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30 de abril del 2002
El electorado enojado
Paul Krugman
The New York Times
Traducido para Rebelión por Juan Antonio Julián
Un candidato de centro-izquierda se presenta a la reelección.
En un mundo racional su victoria sería fácil: su partido ha gobernado
el país con gran éxito, el desempleo está en un nivel bajo,
el crecimiento económico se ha acelerado, el sentimiento de malestar
que prevaleció con el anterior Gobierno se ha evaporado.
Pero todo sale mal. Su moderación se convierte en una carga: denunciando
la postura pro mercado del candidato, algunos candidatos de izquierda que no
tienen ninguna posibilidad de victoria pero sí de autoafirmación
le retiran su crucial apoyo. El candidato, una buena persona según todos
los indicios, no es un hombre de campaña; tiene, dicen sus críticos,
"un estilo profesoral" que para muchos votantes es "condescendiente y falto
de humor". Y sobre todo, hay apatía y autocomplacencia entre los moderados,
que dan por sentado que ganará, o que estiman que en cualquier caso las
elecciónes no tendrán una gran importancia.
El resultado es una victoria contundente de la extrema derecha. Se trata, en
términos generales de un país tolerante y razonable, pero hay
un núcleo, quizá el 20 por ciento del electorado, que está
profundamente enojado aun cuando los vientos sean favorables. Y debido a las
particularidades del sistema electoral, esta minoría de derechas prevalece
aunque el número de personas que vote a la izquierda moderada sea mayor.
Si todo esto suena como un postmórtem a la campaña estadounidense
de Albert Gore en 2000, es intencional. Pero lo que estoy describiendo es la
espeluznante jornada electoral del domingo 21 de abril de 2002 en Francia, en
la que el primer ministro actual, Lionel Jospin obtuvo el tercer puesto, detrás
del fanático candidato de extrema derecha Jean-Marie Le Pen. Hasta hace
poco, se consideraba a Le Pen como una fuerza agotada; el pasado domingo se
anotó un triunfo asombroso.
Como he sugerido implícitamente, hay algunos paralelismos importantes
entre el terremoto de la política francesa y los recientes acontecimientos
políticos en los Estados Unidos. Quisiera destacar esos paralelismos
y luego señalar la gran diferencia.
Lo que las elecciones francesas revelaron es que en Francia, como en los Estados
Unidos, hay mucha gente enojada. Pero no son una mayoría: Le Pen obtuvo
alrededor del 17 por ciento de los votos, menos que Ross Perot en Estados Unidos
en 1992. Pero esta minoría está altamente motivada, y puede ejercer
una influencia desproporcionada a su número si los moderados dan por
sentado hallarse en una sociedad tolerante.
żY por qué está tan enojada toda esa gente? No por razones económicas:
la paz y la prosperidad no la ha reconciliado con Bill Clinton o Lionel Jospin.
Parece que se trata en cambio de una cuestión de valores tradicionales.
Nuestros airados derechistas están enojados con los liberales ateos;
los derechistas franceses lo están con los inmigrantes. En ambos casos,
lo que parece realmente preocuparles es la pérdida de certidumbres; quieren
volver a una época más simple, en la que no existía esta
moderna mezcla perturbadora de gentes e ideas.
En ambos casos esa minoría enojada ha tenido mucha más influencia
que su número podría sugerir. En gran parte a causa de la incapacidad
de la izquierda y la apatía de los centristas. Al Gore tuvo su Ralph
Nader; Lionel Jospin un popurrí de izquierdistas despistados (dos trotskistas
alcanzaron el 10 por ciento del voto). Y ambos candidatos sufrieron el escarnio
de los satisfechos moderados y fueron ignorados por éstos.
Y ahora la importante diferencia. Le Pen es un outsider político al que
sus resultados en la elección del domingo 21 han catapultado a la segunda
ronda, pero que realmente no será presidente de Francia. Por lo que sus
ideas -derechistas puras y duras- no serán llevadas a la práctica
en un futuro previsible.
En los Estados Unidos, por el contrario, la extrema derecha ha sido cooptada
en lo fundamental por el Partido Republicano, o quizá al revés.
En este país, la gente que tiene puntos de vista extremistas comparables
con los de Le Pen está en condiciones de llevarlos a la práctica.
Tomemos, por ejemplo, el caso del Representante Tom DeLay. La semana pasada
DeLay afirmó ante una audiencia que estaba en una misión encomendada
por Dios para promover una "cosmovisión bíblica," y que había
promovido el impeachment de Bill Clinton en parte porque Clinton tiene una "cosmovisión
incorrecta". Ahora bien, hay políticos raros en todas partes. Sin embargo,
DeLay es el jefe de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes
y, en opinión de los observadores, el auténtico poder enmascarado
tras el portavoz Dennis Hastert.
Y encima tenemos a John Ashcroft .
Lo que las elecciones francesas revela es que nosotros y los franceses tenemos
más en común de lo que cada uno de los dos países quisiera
admitir. Y que allí como aquí hay mucha rabia irracional que bulle
bajo la superficie de la política habitual. La diferencia es que aquí
en Estados Unidos la minoría airada está ya a los mandos del país.
23 de abril de 2002