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4 de junio del 2002
Del fenómeno de manifestación pacífica: Objetivos y efectividad real en el actual marco europeo
Clara García
La Haine
El proceso dado en la manifestación pacífica consiste en
la expresión, mediante la invasión del espacio público,
de determinado desacuerdo con una política equivocada que, en el pasado,
presente o futuro de uno o varios sectores del pueblo, da por resultado imposiciones
sobre éste que derivan en un conflicto entre sectores o con las propias
autoridades vigentes.
El fenómeno de manifestación dirige su acción a dichas
autoridades y al resto de sectores populares de su entorno, con el objetivo
de producir cambios reales y palpables respecto a un hecho o conjunto de hechos
determinados.
La efectividad del mismo debe, por lo tanto, medirse en base a las condiciones
actuales de los sectores a los que pretende dirigirse, que constituyen el reflejo
de las vertientes política y social del fenómeno de manifestación.
En el actual marco democrático europeo, los sectorres políticos
parlamentarios deberían entender la manifestación como una herramienta
tomada por el pueblo, que les permitiese a los gobernantes medir la efectividad
de la tarea que por éste ha sido asignada según sus propias reglas,
con la consiguiente corrección de errores que hubieran desembocado en
dicha movilización.
Sin embargo, el objetivo teórico estatal consistente en efectuar una
adecuada gerencia de los poderes que supuestamente el pueblo le concede, se
ve en la práctica relegado a un segundo plano, en la medida en que los
grupos elegidos anteponen sus intereses partidistas a la voluntad de la ciudadanía,
poniendo de relieve su falta de vocación político-democrática
real, así como su escasa profesionalidad a la hora de aplicar dicho sistema
no sólo en las urnas, sino a lo largo de todo el período de legislatura
que les es concedido.
La efectividad del fenómeno de manifestacion con respecto al sector político
desaparece en la misma medida en que desaparece la voluntad auto-critica de
este, entendida como su conciencia de responsabilidad de cara a la salvaguarde
de derechos y libertades del pueblo. En este sentido, el unico rasgo de auto-análisis
del que la clase política hace gala funciona en sentido contrario y constituye
un ejercicio que se dirige al control y represión de a la masa, cuyos
intereses son diametralmente opuestos a los de la clase dirigente. La manifestación
se convierte para la autoridad vigente en un acto potencialmente peligroso para
el mantenimiento de su credibilidad de cara a otros sectores sociales cuya valoración
del fenómeno no puede desligarse de los esfuerzos estratégicos
de las autoridades por inferir en el proceso comunicativo que la manifestación
pretende entablar con ellos. Los métodos de interferencia estatales destinados
a reducir el alcance difusorio de la manifestación funcionan generalmente
en dos sentidos:
En primer lugar, se intenta reducir al mínimo la capacidad expresiva
directa generada "in situ" por la propia acumulación de sujetos en un
lugar determinado. Para ello el aparato represor dispone de mecanismos de control
de invasión en sentido espacial (ilegalización de convocatorias,
control del recorrido o franja horaria) y de otros referidos al control de contingente
humano presente en tanto que individuo sujeto a posteriores represalias (intimidación
de los participantes mediante el despliegue de fuerzas policiales, identificación
de los asistentes para su posterior criminalización, etc...).
En segundo lugar, el estado se ocupa de reducir el alcance social de la manifestación,
impidiendo el proceso comunicativo entre ésta y aquellos sectores que
no pueden presenciarla de modo directo, utilizando tácticas básicas
llevadas a cabo mediante su ingerencia directa en los medios de comunicación:
los más habituales consisten en la tergiversación del contenido
de los mensajes emitidos así como de la naturaleza de aquellos sectores
que los emiten (asociándolos a sectores de la llamada "izquierda radical"),
el desplazamiento de interés del espectador hacia aspectos irrelevantes
con respecto al síntoma de reivindicación política en el
transcurso del acto, (dándosele más importancia, por ejemplo,
a las medidas de seguridad empleadas que a la amplitud de sectores participantes),
o manipulación de datos de recuento de asistentes. Todas estas técnicas
impiden la visión objetiva de los sectores sociales al que la manifestación
se dirige, y por lo tanto la posible suma de éstos a las reivindicaciones
que en ella se dan.
Las autoridades no sólo se niegan a escuchar nuestras demandas mermando
nuestro deseo de calar en las resoluciones del sector político, además
impiden que nuestro mensaje llegue a otros, anulando nuestra efectividad a nivel
social.
Es un hecho que ninguno de los objetivos reales de la manifestación pacífica
pueden verse alcanzado en estas circunstancias. Negar que los sectores políticos
han conseguido desligar el fenómeno de manifestación de su verdadera
naturaleza como símbolo de reivindicación política, a ojos
del espectador es sencillamente no querer ver una realidad comprobable, mantener
esa postura ingenua y auto-consoladora consistente en nuestra participación
en ese "minuto de odio" que se ahoga a sí mismo, que en verdad no sirve
absolutamente de nada.
Desde aquí reivindico la manifestación como símbolo que
pretende recordar al régimen la fuerza bruta del pueblo como masa, y
al pueblo su propia fuerza como tal. La reivindico como síntoma del hastío,
del enfrentamiento, de la revuelta directa contra aquello que nos oprime y no
tiene intención ninguna de escuchar nuestras demandas, y además
se mofa de nuestra buena voluntad. Puesto que las autoridades nos niegan unas
condiciones necesarias para ejercer nuestro derecho a manifestarnos de forma
pacífica efectiva, nos impiden comunicar nuestras intenciones reales
a nuestros semejantes; puesto que demuestran que da igual que en una manifestación
participemos 500 que 500.000; puesto que nos niegan una solución que
pase por el consenso y el diálogo, nos vemos obligados a apoyar actos
de reivindicación de naturaleza violenta.
Porque si habiendo sido pacifistas hemos dado más pasos hacia atrás
que hacia delante, si seguimos sufriendo las consecuencias de nuestra presupuesta
identidad violenta, tenemos razones ampliamente fundadas, sobradamente argumentadas,
para dejar de sufrir por nada, y devolver a las autoridades la moneda con la
que nos pagan a diario.
Nadie nace siendo un radical. Dicho género de personas han nacido -en
nuestro caso- de la represión, la injusticia, y la negativa al diálogo
que tantas veces hemos propuesto.