12 de deciembre del 2002
La intolerancia religiosa antes y ahora
Pensamientos en el Día de Pearl Harbor
Gary Leupp
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
En no menos de diecisiete ocasiones desde el 11 de septiembre, el Presidente
Bush ha hablado favorablemente del Islam, produciendo suficiente material citable
para producir un panfleto de la Casa Blanca, 'Lo dijo el Presidente: respeten
al Islam," que probablemente se podrá conseguir gratuitamente en cualquier
embajada de EE.UU. en un país musulmán. No me corresponde juzgar
si las palabras del presidente reflejan su docta interpretación (sí,
estoy bromeando), o sólo la influencia de Colin Powell o de otro de sus
asesores de sobria reflexión, "Un punto dos mil millones. Un veinte por
ciento de la humanidad. Más de la mitad del petróleo del mundo.
Más vale no indisponer a esa gente." En todo caso, los pragmáticos
gestos de Bush hacia la comunidad musulmana, en EE.UU. y en otros lugares, están
en conflicto con las posiciones de personalidades centrales de su administración
y de partidarios suyos, como el Ministro de Justicia John Ashcroft, que ha opinado
estúpidamente que "el Islam es una religión en la que Dios te
exige que envíes a tu hijo a que muera por él [mientras que] el
cristianismo es una fe en la que Dios envió a su hijo para que muriera
por ti." El propagandista cristiano Pat Robertson declaró el mes pasado
al Washington Times que el punto de vista oficial tolerante de Bush "ignora
la historia. Cualquier estudiante de historia sabe que [el Islam] no es una
religión pacífica."
Ahora, William S. Lind, Director del Centro de Conservadurismo Cultural en la
Fundación del Libre Congreso, ha atacado al presidente, por su visita
del 5 de diciembre al Centro Islámico de Washington, con una pieza satírica
publicada el día siguiente en el sitio en la red de la fundación.
Demostrando la profundidad del disgusto de los islamófobos con la posición
de tolerancia declarada de Bush, cuenta que el presidente, después de
su visita al Centro Islámico, organizó un "desayuno de amanecer"
para "importantes japoneses-estadounidenses, la comunidad diplomática
japonesa y una delegación de sacerdotes shintoístas del Templo
Yasukuni en Tokio, que conmemora los muertos japoneses de la guerra." (Así
relaciona astutamente a todos los de etnia japonesa con la religión shinto).
Bush se dirige a los participantes en la mañana del 7 de diciembre, "día
que perdurará en la infamia," declarando que "El cristianismo y el shintoismo
son muy similares. Ambas son religiones de paz, igual que el Islam es una religión
de paz." (Pero el cristianismo y el shintoismo son, por cierto, totalmente diferentes.
El propósito de Lind es decir que el Islam, también, está
a mundos de distancia de la tradición judeo-cristiana que él y
el Centro de Conservadurismo Cultural defienden tan apasionadamente.) "Al invitar
al desayuno de hoy," dice Bush, "envío un mensaje a todos los guerreros
muertos reunidos en el templo Yasukuni. EE.UU. valora muchísimo su amistad.
EE.UU. honora su fe." Se une a la concurrencia en la contemplación del
sol naciente (símbolo del Japón imperial y de la diosa del sol,
Amaterasu), después de organizar un "desfile aéreo de aviones
navales japoneses" para la ocasión. Es una sátira ligeramente
ingeniosa, redactada con intención totalmente maliciosa: representar
al Islam en general como un enemigo de EE.UU. equiparándolo con el fascismo
japonés en los años 40, y al sobrio, objetivo, reconocimiento
de Bush de que el Islam no es el verdadero problema, como peligrosamente ingenuo.
Aprovechándose del frecuente (aunque malinterpretado) paralelo que se
establece entre el ataque a Pearl Harbor en 1941 y el 11-S, combina efectivamente
dos racismos y dos categorías de intolerancia religiosa. Ha examinado
la intolerancia hacia el Islam en otro sitio (véase "Un reto a la ignorancia
sobre el Islam: un manual en diez puntos para estadounidenses," Counterpunch,
24 de julio de 2002). Puesto que Lind usa el shinto (y a los japoneses que
produjeron esa religión) como un análogo con el Islam que tanto
odia y teme, parece que supone que le es más fácil denunciarlo
y despreciarlo, por lo menos ante su audiencia. Por lo tanto, me inclino a poner
en evidencia su confusión sobre el shintoismo.
En primer lugar, algunos hechos generales. El shinto (aproximadamente "el camino
de los dioses") ha sido practicado en Japón durante más de 1600
años, tal vez desde mucho antes. Los creyentes rinden culto al kami,
que pueden ser deidades con personalidades descritas en textos (la más
antigua de estos data del siglo VIII), análogos en líneas generales
a los dioses greco-romanos o nórdicos; o rocas, ríos, montañas,
bosques, sin atributos personales, son venerados simplemente porque evocan un
sentido de respeto reverencial. La institución central del shinto es
un santuario, una estructura simple de madera, de una austeridad elegante, que
alberga el espíritu de un kami. Uno sabe que está en la cercanía
de un santuario shinto cuando ve un torii, una especie de verja en la forma
de una H, con una barra encima. Pueden ser de madera o piedra u hormigón,
pequeñas o grandes. Se entra por una senda pasando por el torii y pronto
se encuentra un pozo en el que se lavan las manos y la boca.
Generalmente no se entra a la estructura misma del santuario, sino que los fieles
se le acercan (a menudo individualmente, en privado), se paran delante, hacen
sonar un gong y baten palmas para atraer la atención de la deidad, rezan,
a veces depositan unas pocas monedas y parten. Cada santuario es diferente.
Algunos tienen mucho material de culto fálico o de fertilidad, y a menudo
hay barriles vacíos de vino de arroz donado. Todo el shinto trata de
felicidad y placer terrenales. No enfatiza la metafísica y no presenta
un código moral. Mientras la tradición judeo-cristiana postula
el pecado como el problema fundamental; el budismo, el deseo y los sufrimientos
que provoca; y el confucionismo, el desorden social provocado por la falta de
atención a las jerarquías naturales, el shinto se centran en la
lucha contra el envilecimiento. Se quiere ser limpio de envilecimiento, distanciarse
de la sangre y la muerte que son los que más la representan.
El budismo llegó a Japón en el siglo VI, desde India pasando por
China y Corea. Con sus doctrinas filosóficas altamente sofisticadas,
el budismo tenía poco en común con el shinto pero, como en otras
partes en Asia, hizo las paces con la fe indígena. Los occidentales a
menudo se sorprenden de que dos religiones tan diferentes puedan coexistir armoniosamente,
y ante la cantidad de gentes que declaran que son shintoístas y budistas.
Esto, sin duda, se debe a que la tradición judeo-cristiana (debería
decir judeo-cristiana-islámica) exige una adhesión exclusiva a
una versión de la Verdad, mientras que los misioneros budistas simplemente
decidieron que las deidades nativas shinto eran bodhisattvas, o sea seres iluminados,
agregándolos al panteón Mahayana budista o identificándolos
con integrantes ya existentes. La tolerancia y la inclusión han sido
las características de la religión japonesa.
Lo anterior describe al shinto tal como ha sido practicado tradicionalmente.
Después de 1868, cuando reformadores que conscientemente trataban de
emular al occidente, derrocaron el régimen feudal en Japón, establecieron
el shinto como la religión del estado –una imitación consciente
de las iglesias estatales (cristianas) en Europa, una fuente imaginaria del
poder occidental. Por un breve tiempo los nuevos gobernantes impulsaron un movimiento
anti-budista; abandonaron ese esfuerzo, pero separaron claramente el shinto
de la estructura administrativa budista y le dieron un rango superior a la fe
importada. Los sacerdotes shinto fueron colocados en la nómina del gobierno,
y el papel del emperador, como descendiente de la suprema divinidad solar, fue
enormemente ampliado. Durante siglos, los piadosos campesinos que rendían
culto al kami en el santuario local habían otorgado poca importancia
al emperador, que se encontraba lejos ("por sobre las nubes") y que usualmente
carecía de poder político; su shinto no se centraba en el emperador.
Pero el shinto estatal perfeccionado en la era Meiji (1868-1912) alentaba, llegaba
a exigir que los ciudadanos del estado en proceso de industrialización,
que se "modernizaba" otorgaran al emperador un respeto con carácter de
veneración. Los textos de historia de las escuelas primarias establecían
su origen divino. Los escolares de inclinaban todos los años ante el
retrato del emperador y ante copias del Rescripto Imperial sobre Educación
haciendo lo que la pequeña minoría cristiana (tolerada legalmente)
consideraba un ritual religioso pagano. La crítica del kokutai (el "cuerpo
nacional," o unión mística entre el emperador, el pueblo y el
paisaje japoneses –en esencia un concepto religioso que refunde el ser japonés
con el apoyo a la monarquía) era una ofensa criminal seria. La única
trasgresión ideológica igualmente seria era la crítica
"del sistema de propiedad privada." (Nótese que en Japón la elite
gobernante combinaba el capitalismo y el sistema imperial como pilares gemelos
del estado moderno, irreprochables. Sólo la izquierda radical, clandestina,
agitaba contra ambos.)
Después de la Segunda Guerra Mundial, se condujo a los estadounidenses
a ver (como Lind quiere que lo veamos ahora) el conflicto con Japón en
términos religiosos. Personas más educadas sabían que en
el pensamiento de la mayoría de los japoneses convivía la influencia
de varias tradiciones religiosas, y no veían una razón especial
para vilipendiar el budismo o el confucionismo, que después de todo,
eran practicados por China, un aliado en la guerra. Pero el shinto, específicamente
japonés, era evidentemente maligno. No tenía un código
moral. En sus escrituras había prolongados, lascivos, pasajes sobre la
copulación entre deidades y varias funciones corporales habían
ofendido tan profundamente a los traductores victorianos que habían vertido
esos fragmentos al latín.
Lo que es peor todavía, el shinto reivindicaba la superioridad de Japón
sobre todas las demás naciones. Sostenía que los gobernantes japoneses,
y los japoneses en general, descienden de la Diosa Sol. El Emperador Hirohito
(antes de su rehabilitación en la posguerra a manos de la Ocupación
de EE.UU.) fue vilipendiado en EE.UU. durante la guerra, especialmente por los
evangélicos cristianos, por pretender que era un kami, o dios. (En realidad,
el concepto de divinidad en Japón era y es marcadamente diferente del
concepto occidental.) La disposición de los soldados japoneses –sobre
todo los kamikaze (los pilotos suicidios del "viento de los dioses") – a sacrificarse
por el emperador repugnaba y aterrorizaba a los estadounidenses, y su disposición
fue comprendida en términos religiosos. ¿Cómo no iban a considerar
el shinto como la obra del diablo?
Durante la ocupación de EE.UU. que comenzó en septiembre de 1945,
los funcionarios de EE.UU. trataron de desmilitarizar y democratizar a Japón.
Esto significó descartar los textos que reproducían el mito shinto
como historia y que glorificaban a los samurai y a los héroes de las
guerras chino-japonesa y ruso-japonesa, imponiendo la constitución redactada
por estadounidenses, que sigue en efecto, convirtiendo al nuevamente cooperativo
emperador Hirohito de jefe del estado a "símbolo del estado" y persuadiéndolo
(en su ningen sengen o "declaración de mi humanidad" en el día
de Año Nuevo de 1946) a renunciar públicamente a toda pretensión
de divinidad. Para algunos significó confrontar las creencias religiosos
existentes con una agresiva actividad misionera cristiana. El Comandante Supremo,
General Douglas MacArthur, él mismo devoto cristiano, solicitó
a las sociedades misioneras de EE.UU. "Biblias, biblias, y más biblias."
"Japón es un vacío espiritual," declaró a evangélicos
protestantes de EE.UU. que visitaron Japón a fines de 1945. "Si ustedes
no lo llenan con cristianismo, será llenado con comunismo. Envíenme
1.000 misioneros." Algunos funcionarios de EE.UU. propugnaron la prohibición
total de la fe shinto. (¿No era una religión "fascista"?) En octubre,
John Carter Vincent, un alto funcionario del Departamento de Estado en la División
de Asuntos del Lejano Oriente, anunció en una emisión radial que
el shinto sería eliminado por entero debido a sus supuestas conexiones
fascistas.
Pero prevalecieron mentes más serenas, los expertos subrayaron la necesidad
de distinguir entre los (inofensivos) "shinto del pueblo" y los (malignos) shinto
del estado, de los que presumía que eran responsables, entre otros males,
de los bombarderos suicidas kamikaze. El shinto estatal fue desmantelado, y
se decretó la libertad de religión; pero no tocaron a los santuarios,
y la gente siguió acudiendo a ellos, llevando sus simples plegarias para
lograr salud, felicidad, y éxito en los exámenes de admisión
a las escuelas. A fin de cuenta resultó que el shinto en sí, no
constituía ninguna amenaza. (Yasukuni, donde son veneradas las almas
de los muertos japoneses de la guerra, incluyendo a algunos criminales de guerra,
es un caso poco usual. Conserva, por cierto, la atmósfera del shinto
de estado, y es un sitio especial en los corazones de los políticos derechistas
japoneses, que, a propósito, son siempre pro-EE.UU., y de los grupos
neofascistas y los gángsteres yakuza.)
Lo que me hace volver a Mr Lind, quien no es una mente serena, ni es capaz de
distinguir entre el Islam en sí y el fanatismo de al-Qaeda, mucho menos
entre el shinto del pueblo y el shinto del estado. Tampoco, evidentemente, entre
japoneses, japoneses-estadounidenses, y creyentes en shinto. Para que conste,
la mayoría de los japoneses, aunque figuren como budistas y shintoístas,
no son religiosos en el sentido occidental, es decir no creen en dioses o en
una vida después de la muerte, sino que siguen la tradición en
ésta, la sociedad más estrechamente ligada a la tradición,
se casan con ritos shinto y son cremados en funerales budistas. En lo que respecta
a los japoneses-estadounidenses, entre ellos hay más cristianos que budistas
y pocos, por cierto, fuera de Hawai, se interesan por el shinto. En Hawai, sin
embargo, no es enteramente inconcebible un evento en el que se cumpla de alguna
manera con la fe shinto, con la participación del gobernador, de diplomáticos
japoneses, japoneses- estadounidenses (una reunión de una escala menor
que la descrita por la sátira de Lind)– a pesar de que los militares
japoneses atacaron Hawai hace 61 años. No es poco común que en
Hawai un edificio nuevo sea consagrado por un kahuna hawaiano, un clérigo
cristiano, un sacerdote budista, y un sacerdote-exorcista shinto que enarbola
una varita mágica sakaki. Como persona no religiosa, me quedo estupefacto
porque sigue habiendo gente en pleno siglo XXI que insiste en refugiarse en
todas esas variedades de mitos y rituales, pero hasta que la humanidad sobrepase
sus creencias irracionales, creo que lo mejor es mostrar tolerancia hacia todas
las religiones con las que los padres, generación tras generación,
vacunan a sus niños. La tolerancia parece funcionar en el caso hawaiano.
Tal vez los fanáticos como Lind podrían aprender algo.
9 de diciembre de 2002
Gary Leupp es profesor adjunto, en el Departamento de Historia de la Universidad
Tufts y coordinador del Programa de Estudios Asiáticos
Su correo es: gleupp@tufts.edu