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10 de febrero del 2002
Destruir la cabeza
Uri Avnery
Gush Shalom
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Hace muchos años me interesé por un campo de la actividad militar
llamado la Guerra Psicológica, en el que todos los ejércitos del
mundo invierten considerables recursos.
La guerra psicológica es todo lo contrario de la propaganda. La propaganda
trata de convencer al otro lado de que tenemos razón. La guerra psicológica
no trata de convencer a nadie, es un instrumento bélico como la fuerza
aérea o las divisiones blindadas. Su objetivo es quebrar al enemigo y
obligarlo a someterse a nuestra voluntad. Si la propaganda es miel, la guerra
psicológica es ácido prúsico.
Para lograr ese objetivo, esta actividad utiliza medios psicológicos
para quebrantar al enemigo y sembrar la sospecha y la desconfianza entre sus
componentes. El objetivo principal es destruir a la persona que dirige al enemigo,
es decir destruir su cabeza: minar la confianza en su persona y llevar a sus
combatientes, a sus partidarios y al mundo en general a odiarlo.
¿Cómo se logra esto? Los manuales describen los métodos
El líder del enemigo es corrupto. Envía a sus combatientes a la
muerte mientras él goza de la vida. Se roba el dinero del pueblo y lo
esconde en cuentas bancarias en el extranjero. Sus secuaces son una banda de
ladrones, que llevan una vida de lujo en hoteles en todo el mundo, mientras
la gente corriente pasa hambre. El líder es una persona despreciable,
repugnante, brutal, afeminada, tiránica, ridícula.
Estas historias son repetidas miles de veces, son implantadas en medios extranjeros
"neutrales," de manera que vuelvan desde fuentes "objetivas.
¿Suena familiar?
Desde luego. Durante varios años, casi todos los medios y portavoces
israelíes se han empeñado en satanizar a una persona: Yasir Arafat.
Todos los trucos clásicos de la guerra psicológica, así
como algunas auténticas invenciones israelíes, son utilizados
para lograr este objetivo central. No contra el pueblo palestino, ni siquiera
contra la dirigencia palestina, sino contra Arafat en persona.
Los conductores de esta campaña no se preocupan en nada de si Arafat
es bueno o malo, hermoso o feo, amante de la paz o belicista, súper-honrado
o un bandolero. Es muy posible que el mismo Sharon lo admire en secreto. (En
1976 me pidió que organizara una reunión con él, para proponer
que Arafat fuera Presidente de un Estado palestino al este del río Jordán.)
Lo que no le impidió declarar la semana pasada que lamenta no haber logrado
matarlo en Beirut.
Arafat es el objetivo por un solo motivo: es el jefe del pueblo palestino combatiendo
contra la ocupación. Destruir la cabeza significa destruir toda la estructura
del combate palestino. En el curso de una guerra, especialmente de una guerra
de liberación, la confianza en el líder es esencial para una resistencia
a toda prueba contra fuerzas abrumadoras. Si no existe, el movimiento se dividirá
en mil pedazos. Ninguna cantidad de misiles puede competir con este hecho.
En las arenas israelíes e internacionales, esta campaña ha logrado
un considerable éxito. La historia sobre el corrupto Arafat, dirigiendo
una "autoridad corrupta" y rodeado por una banda de ladrones ha sido diseminada
por todo el mundo con un esfuerzo incansable, hasta que las palabras mismas
de "Autoridad Palestina," "Arafat," y "corrupto" se han convertido en sinónimos.
En estos días, el éxito puede ser medido: Si Arafat hubiera sido
aprisionado en Ramalá hace diez años, hubiera habido desenfrenadas
manifestaciones en todas las capitales europeas, y las fotos de Arafat hubieran
sido llevadas lado a lado con las del Che Guevara y de Mandela. ¿Dónde
están ahora?
En Israel mismo el éxito es aún mayor. El odio contra Arafat une
a todas las partes del público, de la extrema derecha a la izquierda
establecida. La investigación muestra que de 300 artículos publicados
por "izquierdistas" sobre el problema palestino, 284 contenían observaciones
abusivas sobre Arafat. Como los cristianos que se persignan cuando entran a
una iglesia, un "izquierdista" israelí tiene que decir algo como "Estoy
por la paz con los palestinos, pero no puedo aguantar a ese corrupto Arafat,"
o "Estoy contra la ocupación, pero hay que eliminar a esa banda corrupta
de Arafat," como una concesión a la opinión pública. La
gente que escribe cosas así no se da cuenta, por cierto, de que están
sirviendo a la campaña de guerra psicológica orientada a quebrantar
al pueblo palestino en su punto determinante.
Uno puede ver a Arafat positiva o negativamente. Puede ser criticado desde muchas
direcciones. No es una figura romántica como el Che Guevara (que murió
en una campaña estúpida) o Nelson Mandela (cuya tarea fue incomparablemente
más fácil que la de Arafat), tampoco es una estrella de la televisión.
Es sólo el líder del pueblo palestino, elegido por una inmensa
mayoría en elecciones democráticas (bajo la supervisión
de Jimmy Carter). La corrupción en la Autoridad Palestina no es peor
que en Egipto o Jordania, y hay menos allí que en Estados Unidos (el
caso Enron), que en Francia (los casos Elf- Aquitaine), en Alemania (el caso
Kohl) o en Israel (SAS). En medio de una lucha de vida o muerte por la liberación
nacional, el tratamiento de esa enfermedad puede, por cierto, ser postergado.
Los palestinos mismos comprenden bien este hecho. Resulta ahora que el objetivo
principal de esa campaña de guerra psicológica israelí
ha fracasado por completo. Sharon creía que encerrando a Arafat en Ramalá
lo expondría al ridículo y mostraría que ya no es "relevante,"
a fin de instalar a una banda de colaboracionistas en su lugar. Ha ocurrido
todo lo contrario, por supuesto: desde el jeque Yassin de los fundamentalistas
de Hamás, a los izquierdistas del Frente Popular, el pueblo palestino
ha cerrado filas detrás de Arafat en este momento de supremo peligro
para su propia existencia. Incluso las manifestaciones críticas de algunos
intelectuales palestinos –que también eran explotados por la guerra psicológica
israelí sin darse cuenta de ello– se han acallado.
Métodos similares fueron utilizados contra Churchill, y contra Fidel
Castro. No sirvieron para nada. Probablemente, tampoco tendrán éxito
contra Arafat.
2 de febrero de 2002