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La vieja Europa

23 de septiembre del 2002

żExiste la Unión Europea?

Carlos Taibo
Rebelión

La ratificación de la condición hegemónica de Estados Unidos que se ha verificado desde el 11 de septiembre de 2001 ha confirmado los peores augurios en lo que a la Unión Europea respecta. Ésta ha mostrado casi siempre una radical sumisión a las imposiciones de EE.UU., en virtud de un comportamiento que no es ni casual ni pasajero. Si por un lado responde a una perfilada trama de intereses y presiones, por el otro se ha revelado en repetidas oportunidades al calor de sucesivas crisis.
Las únicas señales de discrepancia emitidas por la UE en lo que a la razzia norteamericana en Afganistán respecta llegaron una vez aquélla tocaba a su fin. Las livianas quejas formuladas por la Unión reflejaban un mezquino sentimiento de marginación antes que una disensión de fondo en lo que atañe a una política, la estadounidense, caracterizada por el ejercicio arrogante de un poder desbocado. Varios han sido los signos que dan cuenta de la conducta de la UE tras el 11-S: franca y acrítica aceptación del marco de resolución de la crisis impuesto por Washington, precaria independencia adobada de una dramática falta de coraje, fácil instalación en esquemas de doble rasero, escasas perspectivas de oposición seria a las ofensivas estadounidenses que se anuncian, nulo compromiso en lo que se refiere a la introducción de cambios en el orden económico internacional y, en fin, aceptación, en los ordenamientos legales propios, de restricciones significadas en derechos y libertades.
Así las cosas, y aunque el líder de los desmanes tiene su capital en Washington, la UE es un significado cómplice. Hoy por hoy, y en sus círculos dirigentes, sólo parecen apreciarse dos proyectos: la ratificación de la sumisión al designio norteamericano o el coqueteo con una posible competición militar con EE.UU. Ninguno de esos proyectos muestra preocupación alguna por los derechos de los desheredados, y ello pese a que al amparo del primero la UE ha asumido funciones que, aparentemente más hermosas, no por ello dejan de revelar un claro sometimiento a la potencia hegemónica: el grueso de los esfuerzos de modernización de los ejércitos de la UE afecta a su dimensión de mantenimiento de la paz, como si hubiese un reparto de tareas y a EE.UU. correspondiesen los menesteres tradicionales de la actividad militar mientras a la Unión le tocasen los más novedosos pero, también, los menos importantes. Semejante reparto ha suscitado comentarios irónicos en Estados Unidos. Si para el columnista Charles Krauthammer "el mantenimiento de la paz es cosa de mujercitas", para John Hillen, consejero de Bush durante las presidenciales de 2000, "las superpotencias no limpian las ventanas".
Más allá de lo dicho, hay que preguntarse si la UE exhibe genuinas y benignas singularidades en comparación con EE.UU. Desde tiempo atrás se sostiene, por ejemplo, que es preciso distinguir entre un modelo europeo de capitalismo y otro norteamericano. Mientras el primero, más integrador y vinculado con los Estados del bienestar, imperaría en la mayoría de los miembros de la UE, el segundo, instalado en la vulgata neoliberal, habría sentado sus cimientos en EE.UU. Al amparo de la uniformizadora lógica de la globalización que padecemos, los perfiles de esos dos modelos se están homologando, de tal forma que las diferencias de otrora parecen haber remitido en franco provecho del segundo. El impulso neoliberal que rezuma el tratado de Maastricht, y los trabajos de la propia Comisión Europea, han rebajado sensiblemente la dimensión social que tantos identificaban en el capitalismo común en la UE.
Por lo que se refiere a la política exterior, son muchos los que entienden que todos los males de la UE nacen de su evidente supeditación a los designios de EE.UU. Debe alimentarse, sin embargo, la sospecha de que una política exterior de la Unión emancipada de la tutela y las imposiciones de Washington revelaría inmediatamente su escaso compromiso con la causa de la justicia y la solidaridad. Y eso que la naturaleza de la crisis internacional en curso parece llamada a rebajar la importancia de la UE en términos de las necesidades estratégicas de EE.UU. y a otorgar a aquélla un mayor margen de maniobra. La cacareada necesidad de hacer frente a la inestabilidad que se revela en muchos puntos del mundo árabe e islámico ha hecho que a los ojos de Washington adquieran importancia creciente Rusia, las repúblicas del Asia central y la propia India, en detrimento de la UE.
Si las observaciones realizadas son ciertas, no deja de sorprender la visión que la UE suscita en determinados círculos en EE.UU. Quienes, en este último país, han acuñado la expresión euroidiotas para dar cuenta de la que entienden es la percepción común en Europa en lo que atañe al contencioso israelo-palestino no hacen sino idealizar la presunta independencia de criterio de la UE y olvidan que, tras el 11-S, las diferencias entre Washington y Bruselas se han debido más a la prepotencia del primero que a genuinas discrepancias de fondo. Lo suyo es recordar que, la pasada primavera, la UE en momento alguno coqueteó con la posibilidad de retirar sus embajadores en Israel o con la posibilidad de suprimir el sinfín de privilegios comerciales de los que sigue beneficiándose el régimen panzersionista. Con estos antecedentes, sólo queda rezar para que los dirigentes norteamericanos cambien de opinión en lo que hace a una ofensiva militar contra Irak: lo más sencillo es que, como en ocasiones parecidas, del lado de la UE no se hagan valer otra cosa que livianas discrepancias.
En los medios de comunicación estadounidenses ha sido frecuente, por lo demás, que, ante las críticas suscitadas en Europa por lo que ocurría en Guantánamo, se hablase de comentarios grotescos y se atribuyesen éstos a un "antiamericanismo europeo que no es un rasgo exclusivo de la izquierda ni de los habitantes del continente", sino que alcanzaría a la propia derecha y a la opinión pública en el Reino Unido. No parece que, pese a considerarse a sí mismo un estadista de fama internacional, sean muchos los norteamericanos que le prestan atención a las opiniones del presidente español, José María Aznar.



Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de Bakeaz.