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14 de abril del 2002
Venezuela: los gorilas de Washington
Higinio Polo
Pese a las confusas noticias que llegan desde Caracas y pese a una deliberada puesta en escena ideada para ocultar a la opinión pública internacional la evidente conspiración civil y militar que ha elegido a Pedro Carmona como nuevo presidente, no hay duda de que hemos asistido a un golpe de Estado, acompañado de la manipulación y la mentira. Las grandes cadenas de televisión, empezando por la CNN, y los servicios diplomáticos de Washington están detrás de una explicación para consumo masivo y de unas justificaciones que, aun maquilladas, no pueden ocultar las burdas operaciones represivas, hoy en Venezuela, ayer en Panamá o en Nicaragua, con las que los Estados Unidos han asolado América Latina. Los mismos sectores sociales que durante años han vivido en Venezuela de la corrupción y del expolio de las riquezas del país se han alzado contra un gobierno molesto, que además había tenido la insolencia de no acatar las directrices de Washington en su política interior, en sus relaciones con Cuba, en sus decisiones petroleras y en sus relaciones internacionales.
Cada hora que pasa es más verosímil que los muertos de la manifestación de Caracas eran necesarios para poner en marcha el procedimiento golpista: se precisaba un pretexto, y los sospechosos francotiradores que dispararon contra la multitud desde los edificios de Caracas se revelarán como la provocación imprescindible que pondría en marcha el mecanismo del golpe de Estado. Toda la secuencia de los acontecimientos posteriores se asienta sobre la mentira, aunque nada de eso importe en Washington: la convocatoria, aunque fracasada, de la huelga general decretada por la patronal y por la corrupta dirección sindical (con el salario garantizado para los que siguiesen las órdenes empresariales), la provocación ante el palacio presidencial para forzar el enfrentamiento y conseguir los muertos que necesitaban; la supuesta renuncia de Chávez, aún no demostrada, las sospechosas informaciones sobre su deseo de exiliarse en Cuba, las falsas informaciones lanzadas por los medios de comunicación privados, amplificadas rápidamente por la prensa y la televisión norteamericanas, y la creación de un artificial clima de crisis y de caos, todo recuerda a experiencias golpistas anteriores en otros países americanos.
Tras el triunfo del golpe de Estado todos los mecanismos constitucionales han sido pisoteados por los militares: la renuncia del presidente debería presentarse ante el Parlamento, si fuera cierta; y su relevo debería suponer la investidura del vicepresidente como nuevo mandatario. Pero no se han detenido ante nada. Los golpistas han destituido al Fiscal General, al Procurador General, han disuelto el Consejo Nacional Electoral, la Contraloría, el Tribunal Supremo de Justicia, incluso el propio Parlamento elegido en las urnas. Los nuevos tiranos dicen traer la democracia y la libertad, pero la traen en la bocacha de los fusiles y en los cañones de los tanques. Nada nuevo: los Pinochet y Videla, los Stroessner, Bordaberry o Fujimori, dijeron lo mismo que estos salvadores de la patria.
Los golpistas que se han hecho con el poder en Venezuela han mentido siempre: Pedro Carmona aseguraba hace apenas unas semanas que no era su intención derrocar a Chávez, cuando ya estaba en marcha la conspiración, como denuncian diferentes fuentes periodísticas que apenas llegan al gran público; aseguraba también el nuevo dictador que el país no podía continuar viviendo en un clima de conflictividad, y para ello convocaba grandes manifestaciones, huelgas pagadas, llamamientos a la insurrección desde los medios de comunicación que controla la burguesía del país; aseguraba que no buscaban una salida a la chilena y apenas le faltan las gafas oscuras de Pinochet y la compañía de los siniestros militares chilenos para hacernos recordar de nuevo los días tristes del final de Allende. Aseguraba Carmona que pretendían cambios pacíficos y servía a su país el asalto al palacio presidencial, la detención del presidente Chávez, la toma de la emisora pública de televisión, mientras las cadenas privadas continuaban llamando a la insurrección y lanzaban falsas informaciones sobre la renuncia de Chávez; poco después, se organizaba la escenificación de su toma de posesión como nuevo dictador -aunque lo vistan con el traje civil de un presidente impuesto- ante los militares y los empresarios. Aseguraba Carmona que su deseo era la defensa de la democracia y para ello ha disuelto el Parlamento, han detenido al presidente legítimo del país y a muchos de sus ministros, han enviado a los soldados al asalto de los ayuntamientos, han rodeado la embajada cubana, desafiando el derecho internacional; han arrestado a los militares que no se han querido rebelar contra el gobierno, como también han detenido a centenares de personas, reprimido a los estudiantes en las universidades, allanado los domicilios de quienes se oponen al golpe militar, torturado a detenidos, al igual que persiguen a los diputados que son legítimos representantes populares: las leyes marciales muestran la verdadera cara de los golpistas. Aunque ahora intenten maquillar el golpe de Estado el mundo ha podido comprobar que Carmona es el rostro civil de los gorilas dirigidos por Washington, como ayer Bordaberry lo fue de los militares uruguayos.
Ahora, llegarán oportunas revelaciones sobre la connivencia del gobierno Chávez con la guerrilla colombiana, documentos sobre los planes del gobierno cubano para exportar la revolución, adecuadas investigaciones sobre los lazos de Chávez con el "terrorismo internacional". No hay ningún temblor ante la mentira: algunos cómplices del golpe, como el corrupto socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, anterior presidente del país, han tenido la desvergüenza de acusar a Chávez de "usar las armas para masacrar al pueblo". No es pequeña la indignidad: que acusaciones semejantes las haya hecho Carlos Andrés Pérez, el responsable de los miles de muertos en la capital durante el caracazo de 1989, cuando los militares ametrallaban a los ciudadanos en las calles, revela el verdadero rostro de los nuevos dirigentes de Venezuela. Pero no les va a resultar tan fácil hacerse con el control del país: pese a todo, llegan noticias de resistencia a los golpistas.
Al fondo de la escena, Washington. Ahora, nadie se pregunta en la capital norteamericana sobre la suerte de un presidente, democráticamente elegido, que permanece secuestrado en los cuarteles militares, nadie se pregunta sobre la suspensión de la Constitución, sobre la legitimidad del nuevo presidente de facto. Nadie se pregunta tampoco en Washington sobre quién ha entregado el poder a Pedro Carmona, ni sobre las circunstancias por las que un empresario al que nadie ha elegido se ha encaramado al poder. Hay otras prioridades, aunque no sean demasiado presentables. Por eso, ahora, Bush se aplica a culminar la operación que ha destruido Afganistán, ayer con sus protegidos talibanes y hoy con el gobierno títere de Hamid Karzai, y acepta como algo inevitable la feroz matanza de su aliado Ariel Sharon contra los palestinos; también, prepara nuevas operaciones de guerra contra Irak, al tiempo que supervisa los operativos que la CIA dirigida por Tenet plantea para los focos de crisis de América Latina, y fuerza a la OEA a aceptar lo inaceptable, como presiona a los gobiernos europeos para que se resignen ante la nueva situación y se prepara para recuperar el control del espacio perdido bajo el presidente Chávez y bloquear a la OPEP como institución protagonista en la fijación de los precios del petróleo.
Mientras Washington habla de la libertad al mundo, y los pulcros funcionarios del Departamento de Estado parlotean ante la prensa internacional de la necesaria salida de la crisis en Venezuela, con suma comprensión sobre los acontecimientos, sus aventajados alumnos actúan como lo han hecho siempre. Los mismos que crearon la Escuela de las Américas para entrenar a los matarifes de sus propios pueblos, los mismos que enseñaron las técnicas de contrainsurgencia, los mismos que escribieron los manuales de tortura que después aplicaron con mano de hierro los conmilitones indignos que asolaron América Latina, los mismos que diseñaron la persecución y el exterminio de la izquierda latinoamericana en Chile y Argentina, en Uruguay, en Bolivia, en Perú, en Paraguay o en toda América central, están ahora detrás de los golpistas de Caracas. Son los gorilas de Washington.