Latinoamérica necesita herejes
A pesar de que una gran parte del progreso científico que
hoy disfrutamos fue propiciado por atrevidos filósofos y hombres de ciencia,
estos tuvieron que pagar con sus vidas por su osadía intelectual
Xavier Sáez-Llorens
xsaezll@cwpanama.net
Si no hubiese sido por la duda, el escepticismo y la rebeldía intelectual
de ilustres personajes, vergonzosamente considerados herejes por conveniencias
de poder y protagonismo social, la humanidad no habría podido despejar
los nubarrones mentales del cavernícola primitivo. Sus temores a la extinción,
que lo llevaron a inventar dioses, y sus destellos de machismo despótico,
que lo llevaron a crear instituciones de oneroso cumplimiento, forjaron una
historia milenaria que ha oscilado alternativamente entre la culpa y la sumisión.
Posteriormente, la historia del pensamiento es fiel reflejo de la disputa entre
las fantasías y los mitos predominantes de cada época. Desde que
el concepto de physis fue acuñado por los antiguos griegos, los fenómenos
naturales han sido vinculados a la existencia de deidades, cuyos favores podían
ser obtenidos a través de oraciones y pleitesías. En la actualidad,
ante la insuficiencia agnóstica para explicar lo inexplicable, las almas
en trance de salvación encuentran la presencia de Dios en la belleza
del arco iris, en la frescura y terneza de una orquídea, en un crepúsculo
bermejo, en el colorido abanico del pavo real o en los tenues movimientos intrauterinos
de un feto en desarrollo. Aunque estos pensamientos son eminentemente paganos,
admito que su génesis resulta inevitable. El ser humano es una suma inacabada
de precarias razones y de cambiantes mitologías que unas veces sirven
para el bien y otras para el mal.
A pesar de que una gran parte del progreso científico que hoy disfrutamos
fue propiciado por atrevidos filósofos y hombres de ciencia, estos tuvieron
que pagar con sus vidas o con el aislamiento social por su osadía intelectual.
Es triste pensar que cientos de años después, cuando ya sus cenizas
se han difuminado en el cosmos, el mundo se rinde a sus pies por sus apoteósicos
aportes a la civilización moderna. Basta recordar a Miguel Servet, reformista
y científico español, quemado en la hoguera por orden de Juan
Calvino, quien enfrentó el dogma de la Trinidad y delineó la fisiología
pulmonar desconceptuando la tradición equívoca de la anatomía
comparada de Galeno. Las canalladas cometidas contra Giordano Bruno, sacerdote
e intelectual renacentista, y contra Galileo Galilei, matemático y astrónomo
italiano, quienes fueron aniquilados por los tribunales de la Santa Inquisición
debido, entre otras cosas, a sus afinidades con la teoría de Copérnico.
No menciono a mujeres célebres ya que la misoginia cultural cristiana
se encargó de borrar los rastros intelectuales de más de 2 millones
de ellas por considerarlas brujas. ¿Puede concebirse una mayor injusticia que
la cometida contra estos exponentes de la libertad de pensamiento? ¿No le dio
natura (o Dios para los creyentes) al hombre la inteligencia para pensar? ¿O
solo fue una concesión para su robótica obediencia?
¿A quiénes culpar de la aberrante conducta mental exhibida por nuestra
especie durante siglos? Quizás al materialismo de Tales de Mileto, al
espiritualismo de Pitágoras, a los infernales castigos judeocristianos
de antaño, a los herméticos valores religiosos del islam o a las
recurrentes visiones apocalípticas de alucinadores. ¿Quiénes son
los responsables del letargo mental que nos agobia y diezma nuestra comprensión
del mundo cósmico que habitamos y de la razón de nuestra existencia?
A mi juicio, los únicos culpables son aquellos que prohíben cualquier
asomo de discrepancia contra lo tradicional y dogmático. Estos son los
verdaderos reos de la historia y los que anclan el conocimiento, manteniéndolo
desfasado de los avances y descubrimientos que se suscitan a un ritmo exponencial
de crecimiento.
Cuando me percato del oscurantismo intelectual que azota a Latinoamérica,
evidenciado por analfabetismo, ignorancia, rituales mágicos, fanatismo
religioso, discriminación de la mujer, desnutrición infantil y
galopante corrupción de líderes políticos, me convenzo
de la necesidad imperiosa que nuestra región cuente con herejes. Herejes
que cuestionen la veracidad de toda doctrina que mantenga nuestro pensamiento
maniatado, sin que este fluya de manera libre y espontánea. Herejes para
debatir, sin apasionamientos viscerales, todos los temas que estremezcan la
relatividad del concepto de moralidad. Herejes que promuevan la anticoncepción
universal para divorciar las funciones reproductivas de las placenteras, emancipar
la paz mental de la hormonal, evitar engendrar niños no deseados, reducir
la tasa de abortos inducidos y apaciguar la diseminación de infecciones
de transmisión sexual. Herejes que denuncien la proliferación
de charlatanes que promueven, para provecho personal, el beneficio mágico
de hierbas, sahumerios, brazaletes y dijes para la cura de todas las enfermedades.
Herejes para combatir la ingenua idea de la existencia de milagros en detrimento
de la sabia noción que no hay extremos absolutos, que un pequeño
porcentaje de eventos siempre se escapa de lo esperado y que lo circunstancial
está presente en todo lo que ocurre a nuestro derredor. Herejes para
disentir con la idea de que Jesús facilitó su crucifixión
para perdonar nuestros pecados y que resucitó de entre los muertos en
contraposición a un pensamiento más plausible, acorde con nuestros
conocimientos actuales, que sostiene que él probablemente fue un excelso
hombre de bien, un líder de masas, con persuasiva habilidad de sugestión
y convencimiento, como Buda, Gandhi, Russell, madre Teresa y seguramente otros
grandes humanistas, devotos o impíos, que han existido, existen y existirán.
Herejes que levanten sus voces para reprobar cualquier intento de pederastia,
aunque sea perpetrada por ciudadanos supuestamente ejemplares de la sociedad.
Herejes para lograr que una educación de calidad alcance, por igual,
a toda la población para que tengamos idéntica oportunidad de
superarnos y que nadie, por ingenuidad, sea sometido y manipulado por corruptos
gobernantes o supeditado a doctrinas dogmáticas carburadas por iletrados
ancestros. Herejes para hacer entender a la sociedad que las posturas pro-vida
extremas aplicadas a unos cuantos pueden paradójicamente ocasionar, en
algunas instancias, la muerte de muchos seres humanos desprovistos del amparo
de una óptima escolaridad. Herejes que denuncien la ignominia que se
siente cuando nos percatamos del hambre y la desnutrición que padecen
nuestros niños, sin que nuestros estadistas utilicen sus cerebros para
delinear fórmulas preventivas eficaces. Necesitamos herejes con urgencia,
ojalá impenitentes como Servet, Bruno y Galileo.
El autor es médico