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10 de febrero del 2002
Entrevista a José Saramago
"La izquierda no tiene ni puta idea del mundo"
Eduardo Mazo, revista veintitrés
El 17 de octubre de 1730, el Cabildo de Lanzarote, en las islas Canarias, envió
un documento a los Oidores de la Real Autoridad del Rey informando que "habiendo
reventado un volcán la noche del día primero del pasado, echando
fuego diez y nueve días en que dejó quemadas casas, aljibes, maretas,
fábricas, pajeros, tierras labradas y perdidas totalmente las cosechas,
las casas casi tapiadas y del dolor que causa el lloro y lamentos de los hombres,
mujeres y niños El cielo nos favorezca"
A cierta distancia de aquél herido paisaje que hoy se denomina Parque
Nacional de Timanfaya, vive, en una bella y blanca casa de perfil insular, José
Saramago. Al llegar a la isla aún no castigaba el calufo, ese calor local
y profundo, ni el siroco imponía en el cielo su amarillo de desierto
africano. Los tres perros que Pilar del Río, la esposa del escritor,
ha rescatado del abandono de sus dueños, alborotan entre curiosos y alegres
alrededor de la mesa donde está servido el café. Ella los identifica:
"el caniche se llama Pepe, el de agua, Camoes y la yorkshire, Greta", mientras
va llenando de elogios y cuidados a ese tumulto canino. Luego, ya en la acogedora
biblioteca del escritor, los sonidos lejanos semejan un suave salmodia enmarcando
la entrevista.
–El siglo XX reveló el fracaso estrepitoso del socialismo real, con el
crecimiento ponencial del fundamentalismo religioso y otros. Hoy, doscientas
cincuenta personas poseen una riqueza superior al cuarenta por ciento del producto
interior bruto de la humanidad. La lucha y la conquista por las ocho horas hoy
se licuan ante jornadas superiores por un lado, y ejércitos de desocupados
por otro. Frente a todo esto, ¿usted me podría decir si la botella de
la historia está medio llena o medio vacía?
–Si yo le contestara que está medio llena sería lo mismo que si
le contestara que está medio vacía. Lo que es, es, y lo que está,
es lo que está. En La Sagrada Familia, de Marx y Engels, hay una frase
que yo cito con demasiada frecuencia porque es ejemplar. Y a mí me sorprende
que el debate de ideas y el debate sobre las soluciones que se puedan encontrar,
incluso el debate en el interior del propio socialismo, no pase, esencialmente,
por palabras tan sencillas como esas. Ellos escribieron: "Si el hombre es formado
por las circunstancias, entonces, hay que formar las circunstancias humanamente."
Claro que el capitalismo no forma circunstancias humanamente, ya lo sabemos,
pero hay que soportar la evidencia que tampoco el socialismo ha creado los elementos
y las circunstancias necesarias para formar al hombre. Y en esto estamos. Ahora
vienen las consecuencias. Una de ellas es la debilidad del movimiento sindical
internacional. Se sientan a la mesa de negociaciones para implorar, no ya para
exigir, para implorar aumento de sueldo. Hay algo que debería significarse.
¿Quiénes trabajan la industria armamentista, por ejemplo? Obreros. Pero
nunca hay huelgas en esta industria. Entonces, cuando hablamos mucho de la conciencia
obrera, estamos repitiendo tópicos que después, cuando llega la
hora, nos salen por la culata. En Francia, ¿dónde ha ido a buscar votos
Le Pen? A los activos afiliados del P.C.F. ¿Y el programa de los inmigrantes?
Cuando nos quedamos en el espacio de las frases retóricas del humanismo,
todo eso funciona, está muy bien, se hacen discursos magníficos,
pero cuando el inmigrante llega, –y nosotros, los portugueses tenemos una experiencia
dura de eso, pues la segunda ciudad portuguesa en Europa ha sido París–
primero se le abren las puertas, no ampliamente, por supuesto, pero cuando ya
no es necesario ¡fuera! Entonces, si no nos damos cuenta que por encima de todo
hay un problema fundamental de la humanidad que es el problema ético,
por encima de todo lo que sabemos, por encima de las religiones que están
ahí, corrosivamente, para destruir el pequeño espacio de comprensión
mutua, de diálogo, que están ahí para destrozarlo todo,
si no adoptamos un principio ético de responsabilidad personal y colectiva,
¿adónde llegaremos? A ninguna parte.
–En aquél socialismo frustrado se educaba a los niños, sin embargo,
con un sentido humanista, de solidaridad y de estímulos creativos, más
allá de cierta servidumbre ideológica. ¿Dónde está
el punto de inflexión en el que muchos de aquellos niños se hayan
convertido hoy en despiadados mafiosos?
–Yo no puedo decir dónde está el punto de inflexión, pero
hay un caso más cercano a nosotros, europeos: sería interesante
saber qué es lo que hacen, y sobre todo, saber qué piensan hoy
las chicas y los chicos del mayo del 68, que entonces tenían 18 y hoy
tienen 50 años. Claro que hay una vieja frase que dice que si a los 18
no eres un revolucionario no tienes corazón, pero si a los 40 sigues
siendo revolucionario, no tienes cabeza. Y eso significa que es inevitable que
la entrada en la edad adulta convierte a ese chico generoso, solidario, en un
señor muy preocupado por su coche y por su segunda vivienda. No es que
no tenga derecho al coche ni a la segunda vivienda, incluso a una tercera vivienda,
pero ese señor ha vuelto la espalda -no quiero decir retóricamente
a sí mismo- a cosas en las que creía. Y la pregunta es: ¿por qué
es que ha dejado de creer en eso?
–¿Cree usted que -como señalan algunos críticos- los pueblos utilizan
a la izquierda para lograr sus fines y luego la abandonan?
–Si fuera así, eso sería demasiado maquiavélico. Tampoco
sabemos muy bien qué es el pueblo, nadie sabe qué es el pueblo.
No creo que se usaría conciente o inconscientemente a la izquierda. Pero
en el caso concreto de Galicia, es sorprendente que, viviendo España
en democracia, coloque en puestos de poder con responsabilidades políticas,
a un hombre terrible como el señor Fraga Iribarne. Galicia tiene una
tradición caciquil conocida y, en el fondo, el señor Fraga Iribarne
es un cacique de Galicia. Yo creo que, al contrario de lo que hemos aprendido,
no hay dos sexos, hay tres: el masculino, el femenino y el político.
Y ahí se unen unos y otros, con lo mismo de bueno y lo mismo de malo.
Viniendo de la izquierda o de la derecha se convierte en política, y
a la hora de convertirse en política me recuerda siempre una obra de
teatro de Sartre que se llama L´Engrenage, que es la historia de una revolución
triunfante y el líder, que es un chico muy apuesto, se sienta por primera
vez en el sillón del poder. Cuando acaba de sentarse entra el secretario
para decirle, y con esto termina la obra: "Está ahí afuera el
embajador de los Estados Unidos de Norteamérica". En nuestro caso, en
Portugal, tuvimos la complicidad de los partidos de izquierda, en particular
del Partido socialista, no sólo con la socialdemocracia alemana, sino
incluso con la propia CIA, para interrumpir el proceso revolucionario, y por
otra parte, el papel de provocación que han hecho pequeños partidos
de la llamada extrema izquierda. Al paso del tiempo nos encontramos con que
el presidente del Partido Social Demócrata de Portugal (que es un partido
de centro derecha, por no decir de derecha) había sido anteriormente
un militante maoísta. La ministra de cultura de España ha sido
maoísta. Y en su viraje no fue hacia el Partido Comunista, ni siquiera
al PSOE. Se fue al Partido Popular. Usted tiene toda la razón cuando
en la anterior pregunta buscaba el punto de inflexión, pero yo no puedo
responderle con exactitud. Lo único que puedo compartir con usted es
la evidencia de que hay un punto de inflexión, pero, ¿cuándo se
da? ¿Dónde? ¿Es igual para todo el mundo? ¿Ocurre simultáneamente
en la misma edad para todos? ¿Y por qué unos sí y otros no?
–Si como en la ex Unión Soviética, ese punto de inflexión
se dió en un plano de carácter general, - aunque sus manifestaciones
individuales puedan ser más o menos radicales-, ¿es al mismo tiempo,
la caída del sistema, también producto de esos virajes colectivos?
–Creo que hay una especie de pecado mortal. No se puede, -bueno, también
se puede- hacer todo a favor de la gente sin preguntar a la gente si lo quiere
o no lo quiere. Podemos llegar a decir que lo estamos haciendo para el bien
de los demás, pero yo creo que hay mucha más seguridad en lo que
se está haciendo si se hace con la participación de esos para
quienes supuestamente estamos haciendo bien las cosas. Y el pecado mortal de
la Unión Soviética y las democracias populares ha sido esta formulación:
"Estamos aquí para defenderlos. Vosotros no os preocupéis". Si
todo se hace sin la participación de los ciudadanos en el trabajo político,
ellos serán como tutelados. Esa tutela tendrá forma de educación,
pero no participas en tu propia educación: te educan, no te educas tú.
Y en otro aspecto te están prohibiendo. Que el ciudadano soviético
no pudiera viajar, que no tuviera acceso a cosas nada extraordinarias, las más
corrientes, cosas que están al alcance de todos.
–¿Cree que al priorizar al Partido por sobre el Estado, es decir al militante
por sobre el ciudadano, la legalidad socialista desaparece?
–Eso es, efectivamente lo que ha ocurrido en los países socialistas.
–Existen distintas internacionales. Hay internacionales de la religión,
de las finanzas, de los medios y hasta deportivas, etc. ¿No podríamos
ir al encuentro de una internacional de la razón?
–Nosotros tenemos la tendencia a oponer a algo que no es racional lo que llamamos
razón. Pero en nombre de la razón –no quiero decir en nombre de
la razón, sino con la razón– se han hecho las mejores y las peores
cosas del mundo. Es por un determinado uso de la razón que está
ocurriendo lo que ahora mismo está ocurriendo. Bombardean un país
que no tiene ninguna capacidad de defensa, la más poderosa potencia del
mundo ataca así, sin más, a Afganistán que no tiene nada.
Y eso se hace con la razón del Pentágono. No podemos decir que
son irresponsables, que son locos. No. Usan fríamente su razón
para esto. Claro que nosotros damos a la razón un sentido positivo.
–Usted afirmó en cierta oportunidad que somos seres racionales pero que
no nos comportamos como seres racionales.
–Somos seres dotados de razón pero eso no significa que usemos la razón
de forma racional. Volvemos a lo que le señalaba antes, a la ética.
El Pentágono está usando la razón pero no lo está
haciendo éticamente.
–¿Crear una internacional de la razón ética?
–Sí, pero no. Los tiempos actuales no están para eso. No. Porque
hay un problema en el mundo que es el problema de la información, que
nos están controlando la información. Hoy, las palabras más
constructivas, las más limpias que se puedan pronunciar, pueden que no
lleguen a ninguna parte, porque los medios se encargan de hacer que no lleguen.
–¿Qué se puede hacer, entonces?
–Lo que debemos hacer cada uno de nosotros, pues no tenemos más remedio,
en primer lugar, es respetar nuestras propias convicciones, no callar, donde
sea, como sea, conscientes de que eso no cambia nada, pero al hacerlo, por lo
menos, tengo la seguridad que yo no estoy cambiando.
–Uno menos.
Al menos uno, al menos dos, al menos tres, al menos diez, y son muchos. Son
muchos más de los que se pueda imaginar. Yo tengo la experiencia muy
rica de encuentros y contactos con jóvenes. No vamos a decir la juventud
es buena, o la juventud es mala. Tenemos que ver lo que realmente pasa con los
jóvenes. Esos que ahora se entregan a las delicias del fin de semana,
con el botellón, con la guarrería y todo eso, en cinco o diez
años entran en la edad adulta, y ¿qué van a hacer, entonces? Por
ejemplo, sobre todo en América Latina, yo estoy firmando libros en Bogotá
o en México, o en la Antigua, o en Argentina y me doy cuenta que si hay
200 o 300 personas para que les firme un libro, el setenta por ciento son jóvenes,
y si a algunos de ellos, -y esto lo percibí en México- los encontrara
a las dos de la madrugada en una calle por la misma acera, a lo mejor yo me
cambiaría a la otra acera. Jóvenes con pinta punk y todo eso y
llevando su libro para firmar. Si nos preocupáramos por esa masa de jóvenes,
si dialogáramos con ellos, sin llamarles la atención, sin ninguna
didáctica, sin acercarse a ellos con la idea de que lo sabes todo, y
por lo tanto, estás ahí para enseñarles a los pobres que
no saben nada, pues entonces, algunas cosas podrían cambiar. Y hay una
parte de la juventud hoy, inquieta, que no se cree en lo que le están
diciendo, pero no tienen ideas. Y ahí está la cuestión.
El problema más dramático de la izquierda es que no tiene ni una
puta idea del mundo, se quedó en el esquema que parecía corresponder
a una determinada época, los años 30 y 40, y se quedó ahí,
se quedó con eso, y sigue, y repite, y no sólo repite el esquema
sino que repite también el discurso. Eso es característico de
la izquierda, incapaz de decir lo que profundamente cree, porque tiene que decirlo
por supuesto. Pues que lo diga con el lenguaje de su tiempo y no con el lenguaje
de cien años atrás.
–Hace treinta años surgió la teoría del eurocomunismo
–El eurocomunismo no ha sido nada, sólo un invento que sirvió
para que durante un año ocupara espacios en los periódicos al
mismo tiempo que aparecían expertos en eurocomunismo. En el fondo yo
creo que ha sido una maniobra táctica. Ha sido una manera de decir que
somos distintos. De alguna forma, resultó.
–Entonces, ¿hay que intentar la internacional de la razón ética?
–Yo creo que sí.
–Sin embargo, pareciera que, aquella definición de Marx sobre la religión
enfatizara hoy su contenido.
–Marx lo dijo porque entonces no había fútbol. Si en aquella época
existiera el fútbol, y con la importancia que hoy tiene, a lo mejor Marx
diría que el pueblo tiene dos opios, uno que se llama religión
y otro que se llama fútbol. Todo eso distrae la atención de la
gente en relación a los problemas concretos del tiempo y del espacio
en que viven. La religión te distrae porque te promete que la vida es
sólo un paso en dirección a la eternidad y en la eternidad vamos
a resolver todos los problemas.
–Estamos en el siglo XXI, viajamos al espacio exterior, clonamos células,
programamos máquinas de infinita complejidad ¿por qué la gente
cree en Dios?
–Yo creo que hay un a explicación, quizás sencilla para parecer
la única, pero quizás sea la más importante: porque nos
morimos. Porque nos morimos hemos inventado a Dios. Yo a veces digo que fuera
de la cabeza humana no hay nada.
–¿Un decapitado no cree en Dios?
–Así es, un decapitado no puede creer en Dios, aunque, claro, puede que
ya esté en el paraíso (ríe). El problema está ahí:
nos morimos, y entonces nos preguntamos ¿y qué? Me muero, y ¿qué
pasa después? Algunos de nosotros sabemos que no pasa nada y punto. Aquí
acabó. Digo que la esencia humana es un intermedio entre la nada y la
nada. La nada, porque antes de nacer, lo que había antes es la nada,
después, también es la nada. Para nosotros, desde el punto de
vista del ser, es la nada. Pero otros no piensan así, piensan que tiene
que haber algo, algo que llaman Dios. Fuera de la cabeza humana no hay ni bien,
ni mal, ni ideal, ni Dios, no hay nada. Todo lo que llevamos está dentro
de nuestra cabeza.
–Si para el creyente, más allá de la muerte, hay un mundo mejor,
entonces tiene que crear un infierno para enviar allí a su enemigo. Un
infierno exterior al suyo.
–Porque no puede enviar al enemigo a su propio infierno.
–Ni a su paraíso.
–Yo escribí una obra de teatro que se estrenó hace años
llamada In nomine Dei. Es una historia que transcurre en el siglo dieciséis,
un conflicto entre católicos y protestantes en versión anabaptista
en una ciudad del norte de Alemania, Münster. Los protestantes, a cuenta
del gobierno de la ciudad, instalaron una especie de comunismo evangélico,
eliminaron las deudas, el dinero, etc. Los jefes -porque siempre se necesita
un jefe- querían vivir al estilo de los patriarcas bíblicos y
algunos tenían hasta catorce mujeres. Aquello acabó en una carnicería.
Se mataron, se torturaron, se degollaron. Una ciudad que tenía 14.000
habitantes se consumió hasta tener sólo 2000. Y ni siquiera se
trataba de dos dioses distintos, era el mismo Dios, el mismo libro: la Biblia.
¿Qué sucedió entonces? Vamos a imaginar que se presentan delante
de Dios los católicos y los anabaptistas para decidir quién de
ellos va al paraíso y quién al infierno. Dios, que ese día
está más inclinado a los católicos les dirá, "vosotros
católicos conmigo, y vosotros, protestantes, al infierno". Y los protestantes
contestaron que no pueden. No pueden hacerlo porque ellos creen en Él,
en Dios, y además han dado su propio líder por su Dios que es
el señor que está ahí con barba. Entonces Dios rectifica
y decide enviar a los católicos al infierno. Estos dirán lo mismo.
Entonces Dios no va a tener más remedio que recibir a unos y a otros.
Todas las guerras son absurdas, pero las guerras de religiones son las más
absurdas de todas, porque se hacen en nombre de no se sabe qué. La capacidad
de autoengaño del ser humano no tiene límites. Inventa algo y
acaba por creer que eso que inventó es definitivo en su vida. Todo pasa
dentro de él, fuera, nada. ¿Qué idea es esa de que un Dios poderosísimo
e imponente iba a crear seres a su imagen y semejanza para ponerlo en una pequeñísima
galaxia, en un sistema solar insignificante, en un minúsculo planeta
con todo el universo a su alrededor? ¿Ha creado todo el universo para esto?
–En su artículo El factor Dios, usted afirma que un Dios se dedicó
a sembrar vientos y otro recoge tempestades. ¿Es el factor Dios un obstáculo
al entendimiento humano?
–Así es. Puede que Dios no exista, al menos desde mi punto de vista no
existe, pero el factor Dios, eso sí, existe. Es contra el factor Dios
que yo escribí. Contra Dios es una guerra que no tiene sentido. Yo no
se dónde está, yo no voy a desarrollar una guerra contra un enemigo
-suponiendo que es un enemigo- que no se dónde hallarlo. Pero el factor
Dios sí se dónde está: está aquí (se señala
la cabeza).
–El factor Dios ¿podría separarlo a usted, como escritor ateo, de un
escritor musulmán?
–Si uno y otro damos atención suficiente a la razón y al aspecto
humano podemos estar juntos.
–Si coloca el factor Dios sobre el factor cultura
–Con indiferencia de la creencia que cada uno tenga, la creencia real en un
Dios, se llega a la conclusión que el obstáculo no puede ser Dios,
porque si Dios existe no es más que un Dios, porque los otros están
aquí. ¿Existe Dios? De acuerdo, vamos a aceptarlo, entonces existe un
Dios, y todos los modos distintos de entenderlo son igualmente aceptables, lógicos,
incluso, yo diría razonables.
–Si Dios existiera
–Si Dios existiera yo ya no tendría ninguna posibilidad de ser escéptico,
si Dios me demuestra que estoy aquí y se acabó. Y tendría
que decirle, cómo voy a creer en ti ahora, porque, tiene gracia creer
en lo que no se ha visto, ¡pero creer en lo que ya se conoce!
–Ni negar lo que no existe.
–Esa sería una redundancia fatal.
–Pero usted se lleva bien con Dios.
–Sí, porque gracias a él he escrito esa obra de teatro y dos novelas,
La segunda vida de Francisco de Asís y El evangelio según Jesucristo.
Sin Dios mi obra quedaría incompleta.
–Dejemos un momento los cielos y hablemos ahora de poesía. Porque usted
es poeta
–Lo he sido, lo he sido.
–Sus primeros trabajos fueron poesía. Quisiera conversar sobre la poesía,
no de poesía. ¿Encuentra diferencia entre escribir poesía y ser
poeta?
–Yo creo que sí, que alguna diferencia hay, porque se puede escribir
poesía sin ser poeta y además se nota inmediatamente. Incluso
se puede ser poeta y no haber escrito nunca un poema. En el fondo, ser poeta
es tener una mirada , que esa mirada pueda después expresarse en palabras,
bueno, el poema está ahí para probar que el señor que lo
escribió es un poeta. Pero puede ocurrir que no tenga la capacidad expresiva
suficiente para pasar un poema que siente, pero que a pesar de eso es un poeta.
Mi abuelo materno, cuando la familia decidió trasladarse a Lisboa, -ya
estaba muy enfermo, era un pastor, un hombre analfabeto-, antes de partir, bajó
hasta la pequeña huerta que tenía en el pueblo para despedirse
de sus árboles, abrazándose con ellos, diez o doce arbolitos,
y llorando porque sabía que no volvería a verlos jamás.
–¿La poesía tiene un sentido críptico, patrimonio de iniciados?
–Yo no diría eso. Creo que la poesía es lo que es y al mismo tiempo
su propio eco. Y probablemente lo que el lector capta es el eco. Y por eso hay
el eco del poeta. No su voz sino el eco de esa voz.
–Recuerdo una búsqueda suya, que primero resultó infructuosa y
luego reveladora. Usted buscó una frase que decía
–"Somos cuentos de cuentos, contando cuentos, nada".
–Buscó la frase y al autor de la misma. Y un día, leyendo Liberation
se llevó una agradable sorpresa, el autor era usted mismo.
–No es exactamente así. Yo había creído que había
inventado, a partir de algo que no sabía qué, esta frase íntegra:
"somos cuentos de cuentos contando cuentos, nada". Y la busqué en mis
trabajos, porque quise citarla en cierta oportunidad, pero no la encontraba.
Leyendo una entrevista, por casualidad, que había dado años antes
al periódico Liberation, leo la frase. No exactamente ésta. Y
me encontré con el autor. El autor era Ricardo Reis, el heterónimo
de Fernando Pessoa. La frase original era "somos cuentos de cuentos, nada".
Y durante años creí , que eso estaba integrado en la cita original,
eso que es un añadido mío: "contando cuentos". En un texto que
escribí sobre esta anécdota, digo que en el fondo, es el trabajo
de la memoria, olvidando y construyendo, olvidando y construyendo.
–El escritor suele ejercer distintos ejercicios frente a la realidad: escudriñarla,
asociarse a ella, ser su cómplice, negarla, ofrecerle la fantasía,
etc. ¿Qué es para usted la imaginación?
–Tratar de definir algo siempre es complicado. Yo tengo una tesis nada científica
sobre el pensamiento. Hay un pensamiento activo, es decir, yo estoy pensando
en algo y, por lo tanto, puedo, dentro de cinco minutos, más o menos,
reproducir lo que estoy pensando, pero hay otro pensamiento subterráneo
que trabaja por su cuenta, es decir que tiene muy poco que ver con lo que está
pasando, hay un pensamiento que yo llevo cuando estoy conduciendo un coche,
por ejemplo, y ese pensamiento es llegar a la ciudad, por lo tanto, sigo una
carretera, y hay otro pensamiento, por debajo, que de vez en cuando sube a la
superficie del otro. Eso que nosotros llamamos intuición, a mi entender,
no es más que el resultado de ese trabajo subterráneo que a veces
sube y aparece. A eso llamamos intuición, algo que no nos pasaba por
la cabeza y no sabemos porqué aparece de improviso. Pero no es cierto
que no nos pasara por la cabeza, pues sólo por ahí podría
pasar. Lo que sucede es que no lo percibimos, no es lo que yo llamo el pensamiento
activo, ese que yo llevo como llevo un coche. La imaginación, tal vez,
tenga algo que ver con esto. Un trabajo mío, Ensayo sobre la ceguera,
nació en un restaurante. Había mirado el menú, había
dicho al camarero lo que deseaba comer y mientras esperaba, de repente, me hago
una pregunta a mi mismo: "¿Y si fuéramos todos ciegos?" Me encontré
contestándome: "En el fondo nosotros estamos todos ciegos". Y la novela
nació de esto. Yo no estaba pensando en ciegos, no estaba pensando en
ceguera, no estaba pensando en nada. ¿Cómo es que aparece esto?
–A la imaginación, entonces, no la alcanzamos, es ella quien nos sorprende.
–Puede sorprendernos, claro que sí. Todos los que escribimos sabemos
que eso ocurre y es lo mejor que nos puede pasar. Es cuando nos sorprendemos
a nosotros mismos, cuando algo que parecía que, cuatro palabras antes
no estábamos pensando en ellas, y cuatro palabras después, aparece.
Creo que hay un proceso que lleva a decir a algunos con exageración que
el libro se escribe a sí mismo. Por supuesto que no, necesita de las
manos, de la cabeza, pero hay algo que en el fondo las palabras se buscan unas
a las otras. Ninguna palabra es poética, lo que hace que la palabra se
convierta en palabra poética es la otra palabra, la que estaba antes,
la que viene después.
–¿La palabra nunca está sola?
–Nunca está sola.
–¿Ni la palabra "soledad"?
–La palabra "soledad" tampoco está sola porque ella necesita de alguien
que esté solo. La soledad, ¿en relación a qué? En relación
al otro que no está. En realidad, yo creo que nadie está solo.
La soledad absoluta sería la nada, que, por otra parte, no tiene conciencia
de nada, incluso de su propia soledad.
–La necesidad de trascender puede ser un gesto de amor: seguir dando sin estar.
–Más bien es vanidad. (Sonríe). Es muy consolador pensar que un
día yo no estaré aquí, pero mi obra seguirá, es
muy halagador, pero es pura vanidad.
–Una vanidad perdonable.
–No es la peor. En el fondo es desear una vida más larga, que la obra
prolongue la vida. De todos modos, aunque prolongue algo, siempre se encontrará
con el olvido.
–Un día desaparecerá su último libro de una postrer biblioteca
y ya no se sabrá de José Saramago.
–Es inevitable.
–Aunque usted haya ganado todos los premios y sea hoy un escritor reconocido.
Un día nadie sabrá de su obra.
–Habrá algún curioso, tal vez, algún buscador de fósiles
literarios, pero de todos modos, llegará el momento en que se acabe todo.
© revista veintitrés 2001