13 de diciembre del 2002
Operación triunfo o el triunfo de la operación
José Mª Pedreño
Rebelión
Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende,
me retiro a otra habitación y leo un libro.
Groucho Marx
El problema es que la televisión amalgame y convierta en papilla informe
la realidad, la ficción, lo fundamental, lo secundario, el divertimento
y la reflexión.
Jean Renoir
Una de las novelas que más impresionaron a nuestra generación
fue "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury, llevada al cine por el gran director François
Trouffaut. Farenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel y los libros
eran quemados para alegría de los ignorantes ciudadanos. Una sociedad
futurista donde el hecho de leer libros era un delito castigado con las más
duras penas y tan sólo podía uno realizar el triste ejercicio
de seguir los dictados de una televisión conformadora de conciencias
y gustos.
Nuevamente, la gran operación mediática de idiotización
colectiva ha tenido éxito. Entre "grandes hermanos", "supervivientes"
y "triunfadores", la eliminación de neuronas y el "lavado mental" se
abren paso, a grandes zancadas, para acabar con el pensamiento y la conciencia.
El pensamiento único, hecho imagen y sonido, está acabando con
la personalidad de todo un pueblo. Tanto el PP, como el PSOE, en su superficial
discurso, distinto en lo exterior, pero tan idéntico en lo interior,
vacío, inculto, anodino, corrompido, desideologizado y cínico,
expresaron su opinión sobre la triunfal operación. Ninguno alegó
inconformidad con la operación, tan sólo matizaron el resultado
de la misma. Esa "Operación Triunfo", representativa de la competitividad,
del éxito de unos y la decepción y el hundimiento de otros, significa,
para los primeros, el triunfo del que más capacidades tiene, para los
otros el de los que mejor talante tienen. En unos prevalece la capacidad de
ser mejor, en los otros la de ser más agradable.
Tanto una razón como otra no ponen en entredicho lo que el "programita"
ha conseguido: robar el pensamiento a millones de personas e inculcar a muchas
más el sentido neoliberal de la competitividad. Da igual ganar por talento
o ganar por talante, lo importante para, estos politiquillos del tres al cuarto,
es que haya mercado y que unos triunfen sonoramente y otros fracasen silenciosamente,
para que sus adinerados amos ganen siempre y puedan seguir ayudándoles
a mantenerse en sus poltronas. La democracia se ha transformado en el ejercicio
de elegir entre el que mejor aplica la receta neoliberal o el que más
agradablemente lo hace, entre el falso talento de Aznar y el cínico talante
de Zapatero. ¿Es que el latigazo duele menos si el que lo aplica sonríe?
¿Pero, por qué despierta tanta pasión la apertura de nuevos espacios
de competición? Por que así, nuestros hijos, derrotados por el
competitivo mercado, pueden tener la esperanza de ser finalistas en uno de estos
abominables programas. Tienen la posibilidad de un mayor numero de "ranas encantadas"
a las que poder besar para casarse con la princesa o el príncipe de turno.
Se compite salvajemente en todo y por todo, en el deporte ya no hay atletas,
sino drogadictos de élite. Las estrellas de la música se fabrican
en los laboratorios de marketing. Todo para satisfacer los astutos deseos del
amo y aumentar los espectáculos alienantes para que nadie sea capaz de
tener conciencia de su propia realidad.
Antiguamente, el opio del pueblo era la religión, ahora, nuevas drogas
de diseño la han sustituido: el deporte de élite, la telebasura
con sus concursos neoliberales y su mal gusto, los best-seller de la literatura
en los que se reproduce constantemente (salvo honrosas excepciones) el rol competitivo,
etc El gran triunfo de la burguesía ha sido saber utilizar los medios
de comunicación para poder crear esclavos sin conciencia de serlo. La
televisión es la imagen y la voz del amo recordándonos, todos
los días, su propia bondad y la maldad de aquellos que luchan por romper
sus cadenas.
Pero, qué se puede esperar de unos políticos que han conseguido
que éste siga siendo el país de la ignorancia, donde la inteligencia
se mide en dinero y los libros se compran por metros.