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4 de mayo del 2002
Cuando los desocupados deciden tomar la palabra
Pierre Bourdieu
Clarín
Las recientes manifestaciones de desocupados en Francia cuestionan la división
entre excluidos, desempleados y trabajadores. Todos sufren por igual la precarización
de las condiciones laborales. Jueves 12 de febrero de 1998
Aquellos a quienes nos hemos acostumbrado a llamar los "excluidos" -excluidos
provisorios, temporarios, duraderos o definitivos del mercado laboral- casi
siempre están también excluidos de la palabra y la acción
colectiva. ¿Qué pasa cuando, al cabo de muchos años de esfuerzos
aislados y aparentemente desesperados de algunos militantes, necesariamente
minoritarios, una acción colectiva logra por fin derribar el muro de
la indiferencia mediática y política? En primer lugar, el mal
humor apenas disimulado de algunos profesionales de la palabra, periodistas,
sindicalistas y hombres o mujeres políticos, que no ven en estas manifestaciones
de los desocupados más que un cuestionamiento intolerable de sus intereses
sectoriales, de su monopolio de la palabra autorizada sobre la "exclusión"
y el "drama nacional del desempleo".
Confrontados con esta movilización inesperada, estas manipulaciones profesionales,
esos ocupantes permanentes de los estudios de televisión no han sabido
ver en esto más que una "manipulación de la angustia", una "operación
de intenciones mediáticas", la ilegitimidad de una "minoría" o
la "ilegalidad" de acciones pacíficas.
Después, la extensión del movimiento y la irrupción en
la escena mediático-política de una minoría de desempleados
movilizados: el primer logro del movimiento de los desocupados, el movimiento
en sí mismo (que contribuye a apartar del Frente Nacional a un electorado
popular desorientado). El movimiento de los desempleados, es decir a un tiempo
el esbozo de una organización colectiva y las conversiones en cadena
de que es producto y que ella contribuye a producir: el aislamiento, la depresión,
la vergüenza, el resentimiento individual, la venganza hacia los chivos
emisarios; de la resignación, la pasividad, el repliegue sobre sí,
del silencio a la toma de la palabra; de la depresión a la rebelión,
del desocupado aislado a la colectividad de los desocupados, de la miseria a
la cólera. Así terminó por verificarse el eslogan de los
manifestantes: "El que siembra la miseria, recoge la cólera".
Pero también la recordación de algunas verdades esenciales de
las sociedades neoliberales, que hizo surgir el movimiento de noviembre-diciembre
de 1995 y que los poderosos apóstoles del pensamiento "Tietmeyer" (por
el presidente del Banco Central alemán) se afanan por disimular. Empezando
por la relación indiscutible entre tasa de desempleo y tasa de ganancia.
Los dos fenómenos -el consumo desenfrenado de unos y la miseria de otros-
son interdependientes. Cuando la Bolsa echa las campanas a vuelo, los desempleados
pagan el pato, el enriquecimiento de unos va de acuerdo con la pauperización
de los otros.
El desempleo masivo, efectivamente, sigue siendo el arma más eficaz de
que puede disponer el empresariado para imponer el estancamiento o la rebaja
de los salarios, la intensificación del trabajo, la degradación
de las condiciones laborales, la precarización, la flexibilidad, la puesta
en práctica de nuevas formas de dominación en el trabajo y el
desmantelamiento del código de trabajo. Cuando, por uno de esos planes
sociales anunciados triunfalmente a través de los medios, las empresas
despiden trabajadores, sus acciones suben en la Bolsa. En cuanto se anuncia
un retroceso del desempleo en los Estados Unidos, las acciones bajan en Wall
Street. En Francia, 1997 fue el año en que la Bolsa de París superó
todos los récords.
Sin diferencias
Pero, por sobre todo, el movimiento de los desocupados vuelve a poner sobre
el tapete las divisiones metódicamente mantenidas entre los "buenos"
y los "malos" pobres, entre los "excluidos" y los desempleados, entre los desempleados
y los trabajadores...
Aunque la relación entre desempleo y delincuencia no es mecánica,
nadie puede ignorar hoy que las "violencias urbanas" tienen origen en el desempleo,
la precariedad social y la pobreza generalizada. Las amenazas de reapertura
de los correccionales o de supresión de las asignaciones familiares a
los padres "abandonantes" de los promotores de disturbios son la cara oculta
de la política de empleo neoliberal.
Porque obliga a ver que un desempleado es virtualmente un desempleado a largo
plazo, y un desempleado a largo plazo es un excluido en suspenso; y a ver que
la exclusión del UNEDIC (organismo oficial que brinda prestaciones sociales
a los desempleados) es también la condena a la asistencia, a la ayuda
social, a la beneficencia, el movimiento de los desocupados pone en duda la
división entre "excluidos" y "desempleados": enviar a los desempleados
a la oficina de ayuda social es quitarles su condición de desempleados
y hacerlos caer en la exclusión.
Pero obliga a descubrir también y por sobre todo que un trabajador es
un desempleado virtual, que la precarización generalizada (en particular
de los jóvenes), la "inseguridad social" organizada de todos los que
viven bajo la amenaza de un plan social hacen de cada trabajador un desempleado
en potencia.
La evacuación manu militari de una manifestación no evacuará
el "problema". Porque la causa de los desempleados es también la de los
excluidos, los precarios y los asalariados que trabajan bajo amenaza. Porque
hay quizás un movimiento cuyo ejército de reserva de desempleados
y trabajadores precarios -que condena a la sumisión a aquellos que tienen
la oportunidad provisoria de ser excluidos de él- se vuelve contra los
que basaron su política (oh socialismo!) en la confianza cínica
en la pasividad de los más dominados.
Por Pierre Bourdieu , Frederic Lebaron y Gerard Mauger. Sociólogos
Copyright Clarín y Le Monde, 1998. Traducción de Elisa Carnelli.