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Muerte de un anarquista
Oscar Grácia / La Haine
Hace un año la policía italiana asesinó a Carlo Giuliani, un joven que como tantos otros no estaba dispuesto a asistir a la fiesta de los amos del mundo interpretando el papel que para él habían diseñado.
Debía ser un manifestante pacífico, educado ciudadano que protestara dónde y cuando las fuerzas militares del sistema se lo indicaran. Debía ponerse tapones en los oídos para no reaccionar ante los gritos del sufrimiento de millones de personas despreciadas y oprimidas por el capitalismo, debía olvidar la explotación laboral a la que era sometido , el abandono y traición de los partidos y sindicatos de izquierda vendidos a la competitividad entre trabajadores. Debía simular, como todos, que no vivimos en una dictadura, tenía que ser un buen y orgulloso demócrata.
Tenía derecho a protestar, sí, pero sabiendo siempre que nada puede cambiar. Carlo no fue un manifestante modelo, rompió las reglas del juego y dió un paso más adelante del espacio de protesta pactado entre el Poder y la (¿)Izquierda(?), en ese momento Carlo fue un violento, alguien del que defenderse.
Junto a miles de compañeros más se dirigió a exigir sus derechos, a combatir la explotación en sus orígenes, a agüarles la fiesta a los ocho cerdos bunkerizados que lideraban la creación del paraíso capitalista para los pocos que lo son y el infierno de los que no.
Fueron unos momentos en que el acoso de una población atacando a sus propios gobernantes visualizaba la distancia entre los intereses de unos y otros, destapaba la farsa de tal forma que se hacía imposible una explicación a través de los medios de desinformación habituales. La población está preparada para desconfiar de tal o cual grupo terrorista, pero no de decenas de miles de terroristas enfrentándose con las manos a las porras y pistolas de antidisturbios de élite.
Habían roto unas reglas creadas para que nada cambie y liberar el descontento poco a poco como la válvula de una olla a presión. Estaban dando golpes a la misma olla.
El movimiento anticapitalista se estaba haciendo extremadamente molesto, el sistema buscaba cómo hacerle frente, se aumentaba el nivel de violencia policial en las cumbres, el control social de los disidentes; unas semanas antes la policía sueca disparaba con bala en Göteborg pero no funcionaba, y es que algunos morirían antes de aceptar que no hay paz sin justicia.
Finalmente mataron a quién creía en ella.
Para ellos simplemente un peldaño más de su táctica, elevar la violencia policial hasta extender el miedo entre aquellos que no permanezcan dormidos y demasiado ocupados cómo para hacer algo. Un año después desgraciadamente se puede decir que han tenido cierto éxito, aquellos de entre nosotros que realmente tienen miedo al cambio pueden hacer valer sus ideas gracias a la preocupación a la respuesta policial, al daño entre los más débiles de los manifestantes y en definitiva han desviado las acciones y objetivos de la protesta hacia la protección de aquellos que han enviado a controlarnos.
Esta fase será seguramente superada de nuevo al quedar evidente que cualquier protesta que nazca de un pacto con el Poder está condenada a servirlo, es justamente donde el sistema reaccione más a la defensiva donde más se ha de combatir y acosarlo.
Carlo así lo creía.