22 de noviembre del 2002
La nueva edad de piedra
Santiago Alba
Rebelión
(Intervención en el Encuentro Internacional contra la Guerra, Madrid 16 y 17 noviembre 2002)
El pasado 26 de octubre uno de los periodistas de la ANSA desplazados a Moscú respondía a la pregunta acerca de las consecuencias que podía acarrear para el prestigio de Putin el asalto de las fuerzas especiales rusas al teatro tomado por un comando checheno. "Es no sólo un triunfo de Putin sino un triunfo de la civilización. Nuestra civilización ha triunfado sobre esos fanáticos que quieren cortar manos en todas las plazas de Europa". El mismo día el diario ABC editorializaba en la misma dirección, hablando de "nuestra superior civilización" que nunca ha atacado ni atacará al Islam, pero que "tiene que defenderse de él por todos los medios". Hace unos días, Oriana Fallaci nos propinaba uno de sus artículos para utilizar el mismo argumento, esta vez contra los participantes en el Foro Social Europeo, un montón de bárbaros ignorantes, incultos y naturalmente violentos, cómplices de los crímenes de Sadam y sumisos a las órdenes de Ben Laden, que habrían acudido a Florencia, como las hordas de Alarico, a destruir las más altas cimas artísticas de nuestra civilización superior.
He escogido algunas citas recientes, pero el muestrario podría prolongarse hasta el infinito. Este es el tono desde el 11 de septiembre. ¿Qué ha ocurrido, qué ha tenido que ocurrir para que un mal chiste racista, un cliché del siglo diecinueve, el exabrupto de un taxista rezongón se conviertan en criterios generales de explicación voceados, difundidos y repetidos por todos los medios de comunicación, al menos de este lado del mundo? Y, sobre todo, cuando ocurre esto, ¿qué va a ocurrir?
El 11 de septiembre del 2001 ocurrieron dos cosas. Una muy grave: un salvaje atentado criminal derribó dos edificios y mató a 3000 personas inocentes. La otra mucho más grave, gravísima, terrible, casi apocalíptica: EEUU y en su estela, por interés o sumisión, la mayor parte de los gobiernos de la tierra, con sus políticos, sus expertos, sus periodistas y sus intelectuales decidieron derribar las condiciones mismas en las que es posible distinguir la culpabilidad de la inocencia; decidieron destruir las condiciones formales de todo acuerdo, entendimiento y seguridad recíproca; decidieron destruir el Derecho internacional, las Naciones Unidas, las Convenciones de derechos humanos, los marcos constitucionales de los Estados, todas las garantías formales que han protegido mínimamente a los hombres en un planeta gobernado de hecho por otras fuerzas. En todo caso, no fue en respuesta a los atentados, no. "Cuando la rama está a punto de romperse", escribió Brecht, "todo el mundo se pone a inventar sierras". Esa es la lógica del capitalismo, y más en su versión ultraliberal e imperialista. Si la salud del planeta y de los hombres no es compatible con el capitalismo, suprimamos la salud del planeta y de los hombres; si una buena alimentación para todos no es compatible con el capitalismo generalicemos el hambre; si la educación y el bienestar para todos no es compatible con el capitalismo, suprimamos la educación y el bienestar; si la justicia no es compatible con el capitalismo, suprimamos la justicia; y si la democracia está a punto de quebrarse, porque también es incompatible con el capitalismo y los hombres empiezan a tomar conciencia de ello un poco en todas partes, entonces hay que inventar alguna forma de totalitarismo.
Eso es lo que ocurrió el 11-S: el mundo ha empezado a deslizarse muy deprisa de la ciudadanía a la civilización, de la política a la policía, del Derecho al estado de excepción. Acontecimiento que viene marcado por una triple y perversa liberación:
- La liberación por la cual el lenguaje se ha desprendido de esas restricciones trabajosamente adquiridas durante siglos que llamamos razones. De esas restricciones la humanidad se ha liberado varias veces antes y siempre con las consecuencias de todos conocidas; una de forma tristemente notoria en los años treinta del siglo pasado en nuestra Europa hipercivilizada. Hay cosas que es mejor no pensar y que, si se piensan, es mejor no decir y que, si se dicen, es mejor que las diga un chiste. Cuando el chiste lo hace el político o el periodista, es que ha ocurrido ya algo muy grave y que algo mucho más grave va a pasar. Entre otras cosas graves, ocurre que ya no se pueden hacer chistes.
- La liberación por la cual los gobiernos, los dirigentes políticos y las instituciones del Estado se desprenden de las "ataduras" de la Ley.
- La liberación por la cual una economía en crisis, estructuralmente inmoral, se desprende a su vez del engorro llamado democracia (a través de instituciones financieras supranacionales, como el FMI o la OMC, o de acuerdos y tratados no sujetos a control electoral: el ALCA, el GATT, el Plan Coombia, etc.).
Es verdad que durante los cincuenta años de soberanía trampeada y saboteada de la ONU se han producido decenas de sangrientos conflictos, violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra. Pero hay una diferencia fundamental: como nos recuerda Edward Said en un reciente artículo, ahora la guerra "no sólo se practica sino que se teoriza sobre ella". Sobre la guerra sólo se puede teorizar en ciertas condiciones. Se teorizó mucho en los años diez del siglo XX y en los años treinta. Se empieza teorizando sobre la guerra y se acaba siempre legislando a su medida. Y lo verdaderamente grave no ocurre cuando estalla una bomba o salta en pedazos una aldea; lo más grave no es que miles de niños mueran de hambre y miles de personas tiroteadas y miles de prisioneros torturados contra la razón y la ley. Las cosas pueden ser aún peores. Lo verdaderamente grave ocurre cuando miles de niños mueren de hambre y miles de personas tiroteadas y miles de prisioneros torturados en nombre de la razón y con el apoyo de la ley. Porque entonces, entre otras consecuencias, la gente se vuelve tan loca que el número de las víctimas se multiplica aterradoramente. Lo verdaderamente grave ocurre cuando cien pacíficos congresistas aprueban desde sus asientos la ley que concede nuevos gastos militares o la que instituye tribunales militares secretos o nuevos Ministerios de Seguridad Interna o redes de soplones o ilegaliza partidos o promulga expedientes de registro y vigilancia de extranjeros o sistemas de censura y control de las comunicaciones, etc. Lo verdaderamente grave ocurre cuando veinte sesudos expertos de un gobierno, en un documento titulado de Seguridad Nacional, teorizan sobre "el internacionalismo americano" y ponen, como hiciera Disraeli con los ingleses en el siglo XIX, los derechos de los americanos por encima de los derechos humanos (en una doctrina que recuerda mucho al Fichte de los Discursos a la Nación Alemana, tan apreciados por los nazis). Guerra y democracia son incompatibles, y por eso la resistencia contra la guerra es la resistencia de la democracia, amenazada desde el 11-S por todas las leyes de excepción que, desde EEUU a la India, desde España al Perú, desde la República Checa a Colombia, hacen retroceder los márgenes de libertad de los ciudadanos y sus medios de protección frente a la arbitrariedad y el despotismo.
La idea de "guerra global" se ajusta perfectamente a la necesidad de acabar globalmente con la democracia, de establecer una dictadura global. Como tratan de sugerir las citas del corresponsal en Moscú, del ABC y de la Falaci, ya no hay conflictos locales ni pueblos perseguidos ni malas políticas que pasan factura ni historia de nuestra propia barbarie ni sórdidos intereses económicos: sólo hay nuestra virginal civilización superior contra su violencia gratuita, metafísica, emanada directamente del cogollo del Mal; y este su incluye ya a casi todos, nos incluye a todos nosotros; este "su" somos nosotros, aquí sentados, somos virtualmente todos los que nos oponemos a que a la rama ya casi quebrada le pasen por encima además la sierra. La "guerra global" tiene muchas ventajas. En un mundo sin política, en el que el enémigo es literalmente el Diablo, no hay negociación, no hay nada que negociar, como ha demostrado muy bien Putin siguiendo a rajatabla las enseñanzas de Bush. En un mundo en el que el enemigo está en todas partes, difuso como un herpes, con metástasis cancerosas en todos los países, incrustado bajo las formas más variadas en los respiraderos, se puede golpear en todas partes, en todas direcciones, contra todas los focos de resistencia. En nombre de la Seguridad y de la lucha contra el terrorismo, se puede desmantelar en cada uno de los países del planeta todo el frágil entramado de valores y garantías jurídicas, conquista de dos siglos, que no impedían que el mundo fuese malo, pero sí que fuese el peor. La "guerra global" permite borrar toda distinción: la distinción entre rebeldes y terroristas, entre disidentes y criminales, la distinción entre legalidad y legitimidad, entre seguridad y libertad, entre guerra y paz, entre civiles y militares, entre seguridad interior y exterior, etc. Pero resulta que esta flotación, esta indistinción de las categorías jurídicas es precisamente lo que hasta el siglo XX se llamaba "barbarie" y desde entonces se llama "totalitarismo".
El propio delirio publicitado de los que convierten el chiste racista y el cliché decimonónico en la nueva norma ideológica del siglo XXI nos sirve, sin embargo, para medir toda la brutalidad, toda la inmoralidad y toda la injusticia del mal llamado Nuevo Orden Mundial. ¿No hay nada en común entre Ben Laden y José Bobé? ¿Entre los centros sociales italianos y Hamas? ¿Entre los movimientos anti-normalización jordanos y Abu Sayef? ¿Entre Castro y Sadam Hussein? ¿Entre los militantes antiglobalización y los talibán? ¿Entre las organizaciones de derechos humanos y el comando checheno del teatro de Moscú? ¿Entre un okupa y Mohamed Atta? Si Bush, Sharon, Aznar, Berlusconi y la Falaci los tratan a todos por igual es que hay algo en común entre todos ellos, aunque no, naturalmente, lo que sostienen en voz alta. Lo hay. Todos ellos constituyen obstáculos, nudos de la madera, puntos de resistencia, en el proceso de reconfiguración del orden socio-económico planetario. Pero, ¿qué podemos pensar de este orden? ¿Nos gustará? Un orden que no distingue entre un defensor de los derechos humanos y un millonario ex-miembro de la CIA capaz de lanzar aviones comerciales contra el centro de Nueva York, porque ambos le estorban por igual; un orden al que estorban por igual Chomsky y Ben Laden, un okupa idealista de Valencia y un "muyahid" talibán, es un orden que cualquier persona con sentido común y con entrañas, no importa su posición política ni su filiación ideológica, tiene que rechazar.
Pero, ¿es todo esto tan nuevo? El ataque preventivo, la doctrina de la seguridad, la intervención "humanitaria", el unilateralismo, la sustitución de categorías jurídicas por categorías metafísicas, ¿constituyen una novedad "post-moderna" en nuestro mundo? En el año 171 a.de C., nos cuenta Tito Livio, el rey Perseo mandó embajadores para preguntar al Senado romano "qué razones tenían los romanos para trasladar tropas a Grecia o para ocupar sus ciudades". Los senadores despacharon al mensajero diciéndole que los romanos "lo hacían por razones de seguridad de las propias ciudades". ¿Nos resulta familiar? La intervención "humanitaria" de las legiones romanas en Macedonia se hizo en nombre de la libertad de los griegos, amenazados por el despotismo del rey Perseo, hombre cruel, arbitrario y tiránico. ¿No nos suena de algo? El rechazo de una "mayoría" a esta invasión Tito Livio la atribuye a la "ignorancia" de las masas, a su fascinación natural por las monarquías, al soborno y a la maldad. ¿Es la primera vez que lo oímos? Estaríamos tentados de asimilar el "nuevo" orden mundial al imperio romano, como algunos analistas han hecho ya, si no fuese porque el imperio romano, al menos en sus comienzos, era mucho más "garantista". Reconocía, en efecto, dos fuentes de derecho: el Derecho de Conquista y el Derecho de Gentes. En virtud de este último, por ejemplo, en el año 173 a. de C. el Senado romano impuso una multa al cónsul Marco Popilio, obligándole además a restituir la libertad y los bienes a los vencidos, por haber vendido a diez mil prisioneros lígures que se habían rendido sin condiciones. Nadie ha juzgado a EEUU por la matanza de Mazar-a-Sharif ni por la masacre de prisioneros afganos -¿tres mil?- asesinados en contenedores durante su traslado a cárceles del norte del país. EEUU no reconoce ya más derecho que el Derecho de Conquista.
La presunta "novedad" post-moderna, a la luz de la cual tantos analistas han interpretado las secuelas del 11-S, es sólo una majadería etnocentrista. Sólo los occidentales, cuyas conciencias están configuradas a la medida de la permanente y acelerada renovación de las mercancías, prisioneros además de la ilusión de un "progreso" infinito, son incapaces de concebir la idea de un "retroceso". En los países del llamado Tercer Mundo, que han hecho sólo progresos milimétricos en el último siglo y que, en relación con las potencialidades científicas y tecnológicas de la época, han experimentado retrocesos infinitos, el 11-S y sus secuelas resultan muy familiares. No hay nada nuevo aquí. Personalmente, lo que me parece terrible de todo esto no es su novedad sino su espantosa antigüedad, su terrorífico primitivismo. En un año hemos retrocedido mucho más atrás de la República romana, hasta la Edad Media. O incluso hasta la Edad de Piedra. Somos "primitivos", sí, pero en un contexto tecnológico "postmoderno" y ésta es sin duda una de las razones por las que el sentido común, más allá de la militancia política, debe oponerse a la invasión de Irak y a todas las que vendrán después. Algunas ONGs han calculado en estos días el número de víctimas, la mayor parte civiles, que acarreará la intervención estadounidense en Medio Oriente: cuatro millones si se emplean armas nucleares, sólo quinientos mil si se renuncia a ellas. Esta sola especulación, ¿no basta para medir todo el horror de la Nueva Edad de Piedra? ¿Y no entraña ya un cierto fatalismo?
Somos "primitivos", sí, pero con los recuerdos también de todos los diminutos progresos, al menos virtuales, que la Humanidad ha hecho en los últimos siglos. De esos "recuerdos" tiene que alimentarse también nuestra resistencia. Tito Livio, después de enumerar todos los presuntos motivos de que los griegos prefiriesen un rey despótico a un orden justo y liberal como el romano; después de citar la ignorancia, la maldad, el soborno y la versatilidad de carácter, añade otro al final de una larga frase, como si fuese el más inverosimil o el menos digno de consideración: los griegos quizás también rechazaban la invasión, por más increíble que parezca, porque "no querían estar a merced de los romanos". Aparte de la forma Imperio, hay otras muchas de someter a los hombres y todas son malas; pero estos "recuerdos" históricos de un grado mayor de razón y de justicia, nos deben "recordar" que Imperio y democracia, Imperio y justicia, Imperio y libertad, como bien sabía ya Pericles, son incompatibles. Esto tenemos en común los defensores de la paz y de los derechos humanos -tal y como han visto Bush, Sharon, Aznar y la Falaci- con esos otros fanáticos con los que tampoco queremos tener nada que ver y a los que también hay que combatir: que no aceptamos estar a merced de los estadounidenses ni de su imperio global capitalista. Porque ese Imperio es ya casi incompatible con el mundo.
Ya no podemos imaginar cosas peores. Pero pueden ocurrir cosas peores. No tenemos imaginación suficiente. Pero quizás en estos momentos ya no se trata de tener imaginación sino de tener –sencillamente- coraje.