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25 de abril del 2002
Revolucionarios, rebeldes y falsos renovadores
Miguel Urbano Rodrígues
La derrota del golpe en Venezuela volvió a llamar la atención hacia América Latina tanto como campo de luchas sociales como de laboratorio ideológico.
Científicos políticos y revolucionarios, estimulados por los acontecimientos en la patria de Bolívar, debaten a nivel continental la cuestión fundamental del Poder y las estrategias y tácticas inseparables de su conquista y defensa.
El imperialismo norteamericano –Pentágono, Departamento de Estado, CIA- estuvo profundamente envuelto en la conspiración. Y su gente acompañó paso a paso el montaje del golpe. Prendieron a Chávez; integraron un gobierno de extrema derecha y desencadenaron una ola de represión. El fascismo anduvo suelto por las calles. Y a pesar de ello el golpe fue derrotado; duró apenas 47 horas. Chávez está, de nuevo, en el palacio de Miraflores.
¿Significa esto que quedó asegurado el éxito en Venezuela siguiendo la fórmula según la cual la revolución es viable por la vía institucional? Lejos de eso. El saldo de muertos y heridos de la intentona aconseja prudencia a los defensores de la revolución social sin violencia. Pero si el nuevo discurso de Chávez confirma que el país se pacifica, los Generales envueltos en el golpe permanecen en el Alto Comando de las Fuerzas Armadas. La unidad inquebrantable de las Fuerzas Armadas eran una aspiración del Presidente pero no una realidad. La actitud agresiva de Washington disipa las dudas. Nuevas amenazas son inminentes para la revolución bolivariana.
LA CONFESIÓN DE MARCOS
Recientes declaraciones del subcomandante Marcos contenidas en una entrevista al periodista mexicano Julio Scherer vienen a actualizar una cuestión antiquísima que, antes de la Revolución Rusa, se expresaba en la antinomia "reforma o revolución".
No se puede negar al líder del EZLN la valentía por la forma en que, sin rodeos, sitúo las cosas.
"La definición del revolucionario clásico no se adapta a nosotros". Fue categórico y expresivo: "El destino es diferente. El revolucionario tiende a convertirse en un político y el rebelde social no deja de ser un rebelde social. Un revolucionario pretende, fundamentalmente, transformar las cosas desde lo alto y no a partir de la base, al contrario del rebelde social. El revolucionario se propone:
haremos un movimiento, tomamos el poder y a partir de la cima transformo las cosas. Y el rebelde social no. El rebelde organiza a las masas y a partir de la base va transformando sin tener que proponerse la cuestión del poder".
Marcos atribuye al revolucionario una concepción vertical del poder que excluiría la participación popular. Es una definición voluntarista y reductora sobre la cual, como comunista, discrepo. La afirmación de que el rebelde social organiza a las masas deforma, por ser generalizadora, la realidad. Sin embargo considero importante que el dirigente del EZLN planteé la cuestión del poder para el zapatismo con tanta franqueza en la perspectiva reformista, y por tanto diferente de la clásica de los marxistas austriacos (austromarxistas).
Marcos es sincero cuando condena al capitalismo y lo considera incompatible con las aspiraciones del hombre. Pero tanto en la teoría como en la práctica de su movimiento, al defender la lenta transformación de la sociedad a partir casi de cero, no significa una amenaza para el capitalismo.
Este no se siente en peligro cuando los adversarios quieren derrotarlo a través de reformas graduales. Consideran el proyecto utópico. Y es esclarecedor que las televisiones de decenas de países hayan trasmitido para todo el mundo la marcha de los comandantes zapatistas hacia la ciudad de México y el discurso que Marcos pronunció en la plaza del Zócalo.
Recuerdo que Raúl Reyes, un comandante de las FARC-EP, de Colombia, me comentó entonces:
Si un simple destacamento de las guerrillas colombianas caminaran cinco kilómetros por una carretera, en la selva o en la montaña, no existirían televisiones para filmarlos, sino lloverían las bombas del cielo sobre ellos.
El sociólogo chileno Hugo Zemelman intervino recientemente en la polémica planteada en torno a la cuestión del poder, colocándolo en una perspectiva marxista: "Para mí -afirmó- un revolucionario es por definición un rebelde, pero no siempre un rebelde es un revolucionario". Y para esclarecer las cosas, añadió: "Un rebelde enfrenta el sistema, formula alternativas, cumple una función critica, pero no siempre coloca la transformación del sistema a través de la toma del poder. El revolucionario trata de cambiar el sistema, no de entrar en él, trata de destruirlo, de cambiarlo".
Y abordando la "vieja discusión con respecto a la contradicción entre partido y movimiento social" dice que es obvio lo que muchos simulan ignorar: "creo que el movimiento social, la rebeldía social es fundamental para mantener a los partidos en alerta permanente, al mismo tiempo que los partidos son necesarios para llevar hacia delante las transformaciones" El sistema de poder de los EE UU tolera, con muchas restricciones, algunos rebeldes sociales; no acepta a los revolucionarios, sean ellos colombianos, palestinos, bolivarianos de Venezuela, sin tierra brasileños o a aquellos comunistas fieles a su ideología y a sus principios.
El silencio que, de repente, envolvió al zapatismo no obstante haberse intensificado la represión en el área de Chiapas resulta de una realidad que estremeció el prestigio de las tesis de Marcos. La audiencia mundial alcanzada por el discurso mediático del subcomandante del EZLN no puede ocultar una evidencia: el nuevo Código Indígena de México, aprobado por el Congreso, es todavía peor que el anterior. Después de una década de lucha, el zapatismo no logró mejorar las condiciones de los indios.
PARTIDOS Y MOVIMIENTOS
Tres científicos sociales de prestigio internacional como el egipcio Samir Amin, la chilena Marta Harnecker y el mexicano Pablo González Casanova tratan, en recientes trabajos, el tema de una deseada cooperación en el combate contra el neoliberalismo y el imperialismo entre las diferentes organizaciones latinoamericanas de tendencias de izquierda.
Marta Harnecker expresa una aspiración compartida por la mayoría de la humanidad progresista al defender la articulación de los partidos políticos y los movimientos sociales que coinciden en el rechazo al sistema de dominación que oprime a los pueblos del Continente. Pero el objetivo que enuncia -- "construir una confluencia mayor, un gran bloque social antineoliberal de todos los que sufren las consecuencias del capitalismo actual" -- es muy difícil de alcanzar, para no decir romántico, porque las discrepancias comenzarán apenas haya que escoger las formas de lucha, ya que será una cuestión de actitud hacia el sistema, o sea si de lo que se trate es de su destrucción o de su transformación.
LULA Y EL PT
Las escaramuzas que, en el Brasil, preceden a la próxima elección presidencial son esclarecedoras sobre qué es lo que está en causa en el gran debate en curso.
El programa electoral del PT, presentado después de la victoria de Lula en las previas (85%), no es alentador. Después de obtener de la Ejecutiva Nacional carta blanca para las alianzas electorales con partidos de centro derecha, el candidato del Partido de los Trabajadores se esforzó en la TV para convencer a la clase media de que en la presidencia su política no constituiría una amenaza para el orden social vigente. Según el analista Luis Alberto Magalhaes del "Observatorio de la Imprensa", Lula fue muy hábil, pero suscita preocupación el hecho de que el responsable de la estrategia de "marketing" de su campaña sea un publicista que contribuyó decisivamente a la elección de Maluf, el exgobernador y prefecto de Sao Paolo, uno de los políticos más corruptos de la derecha brasileña. No se puede censurar a Lula porque sea cauteloso. La prudencia en un cuadro del Brasil del año 2002 es, al contrario, una prueba de madurez política. Pero el lenguaje que el candidato del PT utilizó para distanciarse del MST, sugiriendo –aún según Luis Magalhaes– que "no voy a tolerar ocupaciones" justifica la aprensión que sus palabras suscitaron en un amplio sector de su propio electorado.
Ningún responsable espera de Lula, en el caso de vencer en las elecciones –lo que será muy difícil– una política de matices revolucionarios. Un proyecto de esa proyección sería incompatible con la correlación de fuerzas existente actualmente, pero existe una enorme diferencia entre un programa progresista orientado hacia una democracia avanzada y un programa cimentado en concesiones que inspiran desconfianza en los partidos de izquierda que apoyan a Lula, como el Partido Comunista del Brasil y el Partido Socialista.
El PT, en su fase actual, parece querer parecerse a cualquier otro partido de la burguesía brasileña.
Y esto es inquietante. Después del recuerdo del proyecto y de la retórica del francés Robert Hue. Cuando un partido de izquierda conquista el poder, o al menos sus símbolos, utilizando mensajes conservadores dirigido a sus adversarios, paga siempre una factura pesadísima por la abdicación de sus principios. La idea que "después", después de la victoria, podrá, entonces, desarrollar su verdadera política y reasumir la línea progresista que le proporcionó la confianza y el apoyo de los trabajadores es una idea que deja traslucir una postura oportunista.
Si en Venezuela la izquierda, con una constitución por ella redactada y disponiendo de la mayoría en el Congreso estuvo confrontada a un golpe de estado al intentar llevar hacia adelante las reformas de contenido revolucionario, parece evidente que, en Brasil, en el marco de una constitución impuesta por la burguesía, un gobierno PT encontraría obstáculos infranqueables si pretendiese introducir, por la vía institucional, transformaciones estructurales en la sociedad que apuntasen hacia rupturas revolucionarias.
La conciencia de esta realidad no implica, sin embargo, la necesidad de un programa electoral que niegue el programa del partido por la naturaleza de las concesiones hechas a la derecha. El imperialismo no se deja engañar por garantías de buen comportamiento y declaraciones de intenciones que vengan de la izquierda.
LA RENUNCIA A LOS PRINCIPIOS
En Europa encontramos precisamente el culto a la ambigüedad y a la renuncia de los principios en las sinuosas maniobras políticas que señalan las caminatas a lo largo de las cuales algunos partidos comunistas realizaron a través de sus direcciones la compleja metamorfosis que los transformó de marxistas-leninistas en socialdemócratas, aliados de la derecha neoliberal. Es lo que pasó con el italiano y está a pasarse con el francés.
Claro que el oportunismo se disfraza sobre el manto de tacticismos que se esconden mal. Pero el novísimo (en realidad bien viejo) discurso carga en el vientre las semillas de la destrucción del partido o, mejor, de su total descaracterización. Hablan de fidelidades al proyecto humanista de transformación de la sociedad, de su rechazo del capitalismo, de su firme determinación de luchar por una renovación del partido que, esa sí, sería revolucionaria. Pero el propio entusiasmo que ese discurso suscita en la derecha vale por la confirmación de aquello que pretenden en la realidad: otro partido.
En Italia, los dirigentes del PCI que promovieron la metamorfosis juraban que permanecerían eternamente comunistas; hoy lamentan haberlo sido alguna vez. En Francia, anunciaba, al comienzo del cambio, un partido comunista renovado, de nuevo tipo, más próximo al sueño de Marx. Hoy, en el medio del camino hacia la socialdemocratización sin máscaras, aspiran a ser un partido tan igual a los otros como sea posible y ya lamentan la Revolución de Octubre del '17.
Considerando que todo, absolutamente todo, fue negativo en las siete décadas de existencia de la URSS, el diario "L'Humanité" rechaza incluso publicar noticias sobre sesiones conmemorativas del 7 de noviembre.
Es en esa familia de renovadores de fachada que incluyo a los líderes del grupo- movimiento que, en Portugal, pretende "renovar" al PCP.
Precisamente por sentir que un partido revolucionario no se asume como tal si no estuviese en renovación permanente, aspiro a que, en el Partido Comunista Portugués, se mantenga viva la conciencia de que nunca como ahora, a lo largo de su gran historia, se tornó tan apremiante la exigencia de su participación creadora en el debate de ideas por la búsqueda de respuestas a los desafíos que enfrenta la humanidad en su lucha contra el flagelo de la globalización neoliberal y de la amenaza de dictadura mundial que viene del imperialismo norteamericano. Es una renovación que solamente puede ser resultado de la profundización del diálogo entre la dirección y las bases, una renovación que concrete el ideal comunista de participación del pueblo como sujeto de la historia. Una renovación revolucionaria es, por tanto, incompatible con los falsos renovadores, adulados por la burguesía, ansiosos por entenderse con ella, tal como ocurrió en Italia, en Francia, y en otros países europeos. La historia reciente nos recuerda que, cada hornada de ese tipo de renovadores --que contemplan desde la cima hacia las bases y temen a la verdadera participación popular-- acabó, en Portugal, en las filas del Partido Socialista.
¡RESISTIR!
Regresando a América quiero hacer explícito que no me pasa por la cabeza comparar al subcomandante Marcos --y a muchos rebeldes de los movimientos sociales del continente, los que tienen mi respeto-- con los líderes de la "renovación" del PCP que no me inspiran esos sentimientos.
Nubes de tempestades se condensan sobre América Latina.
Pero no soy pesimista.
Lo complejo de la situación de Venezuela no puede apagar el significado del decisivo papel que el pueblo jugó en la derrota de un golpe en el cual la participación del Alto Comando de las Fuerzas Armadas sorprendió al mismo Chávez. En Colombia, la guerra se va a intensificar después de la casi inevitable elección de Alvaro Uribe, una persona de la extrema derecha, aliado de los paramilitares. El oro y las armas de Washington y la intervención militar progresiva de los EE UU no conseguirán, sin embargo, vencer a las FARC, un ejército popular que se bate desde hace cuatro décadas es una epopeya que ya entró en la historia. En Bolivia, en Ecuador, en Perú, en Paraguay, los movimientos indígenas desafían las oligarquías. En Argentina el pueblo continúa estando en las calles. En Brasil, el MST no se deja intimidar y desarrolla nuevas y originales formas de lucha durante el tiempo en que, en sus campamentos y asentamientos, lanza las semillas de estructuras sociales, culturales y económicas que dejan entrever los contornos de un Brasil humanizado y progresista.
La ciudadela cubana resiste, con firmeza y heroísmo, demostrando que es posible decir NO al imperialismo.
En el contexto del debate creador de ideas que vuelve a agitar el continente como en los años '60, una realidad suscita consensos cada vez más amplios. Revolucionarios y rebeldes sociales registran que la lucha de clases desempeña un papel de creciente importancia en los conflictos que irrumpen por todas partes inquietando el poder imperial de los EE UU. El golpe y el contra golpe de Venezuela constituyen una demostración casi laboratorial de esta evidencia.
Nunca tal vez, desde la época de Bolívar, el verbo Resistir expresó con tanta fidelidad el sentir de las fuerzas progresistas del mundo latinoamericano.
Traducción: Selma Díaz
El texto original en portugués se encuentra publicado en http://resistir.info