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12 de junio del 2002
El nuevo laborismo de Tony Blair
El Heredero
Murray Smith
Rouge
Bajo la dirección de Tony Blair, el Partido laborista se ha convertido
en los años 90 en la punta de lanza de la adaptación de las izquierdas
europeas al neoliberalismo. Pero lo que ha hecho el muy mediático Primer
Ministro británico no es sino la conclusión de veinte años
de un proceso de transformación en gestor fiable del capitalismo neoliberal
de un partido creado por los sindicatos en 1900 para defender al mundo del trabajo,.
Si Blair no ha tenido más que acabar un proceso ya muy avanzado, lo debe
a dos predecesores. En primer lugar a Margaret Thatcher y a las derrotas que
ésta infligió al movimiento obrero en los años 80. Luego
a Neil Kinnock, líder del Partido laborista de 1983 a 1992, que sentó
las bases de la transformación social-liberal del partido.
Los círculos dirigentes del capital británico no se equivocan
en absoluto. Según el Financial Times de Londres: "M. Blair está
en una situación confortable porque se apoya en las espaldas de un gigante
(se trata por supuesto de Margaret Thatcher). A diferencia del desgraciado Gerhard
Schroder en Alemania, ha heredado una economía en la que numerosas reformas
profundamente impopulares habían sido realizadas -reformas que habría
encontrado casi imposibles de hacer aceptar". Pues Thatcher había "roto
el poder político de los sindicatos, liberalizado el mercado de trabajo,
hecho del Reino Unido un destino atractivo para las inversiones extranjeras,
privatizado las industrias nacionalizadas , reducido la tasa máxima del
impuesto sobre la renta al 40% y mantenido la relación de los gastos
públicos con la renta nacional muy por debajo de los de los demás
grandes países europeos" /1.
La mutación del laborismo.
Por ser menos conocida en el extranjero, la contribución de Neil Kinnock
fue, a su manera, tan decisiva como la anterior. La transformación del
partido del que Blair se hizo líder en 1994 había sido ya ampliamente
desarrollada durante el decenio precedente. Esta transformación consistía
simultáneamente en alinear el partido con las nuevas necesidades del
gran capital y en hacer de forma que no pudiera servir más como vehículo
para la expresión de las aspiraciones del mundo del trabajo.
Propulsado por un poderoso movimiento social, el Partido laborista había
ganado las elecciones de 1974 con el manifiesto más a la izquierda de
su historia, prometiendo "un cambio fundamental en el reparto de las riquezas
y del poder, en beneficio del mundo del trabajo". Pero la crisis financiera
de 1976, que conllevó la intervención del FMI, desencadenó
un giro a la derecha del gobierno de James Callaghan hacia una política
de austeridad. Una vez más, el Financial Times no se equivoca: "De hecho,
las contrarrevoluciones en el Reino Unido y en los Estados Unidos comenzaron
en los últimos años de las administraciones de Callaghan y de
Carter" (es decir, antes de la llegada al poder de Reagan y Thatcher), antes
de subrayar que "la contrarrevolución fue por supuesto proseguida por
el gobierno laborista actual" /2. La política de Callaghan iba a facilitar
la victoria del Thatcher en las elecciones de 1979. Pero fue muy contestada
en el Partido laborista. Una fuerte corriente reformista de izquierda cristalizó
en torno a Tony Benn mientras que Militant (corriente trotskysta entonces entrista
en el seno del Partido Laborista) se convirtió en una verdadera fuerza
en el partido.
Inquietudes.
La combinación del ascenso de la izquierda laborista y de nuevas luchas
sociales inquietaba seriamente a la clase dirigente. Una parte de la derecha
laborista escisionó en 1981 para crear el Partido Socialdemócrata,
asegurando la derrota de los laboristas en las elecciones de 1983. Fue tras
esta derrota que Kinnock llegó a la cabeza del partido para realizar
la transformación. En el frente externo, contribuyó al aislamiento
y la derrota de la gran huelga de los mineros de 1984-85 y de la municipalidad
de Liverpool dirigida por Militant. En el interno, llevó al partido hacia
la aceptación de la contrarrevolución thatcheriana y de la Alianza
atlántica. Una buena parte de la izquierda laborista capituló
sin combate, otros fueron excluidos, los pocos irreductibles alrededor de Benn
fueron marginados. Miles de militantes decepcionados abandonaron el partido.
No le quedaba a Tony Blair más que acabar el proceso y preparar el partido
para gestionar la herencia de Thatcher. Marcó la ruptura con el pasado
bautizando su partido de New Labour (los nuevos laboristas). En 1995, un congreso
extraordinario puso los principios de acuerdo con la práctica aprobando
la propuesta de Blair de suprimir la cláusula 4 de los estatutos del
partido: la que fijaba como objetivo la socialización de los medios de
producción. Luego, los estatutos fueron modificados para quitar de ellos
todo poder de decisión al congreso del partido y para filtrar el acceso
a la dirección. Los lazos con los sindicatos se distendieron: estos contribuían
al 80% de las finanzas del partido hace treinta años contra el 30% hoy.
Blair llegó al poder en 1997. En la prosecución de la "contrarrevolución",
concede la independencia al Banco de Inglaterra, privatiza el control aéreo,
introduce el capital privado en la salud y la educación. Su política,
bautizada "tercera vía" (entre la socialdemocracia clásica y el
neoliberalismo) por el sociólogo de la corte de Blair, Anthony Giddens,
no es en realidad más que la adhesión pura y simple al neoliberalismo.
En el pasado, los movimientos en la clase obrera encontraban siempre su reflejo
en el Partido laborista, directamente o a través de los sindicatos afiliados
al partido. Sin embargo hoy asistimos a los movimientos huelguistas más
importantes desde los años 70 y a una radicalización del movimiento
sindical. Nuevos equipos sindicales se ponen en pie. Militantes de la izquierda
radical han sido elegidos a la cabeza del mayor sindicato de los funcionarios
y del de los ferroviarios. Estos desarrollos no encuentran más que un
eco muy lejano en el Partido laborista. Por primera vez en su historia, los
lazos con el partido están seriamente contestados en los sindicatos.
Fue el tema de una conferencia organizada en febrero de este año por
la Alianza Socialista (reagrupamiento de la izquierda radical) que reunió
a un millar de sindicalistas. Sin romper formalmente, algunos sindicatos autorizan
ahora a sus secciones locales a apoyar a otros candidatos a las elecciones o
deciden utilizar los fondos hasta ahora entregados al Partido laborista para
campañas en defensa de los servicios públicos.
Hoy, cada vez más trabajadores dan la espalda al Partido laborista y
le ven como lo que es, un adversario directo. En las elecciones legislativas
de 2001, la tasa de abstención era del 40% (más en los barrios
populares) y la izquierda radical obtuvo algunos buenos resultados. En lugar
de buscar como antes cambiar la política del partido, la vanguardia sindical
busca activamente una alternativa. Al nivel electoral igual que al nivel militante,
el cambio es importante. Nada autoriza a pensar que sea reversible
NOTAS:
1/ Financial Times, 4 octubre 1999.
2/ idem, 2 septiembre 1999.