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5 de mayo del 2002
Soberanía y autodeterminación en América Latina
Marcos Roitman Rosenman
Centro de Colaboraciones Solidarias
"Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles".
Con este titulo Joan Garcés, en lo que debe considerarse una de las investigaciones
mas completas sobre política exterior de las potencias hegemónicas
occidentales desarrolladas tras la segunda post-guerra mundial y la desintegración
del bloque del Este, enunció lo siguiente: "Un Estado que depende de
la potencia hegemónica para sobreponerse a su propio pueblo es una prolongación
del poder imperial". Contundente afirmación que se transforma posteriormente
en un postulado mayor: "La subordinación del Estado a la potencia hegemónica
puede ser necesaria para sectores locales con estatus y poder vacilantes, pero
con ello activan fuerzas internas y externas de desintegración del propio
Estado. Mayores aún si éste es plurinacional. Cuanto más
alienado se encuentra un gobierno a la potencia exterior, mayor es su inclinación
a reprimir las expresiones diferenciadas de identidad nacional".
Es este el problema a que nos enfrentamos en América Latina. Sólo
que en los inicios del siglo XXI no se trata de la activación de fuerzas
internas y externas movilizadas para derrocar gobiernos democráticos
y soberanos. Dichas fuerzas se activaron con los procesos de cambio neoliberales
enquistándose en los aparatos de Estado a comienzos de la década
de los años ochenta del siglo XX. Hoy nos encontramos que están
y son gobierno. Es decir, su lucha no consiste en hacerse con el control del
Estado, pues ya está en sus manos. No reclaman la intervención
de la gran potencia para derrocar gobiernos nacionalistas y democráticos.
Son Estado, manejan poder y se sirven de la discrecionalidad política
propia del proceso de toma de decisiones para avalar sus políticas de
desintegración nacional.
La mayoría de estos gobiernos han sido electos por voto directo secreto
y universal. Brasil, Bolivia, Perú, Argentina, México, Colombia
Ecuador, El Salvador, Nicaragua o cualesquiera que ustedes tengan en mente donde
se apliquen las recetas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial
o se adopten los criterios emanados desde los Estados Unidos en política
exterior. Es el retorno de los cipayos. Por ello, asistimos a un fenómeno
de más hondo calado: la complementariedad de objetivos entre las fuerzas
políticas internas, las élites económicas y la estrategia
de desintegración nacional diseñada por la potencia hegemónica,
en este caso los Estados Unidos. No hay sumisión, lucha o confrontación.
Existe una anuencia, los valores de la potencia hegemónica se asimilan
para sintetizarse en un proyecto de desnacionalización considerado parte
fundacional de un nuevo orden global.
Esta concepción diluyente de la conciencia nacional y proimperialista
se puede constatar más fácilmente en los reclamos de los Estados
Unidos a la hora de elevar memorándum para las cancillerías de
los países latinoamericanos. Lo que debería ser una respuesta
fuerte y contundente ante tal desfachatez, se trasforma en una suerte de consejo
aceptado anuentemente por los respectivos Estados. Cada vez observamos con mayor
frecuencia que los Estados Unidos no imponen por la fuerza sus estrategias.
Los actuales gobiernos latinoamericanos, excepto Cuba, son coparticipes y se
sienten identificados con la política exterior de los Estados Unidos.
No hay contraposición de intereses; hay confluencia y consenso.
Por ello no hace falta presionar. Se puede llegar incluso a crear una situación
irrisoria en tanto países de América latina adoptan decisiones
anticipándose a los propios Estados Unidos. Por ello encubren sus decisiones
bajo el manto de la inevitable dirección que asume el mundo tras la caída
del bloque soviético. Cuauhtémoc Cárdenas, en un artículo
publicado por "La Jornada" el pasado 27 de marzo destaca esta posición
al entresacar frases de un destaco miembro del gobierno de Vicente Fox publicadas
en la revista "Nexos": "Algunos tal vez hubieran pretendido que el sistema internacional
del siglo XXI, tras el fin de la guerra fría, se estableciera sobre la
base de esos principios: los de la no intervención, la igualdad jurídica
de los Estados y el rechazo al uso de la fuerza. Pero la realidad es que aquel
ya no descansa en ellos; para bien o para mal, el hecho es que las reglas que
se tienden a construir son injerencistas, mas que antiintervencionistas..."
No cabe duda: lo que está en cuestión es la capacidad creativa
de los latinoamericanos para implementar proyectos nacionales afincados en los
derechos de soberanía e independencia, indispensables para la existencia
de una vida democrática. El cuestionamiento de los principios de soberanía,
democracia y autodeterminación unido al temor por el asentamiento de
un orden democrático urde la trama para justificar los argumentos de
una política intervenida por parte de estos gobiernos cipayos.
El origen de sus decisiones proimperiales es el miedo y el rechazo que sienten
los cipayos a la democracia, acicate para ejercer la represión interna
y cerrar espacios de articulación política ciudadana. Se teme
la configuración de propuestas constituyentes de ciudadanía plena
fundadas en la responsabilidad, la acción ética y la conciencia
nacida de un convivir en la alteridad.
El fin de la autonomía se alza como la solución a los problemas
internos de toma de decisiones. Para qué sirve la soberanía si
los conflictos a los cuales nos enfrentamos tienen un denominador común:
el terrorismo internacional, sus Estados cómplices y las fuerzas del
mal representadas en el narcotráfico y el fundamentalismo islámico.
Ya no hay necesidad de defender proyectos soberanos. Tal y como señaló
en su momento Azcona Hoyo, presidente hondureño en los años 80:
"Un país pequeño no se puede permitir el lujo de tener dignidad".
Hoy ese dicho es asumido por grandes países de la región sin complejos
ni críticas. Los ejes centrales del nuevo orden mundial son parte de
una propuesta donde el mensaje es claro: conmigo, contra mí o sin ti.
Caer en esta visión es aceptar la lógica de los Estados Unidos
en su actual proceso de reconstrucción hegemónica. Lo verdaderamente
trágico para América Latina es que sus gobiernos cipayos practican
una política de sumisión consciente cuyo resultado es la desintegración
de proyectos democráticos internos. Y en esto coinciden ambos actores,
los protagonistas y los bufones del imperio.