20 de noviembre de 2002
Contra-reseña a Javier Pradera sobre las "Brigadas Rojas"
Un ejercicio de coherencia
Montserrat Galceran
Rebelión
Si no fuera por la firma que lleva, la reseña de J. Pradera sobre el
libro de las Brigadas rojas parecería de encargo. Nada hace suponer que
haya leído el libro, que haya estado atento a su contenido y a la profundidad
de lo tratado, que se haya parado un momento a pensar por qué una intelectual
italiana como Rossana Rossanda - "una respetada figura política e intelectual
de la izquierda italiana", como él mismo reconoce, - ha dedicado parte
de sus preciosos tiempo e inteligencia a mantener y redactar semejante entrevista.
El blindaje periodístico de su ya larga carrera en los medios de comunicación
le impiden, seguramente, plantearse ni siquiera la existencia de preguntas,
que pudieran arrojar alguna duda sobre el buen sentido de las posiciones que
defiende.
Lo amalgama todo bajo la condena de "terrorismo" y, mientras descalifica el
lenguaje pedante de Moretti, parece estar mirando continuamente, con el riesgo
de volverse bizco, el conflicto vasco. Sin duda es ese desvío en la trayectoria
de su mirada lo que explica que califique de "simple ardid" la necesidad de
reconocimiento y de diálogo. La misma que le impide comprender que el
frente de la firmeza no solamente no tiene ya ninguna razón de ser sino
que, además, es un obstáculo para solucionar con valentía
un problema de índole semejante.
¿Por qué el reconocimiento simbólico que se ejercita en el diálogo
y la negociación debería facilitar la división de las fuerzas
democráticas?, ¿supone, acaso, el articulista que si la población
conociera en detalle el conflicto, una parte de ella - o de las "fuerzas democráticas"-
apoyarían públicamente una solución dialogada?, ¿qué
fuerza de convicción supone que tendrían los razonamientos esgrimidos,
para que parte de las fuerzas democráticas se dejaran llevar por ellos?,
¿ese supuesto temor tiene algún viso de realidad o es simplemente un
espantajo, que encubre la ausencia de una democracia mucho más profunda?.
Históricamente ha ocurrido siempre lo opuesto: la conversión en
partidos democráticos de grupos que han practicado la violencia armada
y que, en un determinado momento, consideran que las condiciones de la confrontación
política han cambiado lo suficiente para permitirles una práctica
pacífica. En los últimos años tenemos el ejemplo de los
poli-milis que se transformaron en Euskadiko Esquerra, o el actual proceso abierto
en Irlanda con el abandono de las armas por el IRA. No se me ocurre ningún
ejemplo del caso contrario.
Me extraña además la falta de piedad con los vencidos, cuando
el reseñante sabe muy bien por propia experiencia, que el recurso a la
violencia en los conflictos políticos no depende únicamente de
una de las partes sino que deriva de la dureza de la propia confrontación.
Nada más fácil para los grupos hegemónicos que forzar una
dinámica terrorista como precipitación de un conflicto que legitima
ante la opinión pública medidas de excepción con carácter
preventivo. Y nada más difícil para un movimiento de resistencia
que sortear las provocaciones internas y externas. En su larga militancia política
en las filas del antifranquismo es de suponer que este problema no le habrá
pasado inadvertido.
En Italia las heridas del duro post-68 se están empezando a cerrar. R.
Curcio, M. Moretti y los otros brigadistas son testimonio de una época
cuyo lastre empieza a superarse. Se abre paso la idea de una amnistía.
En este marco la traducción y presentación española no
pretende hablar de modo tácito de otra problemática ni derivarlo
hacia el terrorismo en general, sino ofrecer un rico testimonio sobre una experiencia
trágica, poco conocida en el país y aún menos analizada
políticamente.