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25 de mayo del 2002
Una
fortaleza para Bush
Osvaldo Bayer
Página 12
Los berlineses se levantaron ayer con dolor de cabeza por pura desorientación.
Ver ese espectáculo de tres días, su ciudad convertida en fortaleza por la
visita de apenas dieciocho horas de George W. Bush, los hizo comprobar cuán
artificial se ha convertido la política, la democracia, la seguridad, los
sentimientos cristianos, la hermandad entre los pueblos y toda esa artillería
de palabras con que se los bombardeó constantemente durante la existencia
del muro y después. Diez mil policías y 600 empleados de la CIA cerraron todo
el centro herméticamente. ¡Qué tiempos aquellos cuando las carrozas de las
visitas reales se paseaban a paso de trote de los caballos por la Unter den
Linden! No: aquí, todo cerrado, hermético, con tiradores en los techos, con
policías femeninas revisando los pastos del Tiergarten, con sospechosos en
vestimenta civil abriendo las cajas de las columnas de alumbrado. Todo berlinés
pasó a ser sospechoso. Es que venía el hombre de Texas, George Doubleiú Bush.
Toda la escenificación sirvió sólo para mostrar qué encadenada está la política
alemana a la de Estados Unidos. Pero qué alejados están sus sentimientos.
No existen ya relaciones carnales de las culturas. El hombre de Texas no pudo
conquistar Berlín. Se lo vio pasar al cowboy como un adelanto de una muestra
próxima de un film del Lejano Oeste. Es que Bush puede despertar simpatía,
pero ni tranquilidad ni confianza. "Viene a buscar aliados para su próxima
guerra", fue la desconfiada interpretación del hombre medio que tiene
miedo que le manden a sus hijos a la próxima guerra con Irak.
Su discurso en el Reichstag no fue ni histórico ni una pieza brillante. Fue
un esquema sin tutías para continuar con los misiles y bombardeos. No hay
otra interpretación: habló de inseguridades para hacer notar aún más su papel
protector. Su discurso fue un prolegómeno, redactado por algún experto en
clima psicológico. Y sirvió para comprobar qué sometidos están los políticos
alemanes a la influencia del inmenso poderío que viene del Oeste. Fue hasta
lamentable ver los esfuerzos de Gerhard Schroeder, el primer ministro alemán,
por mantenerle la sonrisa a su amigo George Doubleiú. No sólo del partido
mayoritario sino también de su asociado en el poder, el Partido Verde. Ver
las interrupciones del discurso con aplausos metódicos mostró las ganas de
quedar bien con el gran patrón. Tan luego los verdes, aquella vanguardia combativa
en las calles estudiantiles del '68. Pareciera que alcanzar el poder, disciplina.
Oír al ministro de Asuntos Extranjeros, Joschka Fischer, recomendar con voz
teatral a los jóvenes comportarse bien y ser disciplinados, cuando fotos de
su juventud revolucionaria lo muestran con piedras en las dos manos.
Sólo un diputado verde abandonó la sala de sesiones –"ante tanta estupidez",
como dijo–, y tres ex comunistas –que hoy cogobiernan la ciudad de Berlín–
mostraron un cartel pacifista: "Terminen con las guerras, señores Bush
y Schroeder". En las calles, los jóvenes demostraron su desprecio hacia
todo aquello que se califique como globalización, preparación para la guerra,
perjuicios a la naturaleza (EE.UU. no firmó el protocolo de Kyoto sobre daños
a la biosfera); mentís a los derechos humanos (Estados Unidos no acepta la
Corte Suprema Internacional de Justicia). Saludable fue ver a los jóvenes
marchar sin autodefensas ante los miles de policías armados hasta los dientes
y con sus rostros desfigurados por las escafandras. Jóvenes que mostraban
su humor y su búsqueda de paz contra todos los anuncios del hombre de Texas,
en el Bundestag, guardado por las barricadas conformadas por los custodias
y una gama patética de hombres vestidos de negro y el pelo a bocha mirando
con ojos de animales venenosos a los jóvenes de la protesta.
Diez escritores alemanes les enviaron cartas a Bush tratando con dolorosa
ironía este carnaval trágico de sus apariciones y sus discursosfluctuantes.
"América y Europa se necesitan mutuamente para llevar a cabo y ganar
la guerra contra el terror global", dijo su majestad Doubleiú en el Bundestag
con mirada fantasmal de meter miedo. No, señor presidente, lo que necesitamos
definitivamente es ganar la paz para vivir en dignidad. Usted habla de las
armas que tienen los terroristas. Habría que ver quién les vendió esas armas
o cómo llegaron a obtener las fórmulas para fabricarlas. Ustedes venden todo,
empezando por la propia conciencia, y después hacen la guerra para destruir
esas armas que vendieron. Llamó al "terrorismo internacional" el
"eje del mal". Algo bíblico para asustar a disciplinados aprovechadores
de su sistema para que lo sigan apoyando. Creemos que el eje del mal está
en manos de la nación que tiene todos los poderes y que maneja universalmente
la economía como se le da la gana. "Tenemos que obrar con decisión",
nos dice con respecto a lo que él llama guerra. No, antes tenemos que obrar
con decisión en toda la política financiera que llevan a cabo los organismos
internacionales. Nos asusta con la guerra –que habría que deslindar bien quién
la provocó o la está provocando– para que todo el actual panorama en el tercer
mundo de miseria y explotación no se mueva, y los grandes consorcios internacionales
sigan con sus habituales negocios.
El discurso "histórico" de Bush en Berlín es una página cínica de
toda una política que habla mucho de modificar para que nada cambie.
La mejor muestra de lo que es el miedo y la violencia la mostró esa ciudad
de Berlín, vacía y custodiada, esa fortaleza inicua. ¿Quién inició esa violencia
para provocar tanto miedo? ¿Cómo viviremos en el futuro si, al parecer, la
violencia está cada vez más cerca y en cinco años se van a necesitar 20 mil
policías y gendarmes para cuidar a su majestad, el emperador de Washington
y de sus tierras lacayas?
Lo de Berlín fue un teatro descomunal de algo que es lo irracional-patético.
Doubleiú ha pasado a ser el verdadero Papa occidental. Faltaba el jueves que
se le batiera incienso en el Bundestag. Todos le sonreían: demócrata-cristianos,
socialdemócratas, liberales, verdes, esposas, esposos, embajadores, ordenanzas,
policías, gendarmes. Todos con la sonrisa estampada para el hombre surgido
de tierras de horca y cartuchos.
¿Dónde ha quedado la sabiduría del mundo? En el cinismo. ¿Por qué no están
los hombres de la ética y del estudio profundo del ser humano? ¿Por qué, en
cambio, dictadorzuelos o "presidentes" como los que nos toca soportar
desde hace siglos? ¿Por qué hombres de pistola al cinto y no los seres de
la palabra y el debate? Uno de los paseantes con quien me detuve en el Tiergarten
me dijo: "Pensar que dependemos de él". Otro paseante contestó a
un periodista sobre la figura: "Simpático, pero peligroso"; otro
(en traducción porteña): "Ese, ¿de qué la va el tipo ése?"; y otro
más allá: "Es el que tiene la manija". Buenas definiciones.
Seguí caminando por las calles de ese Berlín fortificado y pensé en aquel
muro y en estos muros invisibles. Por esas calles de Berlín desfilaron los
mariscales prusianos de Bismarck y más tarde los soldados del '14 como ganado
directo al matadero. Pero también anduvo Rosa Luxemburgo repartiendo volantes
y los marineros de Kiel, revolucionarios, llevando la esperanza roja y sí,
también, los hombres de uniforme pardo con paso de ganso, y otra vez las guerras.
Estamos en guerra, dice Doubleiú y nos harán marchar de nuevo. "Defendemos
la civilización misma", dijo con voz tonante en el Bundestag. El hace
la guerra y los pueblos pagan con su hambre los préstamos del Fondo Monetario
Internacional. ¿O eso es pura casualidad? "Los buenos propósitos pueden
traer consuelo, pero ninguna seguridad." Seguridad, ésa es la palabra.
Ahora sí: por eso el hombre de Texas con la pistola al cinto. Seguridad: por
eso fabricar armas, preparar los misiles y también fundar el ALCA. Todo es
seguridad, principalmente la seguridad de Estados Unidos. Doubleiú saluda
a todos y todos sonríen embobados. Habla todavía otra vez de "seguridad".
"Nos une una meta seria, en la cual descansan la seguridad de nuestros
pueblos y el destino de nuestra Libertad." Palabras que pueden decir
todo, pero que casi siempre no significan nada. Se dicen para el aplauso final.
Nosotros aplaudimos, nuestro destino está entre ser mamarrachos u oler a cadáver.
Los mamarrachos agitan las manos obsecuentes con el presidente que parte.
Los estudiantes, a una calavera que le han puesto el sombrero de cowboy de
Texas.