En toda la prensa diaria del martes 22 de Octubre se destacó la noticia de que los principales grupos de prensa españoles habían creado el día anterior una sociedad Gestora de Derechos de Prensa (Gedeprensa). Esta sociedad nace con el intento declarado de proteger los derechos de propiedad intelectual que les asisten bajo la regulación actual del copyright y para ejercerlos frente a quienes los violan, bien sea repartiendo gratuitamente resúmenes de prensa ( fotocopiados o a través de una intranet), bien sea elaborando comentarios sobre artículos de prensa y difundiéndolos por Internet o por medio del correo electrónico, muy a menudo de forma gratuita (por el momento). Aunque aparezca como una defensa de la propiedad privada, la creación de Gedeprensa es una mala idea. Es una mala idea porque la razón teórica no le asiste y porque, aunque le asistiera, es muy dudoso de que sea socialmente útil el imponerla. Es una mala idea para las empresas periodísticas mismas, porque resulta muy claro, en nuestra opinión, que la medida no es más que un paño caliente para evitar la urgente necesidad de reconsiderar el modelo de negocio de estas empresas. Finalmente, y aunque esto pueda parecer secundario para el sentido práctico de los hombres de negocios, es una mala idea para las libertades, tanto económica como de expresión.
El argumento convencional a favor de la existencia del copyright (o las patentes) tiene dos partes. Primero la actividad creativa o inventiva exige una inversión inicial fuerte que redunda en existencia de rendimientos crecientes a escala que hacen inviable la competencia. Segundo, el correspondiente monopolio natural tampoco resulta viable si el producto es reproducible a bajo coste. En consecuencia si queremos que exista la actividad creativa de que se trate es necesario hacer viable el monopolio incrementando artificialmente el coste de la reproducción del producto que incorpora la invención. Casi todos los economistas tienen este argumento convencional grabado en su disco duro de forma que no es fácil cambiar de idea. Pero, como no es bueno resistirse a la lógica y a los datos queremos compartir nuestras perplejidades teóricas y prácticas.
Empecemos por las perplejidades teóricas que son las más sorprendentes. Los lectores suficientemente interesados, o que acostumbran a preocuparse por los detalles, pueden consultar un artículo de Michele Boldrin y David Levine en la American Economic Review de Mayo 2002 (que se fundamenta en un trabajo presentado en la Universidad Carlos III de Madrid hace un año) y los otros ensayos que se encuentran en el sitio de internet http://levine.sscnet.ucla.edu/general/intellectual/intellectual.htm. El argumento genérico es como sigue. Si la invención o idea creativa está incorporada en un producto (lo que es siempre el caso); si la reproducción o imitación o copia exige una cierta formación intelectual ó técnica que hace que la imitación nunca sea sin costes (lo que ocurre en general) y si hay límites a la capacidad de reproducción (lo que es bastante obvio en la mayoría de los casos), el valor descontado presente de las cuasi-rentas que recibe el creador inicial en ausencia de copyrights o patentes, es positivo. Pero es que, además, no solamente es positivo, sino que crece a medida que se reducen los costes de reproducir el producto en el cual la idea se incorpora. Es decir, en el caso de Gedeprensa la disponibilidad de tecnologias informáticas que abaratan el coste de reproducir y transmitir informacion hará crecer, no disminuir, los beneficios que pueden obtener los creadores de informacion en ausencia de la protecion ofrecida por el copyright. En consecuencia, tanto en este caso como en general, el creador podría no necesitar el monopolio y no sería necesario el copyright para encarecer artificialmente el coste de la reproducción o copia.
Toda esta jerga significa estrictamente hablando, no que el copyright no sea a veces socialmente conveniente (dependerá del incentivo cuantitativo que el inventor exija para crear), ni tampoco que el inventor o creador no vaya a mejorar cuanto más efectiva sea la gestión de sus derechos cuando estos existen. A los monopolistas, en general, siempre se les hace la vida más fácil y dulce cuando se les incrementa su poder de monopolio. Lo que el argumento que acabamos de ilustrar implica es que, contrariamente a lo que casi todo el mundo opina desde hace medio siglo, la carga de la prueba, a fin de justificar la necesidad del monopolio artificial que proporciona el copyright, ha de recaer sobre quién lo solicite. No conocemos evidencia alguna que corrobore que lo que los productores de informacion podrian recaudar sin la protección de los copyrights no sería suficiente para compensar sus costes de oportunidad. Esto nos sugiere que cabe pensar en arreglos institucionales distintos de ese copyright y que no es obvio que no haya otras maneras socialmente más adecuadas de capitalizar el esfuerzo realizado por el inventor o creador.
Dejemos la teoría y pasemos ahora a la práctica de la empresa periodística considerada como ese creador o inventor de algo nuevo (las noticias) y veamos a donde nos lleva la destrucción de nuestro disco duro que hemos tratado de explicar. No es de extrañar que las empresas periodísticas, dado que el copyright existe, quieran sacarle el máximo partido creando una gestora de derechos que actue de la misma forma que lo hace la SGAE en beneficio de los artistas en general y la VEGAP en defensa de los derechos de los artistas plásticos. En este sentido quién compra un periódico, como quién compra un disco compacto de los Stormy Mondays , o un óleo de M.P. Herrero, tiene sus derechos de propiedad restringidos: no puede rasgar el óleo, reproducir el c.d. en una tostadera o fotocopiar el periódico y, si lo hace, puede ser perseguido y, si finalmente es atrapado, tendrá que pagar. Claro que todo esto va a favor de los intereses de los escritores, artistas o músicos. Pero, ¿qué pasa con los consumidores y el conjunto de la sociedad española? Estas prohibiciones impiden la plena utilizacion de estos bienes por parte de los consumidores y de otros productores. Si uno se lo piensa con atención, esto acarrea dos consecuencias socialmente peligrosas: reduce la competencia y, lo que es al menos tan dañino, reduce la innovación y el progreso tecnológico. Que reduce la competencia es obvio: hasta aquí sí que todavía se puede utilizar el disco duro del antiguo economista y reconocer que este poder de monopolio es un "mal necesario". Ya hemos argumentado que el mal no es ciertamente necesario, pero es que, además, y esto es mucho más importante, a largo plazo este poder de monopolio reduce la innovación. En este sentido el caso Gedeprensa parece un caso de manual. La inovacion se genera casi siempre porque una persona, o grupo de personas, compran unos productos que ya existen y los utilizan/modifican/arreglan sacando de ellos, a través de su esfuerzo innovador, algo nuevo que antes no existia. ¿Qué son los comentarios sobre artículos de prensa seleccionados, o los resumes, o los otros productos de informacion que Gedeprensa quiere monopolizar, sino inovaciones que se obtienen utilizando como inputs los periodicos y una cierta cantidad de trabajo innovador?
En el caso de los periódicos es muy normal que no quieran compartir con otros aprovechados el beneficio que ellos mismos podrían sacar de las actividades de reproducción y selección que conforman las revistas de prensa o press clippings; pero aunque les asista la ley, no les asiste en general la razón ni el interés general. En efecto, cada periódico tratará de vender, por ejemplo, su propio press clipping a la intranet de cada empresa; pero o será sólo de su propia editora o, si es una verdadera revista de prensa, lo llevará a cabo Gedeprensa. En el primer caso, se elimina el efecto publicitario creíble que tiene para mi periódico el haber sido seleccionado por quién fabrica la revista. En el segundo caso Gedeprensa ya no es sólo una gestora de derechos sino una empresa productora de revistas de prensa para otros clientes. Pero entonces ¿por qué debería tener una patente para hacerlo ella sola sin tener que competir con nadie?
Pensamos, para terminar, que todo este deseo mal orientado de no dejar de ganar esa peseta que hoy se lleva gente más avispada , refleja las dificultades actuales de la prensa. Estas dificultades son explicables en parte, por la baja en los presupuestos de publicidad de las empresas y por la subida del precio del papel. Pero hay algo más. Creemos, en efecto, que la verdadera explicación del problema está en el modelo de negocio. De la misma forma que la piratería de los discos compactos pone en juego el modelo de negocio de las discográficas, la especie de piratería propia de los press clippings nos debe hacer reflexionar sobre la caducidad del modelo actual de hacer periódicos. Esto nos puede llevar a una conclusion sorprendente: que lo que ahora llamamos piratería no es nada mas que progreso tecnológico, innovación, y, en definitiva, un futuro que se insinúa disfrazado.
A nuestro juicio lo que la gente quiere es precisamente press clippings personalizados o al menos dirigidos a segmentos específicos de la población. Un segmento de estos no sólo desea un tipo determinado de noticias (deportivas, financieras, etc) ; sino que desea que estas reflejen un punto de vista específico y diferencial, punto de vista que se identifica quizás por la opinión editorial pero, sobre todo, por la forma en que se editan las noticias. Pues bien, esto puede conseguirse a muy bajo coste con teletrabajadores que escarben en las minas de las agencias de prensa, con pocos redactores que las componen bajo la supervisión de un editor que ha interiorizado las exigencias del segmento de mercado al cual se dirige. Esto, que es muy sencillo y de bajo coste, puede espolvorearse con un poco de opinión de columnistas (siempre baratos y cuyos derechos de propiedad no se reconocen en general) que dé tono y llegue a configurar un producto muy vendible y de gran valor añadido. Esta manera de concebir un periódico nos parece mucho más al día, no plantea problemas de monopolios artificiales, promueve la competencia y la pluralidad y creemos que puede redundar en un beneficio tangible para quién se decida a plantearlo. .
Michele Boldrin, Professor, University of Minnesota
Juan Urrutia, Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico