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En el mundo existe una megaburguesía
internacional
para la que si algo es bueno para ella es bueno para todos
En el fondo no son buenos
José Steinsleger
En el mundo existe una megaburguesía internacional para la que si algo
es bueno para ella es bueno para todos. Su visión consiste en tratar
a los países (incluyendo los ricos) como mercados de conquista. Esta
megaburguesía actúa por sobre los Estados y sus leyes y cuenta
con un brazo ejecutor llamado Fondo Monetario Internacional (FMI).
El FMI y el Banco Mundial (encargado de desembolsar el dinero) son corresponsables
del hambre, la miseria y la muerte de tres cuartas partes de la humanidad. De
vocación intervencionista, conspirativa y desestabilizadora, la prioridad
de ambos organismos consiste en encauzar el capítulo financiero del llamado
"pensamiento único" o globalización excluyente.
Con el prefijo "co" se alude a las oligarquías nativas y testaferros
políticos que prestan al FMI sus servicios. Por esto, cuando una economía
de "libre mercado" como la argentina (que hasta ayer era exhibida de ejemplo)
se colapsa y entra en cuestionamiento el sentido del contrato social, el FMI
se deslinda de culpa y se la endosa a la "ineptocracia" del país donde
opera.
"Nosotros somos 'técnicos'... no intervenimos en política interna",
dicen sus numerólogos con dudosa candidez. ¿Cuán cierto es esto?
A propósito de la crisis argentina, el lobbysta Felipe González,
coideario de Charles Chaplin (alias de José María Aznar) en el
asunto de las inversiones españolas, dijo en Buenos Aires: "es muy fácil
echarle la culpa de todas las crisis al FMI". Al servicio de los peores intereses,
Felipillo acertó. Claro que es muy fácil. Veamos por qué.
El 7 de enero pasado el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O'Neill,
planteó desde Washington la resolución de los problemas de incumplimiento
de la deuda soberana de los Estados a través de las disposiciones de
la ley federal de bancarrotas de Estados Unidos. Quince días después,
el director general del FMI, Horst Köhler, propuso que "...se abra proceso
por insolvencia a los países que vayan a la quiebra o registren severas
crisis económicas, como es el caso de Argentina".
Lo cual sugiere que los prestamistas podrían cobrarse con los activos
físicos y las rentas públicas de las naciones deudoras. Es decir,
que para Estados Unidos y el FMI los países son empresas (como Enron).
Por su lado, la subdirectora general del FMI, Anne Krueger, envió a Jorge
Remes Lenicov, ministro de Economía de Argentina, una carta confidencial
en la que puso las condiciones para otorgar nueva ayuda financiera: flotación
del peso, una salida del corralito que no destruya el sistema bancario, la aplicación
de medidas fiscales y monetarias muy duras, una ley de coparticipación
con las provincias y un sistema impositivo que ponga fin a la evasión
fiscal.
La carta de Krueger no fue hecha pública. Pero el Washington Post tuvo
acceso al contenido y publicó un artículo titulado: "Le dicen
a Argentina cuáles son las condiciones de la ayuda". Según el
diario, el FMI exige también una solución a los enormes gastos
de las provincias "acostumbradas a pasar luego la factura al gobierno central".
Como fuere, lo importante no es esto.
Lo que cuenta es el estado deliberativo del pueblo argentino de un lado, y el
discurso del gobierno argentino por el otro. Tanto el FMI como la Casa Blanca
temen que las protestas populares y el "populista" presidente Eduardo Duhalde
contagien a la subregión. Colofón: Argentina no es "confiable".
La megaburguesía mundial desconfía de discursos "antimodelo de
libre mercado". El viceministro de Economía, Jorge Todesca, por ejemplo,
criticó al FMI como ningún funcionario de la democracia argentina
se había atrevido y le pidió que "hable menos", además
de calificar de incoherente a Krueger preguntándose si al organismo que
dirige le interesa el desarrollo del país.
"Francamente -observó Todesca- no necesitamos que cada dos minutos un
funcionario del FMI nos esté diciendo cómo tenemos que recorrer
el camino en el cual estamos... haciéndolo a 10 mil kilómetros
de distancia sin un buen conocimiento de la situación... Necesitamos
un programa de desarrollo y no sé si a la señora Krueger le interesa,
pero nos interesa a los argentinos".
Insolencia que en este mundo de borregos no pasó inadvertida para el
presidente George Bush.
El 16 de enero, ante la OEA, Bush advirtió que si se trata de un apoyo
vendrá con muchas condiciones: "...quienes prometen proteccionismo sin
dolor o seguridad a través del estatismo sólo garantizan un futuro
de debilidad y estagnación" (recesión con inflación).
Dos días más tarde, en Santiago de Chile, la señora Krueger
destacó la disciplina de la economía trasandina, a modo de contraste.
Y repitió las palabras de O'Neill y de Bush: "Argentina debe lograr un
plan sustentable". Es decir, más ajuste interno para pagar la deuda,
la misma receta que llevó a la explosiva situación actual.
Lawrence Lindsey, presidente del Consejo Nacional Económico y asesor
número uno de la Casa Blanca en materia económica, declaró
en una entrevista a la cadena de televisión Fox: "El problema fundamental
en Argentina tiene que ver en la forma como los argentinos manejan las cosas".
Claro. ¿Qué esperaba?
La Jornada