|
1 de junio del 2002
Los verdaderos objetivos de Bush
Gabriel Jackson
El País
Permítaseme empezar por la prueba más reciente y, en mi
opinión, más positiva. El presidente acaba de firmar un tratado
que compromete a Estados Unidos y Rusia a reducir el número total de
armas nucleares estratégicas activas de unas 6.000 a una cifra situada
entre 1.700 y 2.200 para el año 2012. No hay un calendario de reducción
anual, y es posible que muchos de los misiles sean simplemente 'almacenados'
en lugar de destruidos. Pero en un mundo lleno de odios explosivos, de proliferación
nuclear y de florecientes mercados negros de todo tipo de armas, debe darse
la bienvenida a cualquier avance en la dirección correcta, por nimio
que sea. El tratado también puede tener efectos secundarios beneficiosos.
Da consistencia a la supuesta amistad entre los presidentes Putin y Bush, y,
si se lleva a cabo, ayudará considerablemente a limpiar los numerosos
y peligrosos basureros nucleares rusos, y quizá a mejorar la seguridad
de sus instalaciones nucleares y las condiciones de trabajo de sus científicos
y técnicos. Según los rumores, la buena voluntad mutua que se
ha creado conducirá también a la cooperación ruso-estadounidense
en el sector petrolífero, lo cual proporcionará beneficios a una
de las industrias favoritas del presidente Bush y disminuirá la dependencia
estadounidense y europea de los caprichos de los jeques de Oriente Próximo.
Otro aspecto positivo del programa de Bush son sus objetivos en educación
e integración racial. Se siente claramente a gusto con gente de todos
los colores, y ha encontrado la ocasión de nombrar a negros y a hispanos
para altos cargos como los de Colin Powell y Condeleeza Rice y para otros menos
llamativos pero también vitales en el Gobierno y los tribunales. En sus
numerosas visitas a colegios de primaria, busca la oportunidad de 'hacerse la
foto' con alumnos y profesores negros, y se refiere con cariño y respeto
al hecho de que su esposa sea bibliotecaria profesional. Tras el 11 de septiembre
se reunió con religiosos musulmanes y exhortó a la opinión
pública a no asignar una culpa colectiva por los atentados terroristas.
Confía en las iglesias de todas las confesiones y en los colegios públicos
y privados para educar a la generación más joven contra las drogas
y a favor de una ética del trabajo y un sentido de la responsabilidad
comunitaria.
A algunos lectores esto puede parecerles un elogio superficial de virtudes superficiales,
pero fue necesario un Konrad Adenauer para que la democracia occidental fuera
'respetable' en la Alemania derrotada, anteriormente imperial y posteriormente
nazi. Y un Charles de Gaulle para que la pérdida de Argelia fuera aceptada
por la mitad nacionalista de Francia. También fue necesaria la restauración
de la monarquía borbónica para hacer posible la transición
pacífica a la democracia en España. Y yo predeciría que
Bush, simplemente por ser un conservador profundamente convencional, ayudará
con su ejemplo a hacer avanzar la causa de la igualdad y la integración
racial en Estados Unidos.
En cuestiones económicas, el presidente Bush y muchos de sus asesores
más cercanos son ejemplos estelares de un capitalismo empresarial con
tan poca supervisión jurídica y limitación ecológica
como sea posible y con una estrecha cooperación entre los sectores público
y privado. Es un sistema que, en numerosas discusiones sobre las economías
asiáticas y latinoamericanas, se ha descrito como 'capitalismo de amiguetes'.
En este caso los amiguetes son, entre otros, empresarios que mantienen amistad
desde hace tiempo con la familia Bush, miembros del Gobierno del primer Bush,
numerosos ejecutivos de la industria petrolífera, de varios bancos de
inversiones y diversos ejecutivos de Enron recientemente caídos en desgracia.
Es gente que cree sinceramente en la 'globalización' como extensión
pacífica al resto del mundo de su capitalismo de amiguetes. En su opinión,
los imperios territoriales europeos del siglo XIX y primera mitad del XX exigían
unas administraciones civiles y militares que no sólo eran caras, sino
que además provocaban el resentimiento, profundo y justificado, de las
poblaciones colonizadas. La globalización mediante empresas multinacionales
evita el gasto y la animosidad inherentes al gobierno directo. Millones de personas
que se mantenían fuera de la economía monetaria reciben unos empleos
en el sector industrial y de servicios que les ofrecen unos medios de vida ligeramente
mejores que en el pasado y proporcionan beneficios mucho mayores a los propietarios,
para quienes las nóminas son mucho más bajas que en sus industrializados
y sindicalizados países de origen. No está claro hasta qué
punto es consciente este grupo de capitalistas de cuánto está
contribuyendo a las protestas contra la globalización en todo el mundo
su destrucción concomitante de las economías locales precapitalistas
y los desastres ecológicos anexos a muchas explotaciones madereras, mineras,
pesqueras y petrolíferas. En cuanto al calentamiento del planeta, no
creen que las pruebas estén todavía muy claras.
En relación con las políticas financieras y fiscales, el presidente
George W. Bush sigue el ejemplo de Ronald Reagan, a cuyas ideas financieras
el primer presidente Bush se refirió una vez como 'economía vudú':
reducir los impuestos sobre la renta y de sociedades, especialmente para los
ricos, cuyas actividades empresariales 'crean' riqueza nacional; librarse del
superávit y aumentar el déficit nacional para que cuando los demócratas
del 'recauda y gasta' vuelvan en un futuro lejano a la presidencia no puedan
'malgastar' más dinero en servicios sociales; aumentar los presupuestos
militares de forma que las industrias de suministros civiles y militares prosperen
y el pueblo tenga una falsa sensación de seguridad gracias a escudos
nucleares que supuestamente protegerán a Estados Unidos frente a cualquier
enemigo futuro. Lo que papá Bush no sabía cuando hizo el comentario
del 'vudú' es que los ricos de todo el mundo han financiado la extravagancia
estadounidense invirtiendo su propio capital en Estados Unidos.
Otro ideal de Bush es alcanzar un máximo de secretismo en la rama ejecutiva
del Gobierno. Mucho antes de que el 11 de septiembre le diese legítimas
razones de seguridad para retener información en casos concretos, el
presidente Bush seguía una política de no cooperación con
las comisiones del Congreso que intentaban consultar y publicar según
el calendario establecido los papeles presidenciales de la época de Reagan.
Después, cuando estalló el escándalo Enron, se negó
a entregar al Congreso el nombre de los empresarios a los que había consultado
el vicepresidente Cheney (uno de los empresarios más prósperos
del equipo de Bush) para preparar la política energética del Gobierno.
La reciente revelación de que los ejecutivos de Enron manipularon los
precios de la electricidad en su propio beneficio durante la crisis energética
que tuvo lugar en California el año pasado le ha empujado aún
más a proteger el 'privilegio ejecutivo' para impedir que se revele la
influencia de Enron sobre este Ejecutivo.
El ideal de secretismo se aplica todavía con más firmeza a los
aspectos judiciales de la 'guerra contra el terrorismo'. Los portavoces de Bush
se niegan a revelar a cuántas personas se mantiene encarceladas sin cargos,
pero bajo la sospecha -especialmente si son musulmanes y extranjeros- de 'ayudar'
de algún modo al terrorismo. En respuesta a las fuertes críticas
manifestadas incluso por sectores jurídicos conservadores, su Gobierno
ha anunciado que en los propuestos juicios militares a los sospechosos de terrorismo
estará presente la prensa, se les proporcionará la defensa de
abogados competentes, etcétera. Pero, al mismo tiempo, si el secretario
de Defensa o el juez encargado de la causa creen que durante el juicio se puede
revelar información 'reservada o clasificable como reservada', pueden
decretar el secreto del sumario. Además, aun cuando un acusado sea declarado
inocente, puede seguir indefinidamente encarcelado si el Gobierno considera
que es potencialmente peligroso. Tales reservas convierten la justicia en una
farsa, pero Bush y su archiconservador fiscal general Ashcroft las anuncian
sin el menor titubeo.
Además de esta propensión al secretismo, mantiene la muy visible
práctica denominada 'unilateralismo', que ilustra actos como el rechazo
del Protocolo de Kioto, el anuncio de que se retiraría del tratado ABM
tanto si Rusia se mostraba de acuerdo con la mutilación propuesta como
si no, y la reciente 'negativa a firmar' el tratado para crear un tribunal internacional
permanente encargado de juzgar los casos de genocidio y crímenes contra
la humanidad. Más recientemente se ha aplicado en un campo en el que
supuestamente Estados Unidos estaba de hecho comprometido con la cooperación
internacional activa: la creación de un mundo sin fronteras para el comercio.
El Gobierno de Bush impondrá fuertes aranceles al acero importado para
proteger a un sector que desde hace décadas recibía advertencias
de su obsolescencia técnica en comparación con los productores
de acero japoneses y europeos. Está denegando también el acceso
a los mercados estadounidenses a los productores caribeños de azúcar
y frutas, que no tienen otra cosa que venderle al mundo. Independientemente
de todas las contradicciones de principio, para el presidente Bush los intereses
económicos de la empresa estadounidense a corto plazo y la preocupación
por los votos en las elecciones al Congreso de noviembre superan en importancia
a todos los compromisos existentes, por no hablar de la sencilla pero anticuada
virtud de decir la verdad.
Finalmente (espero que mis lectores perdonen mi obsesión por la supervivencia
de la vida civilizada en la Tierra), está la cuestión de la verdadera
política nuclear del presidente. El tratado de reducción de misiles
y los múltiples anuncios de que la guerra fría ha terminado no
deberían oscurecer el hecho de que el mayor beneficio que Estados Unidos
va a obtener del tratado es que libera recursos nucleares para la creación
de armas nucleares 'tácticas' y para el proyecto del escudo antimisiles.
Se habla mucho de la necesidad de evitar que determinados países adquieran
'armas de destrucción masiva', pero no se dice una sola palabra del desarme
nuclear de las potencias nucleares existentes, todas las cuales asumieron la
obligación, en el Tratado de No Proliferación Nuclear, de negociar
una eliminación gradual, pero total, de sus propios arsenales nucleares.
* Gabriel Jackson es historiador estadounidense