros países de Europa, la sociedad estaba sometida, en nombre de
la "modernidad", a seísmos y traumatismos de una gran violencia, como
la globalización liberal, la unificación europea, la reducción
de la soberanía nacional, la desaparición del franco, la supresión
de fronteras, la hegemonía de Estados Unidos, el multiculturalismo, la
pérdida de identidad, la crisis del Estado providencia...
Y todo ello en un contexto de fin de la era industrial y de grandes mutaciones
tecnológicas que han supuesto la aparición de una inseguridad
económica general y han causado estragos sociales muy graves. Un contexto
en el que, al haberse elevado la lógica de la competitividad al rango
de imperativo natural, la violencia y la delincuencia de todo tipo se ha multiplicado.
Ante la brutalidad y lo repentino de tantos cambios, las incertidumbres se acumulan,
el horizonte se nubla, el mundo parece opaco y es como si la historia escapara
a cualquier intento de aprehenderla, a cualquier lógica. Muchos ciudadanos
se han sentido abandonados por gobiernos, tanto de derechas como de izquierdas,
que los medios de comunicación presentan constantemente como especuladores,
tramposos, mentirosos y corruptos.
Perdidos en medio de esta crisis, muchos han sido presa del pánico y
tiene el sentimiento, como diría Tocqueville, de que "el pasado ya
no esclarece el porvenir, el espíritu camina entre tinieblas". Aprovechando
ese oscurantismo y en este terreno social bien abonado – hecho de miedos, angustia
y resentimiento - reaparecen los viejos magos. Aquellos que, con argumentos
demagógicos, autoritarios y racistas, pretenden regresar al mundo de
antaño ("Trabajo, familia, patria"), culpando al extranjero, al magrebí
o al judío de todos los desastres, de todos los males y de la inseguridad
en su conjunto. Los inmigrantes constituyen el objetivo más fácil
y persistente, porque simbolizan los cambios sociales y representan, a los ojos
de los franceses más modestos, una competencia indeseable.
Este discurso del Frente Nacional, absurdo, odioso y criminal, seduce desde
hace mucho, según ciertas encuestas, a "más de un francés
de cada cuatro (2)" y así lo demostraron, el 21 de abril, millones de
electores (30% de parados, 24% de obreros, 20% de jóvenes, 17% de empresarios).
Sin embargo, está claro que el gran sobresalto republicano que muestran
las calles de Francia se traducirá en las urnas el día 5 de mayo.
El neofascismo tampoco crecerá más el 16 de junio, en las elecciones
legislativas. Pero si, sobrepasado el momento de terror, los mismos partidos
de siempre prosiguen con su política liberal de privatizaciones, de desmantelamiento
de los servicios públicos, de creación de fondos de pensiones,
de aceptación de despidos de conveniencia bursátil, en resumen,
si siguen chocando de frente con las aspiraciones populares de una sociedad
más justa, más fraternal y más solidaria, nada dice que
el neofascismo, aliado con sus colaboradores de siempre, la próxima vez
no gane...
Notas
(1) Libération, 20 de marzo de 1998.
(2) Le Monde, 13 de abril de 1996.