17 de diciembre del 2002
Tres líneas a Savater
(Que El País desdeñará publicar)
Santiago Alba Rico
Tiene razón Savater al denunciar con Camus a los "intelectuales
impostores" y recordarnos con él "la culpable selección de lo
que se dice y lo que se calla". Pero intentaré justificarme. Cada vez
que ETA arroja misiles sobre las plazas del País Vasco, cada vez que
amenaza las libertades clausurando sedes de partido y cerrando medios de comunicación,
cada vez que emprende sus operaciones de "limpieza étnica" arrollando
con sus bulldozer las casas de los que no transportan en la sangre un rh negativo,
siempre estoy a punto de escribir algo y siempre acabo pensando: "Bueno, esto
lo hace mucho mejor Savater". Imagino que a él le pasa lo mismo. Cada
vez que el gobierno español apoya el bombardeo de Afganistán o
la ocupación militar de Irak, cada vez que intriga para facilitar un
golpe de Estado en Venezuela, cada vez que calla ante las atrocidades de Sharon
o ante las violaciones del derecho internacional por parte de EEUU, cada vez
que amenaza las libertades con Leyes de Partidos o suspensión de garantías
constitucionales -como la prohibición de desplazamiento de los vascos
por el territorio nacional con ocasión de la cumbre europea de Barcelona-,
cada vez que indulta a un guardia civil acusado de torturas o hace la higa a
la ONU y a Amnistía Internacional, que le acusan de favorecerlas, cada
vez que con criminal irresponsabilidad instala a 3000 metros de profundidad
un sofisticadísimo ingenio que supurará en las costas de Galicia
125 toneladas diarias de petroleo durante los próximos 4 años,
cada vez que con "decretazos" socava la supervivencia de los trabajadores o
con leyes de extranjería condena a trabajos forzados y humillaciones
a miles de desgraciados, Savater siempre está a punto de escribir algo
y luego siempre acaba pensando: "Bueno, eso lo hace mucho mejor Santiago Alba".
La división del trabajo es un gran progreso; ahora sólo falta
que nos dividamos también equitativamente el acceso a los medios de comunicación.
Para que se sepa también -qué diablos- quién es este Santiago
Alba en cuyas manos Savater deposita una tarea tan ingrata