El juez Garzón vs. Guaicaipuro Cuatémoc
Acusamos a España de saquear el patrimonio de las Américas, hasta convertirnos hoy en cargadores de una deuda pública onerosa e impagable
Roberto Díaz Herrera
Cómo no agregarnos a los admiradores de ese supermán de los fiscales del mundo, el juez de instrucción español Baltasar Garzón?... Lo vimos, erguido, pechón, como regañando al foro local, a autoridades, ministros y rasos de esta sociedad tribal, donde lo único que podemos admirar es lo extranjero. Hidalgo, algo ostentoso, diciéndonos a todos: "a vosotros, pequeños y corruptos mandatarios, letrados y tribus, he venido a enseñaros a crear un país decente"...¿Resabio, crítica? Para nada, es héroe. No obstante, en un ejercicio dialéctico de estudiante novato de derecho, les presentamos un proyecto de demanda ante el juez internacional en nombre del cacique Guaicaipuro Cuatémoc, tomando como base su denuncia pública ejercida el 8 de febrero del año en curso ante una reunión de jefes de Estados y dignatarios de la Comunidad Europea. Entramos los denunciantes a su digno despacho en Madrid en compañía del cacique, que a su vez representa a toda la población indígena americana: -Venimos ante usted, su excelencia, a interponer una denuncia contra el Estado español.
-Sustenten sus fundamentos legales, señores de América del Sur (nos dice). -Son varias, y graves -decimos-, tantas que tenemos que ir por parte, y en este caso denunciamos al Estado español por "hurto" al patrimonio de las Américas, delito sistemático, alevoso y, además, en este caso, se le agrega el delito de "robo" por el despojo de los patrimonios de nuestros países, o sea, con violencia, intimidación; finalmente, tenemos que agregar el delito de "extorsión y secuestro", todos ellos cometidos por España como el sujeto activo...(El juez estaba perplejo)... -Creo, señores de América, que ustedes se equivocaron de juez de causa y de camino; no estoy para bromas y les ruego que se retiren de inmediato del despacho.
Parpadeamos un poco Guaicaipuro y yo. Luego, reanudamos, alentados, el ataque: -Señor juez, permítanos sustentar la denuncia y sírvase acogerla en derecho, si es usted imparcial. -Concreten algo digno de ser escuchado, señores o, les reitero, los echo del despacho. -Acusamos a su país, a su Estado, sus gobiernos, sus tropas, de haber usurpado nuestras tierras pacíficas y fértiles, cinco siglos atrás; los acusamos de haber hecho uso de la fuerza militar, con amplia superioridad tecnológica, y sin autorización de nuestros jefes legales, ni sus moradores, de derrocar sus gobiernos legítimos, habernos declarado unilateralmente la guerra, exterminando el 70% de su población, lo que constituye tal vez el más grande magnicidio de la historia. (El rostro de Garzón palideció). Aprovechamos para agregar: Acusamos a España de saquear el patrimonio de las Américas, hasta convertirnos hoy en cargadores de una deuda pública onerosa e impagable a favor de ustedes y otros pocos países, cuando en verdad son ustedes los que nos deben billones de euros, pesetas o dólares. (El juez estaba fuera de base). -Por favor, señores americanos, están jurídicamente fuera de orden en derecho estricto...
-No señor juez Garzón, no hay ningún fuera de orden; recuerde que los delitos contra los derechos humanos son imprescriptibles, según los tratados y convenios que usted defiende. -Bien, si así lo creen, concreten cargos contra España, agrega con enojo. -Cedo la palabra al cacique Guaicaipuro: "Señor juez, consta en el archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lúcar de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América, riqueza que era la heredad de nuestros ancestros e hijos. Y, señor juez, no quisiera pensar que los hermanos españoles, que llevaban y colgaban crucifijos en sus pechos, cometieran saqueos, expoliación y genocidio, faltando a propósito a los mandamientos 5 y 7. No, señor juez, no vengo tanto a acusar como a aclarar: Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados hoy como el primero de muchos otros préstamos "amigables" de América, destinados con tasas obsequiosas al desarrollo de Europa, y que el Estado español tiene la obligación de devolvernos con intereses justos. Por ahora vamos a abstenernos de presentar los cargos por crímenes de guerra.
El cacique se sentó y se produjo un silencio. (El juez Garzón ya no parecía tan severo ni sereno. Su rostro combinaba el asombro y la cólera reprimida). Con aire grave y de preocupación, nos dijo: -Señores, reconozco que me han sorprendido totalmente, como nunca en mis años de jurista. No los tomo ya como bromistas, pero comprendan que esta denuncia es atípica y debo estudiarla.
El cacique insistió, suavemente: -No quiero hablar de los crímenes de España, tan graves como los que usted vio en Pinochet. Prefiero pensar que tan enorme despojo de capitales se destinó a reconstruir la bárbara Europa, una especie de "Marshalltezuma", cuando dilapidaron nuestras riquezas en la batalla de Lepanto, cuando, retrasados ustedes, quisieron oponerse a la cultura superior de los árabes, creadores del álgebra y el baño diario, que ustedes desconocían. Sólo exijo mejor trato, no presionarnos con visas y ultrajes. Recuerde que nos deben todo su desarrollo tecnológico, obtenido sobre nuestros dolores y huesos.
El juez Garzón perdió por vez primera su compostura y se echó a llorar como un niño...
El autor es coronel retirado y estudiante de derecho