16 de noviembre del 2002
Washington y la revolución de la guerra
Heinz Dieterich Steffan
La creciente fiereza de la política estadounidense y la arrogante
imposición de sus intereses mediante la amenaza militar, tienen su sustrato
real en la revolución de la tecnología bélica de las últimas
dos décadas. A los tres grandes paradigmas militares de la historia ---el
caballo, las armas de fuego y las armas nucleares--- se agregan ahora las armas
cibernéticas, comúnmente llamadas "inteligentes".
El impacto de esas revoluciones de las fuerzas destructivas sobre el destino
de la humanidad ha sido tan grande, como el de las revoluciones de las fuerzas
productivas. De hecho, ambas están unidas de manera dialéctica
y en dos sentidos. En primer lugar, el conocimiento objetivo necesario para
los saltos cualitativos de la tecnología civil es "hermano gemelo" de
lo necesario para los saltos cualitativos en la tecnología militar. En
segundo lugar, desde el punto de vista de las elites de las sociedades de clase,
son dos brazos de un mismo cuerpo explotador que se nutre tanto de las fuerzas
de producción como de destrucción.
La última revolución de la tecnología militar tiene, sin
embargo, un significado particular frente a las tres anteriores, en el sentido
de que es, al mismo tiempo, la consumación de una lógica histórica
de seis mil años y la iniciación de una nueva cualidad de la dimensión
militar. La lógica histórica de los poderosos ha sido que la guerra
es un buen negocio, siempre que la superioridad sea tal que el botín
exceda con creces los costos materiales y humanos propios. Por eso el constante
afán de perfeccionamiento de la tecnología militar que ha caracterizado
la política de las elites imperiales desde el inicio de la sociedad de
clases.
El éxito en el campo de batalla depende de tres variables: a) el poder
de fuego, b) la información (inteligencia militar) y, c), la calidad
de conducción táctica y estratégica de los adversarios.
Las tres variables son, por lo general, una función del grado de desarrollo
económico y civilizatorio de los adversarios.
Abstrayendo del factor "c", es la información precisa sobre las particularidades
de las fuerzas enemigas (localización, movilidad, logística, etc.)
y propias, junto con la capacidad de destrucción física propia
(poder de fuego), las que deciden el desenlace de una batalla. En las tres grandes
innovaciones mencionadas, el avance del poderío bélico se dio
esencialmente sobre el factor del poder de fuego, mientras que en el nuevo paradigma
militar el salto cualitativo deviene principalmente de las ciencias de la información.
Hoy día es potencialmente posible, comunicarse en cualquier momento con
cualquier persona en cualquier parte de la tierra en tiempo real, por voz, dato
o imagen. Toda persona y todo objeto es, por lo tanto, parte de una red mundial
que puede identificarla con suficiente precisión en términos de
espacio, tiempo, movimiento. Las dos implicaciones militares centrales de este
grado extremo de comunicabilidad, alcanzado por la humanidad, son evidentes.
1. Si puedo alcanzar potencialmente a cualquier persona con información
o comunicación en tiempo real, entonces puedo alcanzarla potencialmente
también en tiempo real, con un arma letal o incapacitante. 2. Con un
grado apropiado de desarrollo de las tecnologías cibernéticas
de detección y procesamiento de datos, el campo de batalla puede ser
digitalizado, es decir, los actores bélicos en el teatro de operaciones
pueden ser, a) teledirigidos y, b) no-humanos.
El viejo sueño de toda elite imperial, de enriquecerse mediante la guerra
sin sufrir bajas humanas propias ---que generan problemas de legitimidad y estabilidad
para la clase dominante--- se está realizando hoy día y esto explica
la hybris (prepotencia desmesurada) de la clase política que representa
Bush. Se siente liberada de la única atadura que frenaba a sus antecesores
históricos: las pérdidas humanas de la confrontación bélica.
La expresión más clara del sentimiento de omnipotencia militar
que ha invadido a los militares y políticos en Washington, ha sido un
discurso del Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea estadounidense,
General Ronald R. Fogleman, el 18 de octubre de 1996, en el cual formula la
nueva doctrina militar puesta en praxis después de la caída del
muro de Berlín. Denominada Global Reach-Global Power, esos son sus elementos
centrales: "1. En el primer cuarto del siglo XXI será posible encontrar,
fijar y atacar todo lo que esté o se mueva sobre el planeta. 2. Operamos
en un medio que comprende y alcanza al cien por ciento de la superficie terrestre
y de la población. 3. Ganar el control del aire es la clave para ganar
cualquier guerra con un mínimo de pérdidas. 4. La capacidad de
Ataque Global es la capacidad de encontrar y atacar blancos en cualquier parte
del planeta. 5. La capacidad de Acciones de Precisión es la capacidad
de aplicar una fuerza de aniquilación abrumadora a un objetivo definido
con extrema precisión."
Hoy día, la tecnología militar está cerca de realizar este
sueño de los militares estadounidenses de matar en cualquier parte del
planeta en cualquier momento, impunemente. Y la reestructuración fascistoide
del Estado liberal va acorde con el avance tecnológico, tal como se manifiesta
en la nueva doctrina de política exterior del presidente Bush que incluye
el "derecho" al golpe militar preventivo; su autorización a la Agencia
Central de Inteligencia (CIA), de asesinar a supuestos líderes de Al-Quaeida
fuera de Afganistán y la creación de un Leviatán de seguridad
nacional (Homeland Security) que significa la mayor reestructuración
del Estado de la Unión Americana desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Y la "reeducación" de la opinión pública para aceptar tal
política, tampoco puede faltar. Nicholas D. Kristof, comentarista del
liberal The New York Times, escribe en la edición de ayer, que es más
sensato asesinar a Saddam Husseín que invadir el país y que, contrariamente
a lo que cree la opinión pública, la legislación estadounidense
"no prohíbe los asesinatos".
La tecnología militar del campo de batalla digitalizado gira en torno
al Sistema de Posicionamiento Global (GPS), satélites, mísiles
cruceros, aviones a control remoto como el "Predator" que recientemente mató
a seis personas en Yemen; rayos láser para destruir objetos muy veloces
como cohetes o obuses de artillería y el arma "capitalista" por excelencia,
la bomba de neutrones, que mata a seres humanos, pero deja intacta la infraestructura
física, donde se encuentran.
Esta sofisticada tecnología de la muerte, compuesta por componentes de
hardware y software, está siendo fabricada mediante una lucrativa simbiosis
entre el Pentágono, las transnacionales estadounidenses, como la compañía
Boeing, y muchas de las más renombradas universidades de Estados Unidos.
Por ejemplo, un reciente reporte del brazo investigativo de la Academia Nacional
de Ciencias, el National Research Council, encargado por el Pentágono,
recomendó encarecidamente al Pentágono, intensificar el desarrollo
de armamento no-letal, como choques eléctricos, proyectiles obtusos,
químicos que afectan la conciencia (mind-altering) y la radiación
con descargas de microondas.
El cáncer del complejo militar-industrial que el general y presidente
estadounidense Dwight D. Eisenhower consideraba el mayor peligro para la democracia
de su país, ha superado "el trauma de Vietnam". Hoy día, es el
peligro número uno para la democracia mundial.