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10 de julio del 2002
España: Dos clases de pleno empleo
Juan F. Martín Seco
Estrella Digital
El portavoz del Gobierno, con voz un tanto engolada como tiene por costumbre,
y siguiendo los caminos de su jefe y maestro, ha reprochado a las organizaciones
sindicales no querer el pleno empleo. Cosa curiosa resulta que los sindicatos
no ambicionen el pleno empleo, mientras que la derecha, el Gobierno y los empresarios
lo adoptan como estandarte y emblema. Un poco contradictorio parece en principio
el hecho. El secreto de la antinomia se encuentra como siempre en la equivocidad
de las palabras. Existen dos plenos empleos, con contenido y significación
radicalmente distintos: el liberal y el socialdemócrata o keynesiano.
El pleno empleo del capitalismo manchesteriano es la mera sustitución
simple del régimen esclavista por el arrendamiento de la fuerza de trabajo,
de la propiedad de la mano de obra, al usufructo. No representa ningún
logro ni conquista especial, más bien es el resultado natural de la ley
de bronce de los salarios. Todo reside en reducir la retribución del
trabajador; cuanto más disminuya, mayor será el número
de puestos de trabajo que estarán dispuestos a ofertar los empresarios.
A salario cero es de suponer que la demanda de mano de obra devenga infinita.
El pleno empleo definido como ausencia de paro involuntario. El desempleado
es un ente de razón, una quimera. Si alguien se encuentra en paro es
porque quiere; puede abandonar la situación tan pronto como desee. Únicamente
deberá reducir tanto como sea necesario sus pretensiones retributivas.
Todo paro resulta voluntario, por lo que la economía se encuentra siempre,
salvo pequeños ajustes, en situación de pleno empleo. He ahí
la explicación de esa paradoja aparente, la de que aún poseyendo
el porcentaje de paro más alto de Europa -cuando a su vez Europa tiene
uno de los más altos de su historia- el presidente del Gobierno afirme
que estamos al filo de alcanzar el pleno empleo.
Existe, no obstante, otro pleno empleo, el que el Estado social propone como
meta y reto de la política económica; el que huye de considerar
el trabajo como una mercancía, el que se niega a denominar empleo a todo
el trabajo y sólo considera como tal al que se ejerce en condiciones
dignas y resulta acorde con las circunstancias y capacidad del trabajador, aquel
cuya retribución no es tanto el fruto de la ley de la oferta y la demanda,
en un mercado desigual y controlado por empresas, como el que se adecua equitativamente
a la riqueza a la renta generadas.
En esta concepción, la contrapartida del empleo se configura no sólo
por el salario directo sino también por otro indirecto, social, capaz
de cubrir los riesgos y contingencias de la vida laboral desde la enfermedad
a la vejez, desde los accidentes del trabajo al paro, entendiendo éste
como una situación anormal y atípica al no disponer el trabajador
de un puesto de trabajo adaptado a sus condiciones y capacidades y convenientemente
remunerado.
Este pleno empleo, que es el que propugna la Constitución española
y que Europa ha mantenido como objetivo en un pasado reciente, nada tiene que
ver con el anterior, incluso resulta antitético en muchos de sus aspectos.
No constituye, como el liberal, neoclásico, el corolario normal de la
actividad libre del mercado -sólo precisa apretar un poco las tuercas
a los trabajadores-, sino una meta a conseguir por el bien hacer de los gobernantes
a través de una actuación decidida del Estado en la realidad económica.
Cuando las organizaciones sindicales hablan de pleno empleo se refieren a este
último. La derecha, los empresarios, el Gobierno, su portavoz, se refieren,
por el contrario, al primero, al neoclásico. Todos los parados son unos
perezosos y lo único que se requiere para eliminar definitivamente el
paro es privarles de las muletas sociales que aún mantienen, vestigios
a extinguir de ese Estado social. Por ejemplo, ese subsidio de 50.000 pesetas
mensuales que algunos, sólo algunos, continúan cobrando.
Como se puede apreciar, es bastante difícil que bajo estas premisas Gobierno
y sindicatos se entiendan. Claro que una de las condiciones fundamentales para
que el pleno empleo manchesteriano funcione es que desaparezcan los sindicatos.