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23 de abril del 2002
Botar y votar
Carlos Ordóñez
Una vez más, la América Latina silenciada y amordazada
se hace un hueco en los teletipos. Un gobierno que no respeta al cien por cien
los carriles marcados a fuego, sangre y dólares por el sistema internacional
de banqueros y especuladores; un discurso que no cacarea pleitesía al
Gran Hermano; un régimen que tiene la desfachatez de hablar con otro
lenguaje y que se atreve a airear que su visión de la economía
indaga otros parámetros; que sus datos difieren (con permiso o, si me
apuran, sin él) de los del poder omnipresente de las multinacionales
y su reguero de miseria. Nada más. Pero nada menos. Un presidente votado
en las urnas y aclamado por una parte difícilmente invisible de los pobres
de Venezuela; difícilmente apartable de la escena, incluso para la comprensión
golpista de Aznar. Un presidente votado a quien quisieron botar los dueños,
los que tienen todo y más, los que no se indignan ante el hambre porque
son sus causantes, los hombres-barriga de bien, el Fondo Monetario, los creadores
de Pinochet, los magnates de la infamia.
Chávez peca por su populismo con dotes para el teatro. Sus prontos nos
pegan a la pantalla, a esa mentirosa, a ese arma letal. Y nos recrea una imagen
caricaturizada que carece del derecho de ser escuchada. La voz en off determina
el pensamiento y el falso testimonio se repite desde los Consejos de Administración
hasta nuestros análisis pulidos y exquisitos; torpemente suspicaces cuando
de denunciar lo evidente se trata. Venezuela no es el sueño alcanzado.
Sus consignas bolivarianas apenas reparten más voluntad que migajas o
posibilidades. Pero es otro intento de salir de la hacienda, de probar si más
allá de esta familia dominada por el tío Sam está el oxígeno
necesario para todos. No es más, y no es menos, pero no es poco para
este mundo vuelto del revés donde los miserables son turba y los infanticidas
dueños de las tablas de la ley y de nuestras vidas.
Pero el descaro se paga, y ahí están sus medios para recordarlo.
Pocas veces, la profesión periodística cayó tan bajo. O
quizá es que en esta ocasión todo ha salido precipitadamente tan
mal que muchos periodistas han tenido defecar a la vista de todos, cuando aún
no se terminado de bajar el telón que oculta la verdad. Incluso, Anasagasti
delató su talante escasamente democrático antes de saber que a
los golpistas (a los de toda la vida, no nos vamos a engañar) los había
botado el pueblo que votó a Chávez. Pero no es de extrañar.
El COPEI (que junto con Acción Democrática de Carlos Andrés
Pérez eran los dos partidos que esquilaron al pueblo venezolano hasta
dejarlo en sangre viva durante cuatro décadas) es de su misma familia
demócrata-cristiana.
Los que se frotaron las manos esos días vuelven a gruñir. No están
acostumbrados a que los acontecimientos no obedezcan sus muecas. Pero calcularon
mal y debemos agradecer el recordatorio que ello supone para mentes excesivamente
relajadas o complacientes. El imperialismo sigue ahí, los golpes de estado
se realizan silenciosa y sutilmente todos los días desde Wall Street,
o se implanta su "democracia" de los valores económicos a tiro limpio.
Las técnicas son múltiples y se utilizan todas para que nada ni
nadie se salga del redil de la estupidización y la locura de un mundo
enfermo al que nunca dejaremos de vacunar con nuestra indignación y rebeldía.