8 de octubre del 2002
Vasallaje
Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
Los imperios no tienen aliados, sólo tienen vasallos. Es como
si la mayoría de Estados de la Unión Europea hubiese olvidado
esta realidad histórica. Ante nuestros ojos, y presionados por Washington,
que les conmina a enrolarse en la guerra contra Irak, países en principio
soberanos se dejan reducir así a la triste condición de satélites.
Se ha planteado muchas veces la pregunta de qué había cambiado
en la política internacional después de los atentados del 11 de
septiembre de 2001. Tras la publicación, el pasado 20 de septiembre,
por parte de la administración americana, de un documento que define
la nueva "estrategia nacional de seguridad de Estados Unidos (1)" conocemos
la respuesta. La arquitectura geopolítica tiene ahora en la cima una
única superpotencia, Estados Unidos, que "poseen una fuerza militar
sin igual" y que no dudarán "en actuar solos, si fuera necesario,
para ejercer [su] derecho a la autodefensa actuando de forma preventiva".
En cuanto se identifique una "amenaza inminente" "América intervendrá
incluso antes de que la amenaza llegue a concretarse".
Hablando claro, esta doctrina restablece el derecho a la "guerra preventiva"
que Hitler aplicó en 1941 contra la Unión Soviética, y
Japón, ese mismo año, en Pearl Harbour contra Estados Unidos,
y anula, además, uno de los principios fundamentales del derecho internacional,
aprobado en el tratado de Westfalia, en 1648, que establece que ningún
Estado intervendrá, y mucho menos militarmente, en los asuntos internos
de otro Estado soberano (principio del que se hizo mofa en 1999, durante la
intervención de la OTAN en Kosovo).
Todo esto supone que el orden internacional establecido en 1945 tras la Segunda
Guerra Mundial y gobernado por la Organización de Naciones Unidas (ONU)
acaba de llegar a su fin. A diferencia de la situación que conoció
el mundo durante diez años, tras la caída del muro de Berlín
(1989), Washington asume sin complejos su posición de "líder global".
Y lo que es más, lo hace con desprecio y arrogancia. La condición
de imperio, que se consideraba una acusación típica de un "antiamericanismo
primario" es abiertamente revindicada por los gavilanes que revolotean alrededor
del presidente Bush.
Las Naciones Unidas, a las que apenas se menciona en el documento del 20 de
septiembre, quedan por lo tanto marginadas o reducidas a una oficina de registro
que debe inclinarse ante las decisiones de Washington. Porque un imperio no
se somete a ninguna ley que no haya promulgado él mismo. Su ley se transforma
en Ley universal, y que todos respeten esta Ley, si es necesario por la fuerza,
se convierte en su "misión imperial", cerrando así el círculo.
Sin tomar necesariamente conciencia del cambio estructural que se está
produciendo, muchos dirigentes europeos (en el Reino Unido, Italia, España,
Países Bajos, Portugal, Dinamarca, Suecia...), en un reflejo de caniche,
adoptan ya, con respecto al imperio americano, la actitud de servil sumisión
que caracteriza a los fieles vasallos mientras sacrifican independencia nacional,
soberanía y democracia. Mentalmente, han superado la línea que
separa al aliado del enfeudado, al socio de la marioneta, e imploran tras la
victoria americana, una gota de petróleo iraquí.
Porque nadie ignora que, por encima de los argumentos esgrimidos (2), uno de
los principales objetivos de la anunciada guerra contra Irak es sin duda el
petróleo. Controlar las segundas reservas mundiales de hidrocarburos
permitiría al presidente Bush trastocar totalmente el mercado petrolífero
mundial. Bajo protectorado americano, Irak podría duplicar rápidamente
su producción de crudo, lo que provocaría de forma inmediata la
caída de los precios del petróleo y, quizá, un relanzamiento
del crecimiento en Estados Unidos.
Permitiría asimismo contemplar otros objetivos estratégicos.
En primer lugar, asestar un duro golpe a una de las bestias negras de Washington,
la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP),
y de paso a algunos de sus países miembros, en particular Libia, Irán
y Venezuela (aunque países aliados, como México, Indonesia, Nigeria
o Argelia, también sufrirían las consecuencias).
En segundo lugar, el control del petróleo iraquí favorecería
un distanciamiento de Arabia Saudí, considerada, cada vez más,
como un santuario del islamismo radical. En un (improbable) escenario wilsoniano
de remodelación del mapa de Oriente Próximo (3), anunciado por
el vicepresidente Richard Cheney, Arabia Saudí podría ser desmantelada
estableciéndose un emirato, bajo protectorado americano, que ocuparía
la rica provincia de Hassa, en donde se encuentran los principales yacimientos
de petróleo y en donde la población es mayoritariamente chiíta.
En esta perspectiva, el conflicto contra Irak no sería nada más
que la antesala de un ataque contra Irán, país que ya ha sido
clasificado por Estados Unidos como miembro del "eje del mal". Las reservas
iraníes de hidrocarburos completarían el fabuloso botín
con el que Washington piensa hacerse en esta primera guerra de la nueva era
imperial.
¿Puede oponerse Europa a esta peligrosa aventura? Sí. ¿Cómo? Primero
utilizando su doble derecho de veto (Francia, Reino Unido) en el seno del Consejo
de Seguridad de la ONU. Después, bloqueando el instrumento militar, la
OTAN, con la que Washington cuenta para su expansión imperial y cuya
utilización debe someterse al voto de los Estados Europeos (4). En los
dos casos, estos deberían comportarse realmente como socios. Y no como
vasallos.
Notas
(1) La página lemonde.fr propone una traducción integra en
francés del texto.
(2) Muchas de las acusaciones esgrimidas contra el odioso régimen iraquí
podrían aplicarse a algunos de los amigos de Estados Unidos. Por ejemplo,
Israel, que desafía desde hace 35 años a la ONU, posee armas de
destrucción masiva biológicas, químicas y nucleares, y
ocupa militarmente desde 1967 territorio extranjero. O Pakistán que,
desafiando los tratados internacionales, posee igualmente armas nucleares, mísiles
balísticos y apoya a grupos armados que realizan acciones violentas en
la Cachemira india.
(3) Al que se opondría Turquía, que no quiere de ningún
modo un Estado kurdo en la región.
(4) Véase William Pfaff, « NATO's Europeans could say no », International
Herald Tribune, 25 de Julio de 2002.