16 de agosto del 2002
El rey Fahd en Marbella
Pleitesía a un criminal
Pascual Serrano
El pasado 14 de agosto llegaba a la ciudad española de Marbella
el dictador saudí Fahd Ben Abdul-Aziz al Saud, jefe de Estado y de gobierno
de Arabia Saudí desde hace veinte años. La noticia se abordaba
en las páginas de sociedad de los medios de comunicación. No se
escatimaban detalles sobre las cifras de su riqueza: una corte real de tres
mil personas, jet privado más otros tres jumbos para sus 400 familiares,
200 mercedes, cinco millones de pesetas de gasto diario, 500 teléfonos
móviles... El discurso encaminado a la formación de la mentalidad
sumisa, expresión que acuñó mi admirado Vicente Romano,
funciona a la perfección. Hablan del "maná que dejará el
incontable séquito del monarca", "se calcula el riego de euros que en
la economía marbellí puede dejar la estela del rey Fahd", "principal
fuente de ingresos del turismo malagueño". Se señala como pícara
anécdota la empresa inglesa que "surtirá" de señoritas
a las acaudalados saudíes. Solo el bochorno supera a la indignación
cuando se lee eso.
Los gobernantes que dictan las pautas de buenos y malos en el mundo aplauden
a este dictador que lleva veinte años como jefe de Estado bajo una monarquía
absoluta medieval y que ha acaparado una fortuna personal de 30.000 millones
de dólares, mientras condenan a los gobiernos que no les compran armas
ni les regalan sus riquezas naturales. El rey Fahd es diferente, su país
dedica un 12'8 % del Producto Interior Bruto a gastos de Defensa (España
destina el 1'5 y Alemania el 1'7), importaciones en su mayoría de Estados
Unidos. Su petróleo, a diferencia del iraquí, está en manos
de las multinaciones norteamericanas.
Las autoridades del "mundo democrático" le reciben con los brazos abiertos
y le adulan hasta la extenuación. Repugnante la fotografía del
delegado del gobierno, es decir el gobierno español, reverenciándole
a su llegada al aeropuerto de Málaga. Una docena de vehículos
de las fuerzas de seguridad española le escoltan hasta su mansión.
Allí le visitarán el rey de España, el presidente español
José María Aznar y el secretario de Estado de EEUU, Colin Powell.
Atrás, en el país cuyas riquezas roba este dictador para gastárselo
en putas y champán en Marbella a cinco millones de pesetas diarios, la
mortalidad infantil es del 23 por mil habitantes, similar a la de Colombia o
Rumanía, países con la mitad del PIB por habitante que Arabia
Saudí. En Cuba esa mortalidad infantil es de nueve por mil. El Indice
de Desarrollo Humano, cifra manejada por las NNUU para expresar el estado de
bienestar de un país, en el feudo del dictador es similar al de Brasil,
Polonia o México, países con un PIB por habitante de 5.000 dólares
frente a los 9.700 de Arabia Saudí.
El dinero que dedica el rey Fahd para educar a su pueblo no llega para alfabetizar
al 37 % de los adultos, una situación similar a la de Camerún
y peor que la de Tanzania. Cuba, con una riqueza por habitante tres veces menor,
tiene alfabetizado al 95'7 % de los adultos. La escolaridad en Arabia Saudí
es similar a la de El Salvador o Albania y mucho menor que la de Zimbabwe.
En cuanto a los derechos humanos, la situación en Arabia Saudí
es espeluznante, el último informe anual de Amnistía Internacional,
señala a este país como el tercero del mundo en ejecutados por
pena de muerte, 79 personas durante el año 2002 y 766 en la década
de los noventa. Le sigue su principal socio internacional, Estados Unidos con
66 ejecuciones el pasado año. Entre los delitos que conllevan pena de
muerte está la sodomía y la "brujería". Las ejecuciones
se hacen mediante decapitación, a veces en público. La mayoría
de los condenados suelen ser inmigrantes pobres que en ocasiones no conocen
el idioma y ni siquiera saben que han sido condenados a muerte y ni ellos ni
sus familiares conocen de antemano la fecha de la ejecución.
El citado informe anual de Amnistía Internacional denuncia también
que más de cinco mil refugiados iraquíes siguieron viviendo en
el campo de Rafha prácticamente como presos.
Amnistía Internacional lleva años denunciando las detenciones
de presuntos activistas políticos y religiosos y el secretismo sobre
la situación legal de los detenidos. En el feudo de nuestro turista marbellí
están prohibidos los partidos políticos, las elecciones, los sindicatos,
los colegios de abogados independientes y las organizaciones de derechos humanos.
El sistema de justicia penal funciona a puerta cerrada, todos los medios de
comunicación son censurados, el gobierno no permite el acceso de las
organizaciones internacionales no gubernamentales de derechos humanos. La tortura
es la norma frecuente en el sistema saudí. Amputaciones, flagelación
y decapitación tras juicios son una parodia de la justicia.
El pasado mes de mayo Amnistía Internacional publicó el documento
titulado "Arabia Saudí: Todavía un terreno abonado para la
tortura impune", en el que denuncia que "a pesar de que Arabia Saudí
pasó a ser Estado Parte de la Convención contra la Tortura y Otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes hace más de cuatro años,
el país sigue siendo un caldo de cultivo para la tortura, que se facilita
y perpetúa gracias a diversos factores, a saber: la ausencia de una prohibición
legal inequívoca que tipifique la tortura como delito, las deficiencias
graves del sistema de justicia penal, la práctica (tanto judicial como
extrajudicialmente) de castigos corporales que constituyen tortura, la discriminación,
de hecho y de derecho, de mujeres y trabajadores extranjeros, y la ausencia
de cualquier tipo de mecanismo de reparación creíble. Todos estos
factores han institucionalizado la tortura en Arabia Saudí durante décadas
y han dado como resultado una larga lista de víctimas, entre los que
se cuentan hombres, mujeres y niños".
En abril centenares de manifestantes fueron detenidos en diferentes partes del
país tras las protestas registradas en contra de los ataques israelíes
en los territorios palestinos. Como es habitual, el gobierno saudí no
reparó en medios para mantener en secreto el número de detenidos
y las condiciones en que los mantenían recluidos.
La represión y marginación de las mujeres saudís no tiene
nada que envidiar al régimen taliban de Afganistán. En Arabia
Saudí, las mujeres, ya sean ciudadanas del país o extranjeras,
están expuestas a ser discriminadas por razón de sexo según
las leyes, normas sociales y tradiciones vigentes en el país. Sus derechos
civiles, políticos y sociales son violados sistemáticamente. Su
libertad de circulación, por ejemplo, está severamente limitada.
Una mujer necesita el permiso de un familiar varón para viajar al extranjero.
No sólo no puede conducir un automóvil, sino que, si pasea sola
o acompañada de un hombre que no sea su esposo ni un pariente próximo,
se arriesga a ser detenida por sospecha de prostitución u «otros delitos
morales». Estas restricciones de la libertad de circulación no son su
única limitación: las mujeres ven severamente restringido el disfrute
de muchos otros derechos. Muchos terrenos les siguen estando vedados, especialmente
en el ámbito educativo y laboral. En Arabia Saudí ninguna mujer
desempeña el cargo de juez y, respecto a la participación en la
vida política, si ya está bastante limitada para la mayoría
de los ciudadanos, para las mujeres es un terreno totalmente cerrado.
La opinión pública se estremeció el pasado 11 de marzo
cuando 14 niñas perdieron la vida y decenas más resultaron heridas
al incendiarse el colegio al que asistían en La Meca e impedir la policía
religiosa saudí (Al Mutawa'een) que escaparan del fuego porque
no llevaban pañuelo para cubrirles la cabeza y no había ningún
familiar varón para recogerlas. Los informes también indican que
la policía religiosa impidió a los equipos de rescate que entraran
en el colegio porque eran hombres y por tanto no podían mezclarse con
mujeres. No parece que ese asunto interese en las crónicas periodísticas
sobre la visita del rey Fahd a Marbella.
El rey Fahd tiene otros muchos records, además del de número de
mercedes, sirvientes, presupuesto en ágapes, joyas y prostitutas. Tiene
records en ejecuciones, torturas, rapiña y saqueo de las riquezas de
su pueblo. Sólo unos gobiernos y líderes que han convertido la
hipocresía y la mentira en su sistema de gobierno y engaño pueden
recibirlo con la pleitesía que lo están haciendo. Cuando les oigamos
hablar de derechos humanos y democracia, cuando nos quieran convencer de las
bondades de sus intervenciones militares humanitarias y de gobiernos amigos
y enemigos, no olvidemos quien es para ellos el ejemplo de invitado ejemplar,
para quien reservan la mejor alfombra de bienvenida, siempre que venga con dinero,
aunque sea robado y manchado de la sangre de ejecutados y torturados.