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2 de mayo del 2002
Ilegalizar a Batasuna, salto cualitativo en la reestructuración estatal
Iñaki Gil de San Vicente
La tesis aquí defendida dice que la ilegalización de Batasuna
es necesaria para asegurar la compleja y contradictoria reestructuración
del Estado español; es decir, del espacio simbólico- material
de acumulación del capital en lo que definen como "nación española";
reestructuración destinada a impedir que su clase dominante siga retrocediendo
en la jerarquía imperialista, disminuyendo su tasa de ganancia, perdiendo
poder político y siendo cada vez más incapaz de contener el descoyuntamiento
de su "unidad nacional". La tesis dice que si bien esta reestructuración
ya se ideó en sus objetivos irrenunciables viviendo el dictador Franco,
después ha tenido que ser retocada y mejorada en varios momentos. Uno
de esos retoques se inició a comienzos de 1990 y, como todos los anteriores,
ha chocado con la fuerza y coherencia de la izquierda abertzale en concreto
y con el proceso de construcción nacional de Euskal Herria.
El análisis de la ilegalización exige realizar, como mínimo,
tres niveles de estudio cada vez más profundos hasta bucear al núcleo
del problema. El primero es el más formal y superficial, se aprecia a
simple vista y hace referencia al inaceptable contenido antidemocrático
de la ilegalización, contenido que no se le escapa a nadie por su monstruosidad.
El segundo, ya algo más oculto e interno, hace referencia al proceso
subterráneo que impulsa la ilegalización y que saca a la superficie
una serie de ataques represores que nos remiten al PSOE en el Gobierno de Madrid.
El tercero, nos descubre la razón última de la ilegalización,
nos introduce en el contenido de opresión nacional, de clase y de género
del Estado español, y explica qué está sucediendo y porqué
al agudizarse sus contradicciones internas.
Que el primer nivel de análisis, el de la manifiesta barbaridad antidemocrática
de la ilegalización, sea el más fácil e inmediato de hacer
no supone que tenga menos importancia. La tiene y mucha. Suprimir de un plumazo
derechos mínimos y elementales que garantizan la participación
sociopolítica y cultural de un sector social caracterizado por sus reivindicaciones
y movilizaciones, es tanto como advertir y amenazar a los demás sectores,
no tan activos, que pueden correr la misma suerte si algún día
radicalizan sus posturas. Suprimir esos derechos al sector social que ofrece
permanentemente una solución democrática a problemas históricos
irresueltos, es oficializar una situación represiva, elevarla a la máxima
tensión, hundir a la sociedad en un cenagal de incertidumbre, angustia
y miedo. De hecho, tal situación ya existe pues el Gobierno ha cerrado
periódicos, revistas y radios, ha ilegalizado organizaciones, ha detenido
a centenares de personas y encarcelado a decenas, y ha dado total libertad a
la tortura más salvaje y sexista. La ilegalización de Batasuna
es un paso cualitativo que extiende esa dinámica a toda la sociedad.
Ya en este marco, quien no quiera verse en problemas no sólo deberá
demostrar ser fiel y obediente, sumiso, cuidando no cometer actos que le hagan
sospechoso, convirtiéndose en su propio policía y autocensurándose,
vigilándose a sí mismo sino que, sobre todo, deberá vigilar
a las personas circundantes. Renacen del museo de los horrores los atroces sistemas
de los sátrapas, tiranos, césares, reyezuelos, sultanes, emperadores
y dictadores de todas las épocas que recelan hasta de su propia sombra.
Ilegalizando a Batasuna el Gobierno quiere demostrar fuerza, decisión
y solidez pero, buceando ya al segundo nivel del análisis descubrimos
que, en contra de lo que se cree desde el sentido común, un régimen
es tanto más débil en su capacidad de responder a las crisis que
padece cuanto menor es su adaptabilidad, maleabilidad y poder de integración.
Antes incluso de que la burguesía democrática de los siglos XVII-XVIII
asumiera el principio de buena y efectiva dominación sin estridencias,
ya lo habían descubierto los reformadores griegos y romanos. Sin embargo,
este método necesita condiciones objetivas que lo faciliten, pero esta
no es la situación española, al contrario. El PP llegó
al Gobierno de Madrid en una situación más deteriorada y grave
para los intereses del capitalismo español que la existente en 1982,
cuando el triunfo del PSOE. Conviene recordar que en la primera mitad de 1971-80,
dentro del franquismo hubo alguna propuesta de adaptación a los cambios
internos y externos; que a mediados de esa década claudicó la
oposición y se impuso la continuidad de los pilares esenciales del poder
de siempre: propiedad privada de los medios de producción, apropiación
individual por la burguesía del grueso del producto del trabajo social,
unidad incuestionable del Estado español y papel estratégico de
las fuerzas armadas. El rey que Franco nombró fue elevado a piedra angular
del montaje constitucionalista pero para finales de 1971-80, el andamiaje estaba
en crisis de derrumbe, se preparaban diversos golpes de Estado, se minaba desde
dentro a la UDC y, un sector negociaba las condiciones de llegada del PSOE al
Gobierno de Madrid. Por no extendernos, a comienzos de 1981-90, la crisis era
tremenda y, tras una serie de avatares, el PSOE llegó al Gobierno.
El PSOE pretendió cerrar el proceso de descentralización regionalista
--Estado de las autonomías-- tal como se impuso inmediatamente después
al 23-F de 1981. Quiso racionalizar la corrupta e ineficaz burocracia estatal.
Intentó modernizar el atrasado capitalismo estatal y pretendió
adecuar el nacionalismo español a las condiciones del momento. Fracasó
substancialmente en las cuatro pues a comienzos de 1991-2000 la unidad nacional
del Estado español no sólo no estaba asegurada sino que se resquebrajaba
ante las presiones de las burguesías periféricas y el aumento
de los sentimientos nacionales, culturales e identitarios. Además, el
PSOE no acabó con la corrupción e ineptitud burocrática
sino que él mismo se corrompió hasta la médula. Por si
fuera poco, los cambios del capitalismo mundial y europeo amenazaron duramente
a la burguesía española y, para colmo, tampoco pudo re-crear el
desprestigiado nacionalismo español. Pese a que los últimos años
de su mandato fueron de un endurecimiento represivo sistemático en esos
cuatro problemas, empezó a ser atacado por la propia burguesía
que le había ayudado a llegar al Gobierno. La famosa "confabulación"
contra el PSOE estaba en marcha, como se demostró luego. Y el PP tenía
la misión de resolver por fin lo que no habían resuelto el PSOE
ni la UCD, y lo que el propio franquismo había congelado bajo un océano
de sangre helada pero no había exterminado definitivamente.
Pero a comienzos de la década de 1991 el capitalismo mundial aceleró
la estrategia de salida de la crisis iniciada en 1968-1973 y que, con altibajos
y recuperaciones regionales y transitorias, se mantenía hasta entonces.
Que esa crisis no se ha resuelto y que se ha ahondado desde entonces es algo
que ahora no podemos analizar, pero que explica en parte la aceleración
y en endurecimiento de la estrategia represiva del PP. La otra parte de la explicación
consiste en la agudización de las contradicciones estructurales que minan
al Estado español como efecto del fracaso del PSOE en solucionarlas.
La ilegalización de Batasuna aparece desde ese momento como una prioridad
urgente para el Estado español, prioridad ya anunciada desde 1994, sin
mayores precisiones, cuando las fuerzas represivas aumentan sus ataques a EGIN,
LAB, JARRAI, KAS, etc., en una dinámica acelerada desde finales de 1981-90,
con el PSOE aún en el Gobierno de Madrid. Conforme avanzaba la segunda
mitad de la década de 1991, con sus bruscos y en apariencia incoherentes
cambios coyunturales--desde la suspensión de sus acciones por ETA durante
una semana en 1996, la arremetida represiva contra EGIN y HB, la fascistada
de verano de 1997, la firma del acuerdo de Lizarra-Garazi de 1998, el alto el
fuego unilateral e indefinido por parte de ETA, los contactos entre ETA y el
Gobierno, las provocaciones del Gobierno y del PSOE, la pasividad y marcha atrás
del PNV, la paciencia de ETA y sus advertencias, los errores de la izquierda
abertzale, la vuelta a la actividad armada por parte de ETA, la contraofensiva
general del PP-PSOE, las elecciones en la CAV, etc.,-- pese a estos cambios,
aparecía cada vez más claramente la existencia de un contexto
histórico por debajo de los cambios de sus coyunturas pasajeras.
De esta forma, la ilegalización de Batasuna se convierte en la prioridad
del Estado para desbloquear el parón en el que se encuentra su reestructuración.
Antes de pasar al análisis detenido de este asunto hay que insistir en
que es una urgencia del Estado que no sólo del PP. Se equivoca quien
crea que el PSOE no hubiera llegado a una situación así. El PSOE
es copartícipe consciente de y en la estrategia del PP, distanciándose
un poco en la forma de la ilegalización pero no en su contenido y objetivo.
Aunque el PP ha endurecido, acelerado y ampliado el sistema represivo, lo ha
hecho contando con el aval del PSOE, sobre los bases ya creadas por él,
recurriendo a la intelectualidad del PSOE, y movilizando a sindicatos y colectivos
sociales cercanos al PSOE como UGT y a otros cercanos al IU como CCOO y un montón
de ONGs. Ahora bien, que estas y otras burocracias, grupos y colectivos que
hace tiempo abandonaron sus ideales y se integraron en el sistema dominante,
colaboren fervorosamente en el ataque a las libertades básicas, este
retroceso sólo se comprende si estudiamos la evolución histórica
de las contradicciones estructurales del Estado español, lo que nos lleva
al tercer nivel del análisis.
En efecto, el capitalismo español está perdiendo competitividad
en la pugna caníbal con otras burguesías más poderosas.
Todos los datos indican un aumento de los riesgos de definitiva periferización
en la Unión Europea, lo que sería una catástrofe para la
burguesía española, un desastre que cerraría toda posibilidad
de recuperación sostenida y competitiva de la tasa de beneficio, que
es de lo que se trata en última instancia, al menos durante otra onda
o fase histórica del capitalismo mundial. Sin entrar al debate sobre
si, como dice el rey que Franco nombró, la crisis española se
inició en 1713 --fue antes--, sí hay que decir que la burguesía
que manda sobre ese rey es consciente de que, uno, la crisis histórica
existe realmente; dos, que se expresa en las contradicciones estructurales que
minan a su Estado desde el siglo XVII; tres, que van creciendo desde entonces
pese a las brutales y sanguinarias medidas impuestas para solucionarlas y, cuatro,
que los cambios del capitalismo mundial y las crisis del Estado están
agotando el tiempo de reacción. Es muy significativo que las razones
del PCE y del PSOE para claudicar ante la burguesía en 1974-78 sean esencialmente
idénticas a las que ahora se citan para apoyar directa o indirectamente
la ilegalización de Batasuna. Entonces había que "salvar la democracia"
y ahora hay que "salvar la constitución". Antes y ahora, lo que está
en el fondo del problema es la continuidad del Estado español como espacio
simbólico-material de acumulación de capital.
Desde el siglo XVII la incipiente y débil burguesía española
ha mostrado una permanente incapacidad para tomar el poder político y
lanzar una industrialización extensiva e intensiva en su territorio,
industrialización endógena, autónoma y dotada de una tecnología
propia y garantizada por la acumulación de un capital propio. Las cuatro
contradicciones que analizamos --debilidad del Estado-nación español,
tendencia al ascenso de las reivindicaciones de las naciones oprimidas, atraso
congénito del capitalismo estatal e ineptitud y corrupción burocráticas--
derivan de tal incapacidad y la agudizan. Pero es en los momentos de máxima
gravedad cuando las contradicciones tienden a concentrarse en dos grandes grupos
de problemas explosivos en interacción mutua pero con velocidades diferentes
por efecto de la ley del desarrollo desigual y combinado. Nos referimos a la
opresión nacional y a la explotación de clase --la explotación
de género está dentro de ambas-- de manera que, periódicamente,
cuando esos bloques explosivos se interpenetran y coinciden a la vez con crisis
externas, se tambalean y tiemblan las bases profundas del Estado español,
y la burguesía lanza sus ejércitos a la calle. En 1931-39 se vivió
una crisis así, por no retroceder en el análisis, y otra comenzó
a gestarse en 1969 con su inicio político en el Consejo de Guerra de
Burgos, y se oficializó con la acción armada que mató a
Carrero Blanco. ETA estaba en el epicentro de ambos acontecimientos. Toda la
década de 1970 estuvo marcada por la dialéctica de la interpenetración
de ambas contradicciones explosivas. De entra todas las izquierda que entonces
pululaban en el Estado, sólo la independentista vasca supo teorizar correctamente
dicha interpenetración sintetizada en la V Asamblea de ETA al fusionar
la lucha de liberación nacional con la lucha socialista del pueblo trabajador.
La claudicación y la traición de casi todas las izquierdas restantes
mantuvo en el poder a la burguesía española pero no resolvió
el problema histórico de fondo.
La clase obrera estatal fue derrotada y la sociedad sometida a una alienación
masiva y a una pasividad desquiciante. Salvo luchas aisladas y defensivas, se
impuso el olvido y el sálvese quien pueda. El yuppismo y el postmodernismo
fueron de la mano de la corrupción y los trepas, que han encontrado en
el PP su nuevo ecosistema local y microclima de enriquecimiento, aparecen ahora
como los voceros de la ética y de la democracia. Durante buena parte
de la década de 1980 y la mitad de la de 1990, sólo la izquierda
abertzale y algunas honrosas luchas en el Estado mantuvieron la coherencia y
la dignidad, pero su heroísmo no ha sido baldío e inútil
porque desde hace unos años renacen las luchas, surgen nuevos colectivos,
se constata el fracaso del modelo impuesto hace un cuarto de siglo. Esta nueva
oleada se produce, además, cuando las presiones exteriores sacan a la
luz el fracaso en la modernización del capitalismo estatal. La burguesía
y el reformismo estatales conocen el doble problema y también las burguesías
regionalistas catalana y vasca, que anteponen sus intereses clasistas a cualquier
otra cosa. Por su parte, la mediana burguesía vascongada, representada
por el PNV y la pequeña burguesía representada en EA, esperan
con egoísta codicia que la ilegalización de Batasuna engorde su
bolsa de votos y de dinero. También los grupitos que fueron de izquierdas,
que participaron en Lizarra-Garazi y que ahora están fuera, esperando
como los buitres.
El Estado cree erróneamente que ilegalizando Batasuna derrotará
definitivamente a la izquierda abertzale, aumentará la docilidad miedosa
del PNV-EA-IU bajo amenaza de su ilegalización, cortará de cuajo
la nueva oleada de luchas en el Estado y reestructurará su dominación
por los siglos de los siglos, insertando definitivamente la "nueva España"
dentro del capitalismo europeo y mundial.
EUSKAL HERRIA
2002/4/11