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Internacional

17 de noviembre del 2002

Toxina en la sangre

John Chuckman
YellowTimes.org
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Como gases ácidos que emanan de un vertedero químico considerado inactivo desde hace tiempo, actitudes de un carácter inequívocamente fascista están surgiendo en la sociedad estadounidense. Se huele el tufillo en casi cada brisa que llega de EE.UU.
Precisamente el día antes de las recientes elecciones al Congreso, la CIA reivindicó el asesinato de seis personas en Yemen. Los hombres, desde luego, fueron descritos como asociados con Al Qaeda, y pueden haberlo sido, que yo sepa, pero ¿desde cuándo el alarde del asesinato público de seis personas por una agencia gubernamental se ha convertido en una práctica aceptable para los estadounidenses? Sin acusaciones, sin juicio, sin evidencia – simple asesinato.
El hecho concordaba con el espíritu del trato dado por EE.UU. a los prisioneros de su estúpida, desastrosa, guerra en Afganistán. Primero, muchos cientos de prisioneros fueron asesinados bajo los auspicios de EE.UU. Segundo, miles fueron ilegalmente detenidos y maltratados. Muchos fueron torturados. Cientos siguen encarcelados en jaulas a miles de kilómetros de sus hogares, sin derechos legales. Estupideces escolásticas de que estos individuos están recluidos lejos del territorio de EE.UU. en el que se respetan esos derechos, parecen bastar para que se acepte la manera como se les trata.
El asesinato también concuerda con las alianzas e intereses que EE.UU. ha estado cultivando en el extranjero. El político elegido que es probablemente el peor asesino en la historia reciente, Sharon, responsable literalmente por las muertes de miles y por mantener a todo un pueblo desesperadamente oprimido en campos al estilo del Apartheid, es calificado de "hombre de paz". Su obra de asesinato y destrucción es bendecida y apoyada más cordialmente que, según recuerdo, lo fuera la del antiguo amigo de EE.UU., el sha de Irán, que sonreía en las cenas en la Casa Blanca mientras su policía secreta, Savak, arrancaba las uñas de opositores y sospechosos.
El Sr. Putin de Rusia conduce la pequeña guerra más devastadora de los tiempos recientes, un esfuerzo implacable, asesino, de conservar el control sobre un pueblo que no quiere ser controlado, convirtiendo sus ciudades y cultivos en terrenos baldíos, y él, también, es considerado como un asociado para la paz y un oponente del terror. Me pregunto cuántos estadounidenses se dieron cuenta del hecho, que pasó casi desapercibido, de que ni un solo checheno abandonó vivo el teatro en Moscú, a pesar de que todos se habían desvanecido debido al gas. No objeto a un esfuerzo por liberar a rehenes, sólo por el hecho evidente que todos los chechenos fueron sumariamente asesinados en escenas que deben haber evocado la bala en la nuca de la antigua NKVD. ¿Habrán continuado con la vieja práctica soviética de cobrar a los parientes el costo del proyectil?
Un dictador militar en Pakistán es considerado un aliado contra el terror, así como los bestiales señores de la guerra en Afganistán.
El Ministro de Justicia de Estados Unidos dice a los estadounidenses árabes que tienen suerte de que no se les trate como a los estadounidenses japoneses durante la II Guerra Mundial –es decir, que tienen suerte de que no se les arroje a campos de concentración y de que no se les confisque la mayor parte de sus propiedades, que no les fueron jamás devueltas. Más repugnantes aún, por venir cuidadosamente envueltas en un manto de debate racional, son las palabras de un abogado estadounidense sobre la necesidad de establecer procedimientos legales que regulen el uso adecuado de la tortura.
Corresponde al mismo ambiente en el que los funcionarios de inmigración de EE.UU. han estado rutinariamente fotografiando, tomando las huellas digitales, e interrogando durante horas a visitantes de ciertos países aunque puedan haber adoptado una nueva ciudadanía. El galardonado autor canadiense Rohinton Mistry, nacido en India y con un antecedente religioso que es una forma de zoroastrianismo, lo más remotamente alejado que se pueda imaginar de ser un árabe musulmán, interrumpió su gira de conferencias por EE.UU. después de ser detenido e interrogado cada vez que tomaba un avión.
A otro canadiense, suficientemente desventurado como para haber nacido en Siria hace muchos años, se le rehusó la admisión a EE.UU. y fue deportado. ¿Piensa que no es un asunto grave? Bueno, sí, si lo hubieran deportado a su casa en Canadá. Pero el INS (Servicio de Inmigración), en su frenesí por demostrar un celo adecuado, lo deportó a Siria, llevando a su familia en Canadá a la desesperación por algún tiempo, mientras trataban de ubicarlo. Es el tipo de actividad que los alemanes solían llamar cariñosamente en los años 30 "trabajar con el Führer," es decir, adivinando qué tipo de acción le gustaría al líder.
Ha habido mucho "trabajo con el Führer" últimamente en EE.UU. Parece ser algo bastante natural para un número importante de personas. Me recuerda la farsa en Florida cuando generaron una disparatada caza policial sobre la base de informes paranoicos de una conversación escuchada por casualidad. O las universidades e institutos donde castigan los puntos de vista disidentes. O las listas publicadas de las voces disidentes. O las tonterías que diseminan los medios dominantes de EE.UU. como CNN o el New York Times, como cuando recientemente redujeron deliberadamente el tamaño de una manifestación contra la guerra en Washington.
¡Ah!, el New York Times, ese valeroso tribuno de la gente –gente, es decir, la gente que gana bastante más que 100.000 dólares por año y que piensa que la palabra imperio es en realidad un concepto benévolo cuando se aplica a EE.UU. ¿No les va bien el eslogan de que publican las noticias "adecuadas"?
Este gobierno ha dado a EE.UU. corrupción, nombramientos lamentables a puestos importantes, un inmenso y derrochador aumento en los gastos militares, ni una sola iniciativa humanitaria digna, y se ha empecinado en una actitud con un nefasto desdén por lo que es virtualmente el resto del planeta. Está determinado a lanzar una guerra para la que no existe ni una sola buena razón, una guerra que significa lanzar al mundo a una espiral descendiente de resentimientos, incertidumbre y muerte.
Pero los estadounidenses le han otorgado un voto de confianza.
Un partido político que en una generación ha tenido como portavoces y dirigentes destacados a gente como Jesse Helms, Tom De Lay, Phil Gramm, Dick Armey, John Ashcroft, Bob Barr, Pat Buchanan, y Newt Gingrich, que atrae a buitres como Pat Robertson y Jerry Falwell, y cuyos portavoces incluyen a auténticos profesionales del odio como Ann Coulter, no puede ser considerado inofensivo. Es una cloaca de ignorancia y arrogancia suficientemente grande como para amenazar a todos los que consideran que la decencia y la racionalidad humana son importantes.
Los estudiantes de historia sabrán que no todos los miembros del partido nazi en Alemania cuando estaba en la cumbre de su prestigio y poder alrededor de 1940, compartían los sueños venenosos de su dirección. La gente se afilió por presión social o porque les convenía para progresar en su carrera, o porque estaban de acuerdo con algunos aspectos del programa nazi. Pero no pensamos en todo esto cuando hablamos de los nazis. ¿Quién no utiliza el término nazi como una muestra de desprecio y un anatema?
Desde luego, no es sólo la masa de los republicanos "decentes" que no se pronuncian contra el auténtico mal. Los demócratas hablan más suave, son más benévolos en su uso de las palabras, pero han fracasado escandalosamente en el suministro de algún tipo de liderazgo. No han alzado sus voces contra la tortura y el maltrato de prisioneros, contra el asesinato en público, contra políticas que propugnan ataques no provocados, contra la destrucción generalizada del trabajo de una generación en la creación de tratados y convenciones de cooperación internacional, o contra la nefasta alianza con criminales como Sharon, Putin, Musharraf, y el general Dostum.
Los ocho años de Clinton en la Casa Blanca no se destacaron por medidas particularmente progresistas en el interior o en el extranjero, aunque casi todos estarán de acuerdo en que su sonriente inteligencia daba más confianza que el balbuceo pastoso, y la cara atontada de Mr. Bush. Toda la gente decente sintió compasión por la miserable exposición de la vida privada de Clinton en los medios, pero ese hecho no lo convirtió en un dirigente particularmente progresista en la escena mundial.
EE.UU. tiene gastos militares que equivalen a los del conjunto de los treinta países siguientes en el mundo. Este gigantesco flujo de dinero, como un río monstruosamente crecido que ruge en el paisaje, erosiona todo valor y todo aspecto decente de la vida estadounidense. Simplemente no puede ser de otra manera. Y erosiona todas las relaciones de EE.UU. con el resto del mundo. Numerosos historiadores han observado que la existencia misma de grandes ejércitos ayuda a incitar a la guerra.
Recuerden, por favor, que Hitler no atacó ni una sola vez a un país sin una disculpa plausible, y que el atractivo emocional de sus argumentos resonó en muchas capitales fuera de Berlín. Además, tuvo lo que consideraba un propósito visionario para su beligerancia. Hablaba del terror contra el pueblo alemán. Quería asegurar el futuro a largo plazo de Alemania como una nación grande y poderosa. Quería terminar con la barbarie del bolchevismo. También alegó elocuentemente a favor de la paz en ciertas ocasiones. Pero la suma total de su obra fue la mayor destrucción en la historia humana.
[John Chuckman es ex economista jefe de una gran compañía petrolera canadiense. Tiene muchos intereses y es un estudiante de historia de toda la vida. Escribe con un deseo apasionado de honradez, del dominio de la razón, y de la preocupación por la decencia humana. No es miembro de algún partido político y rechaza lo que ha sido llamado la "cultura de la queja" de EE.UU. con su costumbre de reducir todo tema importante a una discusión improductiva entre dos grupos simplistamente definidos. John considera que lo honra el haber abandonado Estados Unidos como un joven pobre del lado Sur de Chicago, cuando el país se lanzó en el asesinato sin sentido de unos tres millones de vietnamitas en su propio país, porque sucedía que optaron por posiciones económicas equivocadas. Vive en Canadá, país al que gusta de calificar de "reino amante de la paz".]
11 de noviembre de 2002
El correo de John Chuckman es: jchuckman@YellowTimes.org