6 de agosto del 2002
Del renacimiento del comunismo a la revolución en Europa
Miguel Urbano Rodrigues
www.resistir.info
Las grandes rupturas revolucionarias se han producido durante crisis
globales muy profundas que han cuestionado la continuidad del sistema de explotación
existente. Eso ocurrió con la Revolución francesa de 1789 y con
las revoluciones rusas de febrero y octubre de 1917. Lenin definió esas
situaciones límites en una máxima famosa: «cuando los de abajo
no quieren ser gobernados más por los de arriba, cuando los de arriba
no pueden gobernar más como antes, entonces se abre una época
de revolución social».
En este umbral del siglo XXI asistimos precisamente al agravamiento de la contradicción
entre la apropiación privada, por una insignificante minoría,
de la riqueza producida y la socialización creciente de la producción.
Nunca la desigualdad entre los hombres fue tan amplia y chocante como hoy. Las
trágicas consecuencias del funcionamiento de los mecanismos de la globalización
neoliberal están generando un movimiento de rechazo mundial del sistema
que ha encontrado traducción en el lema del Forum Social Mundial: otro
mundo es posible.
Mientras tanto, los responsables de la globalización del capital
financiero, y del sistema de explotacion que la acompaña, proclaman que
la era de las revoluciones terminó. Un oscuro funcionario del Departamento
de Estado de los EEUU condensó esa conviccion en un libro –El Fin
de la Historia–, según el cual la victoria de dicho capitalismo liberal
sería definitiva, señalando la imposibilidad de futuras revoluciones.
Pese a que la crisis del capitalismo se hace más transparente en demostración
de su inviabilidad, una campaña de ámbito mundial sostiene que,
una vez que el «socialismo real» fracasó y la revolucion social pasó
a ser una imposibilidad absoluta, la izquierda no tendría más
opción que luchar por reformas del «capitalismo real».
Esa campaña se desarrolla en múltiples frentes a través
de discursos bien diferenciados. Convencer a los que rechazan la globalización
neoliberal de que el socialismo no pasa de ser utopía -- como lo probó
la disagregación de la URSS --, es un objetivo permanente, identificable
en la estrategia de los teólogos del neoliberalismo que colocan el mercado
por encima del estado, sacralizándolo.
Otro denominador común en la ofensiva para confundir y desmovilizar a
las fuerzas progresistas lo encontramos en el esfuerzo de la derecha por destruir
por adentro los partidos revolucionários.
Es algo que viene de lejos. Empezó con el trabajo realizado a inicios
del siglo pasado para recuperar la socialdemocracia alemana cuando ella tenía
un programa marxista y un rumbo revolucionario, y para dividir y neutralizar
el Partido Obrero Social Demócrata Ruso-POSDR. En las tesis de Bernstein,
en el viraje a la derecha de Kautsky y de los austro-marxistas, en la oposición
al espíritu internacionalista de Zimmerwald, en el apoyo a los mencheviques
y socialistas revolucionarios rusos durante la Revolución de febrero,
encontramos precedentes de fenómenos y comportamientos que nos ayudan
a comprender los cambios de rumbo que han conducido al Browderismo en los EEUU,
a la metamorfosis del Partido Comunista Italiano (integrándole en el
sistema capitalista), e hicieron del Partido Comunista Francés un dócil
instrumento de la burguesía gala.
En un lúcido ensayo (que el sitio web http://resistir.info publicará
próximamente) el filósofo comunista francés Georges Gastaud
(1) ilumina bien las campañas anticomunistas que criminalizan las experiencias
nacidas de la Revolución de Octubre con el objetivo prioritario de inculcar
la idea de que la dominación planetaria del capitalismo se ha hecho irreversible.
«Las cosas -escribe- llegaron a tal punto que los que continúan identificándose
con la revolución, la clase obrera, Octubre del 17 o la Comuna de París
son acusados de arcaismo y conservadurismo cuando no los colocan en el index
por su fidelidad «al régimen más reaccionario de la historia»(sic)
según Stephane Courtois: el régimen soviético».
Cuando los comunistas son calumniados por los dirigentes de su propio partido
por ser comunistas, como ocurre en Francia, es necesario reconocer que ese partido
como organización política ha roto con los principios y valores
del marxismo y ha sido transformado en instrumento de la burguesía, independientemente
del sentir de la mayoría de sus militantes.
La crítica profunda de las causas de la implosión de la URSS y
del proceso de putrefacción del PCUS está por hacerse. Pero el
reconocimiento y la condena de los errores, desviaciones y crímenes cometidos
a nombre del comunismo no involucra la aceptación del revisionismo histórico
que hace del antisovietismo y el antileninismo el cemento ideológico
principal de los defensores de «una renovación» de los partidos comunistas
concebida para transformarlos en socialdemócratas (al servicio del liberalismo).
La confusa pero frenética teorización sobre la muerte de las ideologías
que, so pretexto de satanizar la Unión Soviética, criminaliza
globalmente todas las revoluciones y la propia idea de revolucion, pasó
a ser un componente de la ofensiva anticomunista desarrollada por la burguesía
en apoyo de los que, afirmando desear la «renovación» de los partidos
comunistas, sugieren en la práctica «cambios» que conducirían
a su destrucción. El entusiasmo con que los media saludan –en
Portugal, por ejemplo- las campañas de los «renovadores comunistas»,
trazando una frontera entre los buenos y los malos comunistas es por sí
solo revelador de lo que los partidos de la derecha esperan de la «modernidad
comunista».
La satanización del comunismo y de su historia -como subraya Georges
Gastaud- «permite hoy criminalizar progresivamente toda la resistencia a ese
nuevo orden mundial estadounidense que es precisamente el fruto venenoso de
la contrarrevolución. ¿No habrá llegado entonces la hora para
aquellos que quieren seguir el camino revolucionario de denunciar en conjunto
esa revisión de la historia que ensucia las revoluciones de ayer para
«vacunar» mejor a la joven generación contra las revoluciones de mañana?
Los marxistas europeos que no reaccionan a la criminalización de la Revolución
de Octubre y aceptan pasivamente «la escandalosa amalgama mediática universitaria
entre fascismno hitleriano y socialismo real» están, sin percibirlo,
abriendo camino al avance de los partidos de extrema derecha. La galopada neofascista
en Italia, Holanda, Austria actualiza la enseñanza de Politzer: «el espíritu
crítico, la independencia intelectual no consisten en ceder a la reacción,
sino en no cederle».
Gastaud nos recuerda una evidencia olvidada: «todas las capillas del anticomunismo
solamente han censurado, en realidad, una única tara a Lenin: su victoria;
un solo error a la dictadura del proletariado: la expropriación por
varias décadas de las clases pudientes, desposeídas por el pueblo».
Reagan vulgarizó la expresión «el imperio del mal» para anatemizar
la URSS. Con los ojos puestos en el imperio olvidamos que André Glucksmann,
uno de los «nuevos filósofos» franceses, en la época adulado por
los izquierdistas, emitió una consigna necrófila cuando los EEUU
instalaron en la RFA los misiles Pershing: «¡antes muertos que rojos!», y Mitterrand,
un presidente que se decía socialista, apoyó a aquellos para quienes
valía la pena arriesgar la desaparición de la humaniad en una
guerra nuclear contra la URSS «en defensa de los valores occidentales».
RENACIMIENTO DEL MOVIMIENTO COMUNISTA INTERNACIONAL
El ensayo de Georges Gastaud es simultáneamente un trabajo didáctico
y una reflexión sobre la historia que incluye el esbozo de un proyecto
estratégico.
Parte de su estudio es dedicado a la temática de la lucha de clases en
el mundo contemporáneo y a la necesidad del renacimiento del Movimiento
Comunista Internacional.
Por la densidad de su pensamiento, cualquier resumen empobrece los conceptos
expuestos. Me parece sin embargo útil hacer aquí algunas transcripciones
de párrafos en que aborda la cuestión de la lucha de clases después
de afirmar que los conceptos fundamentales del marxismo y del leninismo no han
sido superados por la contrarrevolución y, al contrario, surgen como
indispensables para su análisis.
En aparencia, escribe, la lucha de clases quedó atrás.
En aparencia, la clase obrera ha disminuído y no está más
en condiciones de dirigir la resistencia al capitalismo. En aparencia el
enfrentamiento capital-trabajo pierde su papel central en beneficio de los problemas
«societales». En aparencia la «forma- partido» pierde su justificación
en provecho del «movimiento asociativo», de la acción humanitaria y de
la «sociedad civil». Pero, justamente, el papel del marxismo consiste en ayudar
a superar las aparencias, descubriendo los procesos históricos que no
son visibles.
«Así, de la clase obrera. Es verdad que si la definimos como el
conjunto de los trabajadores manuales asalariados y activos, es decir, a partir
de características más empíricas que científicas,
ella parece derretirse al sol negro de las delocalizaciones y la informatización
de la producción. Pero si incluímos en la clase de los trabajadores
asalariados todos los que contribuyen directamente a la producción
de la plusvalía capitalista, en acto o en potencia, si reconocemos el
carácter simultáneamente nacional e internacional de esa clase,
si tomamos en cuenta la diversificación del trabajo productivo moderno
(que penetra los servicios y abarca una porción creciente del trabajo
intelectual), si no olvidamos ni a los obreros jubilados, ni a los jóvenes
de las escuelas técnicas, ni a los obreros inmigrados, legales y clandestinos,
ni a la masa de los no empleados que buscan empleo y de los «temporales», candidatos
a tareas de circunstancia, si no olvidamos también el número cada
vez mayor de obreros de la industria y los astilleros, el transporte, la energía
y las telecomunicaciones, entonces la clase proletaria en la acepcion marxista
de la palabra sigue siendo politícamente decisiva en la población
de los países industrializados, lo que es aún más evidente
a escala planetaria.
(...) « El verdadero problema consiste menos entonces en «relanzar la lucha
de clases que en permitir que ella se exprese de manera justa y apropriada,
uniendo a todos los explotados (de un país, un continente, del mundo
entero) contra la minoría cada vez más reducida de los multimillonarios
explotadores. Desde luego, ocurre a veces --sobre todo cuando la clase capitalista
y su estado son forzados por la presion internacional a hacer frente a la clase
trabajadora en su conjunto--, que todos los trabajadores, o por lo menos un
número significativo de ellos, entran «en conjunto» en la lucha: fue
lo que ocurrió en Francia en mayo del 68, o, en menor escala, en diciembre
del 95, cuando Juppé, obligado a intervenir contra los déficits
de la seguridad social por Helmut Kohl y los ayatollahs de la moneda
única, golpeó simultáneamente las conquistas de los ferroviarios
y la seguridad. Es lo que podrá ocurrir también con el gobierno
Raffarin, obligado por Bruselas a «tomar medidas» contra el servicio público
de energía y ciertas reformas. Todo eso solamente hace más apremiante
la necesidad de una auténtica vanguardia capaz de federar las luchas
«divisando» al enemigo principal, el gran capital. Es ese déficit
de vanguardia que hoy vivimos en donde los partidos de la izquierda plural
y sus micro satélites erráticos del trotskismo demuestran ser
incapaces de abrir una perspectiva a los trabajadores del sector privado y público,
sean activos, jubilados o desempleados, franceses o inmigrados».
De su análisis del desastre soviético y de los procesos utilizados
por Gorbachev para destruir el estado y el partido en la URSS, el pensador comunista
francés concluye que el desarrollo de la historia, lejos de demostrar
la superación del marxismo, confirma, tal como el rumbo de la Europa
de Maastricht, la modernidad del instrumento materialista y dialéctico
forjado por la filosofía marxista.
«La globalizacion capitalista – afirma – objetivamente genera para la humanidad
una solidaridad de destino. El exterminismo, que constituye una tendencia
dominante del imperialismo contemporáneo con sus múltiples dimensiones
que sobrepasan en mucho el componente militar, hace del capital financiero,
que actualmente parasita el conjunto de las actividades humanas, el enemigo
común de toda la humanidad. Lejos de disminuir el papel del combate de
clase, le confiere, por el contrario, un alcance universal sin precedente. El
comunismo no solamente es necesario para emancipar la clase trabajadora; si
la irresponsabilidad del capital empuja a las peores locuras militares, sanitarias,
alimentarias, ecológicas, el combate anticapitalista está en el
corazón de todo compromiso consecuente contra la muerte y la deshumanización
de la humanidad.
LA UNIÓN EUROPEA Y EL RENACER DEL PROYECTO REVOLUCIONARIO
Una mirada sobre el mundo hegemonizado por la globalización imperialista
nos permie contemplar un panorama que trae a la memoria el principio dialéctico
de la unidad de los contrarios. Las fuerzas presentes, incompatibles por sus
objetivos, están separadas por una barricada de clase. De un lado –como
subraya Gastaud- «el mundialismo imperialista y sus subproductos reaccionarios,
los nacionalismos, racismos y otros integrismos; del otro, el patriotismo de
los pueblos que defienden su soberanía y un internacionalismo proletario
de nueva generación, solidario contra el adversario común de los
asalariados de Europa y del mundo».
El rechazo cada vez más amplio y generalizado del monstruoso modelo de
sociedad que los de arriba, los explotadores, pretenden imponer a los de abajo,
los explotados, perpetuándole, empuja a la humanidad hacia una confrontación
inevitable. De Seattle al Forum Social Mundial de Porto Alegre el clamor de
la protesta asumió proporciones universales, tal como el de la esperanza,
condensada en el lema «otro mundo es posible».
Ante las proporciones de esa auténtica rebelión de los pueblos,
Georges Gastaud nos recuerda que el renacimiento del Movimiento Comunista Internacional
se presenta casi como una exigencia de la historia. No se trata solamente de
llenar la ausencia de organicidad que caracteriza la resistencia universal a
la globalizacion imperial. En su opinión, solamente él «podría
imprimir al magnífico movimiento antiglobalización de la juventud
una orientación anticapitalista y antimperialista(...) Ese renacimiento
comunista internacional debería articularse con las resistencias
nacionales de los pueblos al imperialismo (de Palestina a las FARC de Colombia)».
Los párrafos más importantes del ensayo de Gastaud son aquellos
en que establece el puente entre la necesidad del renacimiento comunista y el
papel que él cumpliría en el combate a la tiranía de un
modelo imperial que amenaza a la humanidad y en la formulación de una
estrategia capaz de movilizar para la lucha a las víctimas del sistema,
la masa inmensa de proletarios de nuevo tipo, hoy mayoritaria en el planeta.
Gastaud es un pensador austero, incompatible con el discurso sensacionalista.
Entre muchos otros méritos tiene el de ser un creador en el terreno de
las ideas. No procura la originalidad, pero innova en la búsqueda de
opciones que, por motivos múltiples, se presentan como aparentemente
imposibles, pero que, con frecuencia, como escribió el nicaraguense Carlos
Fonseca Amador, contribuyen a hacer avanzar la historia.
El debate suscitado por la búsqueda de alternativas al capitalismo se
encuentra estancado. Existe consenso en lo que concierne a la condena de la
globalización imperial. Pero cuando se entra en la discusión de
las salidas a la crisis global, las respuestas son insatisfactorias. Divergen
en los matices de la fórmula. Sin embargo, casi todas admiten tácitamente
que el enemigo, por su enorme poder, no podrá ser derrotado. Las alternativas
propuestas oscilan por ello entre la tímida reforma del sistema e iniciativas
orientadas hacia el reformismo revolucionario.
Gastaud no teme ser criticado como Caballero de la utopía. Defiende la
ruptura. El sistema no es susceptible de ser reformado en beneficio de las víctimas.
Tendrá que ser destruído.
¿Cómo?
El filósofo no generaliza. La ruptura, tal como la concibe, sería
el resultado de múltiples acciones diversificadas en el espacio y el
tiempo, cuyo efecto acumulativo desaguaría en una crisis general a la
cual el sistema no podría sobrevivir.
Como francés, su primer campo de lucha es la Europa de los 15, y en ésta,
su país. El gran desafío de la clase obrera francesa es, según
él, asumir la dirección del «movimiento de convergencia popular
mayoritario contra la Europa de Maastricht, no para «reorientar Europa en un
sentido progresista» como aspiran los adictos al «cambio» (del PCF) y muchos
ideólogos del trotskismo, sino para romper con los Tratados de
Maastricht, Nice, Amsterdam, con la moneda única gestionada por el banco
de Frankfurt, y con el ejército profesional europeo comandado por la
OTAN».
Es gigantesco el desafío. Gastaud sugiere nada más y nada menos
que un combate encaminado a la ruptura de Francia con la Unión Europea.
No lo afirma expresamente, pero tiene conciencia de que la Europa comunitaria
sería inviable sin Francia. Cuando propone la revocación de las
leyes racistas francesas y europeas, el derecho al voto a los trabajadores extranjeros,
«la defensa de las culturas nacionales de los pueblos de Europa contra la americanización
de los idiomas y los estómagos, de los corazones y los cerebros», es
consciente de que la lucha por el derrumbe de las altas murallas erguidas por
la Unión Europea, auténtica Santa Alianza del capital, sería,
en fin de cuentas, una lucha de contornos insurreccionales rumbo a la revolución
social.
El combate que vislumbra pasa, obviamente, por el renacimiento del Partido Comunista
Francés.
El derrumbe de la Unión Europea sería una derrota aplastante del
capitalismo. Sería un error concluir que sería una victoria de
EEUU. Gastaud esboza por lo tanto una estrategia de choque de transparente contenido
revolucionario.
Los grandes media franceses desconocieron el polémico trabajo
de Georges Gastaud. Pero ese silencio no apaga su significación. Estamos
ante un ensayo lúcido que invita a la reflexión sobre la historia,
sobre todo para aquellos -es mi caso- para los cuales la era de las revoluciones
no ha terminado. El capitalismo no desaparecerá a través de reformas.
La propia escalada de la estrategia de dominación planetaria del imperialismo
norteamericano, al dejar entrever ya el rostro hediondo de un fascismo colonial
de nuevo tipo, tiende, por su irracionalidad y agresividad, a abrir fisuras
en las paredes de la fortaleza capitalista.
La revolución es siempre la lucha por lo imposible aparente. Fue su transformación
en posible real lo que, en momentos decisivos, hizo avanzar la humanidad.
1. Georges Gastaud, Refondation Reformiste ou Renaissance Communiste? --
trabajo escrito para la Editorial Le Temps des Cerises, París, verano
de 2002.
El original en portugués de este artículo se encuentra en http://resistir.info
Traducción de Marla Muñoz