Por Carlos Aznárez ( director de "Resumen Latinoamericano").
Representaba, si cabe, el gobierno más y mejor refrendado electoralmente del mundo entero. En ocho ocasiones, el pueblo venezolano dijo "sí" a Hugo Chávez. "Los "indios pata en el suelo" como les gusta decir a los "chicos" de las clases altas caraqueñas no tuvieron dudas de que en diciembre del 98, había llegado la hora de los de abajo, de los que no sólo votan sino que eligen.Alli estaba precisamente la gran diferencia entre una democracia restringida, vigilada y monitoreada (la de los Carlos Andréz Pérez o los Caldera) y otra que se reclamaba participativa, popular y surgida a pie de calle. Sin embargo, desde el mismo día en que los partidos de la oligarquía, la Acción Democrática (AD) o el COPEI, de los derechistas social cristianos, mordieron el polvo de la derrota en las urnas, empezaron a conspirar para provocar lo que ahora ha sucedido.
A Chávez, lo derrocan en primer lugar las compañías multinacionales del petróleo íntimamente ligadas a los Estados Unidos. La administración yanqui tenía, poco antes de diciembre del 98, el convencimiento de que el dirigente bolivariano no podía ganar las elecciones y contaban con el hecho de que el candidato único de la oligarquía (Humberto Salas Romer) les proporcionaría algo fundamental para sus intereses: la privatización de PDVSA, la compañía estatal del petróleo, que entre otras cosas es el tercer proveedor del "oro negro" que consumen los norteamericanos. Sin embargo, el triunfo chavista echó por tierra ese anhelo monopolizador. Chávez no sólo no cedió a las presiones privatistas sino que defendió para Venezuela el precio del petróleo, revigorizó a la OPEP y convirtió este organismo en un poderoso ente de autodefensa de los países no alineados en la estrategia imperialista dirigida desde Washington. El petróleo venezolano fue utilizado en estos tres años de gestión revolucionaria para posibilitar el crecimiento económico de los sectores más carenciados del país (se reaabrieron escuelas cerradas por los anteriores gobiernos por "falta de presupuesto", se construyeron viviendas populares otorgadas a bajísimo precio, se reconstruyeron hospitales que habían sido abandonados por los mandamaes de AD y Copei, se institucionalizaron créditos blandos para fomentar tareas agrarias). Pero también, con ese petróleo en manos del pueblo y no de la Shell, la Exon, la Esso o la Unocal, como seguramente estará a partir de ahora, se ayudó a países que no lo poseen o con economías debilitadas como para poder adquirirlo. Desde ese mismo momento, la conspiración antibolivariana comenzó a incidir en la clase ejecutiva de PDVSA (precisamente en los que más ganan salarialmente en la empresa) y logró en poco tiempo que desde allí surgiera la mecha subversiva y golpista. No es casualidad, que los hechos que hoy contemplamos, se iniciaran precisamente en la empresa estatal, con una huelga general de directivos, con sabotajes reiterados a la producción, con llamamientos -retransmitidos por todos los medios- para boicotear la libre marcha de una actividad tan esencial del país. Y lo lograron.
A Chávez los derrocaron los grandes bancos , precisamente aquellos que en un recordado "viernes negro", hace muchos años se llevaron todo el dinero de sus arcas -como ahora han hecho en Argentina- y quebraron el sistema financiero venezolano impunemente. Son estas entidades los que durante el mandato chavista hicieron todo lo posible para cercener una política de desarrollo industrial independiente y conspiraron junto a las grandes multinacionales financieras en apretar la soga al cuello a los intentos del Gobierno por desbloquear la deuda externa.
A Chávez lo derrocaron los "gusanos" anticubanos de Miami, sobre todo, los de la Fundación Nacional Cubano Americana, que dirige el hijo del fallecido Mas Canosa, que no sólo inundaron de dólares la campaña electoral de Salas Romer, sino que luego reforzaron sus ayudas millonarias a sectores antichavistas en los medios de comunicación para generar una campaña persistente de insidias y mentiras contra el gobierno bolivariano. Estrategia a la que también, se sumaron personajes del anticomunismo recalcitrante como el cubano Salvador Romaní y el racista estadounidense Lindon Larouche, cuando hace un par de meses se reunieron en la República Dominicana con el ex presidente Carlos Andrés Perez y con los titulares de Fedecámaras y de la Central de Trabajadores Venezolanos (CTV), Pedro Carmona y Carlos Ortega, respectivamente. Allí decidieron "el cuándo y el cómo" de las acciones desestabilizadoras y golpistas, incluso fue en ese ámbito donde se determinó que "el nuevo presidente de un gobierno de transición" sería el jefe de Fedecámaras, como ahora efectivamente ha ocurrido. En ese encuentro también participaron varios diputados republicanos estadounidenses y el ex asesor del Departamento de Estado, Thor Halvoorsen. Lo que vino luego no dejó lugar a dudas: paro patronal del 10 de diciembre pasado organizado por Fedecámaras y una constante y ascendente ofensiva de los sindicalistas corruptos de la CTV que terminaron en la actual asonada general golpista..
A Chávez lo derrocaron los medios de comunicación. No sólo los diarios "El Universal", "El Nacional" y las radios y canales televisivos en su conjunto transmitiendo casi en cadena día y noche proclamas desestabilizadora, sino también la "gran prensa internacional" digitada desde EEUU. Lo hicieron en estos tres años pero apretaron el acelerador en los últimos meses a sabiendas de su poder omnímodo. La ofensiva adquirió así, características increíbles de hostilización y manipulación. Estos "halcones" mediáticos aprovecharon a su vez la debilidad que se tiene cuando se gobierna según las reglas de la bendita democracia, pudiendo insultar, tergiversar y omitir los hechos positivos del gobierno y, reclamando paradójicamente por la libertad de expresión "conculcada por el autoritarismo chavista". Estos medios, fueron -así lo denunció Chávez en su último discurso- el peor de los enemigos. Tanto como el clima de odio que generó la embajada norteamericana con sus intrigas.
A Chávez lo derrocaron los gringos de Washington. Abiertamente y sin cortapisas. No podían permitir otro gobierno independiente en Latinoamérica. No podían tolerar las relaciones fraternas de Venezuela Bolivariana con Cuba socialista, ni el abrazo con el gobierno iraquí de Sadam Hussein, ni su oposición abierta al intervencionismo norteamericano en Colombia, ni su rechazo al plan de guerra económica representado por el Acuerdo Libre de las Américas (ALCA), del que Venezuela y Cuba eran los grandes enemigos. Estados Unidos y su criminal política bélica habían recibido dos o tres "cachetazos" de dignidad por parte del gobierno chavista. Uno de ellos, cuando se les negó a la utilización del espacio aéreo venezolano durante la guerra de los Balcanes, y otro, más reciente y que provocó la ira del genocida Bush hijo, cuando el Presidente venezolano equiparó la invasión a Afganistán como una acción de terrorismo estatal y luego señaló sus coincidencias con la necesidad de que Palestina pueda obtener la independencia frente a la prepotencia sionista. Con esos antecedentes, su suerte estaba más que echada. El poder del gendarme mundial no admite malos ejemplos para la lucha de los pueblos. Y como ocurriera con Salvador Allende, la administración norteamericana inclinó su pulgar hacia abajo.
A Chávez, por último lo volteó la debilidad de gobernar "en democracia". Lo afirmo, convencido, desde mi más absoluta adhesión a todo lo importante y positivo que realizó su gobierno: las escuelas bolivarianas para los niños pobres, la ley de tierras para quienes la trabajan , la ley de pesca, el Plan Bolívar 2000-2001, la incorporación por primera vez en la historia de Venezuela de las naciones indígenas a la vida del país, y una larga fila de etcéteras y que tienen que ver con la recuperación de la autoestima popular. En efecto, fue demasiado democrático con los "demócratas" golpistas que conspiraron contra su gobierno revolucionario. Fue demasiado blando -incluso contrariando el clamor que venía desde la calle y que exigía cambios urgentes y duros- con los oligarcas empresarios de Fedecámaras, que no le dieron respiro para ejercitar una política de diálogo y concordancia como quería el mandatario Fue infinitamente tolerante con unos medios de comunicación que le insultaron, lo boicotearon y generaron en la población no concientizada y siempre lista para "creer" lo que dice la "tele" o la prensa amarilla, un clima de tal tembladeral que finalmente se hizo imposible de sostener. Fue demasiado confiado para no decidir la organización efectiva de la autodefensa popular intuyendo todo lo que se le venía encima. Los Circulos bolivarianos fueron un buen intento pero no se profundizó en su configuración como organismos militantes que llegado el caso se pudieran transformar en milicias revolucionarias para combatir a los enemigos del proceso. Repito, a Chávez lo derrocó también su propio y ponderable convencimiento de que se podía gobernar para todos de la misma manera. Esos son precisamente los límites de estas democracias partidocráticas que obligan a respetar a quien durante 24 horas al día está buscando tu propia muerte, que no permite tener mano fuerte con aquellos que rebasan con sus actitudes golpistas todos los límites de lo tolerable. En su ultima alocución como Presidente y mientras los "camisas negras" (ese es el símbolo significativo que eligió la oposición para reconocerse) avanzaban con todo su odio hacia el Palacio Miraflores, Chávez volvió a elegir el discurso de la reconciliación. En las calles, la oligarquía apostaba a todo lo contrario. Sus francotiradores, la policía ligada al alcalde antichavista de Caracas, Alfredo Peña, mataban a tiros al pueblo bolivariano. Y los medios volvían otra vez a mentir diciendo que los caídos eran de la llamada "sociedad civil" antichavista. Para regocijo de los dueños del poder mundial, de sus esclavos de la prensa internacional (sólo basta leer lo que dicen en sus editoriales "El Mundo", "El País" , el "Washington Post" y el "New York Times" ), para beneplácito de quienes apuestan al aniquilamiento de todos aquellos pueblos que reivindican la soberanía, la justicia social y la independencia, Chávez y una nueva y vigorosa utopía revolucionaria han vuelto a caer víctimas del horror generado desde las entrañas del capitalismo más salvaje y de las propias carencias que da el de no ser precisamente como son ellos: autoritarios, criminales, genocidas. Para el pueblo pobre y marginado de Venezuela, para ese 80% que comenzaba a creer, a reir y a cantar nuevamente las canciones de Alí Primera (aquellas de "La patria compañera"), para los humildes de Catia, Petare o el barrio luchador del "23 de enero" que ahora ya soportan redadas policiales, se abre un profundo y doloroso paréntesis. Durará hasta que otra vez, no lo duden, la rabia acumulada, los cientos de años de humillación, el hartazgo de apretar los dientes por las injusticias recibidas, vuelvan a hacer estallar la rebeldía que ahora, lamentablemente, se acaba de tronchar. Mientras eso ocurra, hoy más que nunca, la solidaridad con la Venezuela bolivariana agredida por el imperialismo y la oligarquía, debe ser un deber de todos los que nos reclamamos internacionalistas.