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30 de mayo del 2002
Combatir a la tecnocracia en su propio terreno
Pierre Bourdieu
El presente discurso fue pronunciado por Pierre Bourdieu ante los trabajadores
en huelga, reunidos en la Gare de Lyon en París, el día 12 de
diciembre de 1995
Estoy aquí para expresar nuestro apoyo, a todos aquellos que
luchan , desde hace tres semanas, contra la destrucción de una civilización
asociada a la existencia del servicio público: civilización de
la igualdad republicana de los derechos, a la educación, a la salud,
a la cultura, a la investigación, al arte, y por encima de todo, al trabajo.
Estoy aquí para decir que comprendemos este movimiento profundo, es decir,
la desesperanza y las esperanzas que allí se expresan y que también
nosotros experimentamos; para decir que no comprendemos (o que comprendemos
muy bien) a estos que no lo comprenden, como a este filósofo que, en
el "Journal du dimanche" del día 10 de diciembre, descubre con estupefacción,
"el abismo entre la comprensión racional del mundo", encarnada segun
él por Juppé, así lo dice textualmente, "y el deseo profundo
de la gente".
Esta oposición entre la visión de largo plazo de la "élite"
esclarecida y las pulsiones de corto plazo del pueblo o de sus representantes,
es típica del pensamiento reaccionario de todos los tiempos y de todos
los países, pero adquiere hoy una forma nueva con la nobleza de Estado,
que fundamenta la conviccion de su legitimidad en el título escolar y
en la autoridad de la ciencia, principalmente económica. Para estos nuevos
gobernantes de derecho divino, no solamente la razón y la modernidad,
sino también el movimiento y el cambio, están del lado de los
gobernantes, de los ministros, de los patrones o de los "expertos". La sinrazón
y el arcaísmo, la inercia y el conservadurismo, del lado del pueblo,
de los sindicatos y de los intelectuales críticos.
Es esta la certeza tecnocrática que expresa Juppé cuando escribe:
"Quiero que Francia sea un país serio y un país feliz", lo cual
puede traducirse como: "Quiero que la gente seria, es decir, las élites,
los "enarcas", los que saben adonde esta la felicidad del pueblo, puedan realizar
la felicidad del pueblo, incluso a pesar de él, es decir, contra su voluntad.
En efecto, enceguecido por esos deseos, de los que hablaba el filósofo,
el pueblo no conoce su felicidad, particularmente la felicidad de ser gobernados
por gente que, como Juppé, conocen su felicidad mejor que él".
Así piensan los tecnocratas y así entienden la democracia. Comprendemos
que ellos no comprendan que el pueblo, en nombre del cual pretenden gobernar,
descienda por las calles, -¡colmo de la ingratitud!- para oponérseles.
Esta nobleza de Estado, que predica la desaparición del Estado y el reino
sin reserva del mercado y del consumidor, sustituto comercial del ciudadano,
se ha apropiado del Estado, ha hecho del bien público un bien privado
, de la cosa pública, de la República, su cosa.
Lo que hoy está en juego, es la reconquista de la democracia contra la
tecnocracia: hay que acabar con la tiranía de los "expertos" al estilo
del Banco Mundial o del FMI, que imponen sin discusión los veredictos
del nuevo Leviatán, "los mercados financieros", y que no pretenden negociar
sino "explicar". Hay que romper con esa nueva fe en la inexorabilidad histórica
que profesan los teóricos del liberalismo . Hay que inventar nuevas formas
de un trabajo político colectivo, capaz de constatar las necesidades,
principalmente económicas (lo que puede ser tarea de expertos) pero para
combatirlos y, si es del caso, para neutralizarlos.
La crisis de hoy es una oportunidad histórica. Para Francia y sin duda
para todos estos que, cada día mas numerosos, en Europa y en otras partes
del mundo, rechazan esa nueva alternativa: liberalismo o barbarie. Trabajadores
ferroviarios, empleados de correo, maestros, funcionarios de los servicios publicos,
estudiantes y tantos otros, activa o pasivamente comprometidos en este movimiento,
han planteado con sus manifestaciones, con sus declaraciones, con las innumerables
reflexiones que han provocado y que las tapaderas de los medios han querido
en vano asfixiar, problemas fundamentales, demasiado importantes para dejárselos
a los tecnócratas, tan autosuficientes como insuficientes: ¿cómo
restituir a los primeros interesados, es decir, a cada uno de nosotros, la definición
aclarada y razonable del futuro de los servicios publicos, de la salud, de la
educacion, de los transportes, etc., en relación, principalmente con
aquellos que, en los otros países de Europa están expuestos a
las mismas amenazas? ¿Cómo reinventar la escuela republicana, rechazando
la instalación progresiva en la enseñanza superior, de una educación
con dos velocidades, simbolizada por las Grandes Escuelas y las facultades?
Es posible hacerse la misma pregunta a propósito de la salud o de los
transportes. ¿Cómo luchar contra la precarización que golpea al
personal de los servicios públicos y que conlleva formas de dependencia
y de sumisión, particularmente funestas, en las empresas de difusión
cultural, radio, televisión o prensa escrita por el efecto de censura
que ejercen, incluso en la docencia?
En el trabajo de reinvención de los servicios publicos, los intelectuales,
escritores, artistas, científicos, etc., tienen un papel importante que
jugar. Primeramente, pueden contribuir a quebrar el monopolio de la ortodoxia
tecnocrática sobre los medios de difusión. Pero pueden también
comprometerse, de manera organizada y permanente, y no solamente en los encuentros
ocasionales de una coyuntura de crisis, al lado de aquellos que están
en condiciones de orientar eficazmente el futuro de la sociedad: asociaciones
y sindicatos principalmente, y trabajar en la elaboracion de análisis
rigurosos y de proposiciones inventivas sobre las grandes cuestiones que la
ortodoxia mediático-política impide plantear. Pienso en particular
en el tema de la unificación del campo económico mundial y los
efectos de la nueva división mundial del trabajo o de la cuestión
de las pretendidas leyes de bronce de los mercados financieros, en nombre de
las cuales son sacrificadas tantas iniciativas politicas; en la cuestion de
las funciones de la educación y de la cultura en las economías
adonde el capital informático se ha convertido en una de las fuerzas
productivas determinantes, etc.
Este programa puede parecer abstracto y puramente teórico. Pero se puede
rechazar el tecnocratismo autoritario sin caer en un populismo en el que los
movimientos sociales del pasado sacrificaron a menudo demasiado y que le hace
el juego, una vez más, a los tecnócratas.
Lo que he querido expresar, en todo caso, y quizás mal, por lo que pido
excusas a quienes pude haber escandalizado o aburrido, es una solidaridad real
con aquellos que hoy se baten por cambiar la sociedad: pienso en efecto que
no se puede combatir eficazmente la tecnocracia, nacional o internacional, si
no es enfrentándola en su terreno privilegiado, el de la ciencia, principalmente
económica, y, oponiendo al conocimiento abstracto y mutilado del cual
ella se vale , un conocimiento, más respetuoso, de los hombres y de las
realidades a las cuales ellos se ven confrontados.
(Publicado en Libération el 14 de diciembre de 1995. Traducción
al español de O. Fernández)