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12 de febrero del 2002
Costa-Gavras se adentra en la actitud
de la institución eclesiástica ante el Holocausto
CARLOS BOYERO
El Mundo
BERLIN. El eterno Pepito Grillo del cine frances, ese metèque llamado
Costa-Gavras especializado en remover la mierda, vuelve a meter su corrosivo
dedo en el ojo mezquino de lo establecido, las verdades oficiales, las culpabilidades
no asumidas. Su alegato se titula Amén. Lo que cuenta es tan fuerte que
suple las carencias artísticas de Costa-Gavras, su didactismo, su molesto
afán para que todo quede demasiado claro.
Este director, militante izquierdista, afiliado desde siempre a aquel lema tan
defendible de «nada de lo humano me es ajeno», ha sido un abanderado en su fértil
obra de una gama completa de denuncias, de retratar los variados espantos que
han ensuciado aún más a la Humanidad . Su cine es vocacionalmente
político, coherente, sin sombra de duda sobre la identidad de los buenos
y de los malos.
Habló de la gracia de los coroneles en Z, el estalinismo en La confesión,
los tupamaros en Estado de sitio, el colaboracionismo francés en Sección
especial, la complicidad norteamericana con el golpe de Estado chileno en Desaparecido,
el renacimiento en Estados Unidos de la armada extrema derecha en El sendero
de la traición, el camuflaje de los emigrados nazis en La caja de música.
Le faltaba en su galeria de la infamia el comportamiento del Vaticano ante el
Holocausto. Ya están ajustadas las inaplazables cuentas.
Costa-Gavras adapta al cine en Amén un tema escalofriante que fue destapado
por primera vez en un obra teatral del escritor alemán Rolf Hochhuth.
Cuenta el horrorizado descubrimiento de un químico soldado alemán
sobre la utilización que han hecho los nazis de su metodología
para depurar con cianuro el agua sucia y hacerla potable. Ha servido inicialmente
para cargarse a los improductivos enfermos mentales en las cámaras de
gas y posteriormente para exterminar a los judíos en los campos de concentración.
El sentido de culpa de este hombre que ejerece de teniente en las sanguinarias
SS, su testimonio del horror, hace que le pase la siniestra información
a un jesuita que tiene acceso a Pio XII y a sus cardenales. El estratégicamente
tibio Vaticano, su sibilina valoración de lo conveniente y de la diplomacia,
su facilidad ancestral para mirar al otro lado y seguir parloteando del sexo
de los ángeles y su docilidad ante el poder impedirán que el Papa
abra su divina boquita para contarles a los feligreses la realidad de los feligreses
y condenar lo abominable.
La lógica esquizofrenia de ese honesto militar que es testigo cotidiano
del asesinato colectivo y la indignación moral del cura joven ante la
desidia y la hipocresía de esa curia vaticana que no quiere enterarse
del genocidio están diáfana e intensamente descritas por Costa-Gavras.
Los personajes son angelicales o demoniacos, sin espacio para los matices. Los
hechos reales apoyan abrumadoramente esta visión simplista. Amén
te impresiona por su argumento, pero el talento artístico de su autor
no atraviesa un estado de gracia. No aparece el genio narrativo que desborda
las fibras emocionales del receptor. Me explico: Amén no es una obra
maestra, no pasará a la historia del cine, no es ni remotamente la magistral
La lista de Schindler. Hay que agradecerle al legal e incisivo Costa- Gavras
que siga desvelando viejas atrocidades, pero su estilo para hacerlo sólo
alcanza el aprobado.
The Royal Tenembaums, firmada por Wes Anderson, un director joven que no parece
tener ninguna duda sobre su brillantez y su ironía, es una película
lamentable, sosa y reiterativa protagonizada por una familia presuntamente exótica
y realmente absurda, sin gracia, sin interés. El único atractivo
de este excéntrico zoológico lo aporta el siempre excelente e
inmarchitable Gene Hackman, componiendo a su aire a un vividor que intenta recuperar
el amor de su biológicamente enloquecida familia. Cine con pretensiones
en cada plano de sátira inteligente. Por mi parte, ninguna sonrisa.
La argentina Todas las azafatas van al cielo, dirigida por Daniel Burman, me
ofrece el irresistible cebo de ver actuar a la siempre inquietante Ingrid Rubio,
actriz dúctil, magnética, veraz, con morbo, a la que intento seguir
continuamente la pista. En esta ocasión tiene que montárselo de
deprimida y embarazada azafata argentina. Ni sombra de acento español,
ni sombra de impostura.También es muy bonito el helado paisaje y conmovedoras
algunas de las reflexiones que se le ocurren al excesivamente lírico
narrador. Mi mayor desencuentro con esta agradable aunque irregular película
(existe un numerito musical con capacidad de abochornar) es que no soporto el
continuo lloriqueo del oftalmólogo desolado y suicida que enamora improbablemente
a la infeliz azafata. Me pone de los nervios ese gordo quejumbroso, ese rollista
llorón especializado en el chantaje sentimental y en la autocompasión
exhibicionista. Y lamento que sólo haya dos secuencias entre Ingrid Rubio
y la impresionante Norma Aleandro. Ver el reto y la química entre la
nena hipnótica y la gran dama supone un lujo. ¿Espera ganar de nuevo
el Oso de Oro?
Bueno, ya tengo mi premio este año (la Cámara de la Berlinale).Lo
importante es haber llegado hasta aquí, que la película haya sido
seleccionada para competir en este festival.
¿Está satisfecho con «Amén»?
No sé lo que significa estar satisfecho con la película. Me importa
sobre todo cómo recibe el público mi trabajo. Siempre me resulta
un misterio.
Usted vio la obra de teatro por primera vez en los años 60.¿Cuál
fue su primera impresión al enfrentarse a la creación de Rolf
Hochhuth?
Me conmocionó. Estaba interpretada por actores franceses, entre ellos
Michel Piccoli como Gerstein. Fui a verla dos veces y en cada ocasión
fui testigo de fuertes reacciones en el público.La tensión era
enorme. La gente chillaba, incluso increpaba al actor que hacía de Papa.
A muchos les afectó profundamente, especialmente a los católicos
convencidos.
¿Por qué se le ocurrió hacer ahora la película, casi 40
años después de que se publicara la obra?
Este periodo de la Historia de la Humanidad que se retrata en la película
es uno de los más extraordinarios, desde el punto de vista positivo y
negativo. Es la primera vez que el ser humano crea una industria del extermino
de otros seres humanos, especialmente judíos o gitanos. Y por otro lado,
había gente que estaba dispuesta a luchar contra ello, a rebelarse incluso
a riesgo de sus vidas.También hubo mucha gente indiferente, desafortunadamente
muchos que tenían poder optaron por la indiferencia.
¿En qué se distingue un indiferente de un culpable?
En Francia hay una ley que dice que si uno sabe de un crimen y no reacciona
es culpable. Creo que éste es mi lema.
En este caso, ¿considera que la mayor parte de los alemanes fueron culpables?
No lo creo. Muchos dicen que la población alemana podría haber
hecho algo, pero sin libertad, en un régimen de terror, no se puede hacer
nada salvo sacrificarse personalmente. Se necesita una organización que
apoye la rebelión. En esa época, la única organización
que podría haber hecho algo y que podría haber articulado la rebelión
habría sido la Iglesia, católica y protestante. Sólo la
Iglesia podría haber reaccionado contra el Holocausto, pero optó
por la indiferencia. No lo hizo, aunque sí se movilizó para salvar
a los retrasados mentales. En Múnich, el Ministerio del Interior intentó
quitar las cruces de las escuelas, pero los sacerdotes se opusieron y no se
hizo.
¿Cómo contactó con Hochhuth, el autor de «El vicario»?
Cuando decidí hacer la película, hablé con él y
se mostró interesado.En cuanto tuvimos preparado el guión, se
lo enseñé y a él no le gustó mucho. Pero le aclaré
que se debía a razones técnicas, probablemente. Le aconsejé
que esperara a ver la película y le gustó. Soy fiel al espíritu
de la obra, pero no es una lectura literal.
¿Cómo se documentó para realizar la película?
Leí muchos libros, por entero una veintena, y manejé varias decenas.
Todos los historiadores coinciden en que la Iglesia no hizo nada por salvar
a los judíos. Sólo los investigadores ligados a la Iglesia mantienen
una postura ambigua. Una comisión mixta creada por Juan Pablo II, en
la que trabajaron historiadores judíos y católicos, concluyó
sus trabajos sin éxito, debido a que no pudieron acceder a documentos
privados del Vaticano.
¿Cómo cree que hubiera reaccionado Juan Pablo II?
Con la experiencia que ahora tiene la Iglesia, no creo que hubiese reaccionado
como entonces. El actual Papa a veces tiene respuestas positivas y en otras
ocasiones negativas, a mi juicio.