19 de diciembre del 2002
Comentario al documental de TVE con el título Argentina toca fondo
Montserrat Galcerán
Rebelión
TVE2, martes 17 de diciembre, 23 h.
El debate de la 2, emitido los martes por la noche como espacio de información,
consta de un documental y un debate. Pues bien, el de ayer, 17 de diciembre,
especialmente el documental, cumple todos los requisitos básicos de la
desinformación. He ahí el por qué.
En primer lugar presenta el tema - la pobreza en Argentina a causa de la cual
están muriendo niños en la provincia de Tucumán - como
si fuera una desgracia natural. El espectador termina de ver el documental con
una serie de imágenes en la retina sobre la profunda miseria de esta
zona argentina, pero sin comprender cabalmente las causas de tal situación.
El hecho de que sea ésa una zona enormemente rica y productiva desde
el punto de vista agrícola - se señala que se producen hasta cuatro
cosechas en un año de cereales básicos y de fruta - pero cuente
con una población que no tiene qué comer, es presentado como una
paradoja o sea, como algo raro, extraño, caprichoso, que escapa a la
comprensión racional. Ciertamente el chascarrillo de Eco - "si yo me
como dos pollo y tu ninguno, la estadística dirá que cada uno
nos hemos comido uno" - sugiere una mala distribución de la riqueza pero
no se insinúan siquiera, cuáles puedan ser las razones de tal
mala distribución. La afirmación de que "la mitad de la población
es pobre y la mitad de esa mitad está en la miseria" tampoco nos dice
nada de la "otra mitad", la que se supone que es rica: cuáles son sus
negocios, de qué segmentos está compuesta, cuál es su nivel
de renta, en qué invierte su dinero o dónde lo esconde. Ningún
comentario sobre esos temas, ningún fragmento de entrevista, ni siquiera
una imagen de los fabulosos bancos o de los barrios pudientes o de las capas
enriquecidas de la población, dónde viven, cómo gastan.
Nos quedamos pues con la imagen de que esa miseria atroz responde a algún
tipo de problema incomprensible tan caprichoso como las desgracias naturales
y tan irresoluble como los arbitrios de la fortuna. Naturalización y
mistificación de un problema social y económico son los procedimientos
de esta falsificación.
En segundo lugar se ignora completamente la dimensión histórica
de la grave situación que se está mostrando, la serie de sucesos
que han llevado hasta ahí y que nos podrían explicar si no toda,
al menos parte de su genealogía. Va a hacer un año que se produjo
el estallido de la ira popular - 19 y 20 de diciembre - que provocó el
derrumbe del gobierno. Ya entonces este suceso se presentó descontextualizado,
como si de repente la economía argentina hubiera tocado fondo. Afortunadamente
en los días y meses siguientes han ido apareciendo artículos,
especialmente en medios alternativos como éste para el que escribo, en
los que se analizaban los pormenores de la situación. La deuda, gigantesca,
la habían suscrito los gobiernos militares que se habían endeudado
no para cubrir necesidades económicas del país, sino como negocio.
El dinero que llegaba producto de los empréstitos ofrecía la posibilidad
de grandes comisiones, tanto para los que suscribían los acuerdos, como
para los diversos organismos que distribuían las cantidades. Las corrupciones
y corruptelas de una casta político-militar incontrolada se fueron comiendo
los dineros de los créditos mientras que ahora es la nación entera
la que debe pagar lo adeudado, más los intereses. La solución
propuesta por los políticos actuales, continuadores de los de antaño,
persigue volver a aquella situación: seguir endeudándose como
forma de conseguir fondos, sólo entre un 25 y un 30% de los cuales llega
realmente a los afectados por los angustiosos problemas sociales. El resto pasa
a formar parte, de nuevo, de los ingresos particulares de los funcionarios políticos
y administrativos y de los gestores financieros. En el documental no aparece
detalle alguno sobre esa historia; alguna referencia vaga a la corrupción
pero ninguna entrevista, ninguna imagen. Ni siquiera cuando se muestra el viaje
de Hilda Duhalde, la esposa del actual presidente de gobierno, se hace una crítica.
Y los comentarios, indignados, de una mujer manifestando su descontento con
los políticos, son recibidos por el espectador simplemente como una manifestación
de la tradicional desconfianza popular frente a los políticos, sin argumentar
más ampliamente que no se trata de una "opinión", por más
que fundada, de una afectada, sino que ese viaje, lejos de ser una muestra de
la preocupación gubernamental por el problema, forma parte de la práctica
caudillista de los gobernantes que reparten la corrupción.
En tercer lugar ningún periodista puede ignorar la cantidad de iniciativas
de distinto tipo que han ido surgiendo en Argentina a lo largo de estos meses
con el objetivo de paliar la situación. Entre ellas la puesta en marcha
de un sistema de trueque que usa bonos o monedas distintas de la oficial, quizá
en un intento de salvaguardarlo de la corrupción. Ese sistema está
garantizando escasos bienes de subsistencia a la población, sea por medio
de un trueque de servicios, sea de mercancías, mientras se mantiene ligado
de modo laxo a la economía oficial. En el documental una imagen muestra
uno de esos bonos, pero ningún comentario indica que lo sea. El espectador
distraído puede pensar que se trata de un billete común, sólo
que algo raro. Han surgido también innumerables asambleas barriales que
intentan resolver los problemas de avituallamiento, de sanidad, de transporte,
etc. Desconozco si en la provincia de Tucumán existe también ese
movimiento, del que el documental no nos dice absolutamente nada. Dicho en otras
palabras, durante esos meses se ha producido en Argentina una notable movilización
de la población en busca de recursos para la supervivencia, que el documental
ignora completamente.
Transmite la imagen de una país destrozado no se sabe muy bien por qué
y de una población miserabilizada que implora ayuda. Nada de los responsables
del problema, nada de los que se benefician de él, nada de los múltiples
ciudadanos que se autoorganizan para resolverlo, nada de las formas de actividad
popular en que se buscan esas soluciones, nada por fin tampoco, de la represión
a que sigue sometido ese mismo esfuerzo. La imagen final de una concentración
en la plaza en la que los concentrados, portando velas, cantan el himno nacional,
sugiere una imagen religiosa en que se implora una solución a algún
poder supra-natural, en lugar de una ciudadanía ingeniosa que se las
apaña para inventar soluciones.
El mensaje del documental es pues claro y cumpliría perfectamente su
función en el caso de que ésta fuera, simplemente, despertar la
compasión del relativamente acomodado espectador español, moviéndole
a solidarizarse con la causa argentina entregando su pequeño óbolo.
De hecho casi la única entrevista es con un miembro de una organización
humanitaria que repite por activa y por pasiva que la ayuda, al menos aquélla
de la que dicha organización se encarga, llega a su destino. Faltaría
más, añade, que la ayuda se perdiera, cosa que sabemos que ocurre,
quizá no en este caso concreto pero sí, según los datos
estadísticos, en el 75% de los casos. El negocio de la solidaridad, como
el negocio de la deuda forman parte de las causas de la pobreza que se nos está
documentando, no de sus soluciones. Se me dirá que la realidad es demasiado
cruda para poder presentarla en imágenes y demasiado complicada para
comprimirla en 30 minutos de documental. Pero me pregunto si es sólo
por cuestiones técnicas que se escoge ese modo de contar. El hecho de
que el debate posterior, pasada la medianoche, deje entrever algunos de los
datos que el documental silencia, siendo éste el que abre el programa,
da ya qué pensar. Y el hecho de que haya documentales en los que a través
de los personajes, con una voz en off, con imágenes de archivo, con fragmentos
de entrevista y con otros muchos recursos presentan gráficamente la amplitud
y la historia de los problemas, demuestra que no es por cuestiones técnicas
sino políticas por las que se escoge una determinada narración
y se privilegia la creación de un espectador cuyo umbral de compromiso
social esté marcado, como máximo, por la solidaridad humanitaria.